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Aquellas buenas gentes vivían a costa de muchos trabajos, y la escuela fué para ellos una tabla de salvación. Don Antonio disfrutaba de una pensión del Gobierno, mal pagada, es cierto, y que apenas le bastaba para comer «sola, caballo y rey», pero, en fin, algo era. Y a fe que Don Antonio se la merecía. Estuvo en el sitio de Veracruz con la Guardia Nacional de Pluviosilla. Pasada la capitulación, y ardiendo en odio contra el invasor, corrió a la capital, se alistó en un cuerpo que probablemente entraría pronto en campaña. Se batió como un valiente en Padierna, y en Churubusco, y después de ver su bandera en manos de un soldado de Pillow, una bala de cañón le llevó el brazo izquierdo. ¡Vaya si tenía derecho a la pensión!
Allá por los años de 65 a 66, falto de recursos, abrumado de deudas y con su nieta enferma, en una palabra, pereciendo de hambre, aceptó del Gobierno imperial un empleo insignificante, el de portero de una oficina, o algo así, por lo cual, cuando se restableció la República, el guardia nacional de Pluviosilla, el batallador de Padierna, el mutilado de Churubusco, el bravo soldado que sólo simpatizó con el Imperio por, cuanto éste contrariaba los intereses y designios del yanqui… fué acusado de… ¡traidor a la patria!
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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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