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—¡Pique bien, mi amo! Si pica puede ser que aún tengamos luna para pasar la robleda.
Pronto se perdieron en una revuelta, entre los álamos que marcan la línea irregular del río. Cerró la noche y comenzó a ventar en ráfagas que pasaban veloces y roncas, inclinando los árboles sobre el cateto, con un largo murmullo de todas sus hojas. Jinete y espolique corrieron mucho tiempo en la oscuridad profunda de una noche sin estrellas. Ya se percibía el rumor de la corriente que alimenta el molino y la masa oscura del robledal, cuando el mozo advirtió en voz baja:
—Mi amo, vaya prevenido por lo que pueda saltar.
—No hay cuidado.
—Y bien que le hay. Una vez, era uno así de la mayor conformidad, porque tampoco tenía temor, y misma puente le salieron dos hombres y robáronle, y no lo mataron por milagro divino.
—Esos son cuentos.
—¡Tan cierto como que todos nos hemos de morir! El jinete guardó silencio. Percibíase más cerca el rumor de la corriente aprisionada en los viejos dornajos del molino; era un rumor lleno de vaguedad de misterio que tan pronto fingía alarido de can que ventea la muerte como un gemido de hombre a quien quitan la vida. El espolique corría al flanco del caballo. Allá en la hondonada recortaba su oscura silueta una iglesia cuyas campanas sonaban lentamente con el toque del nublado. El jinete murmuró:
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Publicado el 4 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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