FARSA ITALIANA DE LA ENAMORADA DEL REY
PERSONAJES
MARI-JUSTINA
LA VENTERA
MAESE LOTARIO
EL CABALLERO DEL VERDE GABÁN
EL CABALLERO DE SEINGALT
Y MUSARELO, SU ESCUDERO
NUESTRO SEÑOR EL REY
DON FACUNDO, MINISTRO Y GUARDASELLOS
OTRO ESCUDERO
ALTISIDORA, MENINA
DON BARTOLO, CAPELLAN REAL
EL DUQUE DE NEBREDA
LA DAMA DEL MANTO
PASTORELA DE DAMAS Y GALANES
RONDA DE CORCHETES
TROPA DE CUADRILLEROS
UNA CORTE DEL SIGLO XVIII, CON LUCES
Y COMPARSAS DE OPERETA
JORNADA PRIMERA
DECORACIÓN
(SOBRE LA CRUZ DE DOS CAMINOS LLANOS Y AMARILLENTOS, UNA VENTA CLÁSICA: COSARIOS, LABRADORES, ESTUDIANTES SESTEAN POR LAS CUADRAS Y PAJARES. ENTRE LOS SAYOS DE ESTAMEÑA PARDA CANTAN VERDES Y GRANAS PASTORILES. EL PATIO DE LA VENTA ES HUMANISTA Y PICARESCO, CON SABOR DE AULAS Y SABOR POPULAR DE LOS CAMINOS: TIENE UN VAHO DE LETRAS DEL QUIJOTE. EL CIELO AZUL, LAS BARDAS AMARILLAS, Y EL HABLAR REFRANERO. LAS CASTILLAS.)
(LA COPLA DE UNA MOZA SALTA DENTRO y EN EL ZAGUAN SE MUEVE LA VENTERA, CODICIOSA, CELOSA. MUY CETRINA. UNA RANCIA FIGURA DE TABACO, Y EL MOÑO DE CASTAÑA CON LAZADAS. LOS AZULES ESTAMBRES DE SUS MEDIAS Y EL GAYO LLAMEAR DE SU JUSTILLO,TRAEN UNA VISION DE SERRANÍA A LA SED DE LOS PAGOS CASTELLANOS. Y DESGRANAN LOS RITMOS PASTORILES DE UN ALEGRE TRENZAR DE TAMBORILES.)
CANTAR DE MARI-JUSTINA:
¡Quiero ir sobre tu huella,
Rey-Serafín!
¡Ser una lucecita de estrella
en tu jardín!
LA VENTERA:
¡Deja las canciones, sal de esas escuras!
¿Qué cantar es ése?
MARI-JUSTINA:
¡Un cantar, abuela!
LA VENTERA:
A los tus cantares llamo yo pinturas
de aquel mal deseo que te desconsuela.
MARI-JUSTINA:
¡Señora la abuela, déjeme ucé dentro!
LA VENTERA:
Sal de esas escuras y no me condenes.
MARI-JUSTINA:
En estas escuras un consuelo encuentro
para mis tristezas.
LA VENTERA:
¡Jesús, qué belenes!
MARI-JUSTINA:
¡Abuela, yo muero de amores del Rey!
LA VENTERA:
¡Sí que eres nacida para ese galán!
MARI-JUSTINA:
Quiero ser su dama, que amarle es mi ley.
¡Ojos que le vieron no le olvidarán!
LA VENTERA:
¡Ser dama de reyes! ¿No te da sonrojo?
¡Acabe esa tema o acábeme yo!
¡Cuidado la niña! ¡Te hicieron mal de ojo!
MARI-JUSTINA:
Señor Rey, cadenas de amor me prendió.
Cazando en el soto, le vide más bello
que la rosa, rosa del alba de mayo.
La verde montera y el rubio cabello,
eran un alegre trino sobre el sayo.
LA VENTERA:
Te cegó los ojos ensueño de moza
casquivana. Un paje le lleva la mula,
y lo más del tiempo camina en carroza
Señor Rey. Sus años ya no disimula.
MARI-JUSTINA:
Portaba en el puño un blanco milano.
LA VENTERA:
¿No has visto que era caduco varón?
MARI-JUSTINA:
Le soltó, y volando vino de su mano
sobre la paloma de mi corazón.
LA VENTERA:
¡Sacrílegos ojos los que al Rey miraron,
con mirar de niñas que buscan amor!
MARI-JUSTINA:
¡Qué he de hacer, abuela! ¡Cautivos quedaron
en aquella sombra del real cazador!
LA VENTERA:
Niña, por quimeras pierdes el recato,
el Demonio llevas en ti revestido.
¡Renegado, amén, el rabo del gato!
¡Esta niña, tiene revuelto el sentido!
No es galán apuesto que brinde la poma
Señor Rey.
MARI-JUSTINA:
¡Madama suya yo sería!
LA VENTERA:
Un Rey, casquivana, es limpia paloma.
MARI-JUSTINA:
Tomando mi flor, pecado no hacía.
Amo al Rey, abuela, con amor tan loco,
que al decir sus letras, mi alma en ellas vuela.
LA VENTERA:
¡Niña, tú me quieres matar de un sofoco!
¡Te han de sacar unas coplas de vihuela!
(EL caleado patio de la venta,
con clarines de gallos y cencerros,
bajo el cielo de añil, oyó el romance
del farandul. Sus líricos cristales
las sedes amarillas de los pagos
manchegos, refrescaron una siesta.
Destaca por obscuro el farandul
sobre el vano del arco. Fondo azul.)
MAESE LOTARIO:
¡Ah, de la casa!
LA VENTERA:
¿Quién me requería?
MAESE LOTARIO:
¡Deo gracias!
LA VENTERA:
¡Sean dadas al Señor!
¡Otra vez por aquí de romería!
MAESE LOTARIO:
¿Tendré cama esta vez?
LA VENTERA:
¡La de un prior!
MAESE LOTARIO:
¿Y acá, cómo la moza se comporta?
LA VENTERA:
Siempre con sus suspiros y canciones,
y cuando calla es porque queda absorta.
MAESE LOTARIO:
Ese mal sólo curan bendiciones...
Estuve en Salamanca. Vi a la hermana
del clerigón aquel, que fué en Medina,
me conoció y me dió de la ventana
sus expresiones a Mari-Justina.
LA VENTERA:
Ella gusto tendrá de tales nuevas,
y ha de querer saber si el tonsurado
la prebenda sacó.
MAESE LOTARIO:
Bayetas nuevas
luce.
LA VENTERA:
¡Ya le tenemos prebendado!
¡Y tú, dejaste el hábito estudiante?
MAESE LOTARIO:
Se ha quedado en las zarzas del camino
hecho jirones. Ahora soy atlante
de este mono Merlín.
LA VENTERA:
¡Mono adivino!
Llevas buen compañero de la tuna
para sacar provecho en las Castillas.
MAESE LOTARIO:
Llevo mejor, que llevo la fortuna
en un Retablo de las Maravillas.
(DEL zaguán anchuroso, obscuro y fresco
con las ánforas rojas en un vano
del muro, y los geranios en la reja,
ahora un hidalgo labrador salía:
El gabán verde, la montera aguda,
garzo el mirar, crecido el entrecejo,
bermeja la color, y en canas viejo.)
EL DEL VERDE GABÁN:
¡Sí que hallaste tú buen sacadineros!
Aun estas ferias vide en Salamanca
el retablo del Conde don Gaiferos
y Melisendra: Me costó una blanca
MAESE LOTARIO:
Hoy veredes por sólo dos reales
El Milagro de Santa Genoveva,
sacado a luz conforme a los anales
que escribió el Arcediano de Brivieba.
Y al camino me torno, pues la mula
donde viene el tabanque, ya se tarda.
Como la sé tentada de la gula,
la estoy viendo morder en una barda.
(DOS extranjeros que eran en la venta
y detrás de una reja platicaban,
salen a esta sazón. Amo y criado
parecen ser. El amo lleva plumas,
pistolas en bordado talabarte,
y en el nudo ampuloso de una banda
suspendido el estoque. Y el criado,
que recoge las alas del sombrero
en tres candiles, cubre la ropilla
con un manteo de estameña parda.
Musarelo es el hombre de este tal,
y el amo el Caballero de Seingalt.)
EL DEL VERDE GABÁN:
¡Buena feria logró Maese Lotario!
LA VENTERA:
¡Quién le vió con bayetas de estudiante
sopista!
EL CABALLERO DE SEINGALT:
¡Questo è un caso straordinario!
Ma io rivedo in lui tutto il sembiante
d'un certo gentiluomo di Romagna.
MUSARELO:
¡Lui parla egregiamente il castigliano!
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Se parla bene al modo della Spagna,
è ancora più eccellente nel toscano.
(CON un guiño lo subrayó,
y alzado con garbo el sombrero,
vuelto al hidalgo cortijero.
del verde gabán, saludó.)
EL CABALLERO DE SEINGALT:
¿Quisiéraisme decir, seor gentilhombre,
la gracia del galán que ahora se parte?
EL DEL VERDE GABÁN:
Maese Lotario, amigo.
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Por su nombre
italiano parece.
EL DEL VERDE GABÁN:
Y por su arte.
Acá llegó hace tiempo con dinero,
al que pronto dió fin. Corrió la tuna
como sopista. Hoy es titiritero,
y va camino de labrar fortuna
con su retablo. Es cuanto sé deciros
del galán que cruzásteis en la puerta.
Y si en cosa de más puedo serviros...
EL CABALLERO DE SEINGALT:
¡Gracias, amigo!
EL DEL VERDE GABÁN:
Acaso nos divierta,
esta noche, en la venta, que hay hogaño
huésped que pague sin sacarlo a escote,
y Maese Lotario es buon compaño,
como era el Maese Pedro del Quijote.
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Extremáis, comparando las audacias
de un rufián, con prendas de un hidalgo.
Yo pudiera, quizá, de las desgracias
del que ahora se fué, deciros algo.
EL DEL VERDE GABÁN:
Pues no mostrabais conocer ni el nombre,
que acá llegasteis preguntando, amigo,
por la gracia y milagros de ese hombre.
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Ni estoy cierto que sea aquel que digo.
MUSARELO:
Eccolo ritornato.
EL CABALLERO DE SEINGALT:
E il vero volto
di cui t'ho ragguagliato or non è molto:
Becca gioconda ed occhi sfavillanti;
fa el'io lo guardi ancor se m'è davanti.
(EL comediante entró. La capa grana
tendida sobre el bastes de la mula
y en talle a lo galán. Las calzas prietas
también granates. Taleguilla de ante,
y en pretina de ante, la guitarra.
Al arambol salió Mari-Justina
para verle llegar, y le sonríe
con la melancolía de la rosa
al deshojarse en la quietud balsámica
del jardín de unas monjas, por la tarde
azul y rosa, cuando Venus arde.)
MARI-JUSTINA:
¿Qué historias traes?
MAESE LOTARIO:
¡Las que te plazcan!
MARI-JUSTINA:
¿Canciones nuevas?
MAESE LOTARIO:
Las que me pidas.
MARI-JUSTINA:
¡Con qué pagarte!
MAESE LOTARIO:
Con que renazcan
rosas que hogaño tienes perdidas.
¿Mari-Justina, qué dolor tienes?
¿Con qué embeleco podré alegrarte?
¿Quieres la Casa de los Belenes?
¿Quieres la Espada de Durandarte?
LA VENTERA:
Os vuelven locas a las mozuelas
los romancillos que vende el ciego.
¡Ay de vosotras, si las candelas
no vos apaga mozo labriego!
MAESE LOTARIO:
¿Qué amor te prende, Mari-Justina,
y pone duelos sobre tu abril?
¿Acaso oíste la voz divina
al ritornelo del tamboril?
¿Fué en la fontana donde las niñas
cambian su beso con el galán?
¿Fué en roja tarde, bajo las viñas,
cuando merienda las uvas, Pan?
¿Qué ballestero, tras los ramajes,
te asestó el dardo que lleva amor?
¿Sobre qué cielo y en qué celajes
pasó la sombra del cazador?
MARI-JUSTINA:
¡Son mis amores suspiro y llanto!
MAESE LOTARIO:
Si tus amores me cuentas tú,
te haré unas lindas coplas de planto.
LA VENTERA:
¡No quieras planto de bululú!
¡Será la befa de la insensata
enamorada del Rey!
MARI-JUSTINA:
¡Abuela!
MAESE LOTARIO:
Claros luceros de serenata
serán tus penas en mi vihuela.
De tus amores glosaré el cuento,
Mari-Justina.-Por un vergel
va el Rey de caza. Breve momento
le ve la niña. Préndase de él...
MARI-JUSTINA:
¡Cátate el cuento!
MAESE LOTARIO:
¡Gentil quimera!
MARI-JUSTINA:
Fué mi desgracia verle aquel día,
después de verle, forzoso era
amarle, pero no lo sabía.
MAESE LOTARIO:
¡Poder que alcanzan testas reales!
¡Luces que dejan tras de pasar!
LA VENTERA:
¡Melancolías!
MARI-JUSTINA:
¡Divinos males
de los que muero por no olvidar!
MAESE LOTARIO:
Sé la tristeza de tu sonrisa:
Cuando era niño también amé
nueve princesas sobre la brisa,
y nueve bocas juntas besé.
MARI-JUSTINA:
¡Las nueve amaste!
MAESE LOTARIO:
¿Sobre mi cuna
no murmuraron igual canción?
¿No se inclinaron bajo la Luna
con una misma genuflexión?
¿No fué su beso sobre mi boca
el mismo ardiente beso de miel?
¿No era del alba su risa loca
y fué en sus manos el sol, rabel?
¡Las nueve hermanas son mis madrinas!
MARI-JUSTINA:
¡Nueve princesas que hermanas son!
Tú me respondes con bernardinas
cuando te muestro mi corazón.
MAESE LOTARIO:
Mari-Justina, tus sueños viste
el azul triste del ideal.
¡Era una sombra y un Rey fingiste!
MARI-JUSTINA:
Si otra le viera, le amara igual.
Iba de caza, y en su manopla
abría las alas un blanco azor.
¡Partió volando!
MAESE LOTARIO:
¡Como en la copla
de Gerineldos y Blanca-Flor!
LA VENTERA:
Remeda al lego de San Francisco,
cuenta las vayas de los gorrones,
finge la doma del basilisco,
pero no acuerdes esas canciones.
Tienen las niñas perdido el seso
por eso cuentos de enamorados:
Tales romances, en un proceso
debieran todos de ser quemados.
No hay melecina para la murria
como el estilo de carceleras
que, acompañado de la bandurria,
el Tempranillo sacó en galeras.
MAESE LOTARIO:
Me son, nostrama, desconocidas
tales vejeces.
LA VENTERA:
¡Ay, mocedad!
MAESE LOTARIO:
Yo traigo coplas jamás oídas
en la guitarra.
LA VENTERA:
Será verdad.
(EL farandul, tras de limpiar la gola,
y escupir de soslayo, como es uso,
la guitarra, que porta en banderola,
descolgó, y a templarla se dispuso.)
CANCIÓN:
La niña, rosa bermeja,
se torna rosa de plata,
cuando Amor su serenata
canta en la reja.
Rocío en la flor,
mensaje de Abril,
zagal gentil,
gay amador
del sayo torongil.
Rocío en la flor,
amor de Abril.
LA VENTERA:
¡Ay, que la olla se me va! ¡Los mengues
carguen contigo y con tu canto!
MARI-JUSTINA:
¡Abuela!
LA VENTERA:
¡No me quiebres el seso con tus dengues!
MARI-JUSTINA:
¡Se queja como un alma tu vihuela!
(ENTRA un galán que sirve en la antesala
del Duque de Nebreda. Las ducales
armas, en el tabardo dan sus oros
y brisaltes de azur, cruces de gules
y esmaltadas praderas de sinople.
A zaga del criado, Don Facundo,
glorioso vejestorio cortesano,
renqueando, barre el polvo con la capa.
La bengala de Indias, en el suelo
tantea el dar el paso. Su mercé
rezonga y sorbe un polvo de rapé.)
EL ESCUDERO:
¡Ah, de la casa!
MARI-JUSTINA:
Franca está la entrada.
EL ESCUDERO:
¿No aloja en esta venta un comediante
que va con un retablo?
MAESE LOTARIO:
Esa llamada
acá suena. Decid, que está delante.
EL ESCUDERO:
Nuestro Señor el Duque, que hoy hospeda
al Rey, para le dar divertimiento
os llama a su palacio de Nebreda,
donde ofrece a la Corte alojamiento.
Como sabe que sois gentil poeta
por befas que sacasteis de estudiante,
os quiere proponer una cuarteta
con acertijo para el consonante.
MAESE LOTARIO:
¡Por Dios, que sois discretos trujamanes!
Entrad, bebed un vaso de buen vino.
¡Ventera! ¡Dadle un vaso a estos galanes
que llegan con las sedes del camino!
DON FACUNDO:
¡Más respeto, truhán! Ese lacayo
no supo presentar las conclusiones.
Llega, espeta el mensaje como un rayo,
y aquí me quedo yo viendo visiones.
Yo soy quien ha dispuesto cuándo y cómo
divertirás al Rey. Yo lo he ordenado
como Edecán, Ministro, Mayordomo,
Montero, Guardasellos y Criado.
MAESE LOTARIO:
Y Notario Mayor, y Gentilhombre,
y Sumiller de Corps y Consejero
Aulico, y Gran Preboste.
DON FACUNDO:
¡Acaba, hombre!
¡Ya no te falta más que Limosnero!
MAESE LOTARIO:
¡Me pensé que era título abolido!
DON FACUNDO:
La Corte tiene en su jurisprudencia
dar limosnas. Ahora, que el sentido
común, nos manda darlas con prudencia.
¿Y adonde entró ese pícaro criado?
LA VENTERA:
Con un pichel de tinto corre al trote.
MAESE LOTARIO:
Entre usía, que el vino está pagado.
DON FACUNDO:
¿Quién eres tú para pagar mi escote?
Y disponte a partir. La tarde es corta,
y larga la jornada.
MAESE LOTARIO:
¿Por qué empeño
tal de llevarme allá?
DON FACUNDO:
Porque me importa
darle divertimiento al Rey, mi dueño.
MAESE LOTARIO:
A quien ya fué Mecenas en el Lacio,
una y mil veces besóle las manos,
mas no merece entrar en un palacio
mi retablo de moros y cristianos.
DON FACUNDO:
Por tu retablo, yo no diera un pito,
pues soy devoto de las nueve hermanas,
pero el Rey, mi señor, es un bendito
y le encantan las farsas chabacanas.
(ENTRA el usía en la encalada cuadra,
donde las rojas cántaras rezuman.
Mari-Justina baja la escalera,
y al arambol de parvo torneado
azul, barrido por el sol, se apoya.
Y espera el comediante sobre el zarco
símbolo del telón que afora el arco.)
MARI-JUSTINA:
Si en presencia del Rey llegas a verte,
le contarás cómo hubo una doncella
que quiso desposarse con la muerte
para amarle feliz desde una estrella.
MAESE LOTARIO:
Mari-Justina, contaré tu historia.
Y a la caduca frente coronada,
la enamorada luz de tu memoria
llevaré con la luz de tu mirada.
MARI-JUSTINA:
Y no te partas tú sin prometerme
volver un día a recoger mi pena:
Quiero con tu canción adormecerme
y estrecharme a morir, dichosa y buena.
MAESE LOTARIO:
He de volver, para besar a hinojos
la estela azul de tu alma cuando llora.
¡Ya no podré olvidar nunca tus ojos
llenos de luz, cual son en esta hora!
Mari-Justina-dulce amor de ensueño
con perfume de llanto, y notas leves
de gentil ritornelo-, tu abrileño
trino de pajarita de las nieves,
me hace reclamo en todos los parajes.
Cuando descanso al pie de los caminos,
canta tu voz en todos los ramajes,
resumen tu canción, olmos y pinos.
¡Y en tanto, como en copla de rondeña,
queda con Dios, y adiós, Mari-Justina,
queda con Dios, y adiós, niña que sueña!
¡Tu amor ha de contar mi mandolina!
MARI-JUSTINA:
Pues conoces la causa de mis males,
y para el Rey te dije mi secreto,
vuelve con tu canción a estos umbrales.
No te olvides de mí.
MAESE LOTARIO:
¡Te lo prometo!
(SE acerca al farandul el italiano-
ojos negros y talle de gigante-
en el hombro le toca con la mano,
y el otro vuelve un cuarto de semblante.)
(No penséis que el consonante
fuerza a decir talle gigante.
Parece un ripio, y no lo es.
Casanova, en algún capítulo
de las «Memorias», hace título
de su estatura de seis pies.)
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Mastro Lotario, una parola amica
vi prego di ascoltare.
MAESE LOTARIO:
¡Non capisco!
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Tanto il parlar materno vi affatica?
MAESE LOTARIO:
Taci tu, dunque, Giacomo.
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Ubbidisco!
JORNADA SEGUNDA
DECORACIÓN
(UN JARDIN. UNA LOGIA. FUSTES JOMNICOS. SOMBRAS MORADAS Y AMARILLO EL SOL. JARDINES DE UN PALACIO: ARQUITECTONICOS JARDINES. COMO PINTA EN RUSIÑOL.)
(Tras de la griega columnata, ondula
un tapiz italiano, y ante el
una azafata a don facundo adula
y le sonsaca, pero el viejo es hiel.)
ALTISIDORA:
¿Es verdad que llegó un titiritero
con un retablo?
DON FACUNDO:
¿Quién te dió la nueva?
ALTISIDORA:
Lo contó en la antesala un escudero.
Y el martirio de Santa Genoveva
añadió que traía. ¡Y al diablo,
si es mentira de aquel chisgarabís!
DON FACUNDO:
Detrás de esa cortina está el retablo
de la Santa Patrona de París.
ALTISIDORA:
¡Voy a curiosear tras la cortina!
DON FACUNDO:
¡Y verás un tinglado de cimbeles!
ALTISIDORA:
¡Vos ya echasteis el ojo!
DON FACUNDO:
¡Se adivina!
ALTISIDORA:
¡El farandul estudia sus papeles!
Dicen, ya lo sabréis, que en Salamanca
fué sopón, que se pica de poeta,
que encubre el nombre, y que la vida franca
corre, por ser su condición inquieta:
Que acá le trajo el Duque, con promesas,
para que ponga el paso de pastores,
que ensayan las Duquesas y Marquesas,
que nunca vieron cabras en alcores.
Que llegó y que mudó todo el cotarro,
que puso nuevos versos.
DON FACUNDO:
¡Sin gramática!
ALTISIDORA:
Y más conformes al hablar zamarro.
DON FACUNDO:
¡El verso pide la expresión enfática!
ALTISIDORA:
¿No fuisteis vos quien trujo al comediante
de la venta que está sobre el camino
de Montiel? ¿Es verdad que ese tunante
huyó de Italia acá por asesino?
DON FACUNDO:
¿Por qué preguntas, cuando tanto sabes,
que puedes graduarte de doctora?
ALTISIDORA:
Busco confirmación en vuestras graves
razones.
DON FACUNDO:
¡Gran merced, Altisidora!
ALTISIDORA:
¿Oísteis vos sus coplas de letrilla?
DON FACUNDO:
De cadencias y pies no están cabales.
Sales de zagalejo y monterilla,
pretenden emular las griegas sales.
(SALTA al jardín por la abertura
del tapiz, el titiritero,
y saluda en caricatura,
con la pirueta y el sombrero.)
MAESE LOTARIO:
¡La palabra que es docta siempre enseña!
¡Vuestra opinión me llena de contento,
y estimo que opinión tan halagüeña
nace de un generoso pensamiento!
DON FACUNDO:
¿Qué dije yo? ¿Qué dije de tu musa
para que venga tal discurso al caso?
¿Juzgaste elogio lo que fué una excusa
para un pobre rocín de Garcilaso?
MAESE LOTARIO:
No se enoje, Señor Don Furibundo.
DON FACUNDO:
Don Facundo me llamo. ¡Poco a poco!
MAESE LOTARIO:
Será, si es poco a poco, Don... Fa... cun...do.
DON FACUNDO:
¡Insípido bufón!
MAESE LOTARIO:
Perdona al loco.
(EL tapiz traspone de un salto,
y Altisidora lo celebra
con una risa de contralto
que musicales sartas quiebra.)
ALTISIDORA:
¡Le ha caído un papel!
DON FACUNDO:
Da que lo lea.
Un papel ha de ser de sus romances.
ALTISIDORA:
La letra redondilla que él rasguea
la puedo yo leer por mis alcances.
«La hija de Pero Mingo, el Mesonero,
»esta carta le manda al Rey de España
»en las alforjas de un titiritero.»
DON FACUNDO:
¡Pendolista hay que ser para esa hazaña!
Dame el papel.
ALTISIDORA:
Daréselo a su dueño.
DON FACUNDO:
Eso será después.
ALTISIDORA:
¡Qué gentileza!
DON FACUNDO:
Dame el papel te digo.
ALTISIDORA:
Que el empeño
no os cueste un arrebato a la cabeza,
Don Furibundo.
DON FACUNDO:
¡Don Facundo, niña!
¡Qué falta de respeto hay en el mundo!
ALTISIDORA:
Cuanto más su merced se enoje y riña,
más me ha de parecer Don Furibundo.
(DEL palacio ducal, por la solana,
ahora de un clerigón surge la pinta,
alzada y reventona la sotana,
como el brial de una mujer encinta.)
DON BARTOLO:
¡Riña de enamorados!
DON FACUNDO:
A esta niña,
una carta que alzaba de los suelos,
le pedí. Rehusó. ¡Catad la riña!
DON BARTOLO:
¿Carta dijo? ¡Papeles mueven celos!
ALTISIDORA:
Porque no erréis en vuestras conjeturas
os entrego la carta de sus píos.
DON BARTOLO:
¡No la puedo leer! ¡Estoy a oscuras
sin espejuelos!
DON FACUNDO:
Os daré los míos.
ALTISIDORA:
¡Quedad con Dios!
DON BARTOLO:
¡Adiós, Altisidora!
ALTISIDORA:
¡Perdonad, Don Facundo!
DON FACUNDO:
¡Perdonada!
ALTISIDORA:
¡Ya me voy, Don Facundo!
DON FACUNDO:
¡Sea en buen hora!
ALTISIDORA:
¡Esperaba de vos una mirada!
(ESCAPA: Una brisa
su falda que ondula
promueve. Modula
escalas su risa.)
DON BARTOLO:
Os devuelvo el papel.
DON FACUNDO:
Guardadle. Apremia
que os ponga en autos de algo que me importa.
Me presento a un sillón de la Academia.
DON BARTOLO:
¡Queréis ser inmortal en su retorta!
¡Me parece muy bien! ¡Feliz el día
en que pueda abrazaros compañero!
DON FACUNDO:
¿Vuestro voto?
DON BARTOLO:
Con él no decidía
la elección. Otra vez dároslo espero.
Se contraponen méritos muy grandes.
¡Don Santos Santos!! ¡Santos de las Heras,
que publicó los títulos de Flandes
dados por los servicios en banderas!
¡Y el «Centón Erudito» que comenta
cuantas veces en letras del Quijote
puede leerse la palabra Venta!
¡El resto de su obra no es cascote!
Tres chascarrillos de la Capillada
contados por el lego Tirabeque.
Y aquel trueque sutil de la charada
Coral y Alcor. ¡Mirad que es lindo trueque!
DON FACUNDO:
Pues mentáis el Quijote en su alabanza,
sabed que en esa octava maravilla
los regüeldos conté de Sancho Panza,
y los saqué a la luz con bastardilla.
¿Quién dió las nuevas etimologías
de cadáver, de antruejo, de cicuta,
y al Carbo Data Vermis, ironías
primero tributó?
DON BARTOLO:
¡Vos sin disputa!
No niego vuestros méritos. Esperas
debéis tener, amigo Don Facundo.
Don Santos Santos, Santos de las Heras,
si no fuera español, pasmara al mundo.
(PLUMAS, cadenas, lazos, fantasía-
asoma el Caballero de Seingalt,
describe una ampulosa cortesía
y a Don Bartolo entrega un memorial.)
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Señor: Un extranjero solicita
gracia para dejar en vuestra mano
esta epístola, en donde le acredita
Lauro Panteófilo, Arcade Romano.
DON BARTOLO:
¿Pretensiones traéis?
EL CABALLERO DE SEINGALT:
No más que una.
DON BARTOLO:
Decid cuál ella sea, que me obligo
de todo corazón.
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Hacer fortuna,
como reza en la carta vuestro amigo.
DON BARTOLO:
Perdonad que la carta ahora no lea,
ando de vista con los años mal,
y mi caro Panteófilo plumea
siempre largo y con letra procesal.
DON FACUNDO:
Si la queréis leer, mis espejuelos
antes os ofrecí.
DON BARTOLO:
No va mi vista
con ninguna. Devuelvo a vuestros celos
el papel que me dió la camarista.
DON FACUNDO:
La broma, señor mío, ya me enoja,
¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Lo que aquí viene!
¡Leedlo, Don Bartolo!
DON BARTOLO:
¿Se os antoja
que lea sin cristales?
DON FACUNDO:
Razón tiene.
Hemos de darle cuenta a nuestro Duque,
Don Bartolo. La befa de este escrito
pide mucho papel, mucho balduque.
De lesa majestad, es el delito.
(SURGE Maese Lotario nuevamente
de detrás del tapiz, y la mirada
distrae por los suelos, con la frente
de las cavilaciones arrugada.)
MAESE LOTARIO:
¿Habéis visto un papel, que hace un momento
debióseme caer?
DON FACUNDO:
Seor comediante,
ya de vuestro papel se os hará cuento
en el proceso, y se os pondrá delante.
(SE parten, fruncidas las cejas,
y Lotario pone el comento
en las arrugas circunflejas
de un aspaviento.)
MAESE LOTARIO:
¿De cuál proceso hablaron? Tú eras aquí testigo.
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Mas de este embrollo nada discierno, caro amigo.
MAESE LOTARIO:
¿Mi nombre les dijiste?
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Sé guardar un secreto.
Mas te habrán conocido como autor del soneto
famoso de Pasquino...
MAESE LOTARIO:
¡No recuerdes aquella
locura, que mudó para siempre mi estrella!
¿Y por cuáles razones a la tierra española
llegas tú?
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Me querían en Francia dar piola.
Con dineros del Príncipe de Ligne, salí de apuros.
¿Sabes cómo me nombra el Príncipe? Aventuros.
Holgábame en la venta, cuando noticias hube
de cómo aquí la Corte cazaba, y me detuve,
por tener una carta de Monseñor La Chiesa
para ese Don Bartolo que a la Reina confiesa.
Y las letras rendidas en manos del Vicario,
torno a la venta de Montiel, Maese Lotario.
¿Pero dime tu caro mio de tu fortuna?
MAESE LOTARIO:
Enamorado siempre del rostro de la luna,
conduzco en mi retablo su claridad divina,
que juega de sus juegos, sobre mi mandolina.
Para alegrar las fiestas fui llamado, y espero
que celebren mi ingenio como titiritero
las damas de la Corte: Con ellas una danza
ensayo de pastores. A la española usanza
baten las castañuelas y hacen alardes majos
los galanes, y tienen ellas los ojos bajos.
Cintas en los cayados y rosas en los talles
son otras marionetas que nunca vió Versalles.
EL CABALLERO DE SEINGALT:
¡Las Tirsis de Versalles son pastoras de estrellas!
MAESE LOTARIO:
Las versallescas danzas acaso son más bellas.
Pero dan los collados sus brisas de tomillo
a las Tirsis que bailan al son del caramillo.
El galán las corteja con trenzados de jota,
y desprende la encina la madura bellota,
que rueda entre el corpiño de la moza, que enseña
en el baile, las ligas azules de estameña.
En arte hay dos caminos: Uno es arquitectura
y alusión, logaritmos de la literatura:
El otro realidades como el mundo las muestra,
dicen que así Velázquez pintó su obra maestra.
Sólo ama realidades esta gente española:
Sancho Panza medita tumbado a la bartola:
Aquí, si alguno sueña, consulta la baraja,
tienta la lotería, espera, y no trabaja.
Al indígena ibero, cada vez más hirsuto,
es mentarle la madre, mentarle lo Absoluto.
Pero acá llega el Duque, que si no alcanza jota
de tales sutilezas, es un gran patriota,
y no quiero por una divagación estética
recibir su cornada de toro de la Bética.
(ENTRA el Duque, muy galán,
montera verde, escopeta,
y cruzando la jaqueta
pretina de cordobán.
Halaga su mano prieta,
como Carlos Quinto, un can.)
EL DUQUE:
Llego oportunamente. ¡Salud, Maese Lotario!
¿Dónde ensayan las danzas?
MAESE LOTARIO:
Señor, el escenario
de las danzas pisamos. Oíd los tamboriles
que conducen los coros y danzas pastoriles.
(SALE la cuadrilla
de los cortesanos,
una tonadilla
canta de villanos.
Ellos son zagales,
ellas son pastoras.
¡Lindos madrigales
y bocas reidoras!)
CORO:
Baja la Primavera por los oteros
a trenzar una danza con sus cabreros,
y el viento, cortesano le abre caminos
por las verdes praderas de verdes linos.
LA PRIMAVERA:
Un zagal generoso me donó el sayo,
un zagal que se nombra rosal de mayo.
CORO:
Mayo garrido, mayo zagal,
dame las rosas de tu sayal.
Mayo garrido,
nieto florido
de marzo llovido,
dame las flores de tu vestido.
Mayo gentil,
hijo de abril,
nieto del mes
que cuenta tres.
UN PASTOR:
Llego a tus pies danzando y hago mesura,
pagándole las parias a tu hermosura.
CORO:
La palabra buena
es prenda de amor,
acaba en la entena
la miel de la flor.
(EL REY, un viejo chepudo,
estevado y narigudo,
sale rabiando al jardín.
Floja, torcida y temblona,
parece que la corona
va a entrarle de corbatín.
Don Facundo y Don Bartolo,
observando el protocolo,
al monarca dan convoy,
y en gama de bermellones,
pelucas y casacones
de los tiempos de Godoy.)
EL REY:
Cese el baile, y acuda Maese el titiritero
a presencia del Rey.
MAESE LOTARIO:
¡Majestad!
EL REY:
¡Majadero!
(DON Bartolo hace seña al veneciano
Jacobo Casanova, que al capelo,
con falso rendimiento alza la mano,
glosando una lección de Machiavelo.
Rasgado el labio a la sonrisa furba,
en los ojos la mofa y la sorpresa,
tras de escuchar al clérigo, se curva
y hace la ceremonia a la francesa.)
EL REY:
Con un cordel al cuello bailarás la chacona
por tus coplas de mofa para mi Real Persona.
MAESE LOTARIO:
Mis pecadoras coplas no son de mofa.
EL REY:
Eso
lo han de poner claro los autos del proceso.
MAESE LOTARIO:
¡Mintió quien os lo dijo!
EL REY:
Estos dos con el cuento
me vinieron.
MAESE LOTARIO:
¡Gran Rey, os hago juramento!
EL REY:
¿Por qué vas a jurarme?
MAESE LOTARIO:
Por el amor de aquella
que amándote se apaga como al alba una estrella.
La niña que una tarde, viéndoos pasar de caza,
quedó enferma de amores.
EL REY:
¡Es loca esa rapaza!
¿Una niña tan loca es posible que exista?
¿ O está mal del cerebro, o está mal de la vista ?
¿Esa desventurada dónde tiene su nido?
MAESE LOTARIO:
Señor, en una venta.
EL REY:
¡Y sueña en tanto ruido!
Todo es inverosímil en tu cuento.
MAESE LOTARIO:
Señor,
son siempre inverosímiles las historias de amor.
EL REY:
¿Os parece que pueda disparar una flecha
del arco de Cupido, con mi facha y mi fecha?
Ven acá, Altisidora. ¿Tú crees lo que cuenta?
¿Pueden amar las niñas como ésa de la venta?
ALTISIDORA:
Señor, no son parejos todos los corazones.
EL REY:
¡Cierto
ALTISIDORA:
Yo, cuando os veo, tengo palpitaciones.
EL REY:
¡También serías capaz de amarme!
ALTISIDORA:
¡Locamente!
EL REY:
¿Tú no ves mis arrugas?
ALTISIDORA:
¡Nada absolutamente!
EL REY:
¡Pero si apenas puedo sostener los calzones!
ALTISIDORA:
¡Amor es más que todas esas complicaciones!
EL REY:
¡Si llevo tres almillas!
ALTISIDORA:
¡Eso me vuelve loca!
EL REY:
¡En invierno son siete!
ALTISIDORA:
¡La ropa siempre es poca!
EL REY:
¡Si de noche no duermo!
ALTISIDORA:
¡Yo también me desvelo!
EL REY:
¡Si toso!
ALTISIDORA:
Os daré para la tos un caramelo.
EL REY:
Es la tos de los años.
ALTISIDORA:
Os daré malvavisco.
EL REY:
¡Si soy en lo celoso peor que un berberisco!
ALTISIDORA:
¡Porque amor os enciende!
EL REY:
Porque soy maniático.
¡Y además tengo reuma!
ALTISIDORA:
Os amaré reumático.
EL REY:
¿Tú no ves en mis sienes la pata de perdiz?
ALTISIDORA:
¡Pero os agracia como bizarra cicatriz!
EL REY:
Retírate, hija mía. El demonio lo añasca
por veces. Esta joven parece algo tarasca.
DON BARTOLO:
¡Oh, señor, una niña! Inocente paloma
aún no aprendió del mundo las ficciones. Asoma
a sus labios el alma, y dice sin recato
lo que siente.
EL REY:
¡Encontráis en mí tal garabato
para volverlas locas?
DON FACUNDO:
¡Irresistible!
MAESE LOTARIO:
¡Luego
no son befa mis coplas!
DON FACUNDO:
El ergo es lo que niego.
EL REY:
Dad comienzo, ipso facto, a las actuaciones.
DON FACUNDO:
Gran señor, reputamos por befa estos renglones.
MAESE LOTARIO:
Yo replico que es falso.
DON FACUNDO:
Depone esta escritura
contra ti.
EL REY:
En este caso procede la lectura.
DON FACUNDO:
«Señor Rey: Una niña, nieta de una ventera,
os escribe estas letras entre gente arriera.»
DON BARTOLO:
¿Por qué sacas el cuento de oficio tan villano ?
MAESE LOTARIO:
Por no decir mentira. Yo soy un puritano.
DON FACUNDO:
Mejor que puritano, maese galiparlista,
para bien de las musas debieras ser purista.
¡Estos alejandrinos de acentos paticojos
sólo en befa se escriben!
DON BARTOLO:
¡Ello salta a los ojos!
Ya la nariz me daba un tufo galicano.
Al fin el Santo Oficio tendrá que poner mano.
DON FACUNDO:
¡Novedades francesas!
DON BARTOLO:
¡Contaminatio verba!
MAESE LOTARIO:
Versos, señores míos, de la propia Minerva
hispana.
DON BARTOLO:
¡No blasfemes!
MAESE LOTARIO:
No blasfemo si digo
que son versos al modo de Mío Cid Rodrigo.
DON FACUNDO:
No usaron tales modos Boscan, ni Garcilaso,
ni Góngora, y no puede usarlos un payaso.
¡La indignación me anuda la voz!
EL REY:
Lee tú.
DON BARTOLO:
¡Laus Deo!
¡Sin antiparras, cómo voy a leer si no veo!
EL REY:
¿Te servirán las mías?
DON BARTOLO:
Vienen de vuestras manos,
y espero que mis ojos sabrán ser cortesanos.
¿Quedábamos?
MAESE LOTARIO:
Quedábamos entre gente arriera.
DON BARTOLO:
Y el metro no consiente tal expresión.
DON FACUNDO:
Dijera:
Filis, linda zagala, sus endechas al Rey
le envía, de cabreros entre la inculta grey.
MAESE LOTARIO:
Y dijera mentira.
DON BARTOLO:
La verdad del Parnaso
no es la verdad corriente.
MAESE LOTARIO:
Como soy un payaso,
prefiero a la retórica manera, la del vulgo.
Y mis coplas compongo como Mingo Revulgo.
DON BARTOLO:
«Señor Rey: Una niña...»
EL REY:
¡Si vuelves al principio!
DON BARTOLO:
«Nieta de una ventera...»
DON FACUNDO:
¡Es todo el verso un ripio!
DON BARTOLO:
¡Qué solfa esta escritura! Don Facundo la lea,
pues yo tengo en las manos temblores de corea.
La indignación me anuda la voz.
DON FACUNDO:
¡Vaya un escollo!
DON BARTOLO:
Y el escrito arrugasteis tanto, que es un embrollo
imposible, la solfa que escribe este judío.
MAESE LOTARIO:
Una copia os ofrezco con rasgos de Torío.
(CON pirueta de bailarín
el papel ofrece a las glosas
de sus jueces. Hace un mohín,
y el otro papel al jardín
da en un vuelo de mariposas.)
DON BARTOLO:
«Señor Rey: Una niña...»
EL REY:
¡Pero eres clavileño!
No sales del principio, y me está dando sueño.
DON BARTOLO:
«Nieta de una ventera...»
DON FACUNDO:
Alusión genealógica.
Befa de la Armería Real, en buena lógica.
DON BARTOLO:
¡Muy bien! ¡Muy oportuno y justo el comentario!
Y concluyente en contra tuya, Maese Lotario.
(HASTA los pies del Rey rueda una dama
-negro manto, pomposos alcahuetes-,
y con acentos de tragedia clama
justicia. Y tiembla el Rey por sus juanetes.)
LA DAMA DEL MANTO:
¡Señor el Rey! Perdona que reclame
justicia una mujer que vió a su hermano
partido por la espada de este infame,
el noble corazón.
MAESE LOTARIO:
Si fué mi mano
en aquella ocasión, por ser más diestra,
la que mató para salvar la vida,
también has de decir cómo en la diestra
del muerto era el estoque. Y que la herida
le di de frente.
LA DAMA DEL MANTO:
Un día, sin respeto,
requirióme de amores este hombre,
no le quise, y vengóse en un soneto
jugando a la villana con mi nombre.
¡Yo me llamo Violante!
EL REY:
¡No me cuentes!
¡Ya sé cómo el soneto te moteja!
Persiguen el retruécano esas gentes
como criados de comedia vieja.
MAESE LOTARIO:
Jamás, señor, la requerí de amores,
y el soneto escribí por agudeza
en una alegre cena: Los vapores
del vino trastornaban mi cabeza.
Un amigo, celoso de mi musa,
contó el caso al hermano de esta dama.
Quiero satisfacerle, mas rehusa
oírme, y con la espada me reclama.
Yo era solo. Era él con sus criados.
Reñí para poder salvar la vida,
y con el nombre y condición trocados,
en tu reino, señor, busqué acogida.
EL REY:
Pero aquí como allá, de maldiciente
fué notada tu musa. El escarmiento
merecido tendrás. Que el delincuente
pase a la cárcel del Corregimiento.
MAESE LOTARIO:
¡Divina flor azul de la locura,
que aroma en el ventano de una venta,
por tu amor vine a tanta desventura!
Ninguno cree tu amor, cuando se cuenta
(ENFURRUÑADO parte el Rey:
Hace en su frente tolondrón
la corona de oro de ley,
y sus narices de Borbón,
encendidas como un mamey,
tienen resoplos de ciclón.
Al Monarca sigue la grey
de pastores de quita y pon.)
LA DAMA DEL MANTO:
¡Señor el Rey, atiende!
EL REY:
¡Todavía!
LA DAMA DEL MANTO:
Ese hombre quieras darme de marido,
pues mofó de mi honor, y en soltería
tal vez por él me veo.
EL REY:
Concedido.
LA DAMA DEL MANTO:
Pues de tu espada la sangrienta punta
la orfandad que me dió por bodas trueca,
y en una vida nuestras vidas junta.
Gimena sabré ser. Sé tú...
MAESE LOTARIO:
¡Babieca!
(EN el jardín se destacó una sombra
envuelta en roja capa. La apostura
gallarda: El caballero de aventura
que Caballero de Seingalt se nombra.)
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Yo me ofrezco padrino de tus bodas.
MAESE LOTARIO:
Gracias te doy colmadas, Aventuros.
¿Y tú, por qué te encubres?
EL CABALLERO DE SEINGALT:
Son las modas
de España, la ocasión de mis apuros.
Me aconsejó en secreto Don Bartolo,
y me avine gustoso a sus razones,
pues manda, según dijo, el protocolo
que sean de mandil nuestros calzones.
Yo vengo de París, y con los míos,
a la moda de Francia, de bragueta.
Encarcelado por mis atavíos
puedo llegarme a ver, y eso me inquieta.
(SALE el Rey a la ventana,
y le cantan en la fronda
un dúo, el cuco y la rana.
Cruza el jardín una ronda.)
EL REY:
¿Aun no os llevasteis a ese perdulario?
Aposentadle en el Corregimiento.
MAESE LOTARIO:
¡Señor el Rey, mi cuento extraordinario
era verdad, y lo juzgaste cuento!
(LA dama se desmaya, desgarrándose el manto,
con carcajada histérica o con crisis de llanto:
Acude Casanova por consolar sus duelos,
y se la lleva en brazos arrastrando los velos.
Al comediante prende la ronda de alguaciles,
y sale Altisidora con pisadas sutiles.
A un lado y otro mira, la mano levantada,
la boca maliciosa, muy teatralizada.
Corría, recogiendo los papeles rasgados
en donde están las coplas de pies excomulgados.
Y el Rey, de su ventana la miraba indulgente,
un pañuelo de yerbas anudado a la frente.)
EL REY:
¡Niña!
ALTISIDORA:
¡Mandad!
EL REY:
¿Qué buscas por los suelos?
ALTISIDORA:
Un alfiler.
EL REY:
¿Qué tienes en las manos?
ALTISIDORA:
Un papel.
EL REY:
Lo que buscan tus desvelos
es juntar esos versos chabacanos.
¿Sabes leer?
ALTISIDORA:
Igual que una doctora.
EL REY:
¿Está cabal el pliego?
ALTISIDORA:
No le falta
un añico, Señor.
EL REY:
Pues sé lectora,
y al fin me entere. Niña, lee en voz alta.
ALTISIDORA:
«La hija de Pero Mingo, el Mesonero,
»esta carta le manda al Rey de España
»en las alforjas de un titiritero.»
EL REY:
Procura leer bien claro esa patraña.
ALTISIDORA:
«Señor Rey: Una niña, nieta de una ventera,
»os escribe esta carta entre gente arriera.
»Pero en letras no pueden escribirse suspiros,
»y no sabe otra cosa, Señor Rey, que deciros.
»Como las encantadas princesas de los cuentos,
»suspira en un palacio de azules pensamientos,
»y se muere de amor, como se mueren ellas,
»y le duelen los ojos, de contar las estrellas.
»Con el azor al puño y el sol sobre la frente
»os vi. Soy una niña que os amó de repente,
»y deshojó su ramo de rosas una a una,
»con ojeras de pena y con manos de luna.
»Ya no son conocidas estas manos, que antes
»apagaron las sedes de tantos caminantes.
»Pulidas por la muerte, marfiles son ahora
»mis manos, que antes eran manos de labradora.
»Señor, sólo con veros, ya se cumplió mi suerte:
»Con su cirio de cera, me bendice la muerte.»
EL REY:
¿Puede eso ser verdad?
ALTISIDORA:
Para mi cuenta
verdad cabal.
EL REY:
Leyendo tú el papel,
oí como un suspiro.
ALTISIDORA:
Fué en la Venta
que está sobre el camino de Montiel.
JORNADA TERCERA
DECORACIÓN
OTRA VEZ EN EL PATIO DE LA VENTA,Y EN PLENA TARDE. POR LAS FRESCAS CUADRAS
DUERMEN LOS TRASNOCHADOS ARRIEROS,
Y EN EL ZAGUAN DISPUTAN, COMO ANTAÑO,
POR LA RAZON DE ANTAÑO, ABUELA Y NIETA.
MARI-JUSTINA TODA BLANCA. BLANCA:
LA VIEJA CASTELLANA, CLARA Y FRANCA
(VENTA DEL CAMINO. NIÑA ENAMORADA, ALMA PERFUMADA DE AZUL Y DE TRINO)
MARI-JUSTINA:
Señora abuela, déjeme dentro.
LA VENTERA:
Es mala cosa la escuridad.
MARI-JUSTINA:
Conmigo a solas consuelo encuentro.
LA VENTERA:
No da consuelos la soledad.
¿Aquí, quién manda?
MARI-JUSTINA:
Su merced, pero
amo mis penas.
LA VENTERA:
¡Bendito Dios!
MARI-JUSTINA:
Señora abuela, morirme quiero.
LA VENTERA:
Y lo consigues con esa tos.
(SON entradas dos niñas de los mayos,
dos infantas o reinas de vergeles,
verdes y rosas engalanan sayos,
sus voces timbran cadenciosa mieles.)
UNA REINA DEL MAYO:
¿Qué dolor tienes, María-Justina?
¿Por qué de duelos vistes tu abril?
LA OTRA REINA:
Ven al ejido. Bajo la encina
cantan la gaita y el tamboril.
MARI-JUSTINA:
Dejadme sola con mis dolores.
UNA REINA DEL MAYO:
¡Pálidas lunas tus penas son!
LA OTRA REINA:
¿Por qué traidoras flechas de amores
fué traspasado tu corazón?
Hoy es disanto. Ven al ejido,
Mari-Justina.
MARI-JUSTINA:
¡Ni a misa fui!
Me desvanezco con el ruido.
Alzarme quise, y en tierra di.
UNA REINA DEL MAYO:
¡Ven! Con el baile las alegrías
y rosas de antes te han de volver.
MARI-JUSTINA:
¡Ya se acabaron mis romerías!
LA VENTERA:
[[Si en]] mocerío no cabe ayer!
¡Ahí la tenéis! Puerta de casa
todos los días la saco al sol.
A las costillas lleva su nasa,
como la casa del caracol.
Le mercaredes unas rosquillas
de las de a cuatro por un real.
Dejad que os cuente las calderillas.
UNA REINA DEL MAYO:
Las dos juntamos ese caudal.
LA VENTERA:
Tened los cuartos.
UNA REINA DEL MAYO:
Pues es la venta
en el camino para las dos,
cuando tornemos, la nuestra cuenta
ajustaremos mediante Dios.
MARI-JUSTINA:
¡Qué alegres parten!
LA VENTERA:
¡Qué triste quedas!
MARI-JUSTINA:
Parezco triste, pero entre mí
hallo dulzuras. No son acedas
mis cuitas.
LA VENTERA:
¡Cuentos de ajonjolí!
(ENTROSE la ventera trajinando
por el zaguán. Quedó la niña absorta.
Bajo el oro sutil de las pestañas,
el sueño azul de sus pupilas trémulo.
Y llegan con disfraz de labradores
-recios tabardos, varas y monteras-,
Don Facundo y el Rey. La luz del arco
por obscuro destaca las figuras.
Mari-Justina, siempre enajenada,
peregrinante el alma en el sendero
de la fuente, revive aquella hora
de una divina angustia: Galopando
del Sol poniente sobre el rojo escudo
cruza el real cazador con sus lebreles.
La niña explora en los remotos cielos
de la memoria, fabulosas huellas
de un alado corcel por las estrellas.)
EL REY:
Tú serás mi compadre, y ambos a dos, villanos.
Lleguémonos despacio. ¡Qué blancura! Las manos.
pulidas por la muerte, marfiles son ahora.
DON FACUNDO:
Así reza una copla que canta Altisidora.
EL REY:
Parece que acabase de nacer o que fuera
muerta de miles de años.
DON FACUNDO:
Le ha dado su quimera
la Luna.
EL REY:
Ahora sonríe dormida.
DON FACUNDO:
Claramente
traslúcese que sueña! ¡Tiene un pliegue la frente!
EL REY:
¡Tiene ojeras de pena! ¡Tiene manos de Luna!
DON FACUNDO:
Por las vuestras palabras me recuerdo de una
copla que Altisidora canta este tiempo.
EL REY:
¡Sueña!
DON FACUNDO:
Soñará que es de aljófares su sayo de estameña.
EL REY:
Sonríe en un palacio de azules pensamientos.
DON FACUNDO:
Canta otra copla Altisidora con esos cuentos.
EL REY:
¡Manos que fueron antes manos de labradora!
DON FACUNDO:
¡Otra de las canciones que canta Altisidora!
EL REY:
Furibundo, te advierto que la nariz me irrita
el polvo que levanta tanta cita erudita.
DON FACUNDO:
No cuidaba, compadre, que mi palabra vil
tuviese la virtud del rapé del Brasil.
EL REY:
Pues la tiene, compadre.
DON FACUNDO:
Pues lo siento en el alma.
EL REY:
¡Es que no puedo oír tu erudición con calma!
DON FACUNDO:
No se enoje, compadre, porque así lo estilamos
en la tierra los hombres cuando nos igualamos.
¿O no somos compadres?
EL REY:
Lo tratado, tratado.
DON FACUNDO:
¡Pues oíd con oreja de compadre!
EL REY:
¡Alabado
sea Dios! Furibundo, escribe otras «Empresas
Políticas». Disciernes en las palabras esas
muchas luces. Te escucho, oreja de compadre.
Seré otro Marco Aurelio cuando tu lengua ladre.
DON FACUNDO:
¡Compadre, con las voces la niña espabilamos!
MARI-JUSTINA:
¡Abuela, la procuran! Ahora sale nostramos.
LA VENTERA:
¿Qué se ofrece?
DON FACUNDO:
Queremos remojar el galillo
con un jarro de mosto.
LA VENTERA:
Un agrete pardillo
puedo darles. Nacido fué para las calores:
En verano refresca, da en invierno colores.
Y propio de estos pagos vendo un vino doncel
que donde están los buenos vinos, se pone él.
Y lo hay tinto cubierto, de dos orejas.
EL REY:
¿Moro?
LA VENTERA:
Azul deja la tara, como el vino de Toro.
Y lo hay blanco de Rueda, añejo.
DON FACUNDO:
A la corambre
siempre sabe el de Rueda.
LA VENTERA:
Y si venís con hambre
tengo al fuego unas migas y sopas de ajo crudo,
que no hay mejor pitanza para el andar agudo.
Y si queréis pagarlo, tengo en el fogaril,
de la última matanza, ahumándose un pernil.
DON FACUNDO:
Del pernil, unas magras.
EL REY:
Y del de dos orejas,
un jarro.
LA VENTERA:
Os sacaré, para que hagáis cotejas,
del añejo de Rueda también otro pichel.
EL REY:
Saque, para refresco, dos pintas del doncel.
(LA ventera halduda,
tras estas rozones,
vase, y torna aguda
con los cangilones.)
DON FACUNDO:
Compadre, aquí debemos de pedir caracoles.
EL REY:
¿Los habrá?
DON FACUNDO:
¡Caracoles busca en venta y en coles!
EL REY:
¿Parece que la niña está enferma?
LA VENTERA:
¡Averías!
¡Suspiros con suspiros! ¡Y que se va por días!
Y aquí me quedo sola sin ningún valimiento.
Muérese consumida de un loco pensamiento.
¡Se enamoró del Rey!
EL REY:
Pues no te aplaudo el gusto.
Hija mía. ¿Me ves? ¡Pues ves al Rey!
MARI-JUSTINA:
¡Qué susto!
LA VENTERA:
Desaparta las manos, no hagas la cucamona.
¡Mírale si no tiene cara de pelucona!
¡Vaya con el abuelo, qué alegre humor de cuento
él tiene!
EL REY:
¿Cómo fingen al Rey tus pensamientos ?
¿Cómo le ves?
MARI-JUSTINA:
¡Cegando!
LA VENTERA:
No sacarán razones.
¡Pero aun no saludaron ucés los cangilones!
(ESPANTADAS las cejas, los compadres
alzan las tazas por catar el mosto,
y de nuevo las posan. Conducidos
por la tenue hilazón de sus ideas,
sienten vivir el sueño extraordinario
que en sus versos glosó Maese Lotario.)
EL REY:
Era verdad, compadre, y lo tomaba a cuento.
DON FACUNDO:
¡No lo hubiera creído ni bajo juramento!
EL REY:
¡Hay que ver y creer!
DON FACUNDO:
¡Cabal!
LA VENTERA:
Sepa Cañete
que vino que yo vendo siempre es de rechupete!
EL REY:
Arrédrese, ventera, y cuenta tú, hija mía!
¿En dónde has visto al Rey?
MARI-JUSTINA:
Iba de cacería
con su Corte. Mi cántaro se llenaba en la fuente.
Era el atardecido.
EL REY:
¿Te daba el sol de frente?
MARI-JUSTINA:
No sé. Bajé los ojos al advertir que era
Señor Rey quien pasaba.
LA VENTERA:
Y con la ventolera
de estar enamorada, se nos vino.
MARI-JUSTINA:
¡Me muero!
EL REY:
¿Y no quieres morirte?
MARI-JUSTINA:
¿Quién dijo que no quiero?
LA VENTERA:
Ella está tan conforme. La que se desconsuela
soy yo, porque me quedo sola en el mundo.
MARI-JUSTINA:
¡Abuela,
si de nada le valgo, presa en este dornajo!
LA VENTERA:
Váleme el poder verte, por todo tu trabajo.
EL REY:
¿Oye, niña, no sientes morirte?
LA VENTERA:
Sólo siento
que Señor Rey no pueda saber mi pensamiento.
EL REY:
¿Qué alcanzabas con ello?
MARI-JUSTINA:
No veis que de esa suerte
me posaba en su idea blanca como la muerte.
DON FACUNDO:
¡No lleva pocas cosas entre cejas el Rey!
Tiene al Reino revuelto de cabo, con la ley
que le ordena al verdugo calzones de bragueta.
Modo de que ninguno los lleve.
LA VENTERA:
¡Ley discreta!
¿Y quieres que teniendo tales cavilaciones
tenga libre la oreja para oír tus canciones ?
MARI-JUSTINA:
Si suspendido en ellas iba mi corazón,
pudiese ser, abuela, que le llegase el son
LA VENTERA:
Lo llevará Lotario sobre su mandolina.
MARI-JUSTINA:
El me lo dijo.
LA VENTERA:
¡Sueños! ¡Sueños, Mari-Justina!
DON FACUNDO:
Mensajero de amores hiciste a un bululú,
y te ha sacado un planto igual al de Mambrú.
(A LA carrera y con la tez mudada
repentino se entró el titiritero.
Le divide la frente una abultada
vena. Parece un héroe bandolero.)
MAESE LOTARIO:
¡Alto! ¡Quieta la gente! ¡Que ninguno
se mueva! Tu tabardo.
DON FACUNDO:
¡Dios me acorra!
LA VENTERA:
¡Qué mala obra traerá ese tuno!
MAESE LOTARIO:
¡Sonsoniche!
LA VENTERA:
¡Hi de tal!
MAESE LOTARIO:
¡Venga tu gorra!
(AL REY le arranca la montera,
a Don Facundo el capusay,
saca las uñas la ventera,
Mari-Justina chilla un ¡ay!)
LA VENTERA:
¿Qué renegada obra traes contigo?
¡Tú quieres confundir mi poca hacienda!
¡Ponte sobre el camino, gran castigo,
no traigas a mis tejas tu contienda!
Me vienes a asustar los parroquianos,
mira a estos dos con baile de San Vito.
No se asusten ucés. Son cotidianos
estos bailes acá, ¡Y es un bendito!
MARI-JUSTINA:
¡Abuela, hay que ocultarle en los pajares!
LA VENTERA:
¿Cuenta tus descarríos, perdulario?
MAESE LOTARIO:
Mari-Justina, fueron los cantares
de tu amor.
EL REY:
¡Este es Maese Lotario!
DON FACUNDO:
Peor cosa temí.
EL REY:
Sabes, bigardo,
que te va bien al rostro mi montera,
y aún mejor te acompaña ese tabardo
de mi compadre. ¿No es verdad, ventera ?
MAESE LOTARIO:
¡Abrete, tierra, y trágame!
MARI-JUSTINA:
¿Qué tienes?
MAESE LOTARIO:
¡Mari-Justina, el Rey!
MARI-JUSTINA:
¡No hagas del viejo
mofa!
MAESE LOTARIO:
¡Señor, perdón!
EL REY:
Dame mis bienes.
La montera de pelo de conejo.
MAESE LOTARIO:
Tened, señor.
DON FACUNDO:
¡De ajeno te vestiste!...
MAESE LOTARIO:
Tened vuestro tabardo, señoría.
EL REY:
¡Ay! No vales el susto que me diste
entrando con aquella fantasía.
MAESE LOTARIO:
¡Perdona, Majestad! Quise un mensaje
de amor llevarte. Me hizo mensajero
aquesta niña, y estimaste ultraje
mis pobres versos de titiritero
LA VENTERA:
¡Santo Dios, que es el Rey! Un connotado
yo le sacaba con las peluconas.
Así pidió del vino regalado
y del pernil. ¡A bien, tales personas!
MARI-JUSTINA:
¡La triste luz de la razón me llega!
EL REY:
¿Ya no soy nuevo Adonis a tus ojos?
MARI-JUSTINA:
Perdonad, Señor Rey, si estuve ciega
de vuestra luz. ¡Me muero de sonrojos!
EL REY:
Vine acá por tus coplas, y no puedo
vanagloriarme como en «Velo Galo»
Julio César. La niña tuvo miedo
cuando me vió.
DON FACUNDO:
¡La niña es un regalo!
LA VENTERA:
¡Esto alcanza tu sueño de alunada!
¿Lloras?
MARI-JUSTINA:
¡De pena de perder mi sueño!
LA VENTERA:
Voy corriendo, señor, por una almohada,
y una cadira para el Rey mi dueño.
(SOBRE el fondo encendido del crepúsculo,
atezado tropel de cuadrilleros
se agita polvoriento. Resonante
estrépito de picas y alabardas,
jactancia de chambergos y mostachos.
La ventera se asusta repentina,
y llora musical Mari-Justina.)
EL CABO:
¡Alto!
EL REY:
¡Señores cuadrilleros!
¿Por qué venir en somatén?
EL CABO:
Aquí dijeron los cabreros
que era entrado.
EL REY:
¡Decid a quién
buscáis!
EL CABO:
A un reo de galera.
MAESE LOTARIO:
Del Rey soy preso.
EL CABO:
¡Bululú,
voy a meterte una tollera
que has de llamar al Rey de tú!
EL REY:
El Rey ordena que las armas
presentéis.
EL CABO:
¡Perdón, señor!
DON FACUNDO:
No se mueven esas alarmas
donde el Rey mora. A lo mejor
-que todo ocurre en este mundo
y el Diablo enreda las cosas-
está pensando...
EL REY:
¡Furibundo!
¡Furibundo, no hagas más glosas!
Me cortaron esos malditos
el discurso. Quería decirte...
¡Se me fueron los pajaritos!
¡Era!... ¡Era!...
DON FACUNDO:
Vas a aburrirte.
EL REY:
¡Ya caigo!... Sí... Tu gentileza
quiero premiar. Lindo es tu amor,
Mari-Justina.
DON FACUNDO:
La largueza
vais a ver del Rey mi señor.
EL REY:
Te daré esposo cortesano.
LA VENTERA:
¡Buen premio alcanza tu quimera!
EL REY:
Furibundo, toma su mano.
DON FACUNDO:
¡Qué vino nos disteis, ventera!
LA VENTERA:
¡El mejor vino de la cuba!
DON FACUNDO:
Regular, pero encabezado.
LA VENTERA:
¡Señoría, puro de uva!
DON FACUNDO:
¡Si estoy viendo su resultado!
MARI-JUSTINA:
Este señor siempre regaña.
EL REY:
Pues es una gloria española.
MARI-JUSTINA:
¡Tan vieja!
EL REY:
Las glorias de España
todas son viejas, pipiola.
MARI-JUSTINA:
¡No quiero glorias!
EL REY:
Furibundo,
la perderás por tus gruñidos.
Tómale, hija, que en el mundo
no ha de darte muchos ruidos.
DON FACUNDO:
Renuncio a la mano de Doña
Leonor.
LA VENTERA:
Discurre cabal,
porque un viejo con una moña
sempre [[es cosa]] que sale mal.
MAESE LOTARIO:
¡Señor, a mí que mensajero
fui de su amor, no me perdonas?
DON FACUNDO:
El maese titiritero
ya comienza las cucamonas.
EL REY:
Tienes una cuenta atrasada
en Italia. Eres un tufillas
que con la punta de la espada
pone estrambote a sus letrillas.
Con ese genio subitáneo
aquí te entraste como un guapo,
me pusiste al aire el cráneo,
y por poco un catarro atrapo.
Y la verdad, si no me atufo,
no me devuelves la montera.
DON FACUNDO:
No se puede vivir de rufo,
porque está detrás la galera.
(DOÑA Violante
entra repentina,
el pecho anhelante,
el manto en bolina,
el moño colgante.)
LA DAMA DEL MANTO:
¡Lotario, esposo mío, al fin te encuentro!
Yo fui quien te libró de los sayones
que descendiera por salvarte al centro
de la tierra.
LA VENTERA:
¡Pardiez, que son calzones!
MARI-JUSTINA:
¿Es tu esposa esa dama?
MAESE LOTARIO:
Por condena
del Rey lo habrá de ser.
LA DAMA DEL MANTO:
E mio marito!
MAESE LOTARIO:
Macché marito!
LA DAMA DEL MANTO:
Certo!
MARI-JUSTINA:
¡Ay, Dios, qué pena!
LA DAMA DEL MANTO:
Caro, perché sei tutto sbalordito?
MARI-JUSTINA:
Señor Rey, una gracia te demando,
y renuncio por ella al casamiento.
LA VENTERA:
¡Ahí están los maridos! ¿Pero cuándo
vas a tener un cuerdo pensamiento?
MARI-JUSTINA:
¡Señor el Rey, magnánimo liberta
al mensajero que aún está en prisiones!
¡Señor el Rey, a nuestra pobre puerta
el eco te guió de sus canciones!
EL REY:
Sea libre por ti.
LA DAMA DEL MANTO:
¡Caro marito!
EL REY:
Yo te daré marido conveniente,
una gloria de España, un erudito,
un poeta, un amigo y un valiente.
Furibundo, la tomas por consorte
y no replicas más. ¡No hay señoría!
Casados y a cien leguas de la Corte.
DON FACUNDO:
¡Adonde irá sin mí la monarquía!
LA VENTERA:
¡Y mi nieta se queda sin casorio!
EL REY:
Ella habrá de elegir
LA VENTERA:
No eligen ellas.
MAESE LOTARIO:
Liberta a un alma de su purgatorio,
y abre el Destino, como las estrellas.
Mari-Justina, sobre tu alba frente
la locura ideal de Don Quijote
permíteme besar.
MARI-JUSTINA:
¡No ves que hay gente!
LA VENTERA:
Procura modo de que el Rey la dote.
(SE torna al Ministro el Monarca
y con un gesto de reproche,
que el vasto entrecejo le enarca,
abre los brazos de fantoche.)
EL REY:
Pareció mofa a tu mollera rancia
una canción de amor. En la tonada
oliste los azufres de la Francia,
y movimos la gran carnavalada.
DON FACUNDO:
¡Es un hecho tan fuera de las normas!
EL REY:
De las normas que alcanza tu cacumen.
DON FACUNDO:
Hay tal quebrantamiento de las formas,
y tales circunstancias se reúnen,
que en el error, Señor, no he sido solo,
y es pecado también de otros prohombres.
¿No fué de mi consejo Don Bartolo?
EL REY:
Se irá contigo.
DON FACUNDO:
Y quedaréis sin hombres.
EL REY:
Alza, Lotario. Tú mi consejero
has de ser.
DON FACUNDO:
¡Le pondremos un regente!
EL REY:
¿Tú eres capaz de hacer un Romancero?
MAESE LOTARIO:
Y un héroe para él.
EL REY:
¡Perfectamente!
Por tu canción, Lotario, en mi reinado,
una flor ideal dió su perfume.
Voló una mariposa del legado
glorioso, que en polilla se consume.
Quiero trocar por normas de poesía
los chabacanos ritos leguleyos,
sólo es buena a reinar la fantasía,
y está mi reino en manos de plebeyos.
LA VENTERA:
Se aplican a vivir sobre el erario
y nada más.
EL REY:
¡Parece que los pintas!
LA VENTERA:
Señor, este coplero perdulario,
lo hará mejor que tantos chupatintas.
FARSA INFANTIL DE LA CABEZA DEL DRAGON
PERSONAJES
LA SEÑORA INFANTINA
EL PRINCIPE VERDEMAR
EL DUENDE
EL PRINCIPE AJONJOLI
EL PRINCIPE POMPONbr>
EL GRAN REY MANGUNCIAN
SEÑORA REINA
EL PRIMER MINISTRO
UN VENTERO
UN BUFON
UNA MARITORMES
UN CIEGO
UN BRAVO
LA GEROMA
EL GENERAL FIERABRAS
UN PREGONERO
EL REY MOCOMICON
EL MAESTRO DE CEREMONIAS
UNA DUQUESA Y UN CHAMBELAN
CORO DE DAMAS Y GALANES
ESCENA PRIMERA
(TRES PRINCIPES DONCELES JUEGAN A LA PELOTA EN EL PATIO DE ARMAS DE UN CASTILLO MUY TORREADO, COMO AQUELLOS DE LAS AVENTURAS DE ORLANDO: PUEDE SER DE DIAMANTE, DE BRONCE O DE NIEBLA. ES UN CASTILLO DE FANTASIA, COMO LO SABEN SOÑAR LOS NIÑOS. TIENE GRANDES MUROS CUBIERTOS DE HIEDRA, Y TODAVIA NO HA SIDO RESTAURADO POR LOS ARQUITECTOS DEL REY. ¡ALABEMOS A DIOS!)
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— ¿Habéis advertido, hermanos, cómo esta pelota bota y rebota? Cuando la envío a una parte se tuerce a la contraria.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡Parece que llevase dentro a un diablo enredador!
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— ¡Parece haberse vuelto loca!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡Antes sería preciso que esa bola llena de aire, fuese capaz de tener juicio alguna vez!
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— ¿Por qué lo dudas? ¿Porque está llena de aire? El aire, el humo y el vacío son los tres elementos en que viven más a gusto los sabios.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— ¡Bien dice el Príncipe Pompón! ¿No vemos al Primer Ministro del Rey nuestro padre? ¡Unos dicen que tiene la cabeza llena de humo! ¡Otros, que de aire! ¡Y otros, que vacía!
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— ¡Y, sin embargo, todas las gacetas ponderan sus discursos y pregonan que es un sabio, Príncipe Ajonjolí! El Rey nuestro padre le confía el gobierno de sus Estados.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Pero ya sabéis lo que dice la Reina nuestra madre, cuando le repela las barbas al Rey nuestro padre. ¡Una casa no se gobierna como un reino! ¡Una casa requiere mucha cabeza! Y el Rey nuestro padre le da la razón
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Porque es un bragazas. Pero el primer ministro no se la da, y dice que todas las mujeres, reinas o verduleras, son anarquistas.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Vamos a terminar el partido.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— No se puede con esta pelota, Está de remate. ¡Mirad qué tumbos!
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Tú eres quien está de remate. La has metido por la ventana del torreón.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Voy a buscarla.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Está cerrada la puerta, Príncipe Verdemar.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Dónde está la llave, Príncipe Ajonjolí?
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— La Reina la lleva colgada de la cintura.
(SE OYE la voz de un duende que canta con un ritmo sin edad, como las fuentes y los pájaros, como el sapo y la rana. Los ecos del castillo arrastran la canción, y en lo alto de las torres las cigüeñas escuchan con una pata en el aire. La actitud de las cigüeñas anuncia a los admiradores de Ricardo Wagner.)
DUENDE.—
¡Dame libertad,
paloma real!
¡Palomita que vuelas tan alto,
sin miedo del gavilán!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Quién canta en el torreón? ¡No conozco esa voz!
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Un duende del bosque. Mingo Mingote el jardinero lo cazó con un lazo, y hoy lo presentó como regalo a nuestro padre el Rey.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— Yo nunca vi duendes, ni tampoco creí que los hubiese. Los duendes, las brujas, los trasgos, las hechicerías, ya no son cosa de nuestro tiempo, hermanos míos. Ese que el jardinero ha cazado en el bosque, no será duende.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Yo lo vi, y tiene de duende toda la apariencia, Príncipe Pompón.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— ¡Mucho engañan los ojos, Príncipe Ajonjolí!
(EL DUENDE asoma la cabeza entre dos almenas. Tiene cara de viejo: Lleva capusay de teatino, y parece un mochuelo con barbas, solamente que bajo las cejas, grandes y foscas, guiña los ojos con mucha picardía, y a los lados de la frente aun tiene las cicatrices de los cuernos con que le vieron un día los poetas en los bosques de Grecia.)
EL DUENDE.— Abreme la puerta de mi cárcel, primogénito del Rey, Príncipe Pompón, y serás feliz en tu reinado. La gracia que me pidas, esa te daré.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— Devuélveme la pelota y te abriré la puerta.
EL DUENDE.— ¿Me lo juras?
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— Mi palabra es de Rey.
EL DUENDE.— Ahí va la pelota.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— ¡Gracias!
EL DUENDE.— Dame libertad.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— No puedo.
EL DUENDE.— Y tu palabra, Príncipe Pompón.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— Mi palabra no es una llave.
EL DUENDE.— Ni tu fe de Rey.
(DESAPARECE el Duende haciendo una cabriola. Vuelve a oírse su canción, y las cigüeñas cambian de pata, para descansar antes de caer en el éxtasis musical.)
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— Vamos a jugar, hermanos.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Yo salgo el primero.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Quien sale soy yo.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— Yo debo salir, que soy el primogénito.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— En el juego de pelota eso no vale.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Lo echaremos a suerte. El que bote más alto la pelota, aquel sale.
(LA SOPESA y pasa de una mano a otra, toma plaza y la hace dar un bote tan alto, que casi toca el pico de las torres. Vuelve a tierra la pelota, y en el rebote se entra por la ventana del torreón.)
EL DUENDE.—
¡Dame libertad,
paloma real!
¡Palomita que vuelas tan alto,
sin miedo del gavilán!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Ya nos quedamos sin pelota. Has estado muy torpe.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— El Duende nos la devolverá. ¡Señor Duende!... ¡Señor Duende!...
EL DUENDE.—
¡Dame libertad,
paloma real!
¡Palomita que vuelas tan alto,
sin miedo del gavilán!
TODOS LOS PRÍNCIPES.— ¡Señor Duende! ¡Señor Duende
(APARECE otra vez el Duende entre las almenas, y en lo más alto de las torres puntiagudas, las cigüeñas cambian de pata. El Duende saluda con una pirueta.)
EL DUENDE.— ¡Señores Príncipes! ¡Servidor de ustedes!
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Devuélveme la pelota.
EL DUENDE.— Con mil amores te devolvería la pelota, si tú me devolvieses la libertad. ¿Me abrirás la puerta?
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Te la abriré.
EL DUENDE.— ¿Me lo juras?
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Palabra de Rey.
EL DUENDE.— ¡No! Palabra de Rey no.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— ¿Pues qué palabra quieres? Yo no puedo empeñarte otra. Si no soy Rey, nací para serlo, y mi palabra es conforme a mi condición.
EL DUENDE.— ¿Y no me podrías dar palabra de hombre de bien?
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Me estás faltando al respeto que se me debe como Príncipe de la sangre. Hombre de bien se dice de un labrador, de un viñador, de un menestral. Pero nadie es tan insolente que lo diga de un Príncipe. Hombre de honor se dice de un capitán, de un noble, de un duelista y de algunos pícaros que se baten con espadas de cartón.
EL DUENDE.— Ya sé que las espadas y los sables de cartón son la mejor tramoya para presumir de caballero.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— A un Príncipe no se le puede llamar ni hombre de bien ni hombre de honor. Es depresivo.
EL DUENDE.— ¿Para quién?
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Para mi sangre azul.
EL DUENDE.— Príncipe Ajonjolí, tendré entonces que conformarme con tu palabra real. Ahí va la pelota.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Gracias.
EL DUENDE.— Cumple tu promesa.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Mañana la cumpliré. Yo no te dije que fuese ahora. Mañana veré a un herrero y le encargaré una llave.
EL DUENDE.— Antes de esta noche vendrá el verdugo.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Si eres duende, procura salir por la chimenea.
¡Hermanos, vamos a continuar el partido!(EL PRÍNCIPE Ajonjolí hace botar la pelota. El Duende guiña un ojo inflando las mejillas, y la pelota salta a pegar en ellas, reventándoselas en una gran risa. ¡Es el imán de las conjunciones grotescas!)
EL DUENDE.— De esta vez, Príncipes míos, no tendréis la pelota sin abrirme la puerta primero.
LOS PRÍNCIPES.— ¡Vuélvela! ¡Vuélvela!
EL DUENDE.— Os vuelvo vuestras promesas reales, que os servirán mejor que la pelota. ¡Son más huecas y más livianas!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Duende, dame la pelota, y cumpliré como hombre de bien, como caballero y como Príncipe.
EL DUENDE.— No tienes la llave del torreón, Príncipe Verdemar.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Mis hermanos y yo derribaremos la puerta.
EL DUENDE.— ¿Con qué?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Con los hombros.
EL DUENDE.— Es muy fuerte la puerta, y antes de derribarla os habría salido joroba. Príncipes míos, estaríais muy poco gentiles.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Nuestro padre el Rey castigará tu insolencia.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— El verdugo cortará tu cabeza.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Me duele que el engaño de mis hermanos te haga dudar de mi palabra.
EL DUENDE.— Príncipe Verdemar, allí viene la Reina vuestra madre, muy señora mía. Pídele la llave, que la lleva en la faltriquera.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— No me la daría.
EL DUENDE.— Llega a tu madre, y dile te mire en la oreja derecha, porque te duele. Y mientras ella mira, mete la mano con tiento en su faltriquera y saca la llave.
(SALE Señora Reina con su corona. Un paje le recoge la cola del manto, un lebrel le salta al costado, en el puño sostiene un azor.)
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Miradme en este oído, madre
LA REINA.— ¿Qué tienes?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Una avispa se me ha entrado y me zumba dentro.
LA REINA.— No veo nada.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Dejadlo, madre, ya saldrá.
(SEÑORA Reina se agachaba para mirar en la oreja del Principe. El muchacho, guiñando un ojo, le hurtaba la llave de la faltriquera. ¡La rica faltriquera cosida con hilo de oro, hecha con el raso de un jubón que en treinta batallas sudó Señor Rey! Se va Señora Reina. El Príncipe Verdemar abre la puerta del torreón, y sale el Duende.)
EL DUENDE.— Gracias, Príncipe mío. Si alguna vez necesitas el valimiento de un duende, no tienes más que llamarme. Toma este anillo. Cuando te lo pongas me tendrás a tu lado.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— Nuestro padre te hará castigar cuando sepa que has abierto la puerta del torreón y dado libertad al Duende.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Vámonos a jugar en otra parte. No viéndonos aquí, nadie sospechará de nosotros.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— ¿De nosotros dices, Príncipe Ajonjolí? Tú y yo estamos libres de toda culpa.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— ¿Y si nos culpan a los tres?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Si culpan a los tres, yo me declararé el solo delincuente.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— Ahí llega el Rey nuestro padre.
EL REY Quiero que veáis al Duende, enredador y travieso, que deshoja las rosas en mis jardines reales, que cuando pasa la Reina sacude sobre su cabeza las ramas mojadas de los árboles, que en las cámaras de mi palacio se esconde, para fingir un eco burlesco, y que en lo alto de la chimenea se mofa con una risa hueca, que parece del viento, cuando me reúno en Consejo con mis Ministros. En los parques reales lo cazó mi jardinero, a quien acabo de recompensar con un título de nobleza. Y en memoria de este día, tan fausto en mi reinado, mandaré grabar una medalla.EL PRIMER MINISTRO.— ¡Oh, Rey! Mejor sería un sello de Correos. Sirve, como la medalla, de conmemoración y aumenta las rentas del Tesoro.
EL REY No había pensado en ello. En cuanto a los Príncipes, mis hijos, quiero asociarlos a esta alegría de mi pueblo, como padre y como Rey. Príncipe Pompón, tuyo es mi caballo. Príncipe Ajonjolí, tuyo es mi manto de armiño. Príncipe Verdemar, tuya es mi espada.LOS PRÍNCIPES.— Gracias, señor.
EL REY Pedid a la Reina la llave del torreón.EL PRIMER MINISTRO.— Señor, la puerta está franca.
EL REY ¡Cómo! ¿Quién fué el traidor que dió libertad al Duende?(SEÑORA Reina acude llorando. Con el hipo que trae, la corona le baila en la cabeza. El azor que lleva en el puño abre las alas, el lebrel que lleva al costado se desata en ladridos. Y saca la lengua, acezando, el paje que le sostiene la cola del manto real.)
LA REINA.— ¡Me han robado la llave! ¡Me han robado la llave! ¡Hay traidores en el palacio! ¡Estamos como en Rusia!
EL REY ¡Peor que en Rusia, porque aquí no hay policía! Quisiera yo ahora comerme el corazón crudo y sin sal del que ha dado suelta a mi presa. ¡Vamos! Avisad a mi médico para que me sangre.(LOS Señores Reyes se parten con el cortejo de sus palaciegos. Señor Rey lleva la cara bermeja, como si acabase de abandonar los manteles. Señora Reina no cesa de hipar, haciendo bailar la corona. Se quedan a solas los tres Príncipes.)
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— ¡Buen regalo me ha hecho mi padre! Un rocín con esparavanes, que no resiste encima el peso de una mosca.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— ¡Pues a mí, con su manto sudado en cien fiestas reales!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Yo estoy contento con mi espada.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— ¡Como que no tiene ni una mella!
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— Mal podía tenerla no habiendo salido de la vaina. ¿Quieres cambiármela por el manto?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— No, hermano mío.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— ¿A mí, por el caballo?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— No.
EL PRÍNCIPE AJONJOLÍ.— ¿Por el manto y un sayo nuevo?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Me la dió mi padre, y no la cambio por nada del mundo.
EL PRÍNCIPE POMPÓN.— Tú no tienes derecho a ningún regalo del Rey. Cuando sepa que has dado libertad al Duende te degollará con esa misma espada que ahora no quieres cambiarme por el caballo.
(EL PRINCIPE Pompón arruga la frente y mira en torno con mirada torva. El Príncipe Ajonjolí hace lo mismo. Los dos cambian una mirada a hurto de su hermano, y se van. El Príncipe Verdemar queda solo y suspira contemplando el azul.)
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Mis hermanos me delatarán, y mi padre se comerá mi corazón crudo y sin sal. Debí haber dejado que se llevasen la espada. Tendré que huir de este palacio donde he nacido. Sólo siento no poder besar las manos de mi madre, y decirle adiós... ¡Y pedirle algunos doblones para el viaje!
ESCENA SEGUNDA
(UNA VENTA CLASICA EN LA ENCRUCIJADA DE DOS MALOS CAMINOS. ARDE EN EL VASTO LAR LA LUMBRADA DE URCES Y TOJOS. EN LA CHIMENEA AHUMA EL TASAJO, EN EL POTE CUECE EL PERNIL, LA MARITORNES PELA UNA GALLINA QUE CACAREA, EL MASTIN ROE UN HUESO, Y EL VENTERO, CON SU NAVAJA DE A TERCIA, PICA LA MAGRA LONGANIZA. SE ALBERGAN EN LA VENTA UN PRÍNCIPE Y UN BUFÓN. EL AZAR LOS HA JUNTADO ALLI, Y ELLOS HAN HECHO CONOCIMIENTO.)
EL VENTERO.— Date prisa, Maritornes. Sirve a estos hidalgos. ¿Qué desean sus mercedes?
EL BUFÓN.— ¡Beber y comer!
EL VENTERO.— ¿Está repleta la bolsa?
EL BUFÓN.— Está vacía la andorga. ¿Cuándo has visto tú que estuviese repleta la bolsa de un pobre bufón que sólo espera poder embarcarse para las Indias?
EL VENTERO.— ¿No estabas al servicio de la hija del Rey Micomicón?
EL BUFÓN.— ¡Pobre señora mía!
EL VENTERO.— ¿Se ha casado?
EL BUFÓN.— Hace tres días que toda la Corte viste por ella de luto.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Cómo puede ser estando viva? Yo la he visto pasear en los jardines de su palacio, y quedé maravillado de tanta hermosura.
EL BUFÓN.— Bien se advierte que sois nuevo en este reino, y no tenéis noticia de la presencia del Dragón. Hace tres días que ruge ante los muros de la ciudad pidiendo que le sea entregada la Señora Infantina. Salieron a combatirle los mejores caballeros, y a todos ha vencido y dado muerte.
EL VENTERO.— El Dragón es animal invencible, y salir a pelear con él, la mayor locura.
EL BUFÓN.— Por eso, yo, antes de verme en tal aprieto, dejo el servicio de la Señora Infantina y me embarco para dar conferencias en las Indias.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Pues a ti no te estaría mal salir con tus cascabeles a pelear con el Dragón. ¿No eres loco? ¿No has vivido de decir locuras en la Corte?
EL BUFÓN.— De decirlas, pero no de hacerlas, amigo mío. Hacerlas es negocio de los cuerdos. Los bufones somos como los poetas.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— A fe que no alcanzo la semejanza.
EL BUFÓN.— Un poeta acaba un soneto lleno de amorosas quejas, la mayor locura sutil y lacrimosa, y tiene a la mujer en la cama con la pierna quebrada de un palo. Aparenta una demencia en sus versos, y sabe ser en la vida más cuerdo que un escribano. ¿Ves ahora la semejanza? Pues aun hay otra. Cuando la música de los versos y la música de los cascabeles no basta aquí para llenar la bolsa, bufones y poetas nos embarcamos para dar conferencias en las Indias.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Tú piensas presentarte con tal sayo en esas tierras lejanas? Procura llegar en Carnaval, que, si no, habrán de seguirte tirándote piedras.
EL BUFÓN.— Sería una manera de anunciarme. Pero este vestido solamente pienso llevarlo en tanto no ahorre para otro. ¡Salí del palacio sin cobrar mi soldada de todo un año!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Tanto enojo causaste con tu despedida a la Infantina? Lo comprendo, porque fué ingratitud muy grande dejarla cuando más necesitaba que la divirtieses con tus burlas y donaires.
EL BUFÓN.— ¿Imaginas que hay burlas capaces de divertir a quien espera la muerte entre los dientes de un terrible Dragón? Los bufones somos buenos para la gente holgazana y sin penas. Yo lo aprendí pronto, y sólo después de los banquetes dije donaires en el palacio del Rey Micomicón. Si corriste mundo, habrás visto cómo en España, donde nadie come, es la cosa más difícil el ser gracioso. Sólo en el Congreso hacen allí gracia las payasadas. Sin duda, porque los padres de la Patria comen en todas partes, hasta en España. Por lo demás, si no cobré mis salarios fué por estar vacías las arcas reales.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Tan mal anda el noble Rey Micomicón?
EL BUFÓN.— ¡Gasta mucho esa gente!
(ASOMA en la puerta de la venta un ciego de los que la gente vieja aun llama evangelistas, como en los tiempos de José Bonaparte: Antiparras negras, capa remendada, y bajo el brazo, gacetas y romances. De una cadenilla, un perro sin rabo, que siempre tira olfateando la tierra.)
EL CIEGO.— ¿Adonde estás, Bertoldo?
EL BUFÓN.— Acá, compadre Zacarías.
EL CIEGO.— ¿Estás solo?
EL BUFÓN.— Solo con un amigo que me hace la merced de pagarme la cena. Acércate.
EL CIEGO.— Llama al perro para que me guíe.
EL BUFÓN.— ¿Cómo se llama tu perro?
EL CIEGO.— De varias maneras. La mejor es llamarle enseñándole una tajada.
(EL BUFON toma de su plato un hueso casi mondo y lo levanta en el aire como un trofeo. El can comienza por mover el muñón del rabo, y se lanza a tirar de la cadena, la boca abierta en grande y famélico bostezo.)
EL BUFÓN.— Toma, Salomón.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Maritornes, añade un cubierto para este nuevo amigo.
EL CIEGO.— ¡Gracias, generoso caballero!
EL BUFÓN.— ¡Compadre Zacarías, tu perro ha sido hombre alguna vez?
EL CIEGO.— Nunca me lo ha dicho.
EL BUFÓN.— Pues al ver la tajada hizo tales demostraciones... ¡O será que todos los hombres primero han sido perros!
(LA MARITORNES pone en la mesa el cordero, que humea y colma la fuente de loza azul, tamaña como un viejo carcamán y esportillada.)
LA MARITORNES.— Aquí está el cordero.
EL CIEGO.— ¡Buen olor despide!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿No pensabas hallar tan buena mesa?
EL CIEGO.— Cierto que no.
EL BUFÓN.— Este es el ciego que vende las gacetas públicas en el palacio del Rey Micomicón.
EL CIEGO.— Que las vendía, compadre Bertoldo. Era oficio tan ruin, que apenas daba para malcomer, y lo he dejado. Los reyes no pagan nunca a quien les sirve. Encomiendan a los cortesanos esas miserias, y los cortesanos las encomiendan a los lacayos, y los lacayos, cuando llegas a cobrar, salen con un palo levantado.
EL BUFÓN.— De ese mismo paño tengo yo un sayo, compadre Zacarías. ¿Y cómo es hallarte en esta venta?
EL CIEGO.— He venido a esperar el navío que sale para las Indias.
EL BUFÓN.— ¿Se quebró la soga del perro y buscas una longaniza para atarlo? Haces bien. Yo también espero el navío para las Indias.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Se despuebla el reino de Micomicón. Por todos los caminos hallé gente que acudía a esperar ese navío. Sólo quedarán aquí los viejos y los inútiles
EL BUFÓN.— ¡Los viejos! ¡Los inútiles! ¿Qué locuras estás diciendo? En otro tiempo algunos hubo, pero ahora se ha dado una ley para que los automóviles los aplasten en las carreteras. ¿De qué sirve un viejo de cien años? ¿De qué sirve una vieja gorda? ¿Y los tullidos que se arrastran como tortugas? Ha sido una ley muy sabia, que mereció el aplauso de toda la Corte. Así se hacen fuertes las razas. Tú es posible que no lo halles bien, porque eres un sentimental. Lo he conocido desde el primer momento, en cuanto me convidaste a cenar. ¡Eres un sentimental!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Te convidé porque quiero pedirte nuevas de la Infantina.
EL BUFÓN.— ¡Ja!... ¡Ja!... Un sentimental. ¿Qué dices tú, compadre Zacarías?
EL CIEGO.— ¡Un sentimental!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— A ti te convidé, porque jamás contemplaste a la Princesa, y su hermosura no puede moverte. El bien que tú digas de ella no nacerá del encanto de tus ojos. ¡Ojalá todos los que hablan de una mujer cegasen antes de verla, que así sería más cuerdo el juicio y habría menos engañados! Yo la vi un momento pasar entre los laureles del parque real, y sólo con verla nació en mí el deseo de vencer al Dragón.
EL CIEGO.— Dicen que sólo con una espada de diamante podría dársele muerte.
EL BUFÓN.— Y ello es declararle inmortal, porque no existen espadas tales.
(ENTRA un famoso rufián que come de ser matante, y cena de lo que afana la coima guiñando el ojo a los galanes, cuando se tercia. La coima viene con él.)
EL BRAVO.— ¿Es aquí donde se cena de balde? Siéntate, Geroma.
GEROMA.— Dile a esos que me dejen sitio, Espandián.
EL BRAVO.— ¡Hola, bergantes! Haced un puesto a mi dama.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Una silla para la Señora Geroma.
(REMEDANDO los modos de la Corte, el bufón ofrece una silla a la Señora Geroma. Espandián alarga su terrible brazo, y la toma para sí, afirmándola en el suelo con un golpe que casi la esportilla, y mirando en torno retador. Cuando va a sentarse, el Príncipe Verdemar le derriba la silla. Da una costalada el matante y se levanta poniendo mano al espadón.)
EL BRAVO.— ¿Son éstas chanzas o veras?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Veras y muy veras, Señor Espandián.
EL BRAVO.— Está bien, porque de chanzas tan pesadas no gusta el hijo de mi madre.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Señora Geroma, aquí está vuestra silla.
GEROMA.— Gracias, gentil caballero.
EL BRAVO.— ¿Y mi silla, dónde está?
EL PRÍNCIPE.— Sólo aquellos que yo convido tienen puesto en mi mesa, Señor Espandián.
EL BRAVO.— Yo tengo puesto en todas partes, porque mi espada me lo asegura.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Que tu espada te lo asegure, no es cosa probada. Que tu insolencia te lo quita, es cosa cierta.
EL BRAVO.— ¡Tú quieres que riñamos!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Eso lo dejo a tu capricho. En todo caso sería después de haber servido a la Señora Geroma.
EL BUFÓN.— El favor que se hace a la Señora Geroma lo recibe el Señor Espandián, y no será tan ingrato que quiera pagarlo con una estocada.
GEROMA.— Espandián, marido mío, deja quieta la tajante. Repara con cuánta cortesía me trata este caballero, y muéstrate agradecido.
EL BRAVO.— Porque reparo cómo te escancian de beber y te colman el plato, hablo así. ¿Dónde ha nacido ese uso bárbaro de que coma la mujer y ayune el marido? ¿Es de la Grecia? ¿Es de la Roma? ¿Es de las tierras de Oriente? ¡No! Es de una región salvaje, para mí desconocida, y para ti también, Geroma. Y si este caballero quiere implantar aquí tan afrentosos usos, yo se lo estorbaré con mi espada. Geroma, ese plato es mío, ese vaso es mío, esa silla, mía también.
GEROMA.— ¿Por qué?
EL BRAVO.— Porque tú eres mía, según la Epístola de San Pablo.
GEROMA.— ¡Deja el vaso!
EL BRAVO.— Ya te dije que es mío.
GEROMA.— ¡Dame el plato!
EL BRAVO.— Ya te dije que es mío.
GEROMA.— ¡Borracho, rufián, apaleamujeres!
(SE ALEGRA la venta con tumulto. Espandián, tras de apurar el vaso de un solo trago, arrebata a la coima el plato lleno de cordero y pringue. La Señora Geroma saca las uñas, arañándole la cara, y el rufián, puesto en pie, le escacharra el plato en mitad de la cabeza.)
ESPANDIAN.— Geroma, a mí puedes arañarme. Un hombre como yo conoce lo que son señoras. ¡Pero cuida de no decir una sola palabra ofensiva para mi honor!
GEROMA.— ¡Vuélveme el plato!
EL BUFÓN.— A una mujer se la mata, pero no se la falta. Seguro estoy de que se hallaría más conforme con que le hubieses quitado la vida, la Señora Geroma.
GEROMA.— ¡Qué hablas tú, cara de antruejo!
EL BUFÓN.— Hablo en vuestra defensa, Señora Geroma.
EL BRAVO.— Yo basto para su defensa. Geroma, quédate siempre en las palabras, que por ser tuyas no me ofenden. Pero la mujer debe obediencia al marido, y si lo olvidas, he de recordártelo, no por mí, sino por la devoción que tengo al Santo Apóstol San Pablo.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Cesad en vuestro llanto, Señora Geroma, y decid a vuestro marido que yo le pagara la cena si fuera mayor su cortesía.
EL BRAVO.— Con poca o mucha cortesía ya veis cómo he cenado a vuestra costa. Y si queréis cobraros, sacad la espada.
(DERRIBANDO la silla se levanta Espandián, y con la capa revuelta al brazo, a guisa de broquel, y la espada en la mano, toma campo en mitad de la cocina. El Príncipe pone también mano a su espada. Riñen con mucho estruendo, y el Príncipe Verdemar hiere a Espandián. El perro del ciego, en un rapto, de risa, se muerde el rabo.)
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Ya te has cobrado.
EL BRAVO.— Ya puedes decir que eres un valiente. Dame la mano. Cruzaste noblemente tu acero con Espandián, y no te guardo rencor. Claro está que yo no desenvolví todo mi juego. Eres tam niño, que al ver tu cara de arcángel me entraba no sé qué compasión, y parecía que el brazo se me quedaba sin fuerza. Habrás visto que por dos veces pude matarte: Una de un bote recto, otra de una flanconada.
GEROMA.— En mitad del corazón he recibido yo esa estocada. Vos no sabéis, señor, el genio de este hombre cuando está herido. ¿Veis mis carnes tan blancas? Serán de negro terciopelo mañana.
EL BUFÓN.— Tiene la herida en el brazo, Señora Geroma.
GEROMA.— ¡Ay! Mi Espandián es ambidiestro.
EL BRAVO.— Este joven caballero ha visto que le perdoné la vida, y me hará la merced de prestarme algunos doblones para curarme.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Ni las tretas de vuestra espada, ni vuestras palabras, tienen poder para abrir mi bolsa. Si estáis arrepentido de haberme perdonado la vida, podéis cobraros volviendo a reñir, puesto que sois ambidiestro.
EL BRAVO.— ¡Volveremos a reñir! ¡Te abriré la sepultura con mi espada!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Vamos a verlo.
EL BRAVO.— Ahora, no. Ya sabrás de mí. Cuéntate con los muertos.
(AL abrirse la puerta de la cocina para dejarle paso, se ve la noche azul, y una gran luna sangrienta. Sale arrastrando de un brazo a la coima.)
EL CIEGO.— Volverá, no lo dudéis. Es el jefe de una banda de malhechores, y volverá con sus compañeros. Si queréis salvar la vida, debéis huir.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Ya habéis visto que sé defenderme con la espada en la mano.
EL BUFÓN.— Pero contra el número nada puede la destreza. ¿No habéis oído un silbido? Es la señal para reunir a su gente. Atrancad, Maese Trabuco.
(EL VENTERO avizora desde la puerta, en la oscuridad de la noche, y luego con las manos temblonas cierra y pone la tranca. La Maritornes bate los dientes apretando los ojos. Dos gallos cacarean en la caponera, rosman el gato y el perro, y el bufón, como un perlático, hace sonar sus mil cascabeles.)
EL VENTERO.— Se divisan bultos de embozados, que se ocultan en el quicio de las puertas. En cuanto pongáis el pie fuera de estos umbrales, os matarán.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Y pensáis que habré de encerrarme aquí como en un castillo encantado? Vamos afuera.
EL VENTERO.— En ese caso, dejad saldada nuestra cuenta.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Toma.
(LE ARROJA una bolsa llena de oro. El ventero la recoge en el aire haciendo una pirueta. Va el Príncipe a salir, y el bufón se le pone delante abriendo los brazos.)
EL BUFON.— A un caballero tan generoso, que nos ha pagado la cena de esta noche, y que puede pagarnos la de otras, yo no le consiento que vaya a morir como una res.
EL CIEGO.— Ni yo.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Dejadme.
EL BUFON.— Si quieres salir puedes hacerlo con un disfraz.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Dejadme os digo.
EL CIEGO.— Una cosa es ser valiente y otra ser temerario.
MARITORNES.— ¡Qué dolor! ¡Un caballero tan joven y tan bien parecido!
EL VENTERO.— Tomad un disfraz, como os aconseja el compadre Bertoldo.
EL BUFON.— ¿Ves esta criba? Así te pondrán la piel.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Abrid la puerta. Veréis cómo mi espada me asegura el camino.
MARITORNES.— ¡Gentil caballero, por qué no tomáis un disfraz como os aconsejan vuestros amigos? ¿Queréis mi basquina?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡Jamás!
EL BUFÓN.— Tomad mi traje de bufón. ¡Siempre que me dejéis el vuestro!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡Sea! Tal vez tu traje me ayude en mis designios.
EL VENTERO.— Entrad ahí.
(DESAPARECEN por un arco que hay en el muro, y casi al mismo tiempo se oye fuera el rumor de los brigantes que manda Espandián. A poco llaman en la puerta con el pomo de los puñales.)
EL BRAVO.— ¡Maese Trabuco!
EL VENTERO.— ¿Quién va?
EL BRAVO.— ¡Abrid con mil diablos!
EL VENTERO.— ¿Quién va, digo?
EL CIEGO.— ¡Espandián con su gente! ¡El Juicio Final!
EL BRAVO.— Derribad la puerta, amigos míos.
EL VENTERO.— Esperad. ¿Sois el Señor Espandián?
EL BRAVO.— Al fin reconoces mi voz, bergante.
EL VENTERO.— ¿Pero por qué no decíais vuestra gracia? Esperad, que voy por la llave. ¡Daos prisa vosotros!
(ABRE la puerta. Entra Espandián con su banda. Todos miran de través. Unos se tuercen el mostacho, otros se llevan la mano al puño de la espada, otros permanecen en la sombra, con el embozo a los ojos. Espandián se adelanta. Y a todo esto el Príncipe Verdemar se desliza pegado al muro, vestido de bufón. Hace una reverencia y sale a la noche quimérica y azul, bajo la cara chata de la luna. Maritornes suspira.)
EL BRAVO.— ¿Dónde está ese tocino del cielo?
EL VENTERO.— ¿Dónde está ese mozuelo atrevido? Llámale, Maritornes. Que me pague la cuenta, y luego la suya al Señor Espandián.
MARITORNES.— ¡Caballero, salid! Acá os buscan. ¿Para qué digo que le buscáis?
EL BRAVO.— Para una urgencia. Pero yo iré a sacarle de su escondite.
(PASA bajo el arco, Espandián, con la espada desnuda, y sale trayendo suspendido del cuello al bufón, que aparece en pernetas, con calzones de franela amarilla. Entre las manos del bufón cuelga lacio el vestido del Príncipe Verdemar.)
EL BUFÓN.— Me habéis salvado la vida, Señor Espandián. Poco faltó para que ese mozuelo me pasase con su espada. Al pecho me la puso para que le entregase mi sayo. ¡Y no paró ahí! Quiso obligarme a que me pusiese su vestido, para que me confundieseis con él y me mataseis. Me habéis salvado, Señor Espandián. ¡Dejadme que os bese las manos!
EL BRAVO.— No sé por qué, pero todo lo que cuentas se me antoja una fábula. ¡Ay de ti si fuiste cómplice en el engaño! Venga ese traje.
EL BUFÓN.— Dejad que me lo ponga. Ya desecho el engaño no hay reparo...
EL BRAVO.— Venga, digo.
EL BUFÓN.— ¿Me dejaréis morir de frío? Ya me he resfriado.
(ABRE la boca con un gran estornudo, y hace la santiguada. El matante pasa a las manos de la coima el vestido del Príncipe Verdemar. La Señora Geroma remira los calzones al trasluz.)
GEROMA.— Algo pasado está. Pero yo te lo dejaré como nuevo.
EL BUFÓN.— ¡Maritornes, quieres prestarme tu basquiña?
MARITORNES.— Sólo tengo la puesta.
EL BUFÓN.— ¿No te da compasión de verme temblar?
MARITORNES.— Acercaos al fuego.
(SALTA sobre el hogar y se sienta en la boca del pote, embullando y farsando para desarrugar el ceño del matante. Se oye fuera un pregón.)
GEROMA.— ¿Será el pregón de tu cabeza, Espandián?
EL BUFÓN.— Entonces me haríais el favor de dejarme el vestido.
EL PREGONERO.— ¡Oíd! El poderoso Rey Micomicón hace saber a todos, caballeros y villanos, que aquel que diese muerte al Dragón, salvando la vida de la Señora Infantina, será con ella desposado. El poderoso Rey Micomicón dará en dote la mitad de su reino a la Señora Infantina.
EL BRAVO.— He ahí una empresa digna de mi brazo. Geroma, tendré que repudiarte.
ESCENA TERCERA
(EN UN JARDIN DEL PALACIO DEL REY MICOMICON. JARDIN CON ROSAS Y ESCALINATAS DE MARMOL, DONDE ABREN SU COLA LOS PAVOS REALES. UN LAGO, Y DOS CISNES UNANIMES. EN EL LABERINTO DE MIRTOS, AL PIE DE LA FUENTE, ESTA LLORANDO LA HIJA DEL REY. DE PRONTO SE APARECE A SUS OJOS, DISFRAZADO DE BUFON, EL PRINCIPE VERDEMAR)
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡Señora Infantina!
LA INFANTINA.— ¿Quién eres?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Por qué me preguntas quién soy, cuando mi sayo a voces lo está diciendo? Soy un bufón.
LA INFANTINA.— Me cegaban las lágrimas, y no podía verte. ¿Qué quieres, bufón?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Te traigo un mensaje de las rosas de tu jardín real. Solicitan de tu gracia que no les niegues el sol.
LA INFANTINA.— El sol va por los cielos, mucho más levantado que el poder de los reyes.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— El sol que piden las rosas es el sol de tus ojos. Cuando yo llegué ante ti, señora mía, los tenías nublados con tu pañolito.
LA INFANTINA.— ¿Qué pueden hacer mis ojos sino llorar?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Por unos soldados supe tu desgracia, Señora Infantina. Dijeron también que estabas sin bufón, y aquí entré para merecer el favor de servirte. Ya sólo para ti quiero agitar mis cascabeles, y si no consigo alegrar la rosa de tu boca, permíteme que recoja tus lágrimas en el cáliz de esta otra rosa.
(DE un rosal todo florido y fragante que mece sus ramas al viento, el Príncipe Verdemar corta la cosa más hermosa y se la ofrece a la Infantina, arrodillado ante ella, recordando a un bufón de Watteau.)
LA INFANTINA.— ¿Para qué?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Para beberlas.
LA INFANTINA.— ¿Has probado alguna vez las lágrimas, bufón? ¡Son muy amargas!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Divino licor para quien tiene por oficio decir donosas sales.
LA INFANTINA.— ¿Pero en verdad eres lo que representa tu atavío?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Por qué lo dudas?
LA INFANTINA.— Porque tienen tus palabras un son lejano que no cuadra con tu caperuza de bufón. ¿Hace mucho que llevas los cascabeles?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Desde que nací. Primero me cantaron en el corazón, después florecieron en mi caperuza.
LA INFANTINA.— Yo tuve un bufón, que me abandonó poco hace. No se parecía a ti.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Todos los bufones somos hermanos, pero una misma canción puede tener distintas músicas. ¿Quieres tomarme a tu servicio, gentil señora? Mis cascabeles nunca te serán importunos. Si estás alegre, repicarán a gloria, si triste, doblarán a muerto. Los gobernaré como gobierna las campanas un sacristán.
LA INFANTINA.— Poco tiempo durarías en mi servicio.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Poco?
LA INFANTINA.— Si conservas esta rosa, puede durar más tiempo en tus manos. ¡Hoy es el día de mi muerte! Para salvar el reino debo morir entre las garras del Dragón.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Conservaré la rosa hasta mañana.
LA INFANTINA.— Bufón mío, prométeme que irás a deshojarla sobre mi sepultura.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Tú no morirás, Infantina. Mañana cortarás en este jardín otra rosa para tu bufón, que te saludará con la más alegre música de sus cascabeles de oro.
LA INFANTINA.— Aunque esté bajo tierra creo que los oirá. ¡Qué divino son tienen tus cascabeles!
(SE va la Infantina, y el Príncipe Verdemar la mira alejarse por los tortuosos senderos del laberinto, como perdida o encantada en él. En el fondo escavado de un viejo roble, canta el Duende.)
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡Princesa de mis sueños, moriré en la demanda o triunfaré del Dragón!
EL DUENDE.—
¡Me diste libertad,
mi paloma real!
¡Palomita que vuelas tan alto,
sin miedo del gavilán!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡Ah! ¡El Duende! Le llamaré en mi auxilio. Afortunadamente conservo el anillo que me dejó cuando le abrí la puerta del torreón.
EL DUENDE.— Aquí estoy, Príncipe mío. ¿Qué deseas?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Tu ayuda para triunfar del Dragón.
EL DUENDE.— Ven conmigo. Tendrás la espada de diamante.
ESCENA CUARTA
UN BOSQUE DE MIL AÑOS, EN EL REINO DEL REY MICOMICON. LA SEÑORA INFANTINA APARECE ENTRE UN LARGO CORTEJO DE DAMAS Y MENINAS, PAJES Y CHAMBELANES. EL MAESTRO DE CEREMONIAS ANDA ENTRE TODOS BATIENDO EL SUELO CON SU PORRA DE PLATA. EN LOS MOMENTOS DE SILENCIO, MENINAS Y PAJES, DAMAS Y CHAMBELANES ACCIONAN CON EL AIRE PUERIL DE LOS MUÑECOS QUE TIENEN EL MOVIMIENTO REGIDO POR UN CIMBEL. SABEN HACER CORTESIAS Y SONREIR CON LOS OJOS QUIETOS, REDONDOS Y BRILLANTES COMO LAS CUENTAS DE UN COLLARLA INFANTINA.— ¡Dejadme aquí!
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— ¡Imposible, Señora Infantina!
LA INFANTINA.— ¡Ved que no puedo más!
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— Imposible acceder a vuestro ruego.
LA INFANTINA.— ¡Sois cruel, Señor Maestro de Ceremonias! Decidme, al menos, cuánto falta de camino.
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— Yo no puedo decíroslo con certeza. Unos aldeanos a quienes antes interrogué me dijeron que la carrera de un galgo.
LA INFANTINA.— ¡Qué camino tan penoso!
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— ¡Un poco de ánimo! El paraje donde el Dragón se come a las Princesas ya no puede hallarse muy distante. ¡La carrera de un galgo no es gran cosa!
LA INFANTINA.— ¡Estoy desfallecida!
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— Descansad un momento.
LA INFANTINA.— ¡No puedo dar un paso! ¿Por qué no me dejáis aquí, Señor Maestro de Ceremonias?
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— ¡Imposible, Señora Infantina! ¡La etiqueta establece que seáis entregada al Dragón en la Fuente de los Enanos. ¡Es el uso desde hace dos mil años! La Corte del Rey vuestro padre mantiene en vigor las pragmáticas del buen Rey Dagoberto, y por la décimoquinta se establece que cada vez que el Dragón se presente a reclamar una Princesa, ésta le sea llevada a la Fuente de los Enanos! ¡No podemos romper una tradición tan antigua!
LA INFANTINA.— ¡Por lo mismo que es antigua, Señor Maestro de Ceremonias!
LA DUQUESA.— Casi estoy por darle la razón a mi Señora la Infantina. Ya sabéis que soy severísima en cuanto atañe a la etiqueta, pero ahora me siento, compadecida. Si el Dragón es el soberano del bosque, poco puede importarle que la Señora Infantina le sea entregada en la Fuente de los Enanos o en otro paraje de sus dominios!
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— ¡Mentira me parece oír eso de vuestros labios, Duquesa! ¡Vos, educada en la etiqueta del gran siglo!
LA INFANTINA.— Pero toda vuestra etiqueta, Señor Maestro de Ceremonias, la guardáis para el Dragón. ¡Para mí, que me veis rendida de cansancio, ni etiqueta ni compasión!
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— Yo sigo los usos tradicionales de la Corte.
LA DUQUESA.— Amigo mío, consultad si hay precedentes de que otra Infantina se haya fatigado en el camino como nuestra señora, y ved lo que se ha hecho entonces.
LA INFANTINA.— ¡Ya os digo que no puedo andar! Con precedentes o sin ellos aquí me siento y de aquí no me muevo.
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— ¡Estas maneras, Duquesa, no las habréis visto en el gran siglo!
LA DUQUESA.— En todo tiempo, amigo mio, hubo niñas voluntariosas y mimadas.
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— ¿Qué hacéis, Señora Infantina?
LA INFANTINA.— Descansar a mi gusto, Señor Maestro de Ceremonias. Voy a morir para salvar al reino de ser destruído, no para que vos hagáis alarde de vuestra ciencia como Maestro de Ceremonias. Todos reconocemos vuestra erudición. Sois en el reino de mi padre el más sabio de los tontos. Pero yo soy una niña que sólo sabe morir por salvaros a todos. Nunca he leído las pragmáticas del Rey Dagoberto, y no es cosa de que en este momento me aburráis con ellas.
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— ¿Qué le diremos al Rey vuestro padre? ¿Qué disculpa le daremos?
LA INFANTINA.— Llevadle mis chapines y decidle que me hacían tanto daño que no podía andar con ellos.
LA DUQUESA.— ¡Una idea! Haced lo que os dice la Señora Infantina y entablad una reclamación contra el zapatero. Eso podría arreglarlo todo.
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— No habrá otro remedio que considerarlo caso de fuerza mayor.
LA DUQUESA.— Dadme a besar vuestras manos, niña mía. Dejad que os llame así esta última vez que nos vemos. No debías ser, no, la primera en partir del mundo. ¡Ah! ¡Quién pudiera morir por vos!
LA INFANTINA.— ¡Adiós, Duquesa! Decidle al Rey mi padre que muero contenta porque salvo a su reino.
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— No me guardéis rencor, Señora Infantina, dadme también las manos a besar.
LA INFANTINA.— Con toda mi alma. Si ahora me habéis mortificado, no puedo olvidar que cuando niña me habéis divertido enseñándome la pavana y el minué. Pero si el cielo alarga tanto vuestra vida, que podáis conducir otra princesa como tributo al Dragón, recordad que hay precedentes, y que no es preciso llegar a la Fuente de los Enanos.
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— La pena de no ver a mi Señora la Infantina me matará este invierno,
LA DUQUESA.— ¡Adiós, mi niña adorada!
LA INFANTINA.— ¡Adiós!
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— Vamos, Duquesa, que si la noche nos coge en el bosque no sabremos salir.
LA DUQUESA.— ¿Hay lobos?
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— ¡Siempre hay lobos en los bosques!
LA DUQUESA.— ¡Y no lleváis armas!
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— Llevo el Discurso de la Corona. ¿No sabéis que los lobos se ahuyentan con la música?
LA DUQUESA.— Niña mía, perdona que te deje con tal premura, pero ya comprendes cómo tendría que morirme de vergüenza si la noche me cogiese sola en el bosque con el Señor Maestro de Ceremonias. Vamos.
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— Os daré la mano.
LA DUQUESA.— ¡Gracias! ¿Lleváis los chapines de la Infantina?
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— ¡Aquí los llevo! En estos momentos supremos no he querido contradecir a la pobre niña, pero los usos tradicionales no pueden cambiar, porque en esta ocasión, única en dos mil años, no hayamos llegado a la Fuente de los Enanos.
LA DUQUESA.— ¿Vos no aceptáis que sea un precedente?
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— ¡De ninguna manera! Podría serlo, en todo caso, para modificar la forma de los chapines haciéndolos más cómodos para caminar por estos andurriales, pero de ninguna manera para modificar una pragmática del buen Rey Dagoberto. ¡Adonde iríamos a parar!
(LA Infantina queda sola en el bosque, sentada al pie de un árbol lleno de nidos y de cantos de ruiseñor. Damas y chambelanes, meninas y pajes se retiran lentamente. Con sus ojos de porcelana y sus bocas pueriles, tienen un aire galante y hueco de maniquíes.)
LA INFANTINA.— ¡Guerreros soberanos de mi estirpe! ¡Reyes y Reinas! ¡Blancas Princesas, como yo sacrificadas a la furia del monstruo! ¡Dadme el aliento para saber morir! Me cubriré con mi manto. ¡No quiero que puedan ver el miedo en mi rostro ni aun los pájaros del cielo!
(APARECE el Rey Micomicón, la melena al viento. Es un gigante de cien años, con largas barbas como el viejo Emperador Carlomagno. Camina desorientado, y al ver a su hija, la Señora Infantina, da un gran grito.)
EL REY MICOMICÓN.— ¡Hija! ¡Al fin te encuentro!
LA INFANTINA.— ¿Cómo estáis aquí, padre mío?
EL REY MICOMICÓN.— He salido del palacio disfrazado. Vengo para salvarte. ¡Oh! ¡Qué zozobras he sentido al correr este bosque sin hallarte por parte alguna! ¡Creía llegar tarde! ¡Vamos, hija mía! Cerca de aquí me espera tu paje fiel, con un caballo.
LA INFANTINA.— No tengo chapines, padre mío.
EL REY MICOMICÓN.— ¡Oh! ¡Qué niña loca! Te llevaré en brazos.
LA INFANTINA.— ¿Adonde, padre mío?
EL REY MICOMICÓN.— A una tierra lejana y feliz donde no haya monstruos. Para salvarte, renuncio mi corona.
LA INFANTINA.— Y vuestro reino todo será abrasado por los ojos del Dragón. ¡No, padre mío!
EL REY MICOMICÓN.— Entonces ya no sería mi reino, hija querida.
LA INFANTINA.— Yo quiero salvar a todos los que una vez besaron mis manos como Infantina. ¡Dejad, señor, que se cumpla mi destino de flor que deshoja el viento!
EL REY MICOMICÓN.— ¡Qué triste fin el de mi reinado!
LA INFANTINA.— ¡Volved al palacio, señor! Haced feliz a vuestro pueblo. Ahora que sois desgraciado podréis conseguirlo mejor, que son los ojos más clementes los que miran llenos de lágrimas. Apartaos las barbas con la mano, para que os pueda besar.
EL REY MICOMICÓN.— ¡Adiós, hija mía, Blanca Flor!
LA INFANTINA.— ¡Adiós, padre mío!
EL REY MICOMICÓN.— ¡Nunca pensé que pudiese recorrer un camino tan lleno de espinas, siendo Rey!
(SE aleja el Rey por aquel bosque antiguo, lleno de ecos como un sepulcro. Camina despacio y con anhelo, sacudida la espalda por los sollozos. Aparece el Príncipe Verdemar, con una armadura resplandeciente, semejante a un Arcángel.)
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Princesa de mis sueños, soy un enamorado de tu hermosura y vengo de lejanas tierras para vencer al Dragón.
LA INFANTINA.— El Dragón es invencible, noble caballero.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Si fuese como dices, bastaría para mi gloria dar la vida en tu defensa. ¡Ya está ahí el Dragón!
(OYESE el vuelo del Dragón rompiendo las ramas de los árboles y asustando a los pájaros. Es un monstruo que tiene herencia de la serpiente y del caballo, con las alas del murciélago.)
LA INFANTINA.— Yo no quiero que tan noble vida se aventure en una muerte cierta. Huid, generoso paladín.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Son hermanos tu destino y mi destino. Sea una nuestra suerte, y la estrella de la tarde, que ahora nace en el cielo, vea nuestra desgracia o nuestra ventura.
(EL Príncipe Verdemar pelea con el Dragón. La boca del monstruo descubre siete hileras de dientes. Hay un momento en que el paladín siente desmayar su brío. Pero le anima el sentimiento divino del amor, y levantando a dos manos la espada, que parece un rayo de sol, da muerte al Dragón.)
LA INFANTINA.— ¿Quién sois que poséis la espada de diamante? Vuestra es mi vida, valeroso guerrero. Llevadme a la Corte de mi padre, y mi reino será vuestro.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Sólo puedo conduciros hasta las puertas de la ciudad. Un voto me impide entrar en poblado.
LA INFANTINA.— Juradme al menos que aun os veré otra vez.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Os lo juro.
LA INFANTINA.— ¡Ay! No tengo chapines.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Yo tengo para ti, Infantina, unos chapines de oro.
(EL Duende sale de la enramada con unos chapines de piedras preciosas, y los deja sobre la yerba. De un salto como lo dan las ranas y los sapos, desaparece.)
LA INFANTINA.— ¡Oh! ¡Qué lindos! Sólo las hadas de los cuentos los tienen así.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Me dejas encerrar en ellos los lirios de tus pies?
LA INFANTINA.— ¿Y tú no olvidarás la promesa de volver a verme?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Aun cuando quisiera olvidarla, no podría.
(SE alejan, y buscan el camino el uno en los ojos del otro. Y van así por el bosque, que empieza a llenarse de sombras, y los ruiseñores cantan en sus nidos. El Duende sale cauteloso del tronco de un árbol. Pone el pie sobre la cabeza del Dragón y le arranca la lengua.)
EL DUENDE.— Le extraeré el veneno de la lengua y lo venderé en la Corte del Rey Micomicón a los poetas y a las damas que murmuran de todo.
UNA PASTORA PASA CANTANDO.—
¡Quien a la sierpe matará
con la Infantina casará!
¡Quien diere muerte al Dragón
reinaría en el reino de Micomicón!
ESCENA QUINTA
EN LOS JARDINES REALES. EL PAVÓN SIEMPRE CON LA COLA ABIERTA EN ABANICO DE FABULOSOS IRIS, ESTÁ SOBRE LA ESCALINATA DE MÁRMOL QUE DECORAN LAS ROSAS, Y AL PIE, LA GÓNDOLA DE PLATA CON PALIO DE MARFIL, Y LOS CISNES DUALES EN LA PRORA BOGANDO, MUSICALES EN SU LIRADA CURVA. LA INFANTINA PASEA EN LA GÓNDOLA. LA DUQUESA LE DA COMPAÑIA EN CALIDAD DE DAMA DE RESPETO.LA DUQUESA.— Ya veis cómo me había vestido de luto. No me importa, porque un vestido negro nunca sobra. ¿Y decís, niña mía, que era un bello paladín?
LA INFANTINA.— Bello más que el sol.
LA DUQUESA.— ¿Cómo no habrá venido a recibir la recompensa? Sin duda, no sabe que al vencedor le será otorgada vuestra mano.
LA INFANTINA.— ¡Acaso no me ame!
LA DUQUESA.— ¿No amaros, y os ha visto? Y aun cuando no fuese para desposaros, debía venir para que le conociésemos las damas de la Corte.
LA INFANTINA.— ¡El me prometió venir un día!
LA DUQUESA.— Entonces cumplirá su palabra.
LA INFANTINA.— Yo le espero siempre.
LA DUQUESA.— ¿Vos ya le amáis?
LA INFANTINA.— Cuando se me apareció en el bosque creí que le había visto otra vez. ¡Pero no pude reconocerle!
LA DUQUESA.— ¿Le habíais visto en sueños?
LA INFANTINA.— Eso pensé yo.
LA DUQUESA.— Si me dais permiso voy a quitarme estas tocas de luto. Me vestiré de colorado.
(DESEMBARCAN en la escalinata de mármol. El Príncipe Verdemar, con traje de bufón, las saluda haciendo una pirueta. La Duquesa da un respingo, porque odia la parla atrevida y aviesa de tales locos. El Príncipe le grita a la oreja.)
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Vestiros de colorado? ¡No hagáis tal!
LA DUQUESA.— ¡Qué necio asombro!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Duquesa gaitera os van a llamar.
LA DUQUESA.— No me importa.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Además, siempre es peligroso vestir de colorado en la Corte.
LA DUQUESA.— ¿Por qué?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Es el color con que se llama a los toros.
LA DUQUESA.— Con vuestro permiso, Señora Infantina.
(LA Duquesa, con un gesto impaciente, rechaza al bufón. El Príncipe Verdemar le hace una mueca. Después, como si un pensamiento le cambiase el rostro y el alma, suspira contemplando a la Infantina.)
LA INFANTINA.— A tiempo llegas para divertirme, bufón.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¿Estás triste, señora mía? ¿Cuáles son tus penas?
LA INFANTINA.— No tengo penas. Sólo tengo recuerdos y quiero olvidar.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— No se olvida cuando se quiere.
LA INFANTINA.— Dicen que hay una fuente...
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Esa fuente está siempre al otro extremo del mundo. Para llegar a ella hay que caminar muchos años.
LA INFANTINA.— ¿Pero se olvida al beber sus aguas?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Se olvida sin beberlas. Es el tiempo quien hace el milagro, y no la fuente. Cuando una peregrinación es larga, se olvida siempre...
LA INFANTINA.— ¿Y se es feliz al olvidar?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Eso podrán decírtelo los viejos.
LA INFANTINA.— Se lo preguntaré a la Duquesa.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡No hagas tal, señora mía! La Duquesa no ha olvidado por vieja, sino por mujer. ¿Y tú, has olvidado con qué palabras me diste esta rosa?
LA INFANTINA.— ¡Es verdad! Tú fuiste el único que encendió mi corazón con una esperanza, asegurándome que no sería víctima del Dragón. ¿Cómo podías saberlo?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Se lo pregunté a una margarita deshojándola.
LA INFANTINA.— ¿Y no le has preguntado si un día volverá mi paladín?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Se lo he preguntado.
LA INFANTINA.— ¿Y qué dijo la flor?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Que volverá.
(APARECE el Rey Micomicón, con manto de armiño, corona y cetro. Los cortesanos aparecen tras él. Damas y galanes cambian sonrisas y miradas pueriles.)
EL REY MICOMICÓN.— ¡Hija mía, Blanca Flor, logrado es tu anhelo! Un heraldo acaba de anunciarme la llegada del caballero vencedor del Dragón. ¿Oyes el son de esa trompa? Su poderoso aliento la hace sonar.
LA INFANTINA.— ¡Cómo tiembla mi corazón al esperarle!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Aquella tarde que imaginabas ir a la muerte, me ofreciste una rosa si volvías a tu jardín. ¡Que la dicha no te haga veleidosa!
LA INFANTINA.— Te la daré otro día.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡Ay, mi señora! ¡Qué pronto aprendiste la ciencia del olvido! Sólo deseo que te sirva para ser feliz.
LA INFANTINA.— Déjame, bufón. Tendrás, en vez de la rosa, un vestido nuevo, y eso saldrás ganando.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Un paladín se anuncia como tu salvador, y no podrás reconocerle. ¡Cuando olvida el corazón, también olvidan los ojos!
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— ¡Señora Infantina! ¡Oíd! Pide venia para saludaros el más poderoso caballero de la Cristiandad, el que ciñe la espada de diamante, el que dió muerte al Dragón.
(APARECE Espandián. Las guías del mostacho, estupendas y retorcidas, casi le tocan las orejas. Su espadón, de siete cuartas, da temblores. Por bajo el ala del chapeo, uno de sus ojos asesta terribles miradas, porque el otro lo trae cubierto con un parche.)
EL BRAVO.— Hija del Rey, dame tus manos a besar
LA INFANTINA.— ¿Dónde queda tu señor?
EL BRAVO.— Nunca tuve señor.
LA INFANTINA.— ¡El valeroso paladín a quien debo la vida, y de quien, sin duda, traes algún mensaje, dónde queda?
EL BRAVO.— Yo soy ese paladín, hija del Rey. Me desconoces porque las lágrimas te cegaban en aquellos momentos y no te permitían ver bien. Era como si tuvieses telarañas en los ojos.
LA INFANTINA.— ¡Aquél era un hermoso caballero!
EL BRAVO.— ¿Yo no te parezco hermoso?
LA INFANTINA.— ¡Tú eres un impostor! Padre mío, mandad que le azoten.
EL REY MICOMICÓN.— Si es verdad lo que dices, le mandaré ahorcar.
EL BRAVO.— Rey de Micomicón, te daré tales pruebas, que sea imposible dudar de mis palabras. Tu hija es natural que no me reconozca. En aquel instante debí parecerle bello como un arcángel. ¡Además, ya he dicho que lloraba hilo a hilo!
EL REY MICOMICÓN.— Seca tus ojos, hija mía. Mírale bien. ¿No hay ningún rasgo que te lo recuerde?
LA INFANTINA.— Ninguno.
EL REY MICOMICÓN.— ¿La voz acaso?
LA INFANTINA.— ¡Era una música aquella voz!
EL BRAVO.— Como ahora estoy ronco no la reconoce.
EL REY MICOMICÓN.— ¿Qué pruebas puedes darme de que eres quien dió muerte al Dragón?
EL BRAVO.— La cabeza del monstruo.
EL REY MICOMICÓN.— ¿Dónde está?
EL BRAVO.— La guardan mis criados, que esperan a puerta del palacio.
EL REY MICOMICÓN.— ¡Que comparezcan inmediatamente!
EL BRAVO.— Tocaré mi bocina.
(ESPANDIAN sopla en un caracol marino, con tan potente aliento, que los pájaros caen de los árboles. Se presentan cuatro bandoleros, que en unas andas de ramaje traen la cabeza del Dragón. Al verla, algunas damas se cubren los ojos y miran por entre los dedos.)
EL REY MICOMICÓN.— ¡Caminan agobiados!
EL BRAVO.— ¡Es pesada como una tesis doctoral! ¡Vedla! Mi espada le atravesó la frente... Catad el agujero.
EL REY MICOMICÓN.— Hija mía, toda duda es imposible. Vuelve los ojos a este valeroso caballero, pídele perdón por haber dudado y ofrécele tu mano.
LA INFANTINA.— ¡Jamás! ¡Es un impostor os digo! Mandad que le azoten.
EL REY MICOMICÓN.— ¿Tampoco reconoces la cabeza del monstruo?
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— ¡Siete hileras de dientes, como relata la crónica del buen Rey Dagoberto!
EL REY MICOMICÓN.— ¿Reconoces este trofeo?
LA INFANTINA.— ¡Oh! ¡Yo me vuelvo loca! ¡Por qué no hallé la muerte en el bosque!
EL BRAVO.— No has visto bien estas siete hileras de dientes.
(BERTOLDO, el antiguo bufón de la Señora Infantina, aparece de improviso, temblando dentro de sus calzones de bayeta amarilla y dando tiritones.)
EL BUFÓN.— Compadre, al fin nos vemos las caras, y en paraje tal, donde no dejarán de hacer justicia. ¡Sabed que este hombre me ha robado!
EL REY MICOMICÓN.— ¡Silencio, truhán!
LA INFANTINA.— Dejadle hablar, padre mío. Ven a mi lado, Bertoldo.
EL BUFÓN.— Soñé con ir a las Indias, y por eso dejé a mi Señora la Infantina. ¡Nunca lo hubiera hecho! En una venta hallé con un generoso caballero que me cambió su traje galán por mi sayo de bufón. ¡Y ese bergante, escapado de galeras, me lo robó! Antes tuvo pendencia con el caballero, y se ganó una herida en un brazo. Que se arremangue y la veréis.
EL BRAVO.— No es preciso. He reñido porque mi descanso es pelear. ¡Alcancé una herida, pero maté a mi adversario!
EL BUFÓN.— Todo es fantasía. Pero en ello no entro ni salgo. ¡Que diga por qué me robó el vestido!
EL BRAVO.— Lo guardé como trofeo de mi victoria.
EL REY MICOMICÓN.— ¡Basta! Tú tendrás otro vestido, Bertoldo.
EL BRAVO.— Tendrás dos. Uno del Rey y otro mío.
EL REY MICOMICÓN.— Este caballero, a quien has injuriado, como villano que eres, es el prometido de tu Señora la Infantina Blanca Flor. ¡Pídele perdón!
EL BUFÓN.— ¡Prometido de mi Señora un capitán de bandoleros! ¡El pícaro Espandián!
EL REY MICOMICÓN.— ¿Tú eres Espandián?
EL BRAVO.— Señor, yo soy Espandián.
LA INFANTINA.— ¡Ya veis cómo tenía razón!
EL REY MICOMICÓN.— Tu cabeza está pregonada.
EL BRAVO.— Señor, mi cabeza estaba pregonada, pero creo haberla rescatado con la cabeza del Dragón.
EL REY MICOMICÓN.— ¿Y crees también poder casarte con mi hija la Infantina Blanca Flor?
EL BRAVO.— Rey, yo sólo creo en tu palabra.
EL REY MICOMICÓN.— ¿Qué dices, hija mía muy amada? Yo di mi palabra real de hacer tus desposorios con aquel que diese muerte al Dragón. ¿Quieres que sea perjuro a mi palabra?
LA INFANTINA.— ¡No, Rey Micomicón! Pero tu hija te ofrece morir para salvar el honor de su estirpe soberana.
EL REY MICOMICÓN.— Oyeme con calma, hija mía. Espandián no es un bandolero vulgar. Reina en los montes, y en los caminos tiene una hueste aguerrida y numerosa. Si yo le concedo beligerancia...
LA INFANTINA.— ¡No habléis así, padre mío!
EL REY MICOMICÓN.— Aun sin matar al Dragón podría ser uno de mis nobles. ¿Imaginas que es otro el origen de mis Pares y mis Duques?
LA INFANTINA.— Padre mío, moriré, porque no le amo y porque el corazón me dice que es un impostor.
EL REY MICOMICÓN.— ¡Eso ya es histerismo!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡Tu fe te salva, Infantina Blanca Flor! Rey, manda que venga un carnicero, un cirujano, un asesino o un general que haya cortado muchas cabezas.
EL REY MICOMICÓN.— ¡Que venga el heroico General Fierabrás!
EL MAESTRO DE CEREMONIAS.— Señor, hace veinte años que está encamado.
EL REY MICOMICÓN.— ¡Que se levante para servir a su Rey!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Escucha, poderoso Rey de Micomicón, y tú, dulce Infantina, enjuga tus lágrimas y escucha también.
LA INFANTINA.— ¡Oh! ¡Qué ilusión! Me pareció que tus palabras me traían como un aire lejano, la música de aquella voz. Habla, bufón mío.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— El corazón no te engañaba al decirte que ese hombre era un impostor.
LA INFANTINA.— ¡Lo veis, padre mío!
EL BRAVO.— ¿Eres tú quien lo afirma?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡Yo!
EL REY MICOMICÓN.— Aquí está el heroico General Fierabrás.
(EL heroico General Fierabrás viene por el fondo del jardín apoyado en dos chambelanes. Es un viejo perlático, con el pecho cubierto de cruces, y la cabeza monda. La punta de la nariz le gotea sin consideración, como una gárgola.)
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡Tú, que eres el héroe del reino, habrás cortado muchas cabezas?
FIERABRÁS.— No, hijo mío.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— ¡Te llaman Fierabrás!
FIERABRÁS.— Es nombre que me puso mi mujer, porque tenía mal genio en casa.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Eres el héroe del reino. Acabas de recibir el último entorchado.
FIERABRÁS.— Ha sido por combatir la filoxera.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Yo quería preguntarte si habías cortado alguna cabeza que no tuviese lengua.
FIERABRÁS.— ¿Es una adivinanza?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— No, invicto General.
FIERABRÁS.— Todas las cabezas tienen lengua. ¿Está sin lengua alguno de vosotros? ¡Qué importa que la cabeza se halle sobre los hombros o separada!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Pues esa cabeza no tiene lengua.
EL REY MICOMICÓN.— ¿Tú lo sabes?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Podéis verlo vos mismo.
EL REY MICOMICÓN.— Abridle las fauces. ¡Ah!... ¡No tiene lengua!
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Pero la tuvo. Vedla aquí.
EL REY MICOMICÓN.— ¿Qué quieres decir?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Que soy quien ha dado muerte al Dragón.
LA INFANTINA.— ¡Por eso tu voz encantaba mi oído, y tu mirada hacía latir mi corazón! ¡Ahora te reconozco!
EL REY MICOMICÓN.— Hija mía muy amada, podías ser la esposa de ese hombre, porque un bandolero puede ser tronco de un noble linaje, como nos enseña la Historia. Pero no puedes ser la esposa de un bufón.
LA INFANTINA.— Sí, padre mío, porque le amo.
EL REY MICOMICÓN.— Tomarás la cicuta, como aquel filósofo antiguo. Traedle una taza, Duquesa.
LA DUQUESA.— ¡Oh! ¡Qué tragedia! ¡Y yo que no puedo llorar! ¿Queréis la cicuta muy azucarada, niña mía?
LA INFANTINA.— ¡Padre mío, dejadme casar con el que amo!
EL REY MICOMICÓN.— Un bufón no puede ser tronco de una monarquía.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Pero un Príncipe, sí. Yo soy Verdemar, hijo de tu amigo el Rey Mangucián. Mira, Señor, cómo tengo en el pecho la flor de lis, distintivo de todos los Príncipes de mi sangre.
EL REY MICOMICÓN.— ¡Oh, Príncipe Verdemar! Tú reinarás en mi reino con la Infantina.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Princesa, Señora mía, estás en deuda con tu bufón. Me debes una rosa.
LA INFANTINA.— Te daré todas las rosas del rosal.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Y los lirios de tus manos a besar.
EL REY MICOMICÓN.— Entremos al palacio, hijos míos. El relente de la noche es malo para los enamorados.
EL BUFÓN.— ¡Y a mí, no me hacéis justicia?
EL REY MICOMICÓN.— ¿Qué justicia pides?
EL BUFÓN.— Que me sea devuelto el vestido que me robó Espandián. No dejéis libre a este pícaro, porque se escapará.
EL REY MICOMICÓN.— Que sea atado al tronco de un árbol, hasta que venga el verdugo.
EL BRAVO.— ¡Poderoso señor, muévate a la clemencia el recuerdo de que estuve al tris de ser tu yerno!
EL REY MICOMICÓN.— No menciones tal oprobio porque mandaré arrancarte la lengua.
EL BRAVO.— Señora Infantina, yo hubiera querido vencer al Dragón. Pero la suerte lo dispuso de otro modo, y llegué tarde. Piensa que pudo ser mi dicha la de ese noble Príncipe. ¡Halle gracia en tu corazón el caballero Espandián!
LA INFANTINA.— ¡Perdonadle, padre mío!
EL REY MICOMICÓN.— Atendiendo a que lo pide mi hija, muy amada, te perdono la vida.
EL BRAVO.— ¡Gracias, poderoso Rey Micomicón!
EL REY MICOMICÓN.— Pero sufrirás la pena de azotes.
EL BRAVO.— ¡La pena de azotes! ¡Una pena infamante al caballero Espandián! ¡Una pena peor que la muerte, si el verdugo tiene la mano dura!
EL BUFÓN.— Compadre, te ha cegado la ambición. No conviene querer subir tan alto. ¿Y para qué, compadre? ¿Qué ibas ganando? Imaginas que el Principe Verdemar, al casarse con la Infantina, va a estar mejor que yo, siendo su bufón. ¡No lo sueñes! Los peores humores serán para el marido. ¡Y tú, que eres rey de los caminos reales y archipámpano de las diligencias, qué podías hallar que no tuvieses en este mísero Estado de Micomicón? ¡Se puede ambicionar ser rey del tabaco, del cacao, del azúcar y de los rábanos! ¡Se puede ambicionar ser rey del petróleo, de los diamantes y de las perlas! ¡Se puede ambicionar ser rey de una sierra por donde haya trajín de carromatos, mulateros y feriantes! ¡Pero Rey constitucional en el Estado de Micomicón! ¡Estabas loco, compadre Espandián!
EL BRAVO.— ¡Calla, imbécil! ¿Imaginas que no me hice cargo? Pero quise buscar un retiro para la vejez. Me habían dicho que se cobraba bien.
EL BUFÓN.— ¡Eso, sí! ¡Y en oro!
(SE oye el planto de la Señora Geroma, que aparece baldeando, jipando y manoteando. Sus clamores pueblan el jardín. Llegando al árbol donde está atado Espandián, suspira y pone los ojos en blanco.)
GEROMA.— ¡Espandián! ¡Marido mío! ¡Brazo de fierro! ¡No pensabas ayer, cuando me pediste el agua para lavarte el cuello, que el verdugo te ensebaba la cuerda! ¡Espandián! ¡Marido mío, que no te ponías calcetas por no darle a tu Geroma el trabajo de remendártelas! ¡Y eras tan lechuguino como el primero!
ESCENA ÚLTIMA
(LOS PALACIOS DEL REY MICOMICÓN : EN LA SALA DE LOS BANQUETES. BAJO LA GRAN ARCADA QUE SE ABRE SOBRE EL JARDIN DE LOS CISNES Y LAS ROSAS, ACABAN DE TROPEZARSE BERTOLDO, EL ANTIGUO BUFON DE LA SEÑORA INFANTINA, Y EL CIEGO DE LAS GACETAS. SATISFECHOS DE HACER NUEVO CONOCIMIENTO SE ABRAZAN. EL PERRO TOMA PARTE EN ESTAS EFUSIONES, PONIÉNDOSE EN DOS PATAS.)
EL BUFÓN.— ¡Ya estás de vuelta, compadre Zacarías!
EL CIEGO.— ¡Y tú también, compadre Bertoldo!
EL BUFÓN.— Como me habían robado el vestido, no pude embarcar. Antes de poner el pie a bordo ya parecía un náufrago.
EL CIEGO.— Yo tampoco pude embarcar, pero no fué por falta de vestido. Había tomado pasaje para mí solo y no me admitían al perro. Querían que pagase como si fuese una persona.
EL BUFÓN.— Las personas son las que debían pagar como perros, porque de tales reciben el trato en esos barcos de emigrantes.
EL CIEGO.— Me quedé en tierra, y acá me vine, a la querencia de mi antiguo oficio. Vuelvo a vender las gacetas a la gente del Palacio.
EL BUFÓN.— ¿Y qué tal?
EL CIEGO.— Estos días algo se hace con motivo de las bodas reales, y, sobre todo, con la vista del proceso de Espandián. Pero el agosto está cuando hay denuncias. Entonces vendo de oculto, Si se habla mal del Rey, todos los palaciegos pican.
EL BUFÓN.— Hoy se celebra el gran banquete.
EL CIEGO.— Ya han salido cuatro extraordinarios. Se matan los unos a los otros.
EL BUFÓN.— Perdona que te interrumpa. Pasa el cortejo de la boda y tengo que ir a pisarle la cola a la Duquesa.
(SE van el Ciego y el Bufón. Aparecen hablando el Príncipe Verdemar y el Duende. El Duende trae los zuecos llenos de barro, y se detiene en la arcada para limpiárselos con unas pajas. El Príncipe Verdemar está vestido de oro y seda.)
EL DUENDE.— ¿El Rey de Micomicón, tu suegro, ha invitado a tu padre el Rey Mangucián?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Creo que sí.
EL DUENDE.— ¿Tú no le has visto?
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— No. Pero me ha parecido que era uno que roncaba en la capilla durante la ceremonia.
EL DUENDE.— Yo deseo servirle en el banquete.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Le servirás.
EL DUENDE.— Pero será tan sólo un corazón de cordero crudo y sin sal, en un plato de oro.
EL PRÍNCIPE VERDEMAR.— Ya está aquí todo el cortejo.
(DE pronto el Duende se hace invisible. Por todos los arcos aparece el cortejo de las bodas. Reyes y Reinas con corona y manto, y cada cual por su puerta. Detrás los séquitos. El Príncipe hace un paso muy gentil, para tomar de la mano a la Infantina. Los Reyes ocupan sus sitiales. Los coperos les llenan las copas, los esclavos se arrodillan para ofrecer las fuentes gigantescas, llenas de perniles. El Duende aparece con un plato de oro en la mano, y se detiene ante el Rey Mangucián.)
EL REY MICOMICÓN.— Yo estoy desfallecido. Dejad que la gente se coloque como quiera, Señor Maestro de Ceremonias, solamente que mi. amigo el Rey Mangucián tenga su sitial a mi derecha. Supongo que no faltará comida. Se han sacrificado un toro y siete corderos.
(EL Rey Mangucián toma asiento a la diestra del Rey Micomicón y bosteza con deleitable largura, como si ello friese el mejor aperitivo para disponerse a comer. Después prende un bocado, lo muerde y palidece de cólera.)
EL REY MANGUCIÁN.— ¿Qué me habéis servido en este plato? Te declararé la guerra por la burla, Rey de Micomicón.
EL REY MICOMICÓN.— Repórtate, Rey Mangucián. Lo que te han servido es un sabroso pernil.
EL REY MANGUCIÁN.— No, esto no es pernil Precisamente el pernil es uno de los platos en que yo me chupo los dedos.
(LOS dos Reyes se miran airados. El Rey Mangucián ha puesto mano a la espada, y se ha sujetado la corona en la cabeza. El Rey Micomicón hace lo mismo. Los cortesanos dan un grito y quedan espantados: Las bocas abiertas, el bocado en el aire y la copa en la mano. El Duende deja oír su voz burlona.)
EL DUENDE.— Cierto. Lo que en este plato de oro acabo de servirte, poderoso Rey Mangucián, es corazón de cordero crudo y sin sal. ¿No era así como clamabas un día por comerte el corazón de aquel Príncipe hijo tuyo, que había dado libertad al Duende? ¡Ya ves que el plato no es muy sabroso! Los perros, los leones, los tigres, los lobos y los gatos se comen la carne cruda y sangrienta, porque tienen en sus estómagos una gran cantidad de ácido clorhídrico que les hace fácil digerirla. Pero los Reyes, si un tiempo remoto pudieron hacer lo mismo, hoy, por la evolución de las especies, ya no pueden. Al perder en regalías, perdieron en potencia estomacal. Los Reyes constitucionales sólo pueden ser vegetarianos.
EL REY MANGUCIÁN.— ¡A quién se lo cuentan, Micomicón!
EL REY MICOMICÓN.— ¡A quién se lo cuentan, Mangucián!
(EL Príncipe Verdemar y la Señora Infantina, cogidos de las manos van a ponerse de rodillas en la presencia de los dos Señores Reyes. Sus voces se levantan hermanadas.)
LOS DOS.— ¡Bendecidnos!
LOS REYES.— ¡Que los altos cielos igualmente os bendigan, dilatando nuestras dinastías por los siglos de los siglos!
TODOS LOS INVITADOS.— ¡Amén!
FARSA Y LICENCIA DE LA REINA CASTIZA
APOSTILLÓN
CORTE ISABELINA. BEFA SEPTEMBRINA. FARSA DE MUÑECOS. MALICIOSOS ECOS
DE LOS SEMANARIOS REVOLUCIONARIOS LA GORDA LA FLACA Y GIL BLAS.
MI MUSA MODERNA ENARCA LA PIERNA, SE CIMBRA, SE ONDULA, SE COMBA, SE
ACHULA CON EL RINGORRANGO RÍTMICO DEL TANTO Y RECOGE LA FALDA DETRÁS
PERSONAJES
LA REINA
EL REY CONSORTE
LUCERO, MANOLO COMPADRE DE LA REINA
MARI-MORENA, AZAFATA
EL GRAN PREBOSTE
UN ESTUDIANTE SOPISTA
DON GARGARABETE, MARQUES LECHUGINO, AMANTE DE LA REINA
DON TRINITO, GENTILHOMBRE DEL REY
TORROBA, JOROBADO GUITARRISTA, FAVORITO DEL REY
EL ESTUDIANTE CON DISFRAZ DE LEGO
LA INFANTA FRANCISCA
EL MAYOR GENERAL DON TRAGATUNDAS
EL INTENDENTE DEL REY
DON CAMARISTAS DE LA REINA
DOS DAMAS DE LA INFANTA
RONDA DE MAJOS CALAMOCANOS
JORNADA PRIMERA
DECORACIÓN
EN VERDE Y ROSA, UNA FLORESTA DE JARDINES Y SURTIDORES. LOS VIOLINES DE LA ORQUESTA HACEN PAPEL DE RUISEÑORES
CALA LA LUNA LOS FOLLAJES. Y ALBEA EL PALACIO REAL, QUE ACROBÁTICO EN LOS MIRAJES DEL LAGO, DA UN SALTO MORTAL
(UN MANOLO Y UNA AZAFATA CONVERSAN BAJO LOS NEGRILLOS DEL JARDIN. Y DAN SERENATA EN EL FONDO, RANAS Y GRILLOS.)
LUCERO DEL ALBA:
¡Conque está la señora soberana,
mi comadre, tan guapa y repolluda!
¿Y hay novedades?
MARI-MORENA:
Para la semana,
mediante Dios, saldremos de la duda.
LUCERO DEL ALBA:
Pues que nos traiga un Príncipe.
MARI-MORENA:
¡Así sea!
LUCERO DEL ALBA:
Recibido el recado, acá me vine.
¿Qué se ocurre?
MARI-MORENA:
Tuvimos una idea.
LUCERO DEL ALBA:
Puede que sin decirla la adivine.
MARI-MORENA:
¡Vaya que no!
LUCERO DEL ALBA:
Me llama la Señora,
porque sabe que en mí tiene un templado,
que carga su trabuco en toda hora
para ella. ¿Es verdad? ¿Fué bien hablado?
MARI-MORENA:
¡Chapión, hablaste como un loro viejo!
LUCERO DEL ALBA:
No me hagas cambalaches con el nombre.
El que llaman Chapión es un pendejo,
y Lucero del Alba todo un hombre.
MARI-MORENA:
Perdona, Chapión.
LUCERO DEL ALBA:
¡No haya un disgusto!
MARI-MORENA:
Antoja ir de mantón a la verbena
la Señora.
LUCERO DEL ALBA:
¡La Reina es de mi gusto!
¿Y cuál es mi incumbencia en la faena?
MARI-MORENA:
Luego dispone ir de tapadillo
a un baile de candil.
LUCERO DEL ALBA:
¡Viva la Pepa!
MARI-MORENA:
¿Tú tienes quien nos guarde?
LUCERO DEL ALBA:
El Tempranillo,
el Zaino, el Mengue, el Toño y Paco Chepa.
Los de siempre. ¡La flor!
MARI-MORENA:
¡Tenlo secreto!
LUCERO DEL ALBA:
Como el dar pasaporte a un cristiano.
MARI-MORENA:
Y para no olvidarte del respeto,
hay que ver de no estar calamocano.
LUCERO DEL ALBA:
Mari-Morena, deja que presuma
un poco, al escuchar tus dicharachos.
El Lucero del Alba, si se ajuma,
es más fino que el Rey de los gabachos.
¿Y cuál baile ha de ser el preferido?
MARI-MORENA:
El que vieras mejor.
LUCERO DEL ALBA:
¡Todos son buenos!
El del Rango, el Manolo, el Buen Cumplido...
No faltan en ninguno calvatruenos...
(EL fraque azul abotonado, media guedeja,
y la gavina derribada sobre la oreja,
pintando chirlos en el aire con el bastón,
hace su entrada el Gran Preboste: Un fantasmón.)
MARI-MORENA:
Yo me najo. Pudiera el Gran Preboste,
si en conversa nos ve, caer de la luna.
Caso de preguntar, ni oste ni moste.
LUCERO DEL ALBA:
¡De mí nadie sacó verdad alguna!
(TOSE su excelencia, un ojo guiñado
bajo la humareda de su tagarnina.
Con toses, Lucero se marca, y alzado
el catite, a Su Excelencia se avecina.)
EL GRAN PREBOSTE:
¡Tú por acá!
LUCERO DEL ALBA:
Me tira aquella prenda,
la ando por camelar, y es piedra dura,
lleva sobre los ojos una venda,
y no sabe apreciar esta pintura.
(EL talle ondulante,
con ondulaciones
de gata, y pimpante
ritmo de tacones,
huye la azafata,
y su risa fresca
en la escalinata
trina picaresca.)
EL GRAN PREBOSTE:
¿Y aquellos barrios, cómo están?
LUCERO DEL ALBA:
Lo mismo
que una balsa de aceite.
EL GRAN PREBOSTE:
¿No hay barruntos
de jollín?
LUCERO DEL ALBA:
Al que chiste lo descrismo,
y me engraso las botas con sus untos
EL GRAN PREBOSTE:
Si algo observas...
LUCERO DEL ALBA:
No tenga usía canguelo.
EL GRAN PREBOSTE:
¿Allí nadie conspira?
LUCERO DEL ALBA:
Por ahora
en su olivo se está cada mochuelo.
Saben que es mi comadre la Señora.
¿Quiere usía un cigarro? Es contrabando
de Gibraltar. ¡Tabaco peluquilla!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Precisamente yo lo estoy buscando!
¡Procúrame una buena pacotilla!
No quiero despistarte de la caza
amorosa que sigues.
LUCERO DEL ALBA:
Se agradece.
EL GRAN PREBOSTE:
Cuando observes jaleo por la plaza
de Antón Martín, me avisas.
LUCERO DEL ALBA:
¡Me parece!
(SALUDA y se aleja Lucero
con marchoso compás de pies,
apretándose pinturero
a la cintura el marsellés.)
(REVOLANTE el suelto manteo
y al aire el tricornio, un sopón
salta a la arena del paseo
con flexible genuflexión.)
EL SOPÓN:
Perdone Su Excelencia si interrumpo el discurso
genial de sus ideas y en falta soy incurso.
Pero el ser pretendiente justifica mi falta,
que la liebre se ha de matar en donde salta.
EL GRAN PREBOSTE:
¿Tú me tomas por liebre?
EL SOPÓN:
Metafóricamente.
EL GRAN PREBOSTE:
Prescinde de metáforas para ser pretendiente.
EL SOPÓN:
Al colgarme ese mote, también fui metafórico.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Plaga de Salamanca es tu verbo retórico!
EL SOPÓN:
¡No olvidemos Sevilla!
EL GRAN PREBOSTE:
¿Eres tú sevillano?
EL SOPÓN:
Bautizado en la misma pila que Cayetano.
Bachiller in utroque.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Sopón! Y a lo que veo,
por alcanzar la sopa, arrastras el manteo.
Despacha en tres palabras tu pretensión, taimado.
EL SOPÓN:
En tres palabras solas: ¡Quiero un arzobispado!
EL GRAN PREBOSTE:
¡De oír tal insolencia, mi bastón se enarbola
para romperte el cráneo!
EL SOPÓN:
¡Es muy dura esta bola!
EL GRAN PREBOSTE:
Sal de aquí, que pudiera costarte tu insolencia
tratos con el verdugo.
EL SOPÓN:
Espere Su Excelencia
que exponga mis razones, y verá si hay pupila
al pretender el arzobispado de Manila.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Sin duda que eres loco!
EL SOPÓN:
¡Loco! ¡Y la sinecura
pretendo de una mitra!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Ahí está tu locura!
EL SOPÓN:
Repasad este escrito.
EL GRAN PREBOSTE:
¿Quién lo firma?
EL SOPÓN:
Paquita.
EL GRAN PREBOSTE:
¡El nombre de la Reina!
EL SOPÓN:
Da en la carta una cita.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Nunca tuvo estos rasgos la real escritura!
¡A voces pide un trato de cuerda tu impostura!
EL SOPÓN:
Ese papel es copia.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Qué cosas la Señora
escribe! ¡Reconozco su pluma pecadora!
EL SOPÓN:
Ese papel, trasunto de otro puesto en recaudo,
si merece la mitra, declare vuestro laudo.
EL GRAN PREBOSTE:
No te daré la mitra, pero haré tu fortuna,
si esa carta me entregas.
EL SOPÓN:
¡Yo sueño con la luna!
¡Sólo os daré la carta vestido de encarnado!
EL GRAN PREBOSTE:
¡No admito condiciones, cuando estoy enfadado!
¡Entrégame esa carta!
EL SOPÓN:
¡A cambio del anillo!
EL GRAN PREBOSTE:
¿Pero estás ordenado?
EL SOPÓN:
¡He sido monaguillo!
Con el tricornio llevo oculta la tonsura.
EL GRAN PREBOSTE:
Dame la carta, deja dormir esa locura,
y no quieras que en una mazmorra te sepulte.
¿En dónde está esa carta?
EL SOPÓN:
Permitid que lo oculte.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Despídete del día!
EL SOPÓN:
¡Le hago mi reverencia!
Hablarán las gacetas de mi caso, Excelencia.
EL GRAN PREBOSTE:
Les pondré una mordaza.
EL SOPÓN:
Jugando del vocablo,
puede el gacetillero asestar su venablo.
¡Meditad!
EL GRAN PREBOSTE:
Si me pides la Insula Barataria,
te doy su virreinato. Pero a la estrafalaria
pretensión de una mitra, hazle cruz de renuncio.
Si te nombro arzobispo te pone veto el Nuncio.
EL SOPÓN:
Señor, hay precedentes.
EL GRAN PREBOSTE:
¡No seas embustero!
EL SOPÓN:
¡Mi palabra!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Es posible! ¡Los desconozco! Pero
si existen precedentes, ya no es un desatino.
EL SOPÓN:
Obispo de Pamplona ha sido el Valentino,
con sólo la tonsura, que luego fué casado.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Pues no tengo noticia yo de ese desahogado!
¿Quién hizo el nombramiento?
EL SOPÓN:
Su padre, que era Papa.
EL GRAN PREBOSTE:
Tú llevas el Demonio debajo de la capa.
EL SOPÓN:
¿Oisteis de César Borgia, Duque del Valentino?
EL GRAN PREBOSTE:
¿Ese que los poetas nuevos llaman Divino?
¡Con el hijo de un Papa te quieres igualar!
EL SOPÓN:
Atended que la mitra la pido en Ultramar.
EL GRAN PREBOSTE:
¿Quieres ser Intendente?
EL SOPÓN:
Arzobispo es bastante.
EL GRAN PREBOSTE:
Más gana un Intendente.
EL SOPÓN:
Pero queda cesante.
EL GRAN PREBOSTE:
Si te zumba esa mosca borriquera en el cráneo,
irás con ella a sepultarte en un subterráneo,
y educarás ratones, mientras te pudres vivo.
EL SOPÓN:
Permitid, Excelencia, que antes tome el olivo.
(SE salva por pies
con el ¡fu! del gato,
y el manteo es
negro garabato.)
EL GRAN PREBOSTE:
¡A ese tuno que escapa! ¡A ese del manteo!
¡A ese del tricornio! ¡A ese...! ¡No le veo!
Haré que me lo arreste esta noche la poli
y recobre las prendas de una pluma panoli.
(¡Tac! ¡Tac! ¡Tac! Don Gargarabete,
bajo las sombras del paseo,
surge con fatuo taconeo
y el bastón en un molinete.
¡Tac! ¡Tac! ¡Tac! Don Gargarabete.)
EL GRAN PREBOSTE:
¡Al veros, Don Gargarabete,
[[sin]]querer se fruncen mis cejas!
DON GARGARABETE:
¡Dejad que me signe el copete!
EL GRAN PREBOSTE:
Esperad que os diga mis quejas.
Ved esta copia. ¡Os han robado,
señor mío, el original!
DON GARGARABETE:
¡Nunca a mi mano fué llegado
este mensaje!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Hay un rival!
DON GARGARABETE:
¡Mañana le paso un florete!
¡No lo tolero!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Calma!
DON GARGARABETE:
¡Por
mi gracia de Gargarabete,
le llevo al campo del honor!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Eso, jamás! A lo hecho, pecho.
¿Su merced en quién para mientes?
DON GARGARABETE:
En uno del Circo sospecho.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Esas mallas concupiscentes!
DON GARGARABETE:
¡Los caprichos de la Señora
EL GRAN PREBOSTE:
¡Y si la atajo en sus caprichos,
me lava la cara y me llora
con unos golpes y unos dichos
¡Pero me extraño del secreto!
DON GARGARABETE:
¡Ha puesto los ojos tan bajo!
EL GRAN PREBOSTE:
Convengamos que ese respeto
no hace honor a su genio majo.
DON GARGARABETE:
¡Y el Rey consorte esto tolera!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Para esto es el Rey consorte!
DON GARGARABETE:
¡Y no le rompe la mollera
EL GRAN PREBOSTE:
¡No son los usos de la Corte!
DON GARGARABETE:
¡Aun ayer con sus embelecos
me retenía en los rincones!
¡Qué idilios en aquellos huecos!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Qué ejemplos para los ratones!
DON GARGARABETE:
Vos debierais de poner coto
a los idilios cortesanos.
EL GRAN PREBOSTE:
Y promoviera un alboroto
inútil. ¿Quién ve tantas manos?
DON GARGARABETE:
Pues el motín se viene encima,
todo el mundo protesta.
EL GRAN PREBOSTE:
¿Pero
porque la Reina se comprima
van a echar carne en el puchero?
Sin las intrigas de Inglaterra
no se moviera aquí una paja,
yo conozco mucho mi tierra,
pero el oro inglés la trabaja.
Hoy tenemos ya puritanos
que hablan en contra de los toros,
de los garrotines gitanos
y nuestra indolencia de moros.
Puritanos que a toda hora
sacan a cuento la moral,
sin comprender que es la Señora
una Reina meridional.
Esos tontos de mojigata
pretenden un grano de anís:
¡Que tenga la sangre de horchata
la Señora, como una miss!
DON GARGARABETE:
¡Pues está la gente que arde!
el gran preboste
Para acallar esos babeles
irá a los toros una tarde
con pañolón y con claveles.
No tratan con ningún doctrino,
he sido antes tabernero
y sé poner el agua al vino.
Este pueblo es muy novelero.
¡La Señora tiene una falta!
¡Una no más! La incontinencia
epistolar. ¡Su pluma exalta
las cosas, con tanta inocencia!
Las palabras las lleva el viento,
pero las cartas son traidoras,
no dejan de hablar un momento,
son voces de todas las horas.
(RUMOR de risas. La fronda
cruzan con paso sutil
dos tapadas, y la blonda
de sus mantillas, enronda
con un misterio, el perfil)
EL GRAN PREBOSTE:
Allá van dos de zagalejo,
las caras con el rebocillo
muy cubiertas. Me llega el dejo
de un enredo de tapadillo.
¡Válgame Dios, una es la Reina!
No se irá sin darle un consejo.
DON GARGARABETE:
Si acaso llora o se despeina,
vos tan terne.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Soy perro viejo!
DON GARGARABETE:
¡Ingrata! ¡Perjura! ¡Traidora!
EL GRAN PREBOSTE:
Es preciso llevarla el son.
Os ha tratado la Señora
igual que a la Constitución.
(CON la chistera de soslayo
y un grito terrible en falsete
se eclipsa Don Gargarabete
para no hacer un Dos de Mayo.
EL palacio entre los ramajes
del jardín se muestra y recata,
tiembla invertida en los mirajes
de las fuentes, su columnata.)
EL GRAN PREBOSTE:
¿Adonde se encamina la Señora
me pudierais decir?
LA SEÑORA:
No te lo digo
porque vas a reñirme.
EL GRAN PREBOSTE:
¡A buena hora
os acuerdan mis riñas!
LA SEÑORA:
Ven conmigo.
EL GRAN PREBOSTE:
¿Pero adonde, Señora?
LA SEÑORA:
¡Ven y calla!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Sin saberlo no voy!
LA SEÑORA:
¡Qué terco eres!
A un baile de candil.
EL GRAN PREBOSTE:
¿Y esa canalla?
LA SEÑORA:
¿Quieres que vayan solas dos mujeres?
(EN el claro de luna los huecos meriñaques
abren su rododendro sobre la blanca arena,
y en la sombra se inicia la patrulla de jaques
que a Lucero del Alba pidió Mari-Morena.)
EL GRAN PREBOSTE:
¿Pero sabéis, Señora, que en los bailes
de candil, el Diablo hace las suyas?
LA SEÑORA:
¡No seas camastrón! ¡Harto los frailes
me cantan ese pliego de aleluyas!
(LA patrulla calamocana
bajo la luna hace zig-zás,
y el espejo de la fontana,
al zambullido de la rana,
hace ¡chas!)
EL GRAN PREBOSTE:
¡Imagino que todo es una chanza!
LA SEÑORA:
¡Muy mal imaginado, señor mío!
EL GRAN PREBOSTE:
Pues si alguno se entera de la danza
nos arman en las Cortes el gran lío.
LA SEÑORA:
Se disuelven las Cortes.
EL GRAN PREBOSTE:
¡No es sensato!
LA SEÑORA:
Mañana me presentas el decreto.
EL GRAN PREBOSTE:
Hay Prensa, y puede darnos un mal rato.
LA SEÑORA:
Con la censura guardará el secreto.
¡Ya no hay nadie que crea sus embustes!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Ojalá fuera así!
LA SEÑORA:
¿Vienes conmigo?
EL GRAN PREBOSTE:
Hay un asunto grave.
LA SEÑORA:
¡No me asustes!
EL GRAN PREBOSTE:
Las cartas que escribisteis a un amigo.
LA SEÑORA:
¿Y son, sin duda, comprometedoras?
EL GRAN PREBOSTE:
¡Son cartas incendiarias!
LA SEÑORA:
¡No me cuentes!
¡Las cartas que escribimos las señoras
en cierto estado de delicuescentes!
¿Y qué piden por ellas los mambises?
EL GRAN PREBOSTE:
¡La mitra de Manila!
LA SEÑORA:
¿Dónde es eso?
EL GRAN PREBOSTE:
Viene a caer allá por los países
de Ultramar.
LA SEÑORA:
Les daremos ese hueso.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Y los vaticanistas son capaces
de arrancarnos los ojos!
LA SEÑORA:
¡Ay qué empeño
por aguarme la noche! ¡Y qué incapaces
todos, para sacarme de un empeño!
Si no le das la mitra, lo haces duque,
embajador, ministro, general.
EL GRAN PREBOSTE:
Mi amada Reina no se me enfurruque.
Haremos a ese tuno concejal.
LA SEÑORA:
¡Dichosas cartas de un corazón tierno!
¿Ya quién van dirigidas?
EL GRAN PREBOSTE:
Aun se ignora.
LA SEÑORA:
¡Yo escribo muy formal por el invierno!
¡Serán de este verano!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Son de ahora!
LA SEÑORA:
De ahora no son.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Se tratará de un timo!
LA SEÑORA:
¡Y tú eres el gatera, el de pestaña,
el que las ve venir! ¡Valiente primo
¡Mira que haberte dado esa castaña!
EL GRAN PREBOSTE:
No me enojara de que fuese engaño,
aun cuando la Señora me moteje.
LA SEÑORA:
Serán cartas antiguas.
EL GRAN PREBOSTE:
Pero el daño
lo hacen igual.
LA SEÑORA:
¿Y quién será ese peje?
EL GRAN PREBOSTE:
De estudiante sopón lleva bayetas.
LA SEÑORA:
¡No pudiste buscarme amor más bajo!
EL GRAN PREBOSTE:
Pensé fuera disfraz.
LA SEÑORA:
Las enjaretas
con un maravilloso desparpajo.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Es favor que me hacéis!
LA SEÑORA:
No seas irónico,
y dime alguna frase de esas cartas.
EL GRAN PREBOSTE:
Vuestro verbo de amor es anacrónico
en la boca de un viejo.
LA SEÑORA:
¡Ya me hartas!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Quién puede retener en el meollo
aquel volcán de vuestro diccionario!
LA SEÑORA:
¡Dime, al menos, qué trazas tiene el pollo!
EL GRAN PREBOSTE:
Pues las trazas de ser un perdulario.
LA SEÑORA:
Estoy por recordar, y cuando creo
que voy a conseguirlo, doy de bruces
y se me va la idea de paseo.
Mari-Morena, llega a darme luces.
MARI-MORENA:
¿Qué manda la Señora?
LA SEÑORA:
Llega, hija.
¿Tú recuerdas si tuve una novela
en un baile de Pol?
MARI-MORENA:
No estoy muy fija.
LA SEÑORA:
Un estudiante.
MARI-MORENA:
¡Ha sido en la Zarzuela!
LA SEÑORA:
¿Hubo algo, verdad?
MARI-MORENA:
Un ramalazo
sanguíneo, que os duró sólo tres días.
LA SEÑORA:
Ya me acuerdo, mujer, de aquel pelmazo.
¡Qué memoria la tuya en cosas mías!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Ramalazo de sangre! ¿Y no diquelas
lo que requiere el caso, Mariquilla?
MARI-MORENA:
¡Yo, no, señor!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Un par de sanguijuelas!
MARI-MORENA:
¿Dónde, señor?
EL GRAN PREBOSTE:
¡Sobre la rabadilla!
(INFLA la luna los carrillos,
y su carota de pepona
bermeja de risa, detona
en la cima de los negrillos.)
VOCES DE LA PATRULLA:
¿Qué ocurre? ¿Qué sucede? ¡Prevenidos!
LUCERO DEL ALBA:
¿A quién hay que diñársela, Excelencia?
EL GRAN PREBOSTE:
¡Qué absurdo es éste!
LA SEÑORA:
Con tus alaridos
los asustaste, y es la consecuencia.
EL GRAN PREBOSTE:
Guarde la buena gente cortesía.
LUCERO DEL ALBA:
Ha sido un sobresalto motivado
a tanto tener ojo en la vigía
de la Señora.
LA SEÑORA:
¿Ya te has penetrado?
LUCERO DEL ALBA:
¿No gasta usía reloj?
EL GRAN PREBOSTE:
Lo gasto, pero
no lo saco de noche entre estos pillos.
LUCERO DEL ALBA:
¡No hay uno que no sea un caballero!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Un caballero de cortar bolsillos!
¿Y por qué antojas tú saber la hora?
LUCERO DEL ALBA:
Porque el baile ha de estar en su momento
y no debe perderlo la Señora.
LA SEÑORA:
¡Siempre tienes mi mismo pensamiento!
(LUCERO se precia con toses de guapo.
Ríe la comadre feliz y carnal
y un temblor cachondo le baja de
al anca fondona de yegua real.)
LA SEÑORA:
Ven, Lucero, a mi lado, y dame rosca
EL GRAN PREBOSTE:
¿Disolveré las Cortes?
LA SEÑORA:
¡Ya lo creo!
¿No te di mi palabra?
EL GRAN PREBOSTE:
¡Que otra mosca
no pique a la Señora en el paseo!
(SUENA la orquesta de los grillos
y hace la luna un volatín
en la cima de los negrillos,
que le sirven de trampolín.)
JORNADA SEGUNDA
DECORACIÓN
NOCHE DE VERANO. LUNA EN LA TERRAZA. UN PATIO FRAGANTE DE ROSA Y
JAZMIN. DE SU ENCAJE CALCA LA TREMULA TRAZA CON JUEGOS DE LUNA SOBRE EL
BALDOSIN
EL INTERCOLUMNIO DESCUBRE EL ESPACIO DE UNA AFRANCESADA CAMARA REAL.
CRISTALINAS LAMPARAS QUIEBRAN EL TOPACIO DE LA LUZ, Y EN IRIS PALPITA EL
CRISTAL
(PLATICAN EN EL ESTRADO, BAJO EL CIRCULO DORADO Y TREMULO DE LA LUZ, DON LINDO Y UN JOROBADO, GUITARRISTA DE TABLADO EN EL GENERO ANDALUZ)
EL JOROBETA:
Parece que esta noche pendonea
en un baile de trueno la patrona.
La veremos llegar con una pea.
DON LINDO:
Si te diese lo mismo decir mona.
EL JOROBETA:
¡Cómo te pagas del hablar finústico!
DON LINDO:
No se aviene conmigo el modo chulo.
Y del manchego sarraceno y rústico,
prefiero recibir la coz de mulo.
EL JOROBETA:
A ti te gusta la extranjera parla,
corbatas de París, te de Inglaterra,
y donde esté una furcia anonadarla
diciéndola: Pardón. Nombre de perra.
DON LINDO:
¡Ay, Torroba! ¡Torroba, yo me muero!
EL JOROBETA:
¿Qué tienes, querubín?
DON LINDO:
¡Que mi alma llora!
¡Torroba, ya no estoy en candelero!
EL JOROBETA:
¡Iguales el Señor y la Señora!
DON LINDO:
Torroba, en prenda de amistad...
EL JOROBETA:
Supongo
que pretendes tocarme la joroba
para mudar la suerte, y no me opongo,
que la amistad la entiende así Torroba.
DON LINDO:
En la desgracia se agradece un acto
tan lleno de ternura.
EL JOROBETA:
No seas niño.
Yo pongo a tu servicio mi artefacto,
y tú me das un duro. ¡Ole el cariño!
DON LINDO:
¿Por qué no hablas al Rey en mi provecho?
EL JOROBETA:
Ya no atiende el patrón mis letanías.
Confórmate a tu suerte: A lo hecho, pecho.
DON LINDO:
Tú privas siempre aquí.
EL JOROBETA:
Son tus manías.
¿Te figuras que a estar en capitales
me tocas por un duro la joroba?
¿Qué es un duro, gachó?
DON LINDO:
Veinte reales.
EL JOROBETA:
¿Y eso es pagar su mérito a Torroba?
Aquí no existe protección al arte
y tendré que volverme a los cafeses
con la tiorba. Oyeme un aparte:
Me está saliendo el Rey, Plata Meneses.
DON LINDO:
Los reyes son volubles.
EL JOROBETA:
¡Ya lo veo!
¡Pero luciera yo cuatro entorchados!
Tal como soy, a nadie aguanto un feo,
y tengo hecha la cruz a estos estrados.
Pero tras la mi cruz de Caravaca,
se vino con empeños cierto lego
que quiere hablar al Rey, y naturaca,
Ulpiano Torroba que haga el ruego.
DON LINDO:
¡Poco que tienes tú la cara dura
para saber negarte!
EL JOROBETA:
¡Así se pasa!
DON LINDO:
No has gastado conmigo esa finura.
EL JOROBETA:
La finura del hombre es en su casa.
DON LINDO:
¡Tú estás con el patrón en candelero!
EL JOROBETA:
Mientras le traigo historias del Casino
o de las Cucas. Acabando, cero.
DON LINDO:
A otro le cuentas ese cuento chino.
EL JOROBETA:
Mi reino fué una nube de verano,
aun cuando no lo creas. La tortilla
volvióseme en un vírame la mano,
y hoy nada pinto con la Camarilla.
Por lo cual, me verás tomar soleta,
tan y cuanto al patrón y al lego aviste.
No volveréis a oírme una falseta.
En los cafeses ganaré mi alpiste.
DON LINDO:
Tu lego es un fantasma.
EL JOROBETA:
Cuando veas
al lego entrar.-Si el Rey le otorga audiencia,
que si la otorgará. Sé sus ideas
en parecidos casos de conciencia.
DON LINDO:
¡No quieres ayudarme!
EL JOROBETA:
Mira, niño,
una venda le pones a tu herida,
pues nunca vuelve, si se fué, el cariño.
¡Torroba sabe mucho de la vida!
(EL Rey sale de su alcoba:
Calzones de mameluco,
adamada voz de eunuco,
saludo amable de coba.)
EL REY CONSORTE:
¡Buenas noches! ¡Me alegra tu visita,
Ulpiano! ¿Por dónde se flanea?
EL JOROBETA:
Por el mundo ganándome la guita.
EL REY CONSORTE:
¿Y por el mundo qué se chismorrea?
EL JOROBETA:
¡Hay de todo, Señor! Chismes de barrio,
chismes de vecindad, de portería,
y hay alguno también, extraordinario,
que tiene premio de la lotería.
EL REY CONSORTE:
¡Ya me lo contarás!
EL JOROBETA:
Tengo un amigo
que me deja a mí chico, si lo cuenta.
En la antesala está, vino conmigo.
EL REY CONSORTE:
Deja marrullerías, y revienta.
EL JOROBETA:
Es el caso, Señor, que con el ruego
de hablaros, me ha venido un franciscano,
varón de mucha ciencia, aun cuando lego,
que da consultas para el Vaticano.
EL REY CONSORTE:
¿Y sabrá divertirnos?
EL JOROBETA:
¡Se diquela!
EL REY CONSORTE:
¿Y en la antesala está?
EL JOROBETA:
Matando un sueño,
¿Queréis que le haga entrar?
EL REY CONSORTE:
¿Y esa novela
merece oírse?
EL JOROBETA:
¡Mi palabra empeño!
¡Dos cartas extraviadas! ¡Dos palomas
que llegan a posarse en vuestro alero!
EL REY CONSORTE:
¡Ulpiano, no gastes esas bromas!
EL JOROBETA:
¡Os las quieren vender!
EL REY CONSORTE:
¿Cuánto dinero?
EL JOROBETA:
Ha de pedir para sacar su escote,
que es un tío más listo que Cardona.
EL REY CONSORTE:
¿Le has metido los dedos?
EL JOROBETA:
Por el lote,
un millón pagará la Real Persona.
EL REY CONSORTE:
Rebajará si es hombre de conciencia.
EL JOROBETA:
No es sujeto cerrado a las razones.
EL REY CONSORTE:
¡Tendré que revestirme de paciencia!
EL JOROBETA:
¡Le sacáis al Gobierno dos millones!
EL REY CONSORTE:
¿Trae encima las cartas?
EL JOROBETA:
¡Es muy guaje!
Veré de averiguarlo.
EL REY CONSORTE:
¡Justamente!
EL JOROBETA:
Si las trae le enfrío de un viaje.
EL REY CONSORTE:
Don Lindo, hazle pasar. Tú sé prudente.
(LAS alabardas con sus regatones
baten. Sale una bruja de entremés:
En las manos, calzadas con mitones,
alzado pulcramente el guardapiés.)
UN UJIER:
¡Su Alteza la Infanta Francisca!
LA INFANTA:
¡Me vengo aquí con mi calceta,
y a echar una mano de brisca,
hasta perder una peseta!
EL REY CONSORTE:
¡Estoy sin humor, abuelita!
LA INFANTA:
¡Jesús, con tus malos humores!
¿A ti que te pasa?
EL JOROBETA:
¡La guita
que no le da sus resplandores!
LA INFANTA:
¿Ese, quién es?
EL JOROBETA:
Un tío camama.
LA INFANTA:
Y sobre todo un atrevido.
Tú guardas silencio.
EL JOROBETA:
¡Madama,
perdone vu si la he metido!
LA INFANTA:
¿Dónde hallaste a ese jorobeta?
EL REY CONSORTE:
¡Abuelita, Ulpiano Torroba!
LA INFANTA:
¿Es tocador?
EL JOROBETA:
Es un chancleta
que a la guitarra le da coba.
LA INFANTA:
¿No sabes callar?
EL JOROBETA:
¡Soy San Bruno
Que me ahorquen si digo chis.
LA INFANTA:
¿De dónde sacaste a ese tuno
EL REY CONSORTE:
Me lo han mandado de París.
LA INFANTA:
¡Yo recuerdo a este jorobeta!
EL JOROBETA:
Fué punito fijo mi joroba
un año entero en la saleta.
LA INFANTA:
¡Mi amigo Ulpiano Torroba!
Ven, echaremos una mano
de malilla, ya que mi nieto
está de non.
EL REY CONSORTE:
Con Ulpiano,
quería tratar un secreto.
LA INFANTA:
Para decirme que me vaya
no me vengas con falsedades,
me voy sacudiendo la saya,
que yo soy Doña Claridades.
(EL Sopón, fingido lego mendicante,
asoma en la puerta: Humildes los ojos,
la alforja a la espalda llena de rebojos,
y por la capucha oculto el semblante.)
LA INFANTA:
¿Oye, ese lego franciscano,
quién es? ¡Me parece un bendito!
EL REY CONSORTE:
Es un pariente de Ulpiano.
LA INFANTA:
¿Qué gracia tiene?
EL JOROBETA:
¡Baila el vito!
LA INFANTA:
Como el lego de aquella historia,
que bailando por los mesones
llenaba la alforja. ¡Y la gloria
ganó con esas oraciones!
¡Hay que ver la sabiduría
que se guarda en esa sentencia!
¿Mucha, verdad?
EL JOROBETA:
¡Mucha Misia!
EL SOPÓN:
¡San Pedro es un pozo de ciencia!
LA INFANTA:
Una limosna te prometo:
Pasa por mis habitaciones.
Os dejo con vuestro secreto
y con vuestras conspiraciones
EL SOPÓN:
¿Cuántas reverencias debo hacer, hermano?
EL JOROBETA:
Tres reverencias es bastante.
EL SOPÓN:
¿Diga, hermano, debo besarle la mano
al Rey?
EL JOROBETA:
Si os la pone delante...
EL REY CONSORTE:
Llega, buena pieza: Bésame la mano.
¡Ya tus intenciones sé por Ulpiano!
¿Esas dos palomas que de tu capillo
vienen a posarse sobre mi bolsillo,
en cuánto las tasas?
EL SOPÓN:
Piden dos millones
EL REY CONSORTE:
¡Jesús!
EL SOPÓN:
La pareja.
EL REY CONSORTE:
¡No me desazones!
Hijo, te las llevas, pues no tengo antojos.
¿Verdad que es muy caro? ¡Pídeme los ojos!
EL SOPÓN:
Os las regalara, si fuese su dueño,
pero un penitente me metió de empeño..
EL REY CONSORTE:
Tú no me la pegas.
EL JOROBETA:
Aquí sabe mucho.
EL REY CONSORTE:
¡Las cartas! ¡Las cartas!
EL JOROBETA:
Le entró el arrechucho.
EL REY CONSORTE:
¡Con tu regateo me das un sofoco!
EL JOROBETA:
Vea, hermano lego, de bajar un poco.
EL SOPÓN:
Son las instrucciones de mi penitente.
EL REY CONSORTE:
¡Pero ese sujeto debe ser un ente!
¡Y la otra, la tonta de la pandereta!
EL JOROBETA:
¡Se pierde de buena!
EL REY CONSORTE:
¡Y de algo coqueta!
¿Tú no la conoces?
EL JOROBETA:
¡A bien que uno es lego!
¡Y la susodicha encubre su juego!
EL REY CONSORTE:
Hablemos, hermano, sin tirar sondajes,
y sin chalaneo. ¿Cuánto son tus gajes?
EL SOPÓN:
Corriendo el peligro de extralimitarme,
cincuenta mil duros.
EL REY CONSORTE:
¡Igual que matarme!
Esas escrituras pondrás en mi mano
mucho más baratas. ¿Verdad, Ulpiano?
EL JOROBETA:
¡Verdad! Dos millones son mucho dinero.
Con uno es bastante.
EL REY CONSORTE:
¡Calla, majadero!
Uno es justamente cincuenta mil duros.
¡Con tus metimientos me sacas de apuros!
¿Dónde están las cartas?
EL SOPÓN:
Donde las esconde
aquel penitente.
EL REY CONSORTE:
¿Y quién me responde
de que no es engaño? Trata tú, Torroba,
el negocio, y mira cómo le das coba.
(CON un mohín adecuado
hace mutis el Monarca,
y el jorobeta se enarca
como un Ministro de Estado.)
EL JOROBETA:
¿Diga, hermano lego, rezan aquel cuento
de la buena pipa, allá en su convento?
Si esconde las cartas en la bocamanga,
sáquelas, hermano, para que haya changa.
Siempre aquel que paga pone condiciones.
¡No se encuentran en la calle los millones!
EL SOPÓN:
¿Se permite, hermano, que pregunte al lego?
EL JOROBETA:
Diga usted, hermano.
EL SOPÓN:
¿Dónde está el talego?
EL JOROBETA:
No se apure, hermano, porque está en recaudo
contra los rateros.
EL SOPÓN:
¡Previsión que aplaudo!
¿Y cuál es el cuño?
EL JOROBETA:
Onzas peluconas.
EL SOPÓN:
¿Quiere las contemos?
EL JOROBETA:
No haga cucamonas.
EL SOPÓN:
Ulpiano Torroba, ve por el talego,
y tendrás lo hablado, de mano del lego.
Verás un milagro de lo más sencillo:
Que las susodichas vuelan del capillo.
EL JOROBETA:
Me asalta una duda, y he de ver primero
si son milagrosas, igual que el dinero,
mis manos. La chunga aquí finiquita.
¡Afloja las cartas!
EL SOPÓN:
Afloja la guita.
EL JOROBETA:
El hábito al suelo.
EL SOPÓN:
¡Me quedo en pelota!
EL JOROBETA:
¡Y a mi qué me importa esa chirigota!
EL SOPÓN:
No metas el cuezo.
EL JOROBETA:
¡Dame esos papeles!
EL SOPÓN:
Guárdatelos, hijo, que para babeles
me basta el convento. A mi penitente,
de lo aquí pasado, le pondré al corriente.
(CON un corte de mangas, el lego se escabulle,
y sale correteando el Rey, del camarín.
La vágula libélula de la sonrisa bulle
sobre su boca belfa, pintada de carmín.)
EL REY CONSORTE:
¡Te dejó las cartas! ¡Se fué sin dinero!
EL JOROBETA:
¡Le vuelvo su fama, que es un caballero!
Me dijo: «Torroba, las pongo en tu mano.
Cobra, que en mi celda te espero, Ulpiano.»
Y al hombre que pone esa confianza
en mí, no le juego una mala chanza.
EL REY CONSORTE:
¡Pero yo no tengo tanto numerario!
EL JOROBETA:
Se pide al Gobierno, como extraordinario.
EL REY CONSORTE:
No he visto las cartas, y no sé siquiera
el valor que tienen.
EL JOROBETA:
¡Una friolera!
¡Valen dos millones como dos pesetas!
EL REY CONSORTE:
¡Tanto!
EL JOROBETA:
¡Tienen golpes, que ni los poetas!
EL REY CONSORTE:
¡Dame que las lea
EL JOROBETA:
¡Os dan un sofoco!
EL REY CONSORTE:
Si son como dices, quizá pida poco.
Hazme tú lectura de algunos renglones.
EL JOROBETA:
¡Mala letra tiene en las ocasiones!
(EL Rey pone en la oreja
la mano en curvatura,
y con la voz perpleja,
Torroba hace lectura.)
EL JOROBETA:
«Ayer te he guipado, yendo de paseo,
»y esta pavitonta cegó en tu manteo.
»¡Me muero por verte, mi niño gracioso!
»¡Te quiero por tuno y por asqueroso!»
EL REY CONSORTE:
¡No sigas! ¡No sigas! ¡Conozco su estilo!
¡Viene una metáfora que levanta en vilo!
EL JOROBETA:
¿Se dice metáfora cuando hay un descaro?
¡Metáfora! ¡Vaya un boquible raro!
EL REY CONSORTE:
Para el Gran Preboste escribí este pliego.
Pido dos millones.
EL JOROBETA:
Uno para el lego.
EL REY CONSORTE:
Y según te explicas, quizá pida poco.
EL JOROBETA:
¡Pedidle la luna!
EL REY CONSORTE:
¡Dirá que estoy loco!
Pido dos millones.
EL JOROBETA:
Quien pide la luna,
en buena gramática, pide una fortuna.
EL REY CONSORTE:
Pido dos millones, que es lo categórico.
Al pedir dinero, no hay que ser retórico.
(CRUZA Don Lindo la azotea
y melancólico solfea
suspiros, que al viento se van.
Y el Rey, con sonrisa asiática,
acoge la melodramática
desesperación del galán.)
EL REY CONSORTE:
¡Ven acá, Don Lindo! Llama a mi Intendente.
Quiero consultarle, que es hombre prudente.
Y a Don Tragatundas pasa igual recado.
Quiero consultarle, que es hombre bragado.
(RECHINA una puerta:
Sale repentino
un viejo ladino
que estaba detrás.
Y enfrente aparece,
torciendo el mostacho,
otro mamarracho
al mismo compás.)
DON LINDO:
A vuestro real deseo el Intendente
acude. Y por allí Don Tragatundas.
EL INTENDENTE:
¡A la orden del Rey me hago presente!
TRAGATUNDAS:
¡Yo saco mis pistolas de las fundas!
EL REY CONSORTE:
¡Ya llegará ocasión!
TRAGATUNDAS:
¡Ni oste ni moste!
EL REY CONSORTE:
Mándale sacar filo a la matona.
Quiero envidarte contra el Gran Preboste.
TRAGATUNDAS:
¿Y qué voy a hacer yo con esa mona?
¡A mí, hombres duros y de pelo en pecho!
¡A mí los demagogos proletarios!
Uno por uno me los escabecho,
y que haga la Prensa comentarios.
EL INTENDENTE:
¡A vuestros pies está vuestro Intendente!
EL REY CONSORTE:
Reclamo tu consejo de hombre cuco
para sacar el máximo cociente
de ciertas cartas que me dió un frailuco.
EL INTENDENTE:
¿Hay cartas otra vez?
EL JOROBETA:
¡Con indulgencia!
EL INTENDENTE:
¡Ya pesqué esos rumores por Palacio!
¿Y qué hay que hacer?
EL JOROBETA:
Estudielo vuecencia.
EL INTENDENTE:
Bueno es pensarlo y resolver despacio.
EL JOROBETA:
Las dos palomas portan en los picos
dos ganzúas que abren las gavetas
del Gobierno. ¡Llegó la de ser ricos!
TRAGATUNDAS:
¿Qué se puede pedir?
EL JOROBETA:
¡Muchas pesetas!
EL REY CONSORTE:
Al Gran Preboste mando este despacho
conminatorio. Pido dos millones.
EL INTENDENTE:
En el pedir no debe haber empacho.
TRAGATUNDAS:
Se piden tres, y son tres particiones.
(COBRA el Intendente el pliego
con un guiño de gitano,
y al cobrarlo, palaciego,
al Rey le besa la mano.)
EL JOROBETA:
Mi general, conmigo no se cuenta.
TRAGATUNDAS:
¡Ahora reparo en ti, Domingo Siete!
Desarruga ese ceño de tormenta,
que a mí no se me asusta con membrete.
EL JOROBETA:
Yo no suelto las cartas sin la guita
de un millón para el lego franciscano,
y a quien no esté conforme se le invita
a tomar una copa con Ulpiano.
TRAGATUNDAS:
¡En presencia del Rey no hay desafíos!
EL JOROBETA:
¡Es un convite!
TRAGATUNDAS:
No te pongas jaque.
Te doy un puñetazo de los míos,
y revientas igual que un triquitraque.
EL JOROBETA:
Pruébelo su merced.
EL REY CONSORTE:
¡Que está empalmado!
¡Ulpiano Torroba no me irrites,
que estoy de tu joroba jorobado!
EL JOROBETA:
¡Buena correspondencia a mis convites!
(TORNA el Intendente
con andar pausado,
solemne la frente
y el cuello estirado.)
EL INTENDENTE:
Hice del dos un tres.
EL REY CONSORTE:
¡Perfectamente!
¿Hallas bien los conceptos, la manera...
Lo del impedimento dirimente
y del divorcio...?
EL INTENDENTE:
¡Todo de primera!
¡Es un escrito digno de la Historia!
EL REY CONSORTE:
¡Me complace que sea de tu agrado!
EL INTENDENTE:
Yo me lo aprendería de memoria,
si no estuviese tan desmemoriado.
EL REY CONSORTE:
¡Don Lindo!
DON LINDO:
¡Majestad!
EL REY CONSORTE:
Al Gran Preboste
lleva este pliego. Aguarda que lo lea,
y vuelve aquí.
TRAGATUNDAS:
Que sepa ese armatoste
que si niega los cuartos, hay pelea.
(DON Lindo toma el mensaje
e inclinándose, suspira.
Y Su Majestad-un guaje-
sopla haciendo tararira.)
(LLEGAN dando voces atorbellinadas
la Infanta Francisca y dos de sus dueñas,
torcidos los moños, las lenguas trabadas,
y un mimo grotesco de niñas pequeñas.)
LA INFANTA:
¡Qué espíritu mundano! ¡Qué sacrilegio!
¡Disfrazarse de lego de San Francisco!
UNA DUEÑA:
¡Y qué hablar renegado!
LA OTRA DUEÑA:
¡Su florilegio
son las fulminaciones de un basilisco!
LA INFANTA:
¡Vengo muerta del susto! ¡Jesús, qué lucha!
UNA DUEÑA:
¡Yo le arañé la cara!
LA OTRA DUEÑA:
¡Yo el colodrillo!
LA INFANTA:
¡Yo traje entre las uñas, con la capucha,
esta tripa con pelos!
EL JOROBETA:
¡Toma, el cerquillo!
LA INFANTA:
¡Qué endiablada ocurrencia la de ese tuno!
¡Si parece un Demonio de pesadilla!
¡Ay, si con él no sueño, mañana ayuno!
EL REY CONSORTE:
¿Qué gritan esas lenguas de tarabilla?
LA INFANTA:
Manda hacerme una taza de malvavisco,
pues vengo con el pulso sobresaltado.
¡Aquel lego no era lego francisco!
¡Un pícaro muy grande, y un deslenguado!
¡Las barbas que llevaba, barbas postizas!
¡El cerquillo, lo tiene puesto Ulpiano!
¡Y las cartas! ¡Las cartas! ¿No te horrorizas?
¡Dos cartas que te afectan tiene en su mano!
EL REY CONSORTE:
¿Dónde visteis al lego?
LA INFANTA:
Fué a visitarme.
Me vendía las cartas por cierto pico.
¡Vino como el Demonio para tentarme!
EL JOROBETA:
Ya no tiene esas cartas.
LA INFANTA:
¡Cállate el pico!
Entre las tres logramos meterle preso.
Lo guardo en un armario, bajo esta llave
A mis años no pueden achacar eso
a una concupiscencia. ¿Verdad?
EL REY CONSORTE:
¡Quién sabe!
LA INFANTA:
¡Mi honor inmaculado! Le daré suelta.
Yo no paso la noche con ese pillo.
Hay que mirarse mucho, que en cada vuelta,
sacándonos los trapos, hay un corrillo.
¡Heroico Tragatundas, corre a salvarme!
Es el segundo armario que hay en el fondo.
EL REY CONSORTE:
¿Adonde vas, Torroba?
EL JOROBETA:
Voy a eclipsarme.
EL REY CONSORTE:
¡Aun ha de regalarnos tu cante jondo!
(LAS espuelas, sonantes, despertando los ecos
fabulosos de tantas hazañas en Marruecos,
parte Don Tragatundas: El bigote teñido,
retemblón en la adusta brama de un resoplido.
Entre tanto, las dueñas de la Infanta Francisca,
apartadas del corro, se entregan a la brisca.)
EL REY CONSORTE:
¡Explícame, abuelita, qué pretendías
teniendo en un armario cerrado al lego!
LA INFANTA:
Esta noche bailarnos unas folías.
¡Qué preguntas las tuyas, y qué borrego!
La gazuza le hiciera cantar de plano
dónde esconde las cartas de esa simplona.
EL REY CONSORTE:
¡Si las dichosas cartas tiene Ulpiano!
EL JOROBETA:
¿Me permite ausentarme la Real Persona?
LA INFANTA:
¡Que tú tienes las cartas! Dámelas, niño.
Toma, para que fumes, una peseta.
EL JOROBETA:
Se agradece, Misia.
LA INFANTA:
Si es un cariño.
Oye: ¿Vendrán las cartas a mi estafeta?
EL JOROBETA:
Irán magnetizadas.
LA INFANTA:
¿Cuándo?
EL JOROBETA:
Mañana.
EL REY CONSORTE:
Si las tiene escondidas en el capacho,
¡Pide un millón por ellas este Juan Rana!
LA INFANTA:
¡Llega acá que te huela! ¡Tú estás borracho!
Niño, como no busques que te remoje,
vas a darme las cartas. ¡Yo las reclamo!
EL JOROBETA:
El ejemplo del lego me sobrecoge,
pero quiere las cartas el Rey mi amo.
LA INFANTA:
¡Mira que otros más listos no te las roben!
EL REY CONSORTE:
Ya les tengo escondite.
LA INFANTA:
¡Dios alabado!
Tú no puedes leerlas, que eres muy joven.
EL JOROBETA:
Ya sabe lo que dicen.
LA INFANTA:
¡Te habrás volado!
(SOLTANDO el naipe sobre el tapete
se alza una dueña de mal cariz,
y la otra dueña grita en falsete,
y acompañando su sonsonete
abre los palmos en la nariz.)
UNA DUEÑA:
¡Te gané! ¡Te gané!
LA OTRA DUEÑA:
¡Qué tramposa!
No se puede jugar contigo.
UNA DUEÑA:
¡Te gané! ¡Te gané!
LA OTRA DUEÑA:
¡Qué gran cosa!
¿Tú nunca pierdes?
UNA DUEÑA:
¡Y lo digo!
LA INFANTA:
Mari-Rosita, cuando pierde,
siempre se enoja unas migajas.
LA OTRA DUEÑA:
¡No me enojo!
UNA DUEÑA:
¡Y está que muerde!
LA OTRA DUEÑA:
Lo que digo es que no barajas.
(DON Tragatundas entra, una mano aferrada
del espantado lego, en la cerviz rapada.
Y exprimiendo los ojos, y doblando el zancajo
saca el lego la lengua a modo de badajo.)
EL SOPÓN:
Aflojad un poco la mano,
que voy a escupir el galillo.
Lo tengo en los dientes.
TRAGATUNDAS:
Hermano,
se lo traga, y es más sencillo.
EL REY CONSORTE:
¡Parece que fuiste a la guerra!
EL JOROBETA:
¿Sales del saco de los gatos?
LA INFANTA:
Eso granjean en mí tierra
los terceros de malos tratos.
EL SOPÓN:
Yo no merezco ese reproche
por proponeros un negocio.
LA INFANTA:
Quisiste estafarme esta noche
EL JOROBETA:
Te ganó la mano este socio
EL SOPÓN:
¡Ulpiano, no seas iluso!
Tú sólo guardas una copia.
EL JOROBETA:
¡Me la has pegado! Y por tu abuso
otra vez me sumo en la inopia.
EL SOPÓN:
Yo pido a todos mil perdones,
pues el amor a la Corona,
más que el amor a los millones,
me trajo aquí.
EL JOROBETA:
Y esta persona.
EL SOPÓN:
Del negocio nada se saca,
divulgado que sea el secreto.
Haya prudencia.
EL JOROBETA:
¡Naturaca!
Tiene pupila este sujeto.
EL SOPÓN:
Dejemos el guiño de engaño,
hablemos con claras razones,
y sin jugar a hacernos daño.
EL JOROBETA:
¡Muy buenas amonestaciones!
EL SOPÓN:
Procedamos honradamente
repartiéndonos los dineros.
EL INTENDENTE:
¡Se juntó demasiada gente!
EL SOPÓN:
¿Pues cuántos somos, caballeros?
EL JOROBETA:
Tres y no más. El Rey mi amo,
este lego de San Francisco
y el que le trajo.
LA INFANTA:
¡Yo me crispo!
EL INTENDENTE:
¡Yo me hago cruces!
TRAGATUNDAS:
¡Yo me inflamo!
LA INFANTA:
¿Quién ha cerrado en el armario
a este tuno?
LAS DOS DUEÑAS:
¡Con nuestra ayuda!
LA INFANTA:
¡Un metimiento innecesario!
Me bastaba sola.
EL SOPÓN:
¡Sin duda!
TRAGATUNDAS:
¿Quién ante el Rey te puso ahora?
EL INTENDENTE:
¿Quién dio el consejo más prudente?
EL SOPÓN:
¿Y quién inflamó a la Señora?
UNA DUEÑA:
¡Ay, qué lego concupiscente!
(ROMANTICA se desmaya
y como viernes de ayuno,
al pecado dando vaya,
un zancajo inoportuno
asoma bajo la saya.)
LA INFANTA:
¡Ay, que le ha dado un patatús
a esta niña que quiero tanto
por tu culpa! ¡Jesús! ¡Jesús!
No enseñes las piernas!
EL REY CONSORTE:
¡Qué espanto!
(EN el salón, con una morisqueta,
atortolado irrumpe el majadero
que portó al Gran Preboste la estafeta
del Rey, y el caso explica aspaventero.)
DON LINDO:
¡Traigo turbados los sentidos!
¡Qué jurar y qué palabrotas!
¿No os cantan, Señor, los oídos?
¡Ay, que viene! ¡Siento sus botas!
(MIRANDO hacia la puerta
en zozobrante alerta,
calla la reunión.
Las pisadas, con eco
difuso, por el hueco
rodaban del salón.
Ponía un estrambote
al resonante trote
el golpe del bastón.)
EL SOPÓN:
¡No es oportuno que me vea!
EL REY CONSORTE:
¿Te conoce?
EL SOPÓN:
¡Seguramente!
LA INFANTA:
¡Tú has tenido la mala idea
de ir con las cartas a ese ente!
¿Qué has pedido por las misivas
al Gran Preboste?
EL SOPÓN:
La bicoca
de un destino en Clases Pasivas.
LA INFANTA:
¡Con poco sellaba tu boca!
¿Y dinero?
EL SOPÓN:
¡Ni una moneda!
¡Mas ved que me atrapa!
LA INFANTA:
Te escondo
de mi miriñaque en la rueda.
¡Pero sé formal!
EL JOROBETA:
¡Yo respondo!
(EN el ruedo de las damas
se oculta el lego francisco.
Llega el Gran Preboste. Llamas
y bramas de basilisco.)
EL GRAN PREBOSTE:
¡La docta tertulia del Amo!
LA INFANTA:
¡Faltabas tú!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Y acudo al reclamó!
EL SOPÓN:
¡Cucú!
(¡VUELTA de fantoche,
golpe de bastón,
mirada feroche
del viejo mandón!)
LA INFANTA:
Deja ese gesto de amenaza.
EL GRAN PREBOSTE:
¡No se burla nadie de mí!
LA INFANTA:
Es el cuclillo en la terraza,
que se alegra de verte aquí.
EL REY CONSORTE:
Por mi nota estás al corriente.
EL GRAN PREBOSTE:
Una ofuscación
se os puso, Señor, en la frente
como un moscardón.
EL REY CONSORTE:
Tengo dos cartas de una dama
LA INFANTA:
¡De pitiminí!
EL REY CONSORTE:
Y tú, celoso de su fama,
me das a mí...
EL GRAN PREBOSTE:
Por la camama
un Potosí.
¡Son dos cartas falsificadas!
LA INFANTA:
¡Díjolo Blas!
EL JOROBETA:
¡Yo tengo las cartas!
EL GRAN PREBOSTE:
Copiadas
de mano ajena las tendrás.
En la pista de esa impostura,
he dado orden de prisión
contra un tuno que en su frescura
pretendía la sinecura
de una mitra.
EL SOPÓN:
¡Era la ocasión!
(SACA las orejas,
guiña la pupila,
y cabe las viejas
otra vez se asila.)
LA INFANTA:
No te inquietes: Es Ulpiano,
que hace dos voces.
EL JOROBETA:
¡De chipén!
EL GRAN PREBOSTE:
Las cartas no son de su mano.
EL REY CONSORTE:
¿Pues de quién?
EL GRAN PREBOSTE:
De un escritor republicano.
EL REY CONSORTE:
¡Tú piensas que estoy en Belén!
EL GRAN PREBOSTE:
Creo en conciencia
que estáis tocando él violín
EL REY CONSORTE:
¡Ni un día más en evidencia!
Hoy pido el divorcio.
LA INFANTA:
¡En latín!
EL REY CONSORTE:
¡Le escribo al Papa!
EL GRAN PREBOSTE:
No hará caso,
Señor y Rey.
Pongamos las bestias al paso
y hablemos a ley.
EL REY CONSORTE:
Mi nota no cierra el camino
de una transacción.
EL GRAN PREBOSTE:
Pero lo hace tan supino,
que no siendo del Club Alpino
es imposible la ascensión.
EL REY CONSORTE:
Siento decirte que no es cuerdo
buscarle al gato los tres pies.
EL GRAN PREBOSTE:
Tomaré en Consejo el acuerdo
de meteros en Leganés.
EL REY CONSORTE:
¿Te niegas a todo convenio?
EL GRAN PREBOSTE:
¡Claro que sí!
LA INFANTA:
¡Abusas! ¡Conoces su genio de gilí!
EL GRAN PREBOSTE:
Me vendían por un destino
esas cartas, y no piqué.
EL JOROBETA:
Si no ha picado en un comino,
imagino que voló el parné.
EL REY CONSORTE:
¡Mi divorcio, como otras veces,
no quedará en conversación!
¡Apuré las últimas heces!
¡Mi pundonor hizo explosión
(SUS regios ojos el velo
de las lágrimas ofusca,
y en la faltriquera busca,
para sonarse, un pañuelo.)
EL GRAN PREBOSTE:
Bebed una taza de tila,
Majestad.
Y tras una noche tranquila
meditad.
Con vuestra venia me retiro
y os beso los pies.
LA INFANTA:
¡Tragatundas, pégale un tiro!
No lo dejes para después.
EL REY CONSORTE:
¡No, Tragatundas! ¡Me horroriza
que corra la sangre por mí!
¡Una paliza,
eso sí!
(El Rey vuelve la pupila,
mete, como el avestruz,
el pico bajo la axila
y se le apaga la luz.)
JORNADA TERCERA
DECORACIÓN
CANDELABROS CON ALGARABÍA DE REFLEJOS, CONSOLAS DE PANZA Y EN LOS MUROS BAILANDO UNA DANZA LOS RETRATOS DE LA DINASTÍA
GRAN ROTONDA. DOS DAMAS CADUCAS, AGRUPADAS AL PIE DEL BRASERO, PICOTEAN CON PICO AGORERO TEMBLOROSAS LAS TUERTAS PELUCAS
(HABLA UNA DUEÑA. GESTO DE INTRIGA, LA VOZ UN LEVE RUMOR DIVULGA, Y LA OTRA DUEÑA, BAJO LA LIGA, CON UN REMILGO CAZA UNA PULGA)
UNA DUEÑA:
¡Jesús! ¡Jesús! Un punto en la calceta.
OTRA DUEÑA:
Tómalo con la aguja de crochet.
UNA DUEÑA:
¡Si parece la media de un poeta!
OTRA DUEÑA:
¡O del Padre Claret!
UNA DUEÑA:
Hoy le besé la mano en la Saleta.
OTRA DUEÑA:
Sabrás que, al fin, el breve ha conseguido,
para que sin pecar
y sin mayor agravio a su marido,
se pueda la Señora enamorar.
UNA DUEÑA:
¿Mulliste las almohadas y has hopado
bien el edredón?
¿Está dispuesto el ponche? ¿Lo has cargado
de azúcar y ron?
¿En la cama pusiste dos garrafas
por calentapiés?
¿Y dos vasos de agua? ¿Y unas gafas?
OTRA DUEÑA:
No es turno del Marqués.
UNA DUEÑA:
Tú sigues esa cuenta. Yo me pierdo.
OTRA DUEÑA:
Lleva apuntación.
UNA DUEÑA:
¿Pero tú no lo fías al acuerdo?
OTRA DUEÑA:
¡Qué exageración!
UNA DUEÑA:
¡Ya las luces del alba, y la Señora
sin dejarse ver!
OTRA DUEÑA:
¿Le habrá ocurrido algo?
UNA DUEÑA:
La demora
me da que temer.
OTRA DUEÑA:
¡Y en la casa parece que hay jaleo!
UNA DUEÑA:
¿Qué malicias tú?
OTRA DUEÑA:
Que aquel rufo del tufo y del manteo
demanda alhajú.
Quiere vender dos pliegos de aleluyas
con corona real.
UNA DUEÑA:
¿Qué ha pedido?
OTRA DUEÑA:
¡Un millón!
UNA DUEÑA:
¡Las cosas tuyas
me dejan mortal!
OTRA DUEÑA:
Yo presiento un escándalo.
UNA DUEÑA:
¿De veras?
OTRA DUEÑA:
Tengo para mí
que el Rey Mambrú tramó con sus gateras
un atraco aquí.
(SÚBITA bulla resuena,
las madamas se hacen cruces
y hace su entrada en escena
la Señora, entre dos luces.)
UNA DUEÑA:
¡Santo Dios! ¡Santo fuerte! ¡La Señora
con un almirez!
LA SEÑORA:
¡Qué mareo de luces! ¡Es traidora
la viña de Jerez!
(MARI-MORENA de ganchete
con el majo de Lavapiés
y el Señor Don Gargarabete
aparecen dando traspiés.
Con risa chispona conjuga
la alegría del peleón
la Señora. Y es su pechuga
hiperbólico acordeón.)
LA SEÑORA:
¡Cuánto me he divertido bailando el agarrado!
LAS DUEÑAS:
¡Pero es posible! ¿Cómo? ¿Con quién?
LA SEÑORA:
Con un soldado.
¡Me convidó a buñuelos y copas de aguardiente!
LAS DUEÑAS:
¡Mañana se despierta General, de repente!
LA SEÑORA:
¡Me habló mal del Gobierno! ¡De mí! ¡Del Rey!...
LAS DUEÑAS:
¡Qué espanto!
¡Qué infamia! ¡Qué insolencia!
LA SEÑORA:
¡Nunca me reí tanto!
Pues como era un cobista, me dijo: «Barbiana,
tú eres la que debía ser nuestra Soberana.»
¡Y marcó unos compases de la polka-habanera
entornando los ojos, que me dieron dentera!
Y Don Gargarabete en un rincón, más soso,
dormitando...
DON GARGARABETE:
Señora, porque estaba celoso.
LA SEÑORA:
Pasemos a mi alcoba. Para el humor reumático
corre un aire más fino que joven diplomático.
(SOLO quedan en la rotonda
el manolo y Mari-Morena.
El como un gallo hace la ronda.
Y ella ríe de la faena.)
LUCERO DEL ALBA:
¡Vaya que la comadre se trajo una faena
con aquel militar, de lo más macarena!
Y la que tú con mangue trajiste, no se diga.
Y ahora m'alegro verte bueno. ¡Dios te maldiga!
MARI-MORENA:
¡Lucero, yo contigo espantarme la murria!
LUCERO DEL ALBA:
Estuviste templada, igual que una bandurria.
MARI-MORENA:
¡Pues sí que me camelas!
LUCERO DEL ALBA:
¡Y te camelo un poco!
¡Vamos, mírame, niña!
MARI-MORENA:
¡Lucero, tú estás loco!
LUCERO DEL ALBA:
Con ser tan resalada, eres un caramelo.
Descifra esto que digo, que no es ningún camelo.
MARI-MORENA:
Agradezco, Lucero, tan finas alabanzas,
pero ahueca.
LUCERO DEL ALBA:
¡Gitana!
MARI-MORENA:
Acabaron las chanzas
¡Ahueca!
LUCERO DEL ALBA:
No me voy por menos de un abrazo.
MARI-MORENA:
¡Ahueca, mala sombra!
LUCERO DEL ALBA:
¡Me das el jicarazo!
MARI-MORENA:
En durmiendo la curda, se te pasa el berrinche.
LUCERO DEL ALBA:
¡Dame un beso, paloma!
MARI-MORENA:
¡Te lo daré por chinche!
Uno y no más, Lucero.
LUCERO DEL ALBA:
Con tal que sea muy largo.
Tú no me pongas prisa.
MARI-MORENA:
¡Tú no hagas un embargo!
(SALE una Dueña de improviso
y da en la puerta una espantada,
poniendo en las cejas el viso
temblón, de su mano arrugada.)
LA DUEÑA:
¡Jesús, Jesús, Jesús! ¡No he visto igual descaro!
¡Perdiste la cabeza!
MARI-MORENA:
¿Dar un beso es tan raro?
LA DUEÑA:
¡Réplicas todavía!
MARI-MORENA:
Pregunto.
LA DUEÑA:
¿Tú no sabes
que al juntarse los picos hasta pecan las aves?
LUCERO DEL ALBA:
Y qué puede saber, si acá es una chiquilla.
LA DUEÑA:
Las saludables máximas del Barón de la Andilla.
¡Qué corrupción de tiempos y qué contaminados
los jóvenes de ahora! ¡Qué siglo de pecados!
Diez años fui casada, y ese beso imprudente
no le di a mi marido. Le besaba en la frente.
LUCERO DEL ALBA:
¡Pero no son iguales todas las criaturas!
LA DUEÑA:
Pues que tengan recato, y que besen a obscuras.
LUCERO DEL ALBA:
Oye, Mari-Morena, yo no te predicaba
esa doctrina.
MARI-MORENA:
¡Cierto! Pero es una tan pava.
LA DUEÑA:
¡Qué ejemplo escandaloso traéis a los umbrales
de la cámara regia!
LUCERO DEL ALBA:
Somos dos criminales.
Pero usted nos perdona, Señora Doña Pepa,
y nos guarda el secreto para que no lo sepa
la comadre.
LA DUEÑA:
¡Es posible que le diese un insulto
al saberlo!
MARI-MORENA:
¡Ay, mi madre! ¡El Rey llega en tumulto
con toda la caterva de su tertulia!
LA DUEÑA:
¡Cielos!
No falla, que a la Reina viene a pedirle celos.
MARI-MORENA:
Misia Doña Pepa, hay tremolina en ciernes.
LA DUEÑA:
¿Si quiere entrar, qué hacemos?
MARI-MORENA:
Decirle que hoy es viernes.
(CON su camarilla llega
el Rey. No falta ninguno:
Don Tragatundas, el Tuno
con sus hábitos de pega,
Torroba, con su talega.
El Intendente, la arisca
Infanta Doña Francisca
y sus madamas chillonas,
con las mismas cucamonas
que en el juego de la brisca.)
EL REY CONSORTE:
Buenas noches, señoras damas.
LA DUEÑA:
Buenas las tenga el Rey mi Amo.
¿Qué os trae, Señor?
EL REY CONSORTE:
Las dulces llamas
de Himeneo, con su reclamo.
Abridme la alcoba.
LA DUEÑA:
¡Imposible!
MARI-MORENA:
Hoy es viernes con abstinencia.
INFANTA FRANCISCA:
Lunes, niña.
MARI-MORENA:
Me es muy sensible
oponerme a vuestra creencia,
y sosteneros lo contrario.
Hoy es viernes.
INFANTA FRANCISCA:
¡Qué disparate!
MARI-MORENA:
Eso reza mi calendario.
TRAGATUNDAS:
El calendario de un orate.
EL REY CONSORTE:
Estoy aquí con mi derecho
de Rey Consorte.
MARI-MORENA:
¡Celebrándolo!
EL REY CONSORTE:
Y quiero llegar hasta el lecho
de la Reina.
LA DUEÑA:
¡Jesús! ¡Qué escándalo!
MARI-MORENA:
¡Hoy es viernes!
EL JOROBETA:
¡Qué paparrucha!
Hoy es lunes.
LA DUEÑA:
¡Vaya un antojo!
MARI-MORENA:
Hoy es viernes y está malucha
la Señora.
EL JOROBETA:
¡Mírame este ojo!
Abre la puerta de la alcoba
para que entre el Rey Consorte,
que al Rey sostiene la joroba
de Torroba.
LUCERO DEL ALBA:
¡Vaya un soporte!
Pues el peso de estos dinteles
sostiene el Lucero del Alba.
EL JOROBETA:
Lo celebro, que sus laureles
me voy a poner en la calva,
LUCERO DEL ALBA:
Sueña usted con la lotería,
compadre.
EL JOROBETA:
Y acierto en los sueños.
LUCERO DEL ALBA:
Usted tiene la fantasía
de todos los hombres pequeños.
(EL Gran Preboste acude
blandiendo su bastón,
y la figura elude
el Rey tras un sillón.)
EL GRAN PREBOSTE:
Con este paso inverecundo
habéis colmado la ancha copa
de mi paciencia. Todo el mundo
fuera de aquí. ¡Vaya una tropa!
EL SOPÓN:
Ved que los pleitos se transigen
donde la gente oye razones,
y éste cortabais en su origen
para siempre, con dos millones.
EL GRAN PREBOSTE:
¿En dónde vi tu catadura
antes de ahora?
EL SOPÓN:
¡Qué pupila!
EL GRAN PREBOSTE:
¡Tú tenías la guilladura
de ser prelado de Manila!
EL SOPÓN:
Señor, reconozco mi yerro.
EL GRAN PREBOSTE:
Lo vas a pagar en el palo.
EL SOPÓN:
Tened presente que en mi entierro
os hará la Prensa un regalo.
EL GRAN PREBOSTE:
Yo me río de esa amenaza
encubierta. Con un plumazo,
a la Prensa pongo mordaza
y a las Cortes doy cerrojazo.
Si declaras en dónde escondes
las susodichas escrituras
eres libre. Si no, respondes
con la vida de tus diabluras.
EL SOPÓN:
Dejad tranquila la garrota,
que por romperme a mí la crisma
no adelantabais una jota
en la solución de este cisma.
TRAGATUNDAS:
Señor Gran Preboste, los fueros
del Rey defiendo.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Para chasco
que a mí me asustasen tus fieros,
Tragatundas, y tu charrasco!
¿Qué pretende la Real Persona?
EL REY CONSORTE:
Dar un escándalo esta noche,
porque estoy hasta la corona
cansado de hacer el fantoche.
¡Abrid esa puerta!
MARI-MORENA:
¡Imposible!
EL REY CONSORTE:
¡He de entrar! ¡Estoy decidido!
MARI-MORENA:
No seáis, Señor, irascible.
INFANTA FRANCISCA:
¿Y sus títulos de marido?
EL GRAN PREBOSTE:
Con un decreto en la Gaceta
mañana os declaro demente.
Vuestra pretensión indiscreta
me obliga imperativamente.
EL REY CONSORTE:
¿Por qué te mostrastes avaro
para mis justas pretensiones?
EL GRAN PREBOSTE:
¡Si no hay un cuarto!
INFANTA FRANCISCA:
¡Qué reparo!
Recarga las contribuciones.
No discutas lo indiscutible.
EL GRAN PREBOSTE:
Me va faltando la paciencia.
EL REY CONSORTE:
¿Quién es ahora el irascible?
EL JOROBETA:
No lo puede negar vuecencia.
EL GRAN PREBOSTE:
¡Qué colección de botarates!
TRAGATUNDAS:
¡Defendemos al Rey Consorte!
EL REY CONSORTE:
¡No consiento que los maltrates!
EL JOROBETA:
¡Habrá un escándalo en la Corte!
LUCERO DEL ALBA:
¡A quien Cristo se la depare
que San Pedro se la bendiga!
Señor Jorobeta, repare
que no le pinche la barriga.
(METIENDO mano a la faja
escupe por el colmillo,
y el muelle de la navaja,
¡crac!, ¡crac!, canta como un grillo.)
EL JOROBETA:
¡Será lástima que en la jeta
le pinte a usted otro lucero!
LUCERO DEL ALBA:
Usted, compadre, es un poeta.
EL JOROBETA:
Y usted, compadre, un embustero.
EL REY CONSORTE:
¡Ulpiano, no seas Quijote,
que con la sangre me desmayo!
INFANTA FRANCISCA:
Ya desenfunda el chafarote.
Tragatundas. ¡Qué Dos de Mayo!
(CON simultánea zapateta,
como en un drama japonés,
se derrumban el Jorobeta
y el manolo de Lavapiés)
EL GRAN PREBOSTE:
Se viene al suelo la Monarquía,
como una vieja, de un patatús.
Vuestra celosa monoman
tiene la culpa.
EL REY CONSORTE:
¡Jesús! ¡Jesús!
(QUIEBRA el bastón en la rodilla
y se filtra por un tapiz,
saludando a la Camarilla
con el pulgar en la nariz.)
EL REY CONSORTE:
¡Entre dos muertos ahora, qué hacemos?
¡Quien daba coba se va de aquí!
TRAGATUNDAS:
Con los fusiles gobernaremos.
EL REY CONSORTE:
Se necesita de un maniquí.
(CON los nudillos
tras de la puerta,
golpe de alerta
pide atención.
Mari-Morena
tose, pretende
que tenga el Duende
contestación.)
MARI-MORENA:
¡Con nuestros gritos ya la Señora
se ha despertado!
EL REY CONSORTE:
¡Pobre de mí!
EL INTENDENTE:
De arrepentirse pasó la hora.
¡Ya no podemos salir de aquí!
EL REY CONSORTE:
¿Y aquí, qué hacemos?
TRAGATUNDAS:
Estar alerta,
y no movernos.
EL REY CONSORTE:
¡Válgame Dios!
Ya mi consorte tras de la puerta
está llamando con una tos.
Me pongo enfermo.
TRAGATUNDAS:
Si desertamos,
habremos hecho tan sólo el buey.
Quedad. Ahora somos los amos
y mis espuelas dictan la ley.
(SALE la Señora, con la papalina
puesta sobre un ojo, y dando guiñadas.
Las fofas mantecas, tras la muselina
del camisón blanco, tiemblan sonrosadas.)
LA REINA:
¡Me despertasteis con el ruido!
¿Qué es lo que ocurre?
MARI-MORENA:
Quiere pasar
a saludaros vuestro marido.
LA REINA:
Ya oí los trinos de su cantar.
¿Y estos dos muertos?
MARI-MORENA:
¡Una desgracia!
LA REINA:
¡Qué cosas pasan
MARI-MORENA:
¡Un aire fué!
LA REINA:
Para llevarlos a la farmacia,
ponlos derechos de un puntapié.
(RESUCITADOS por la punta
del chapín de Mari-Morena,
con una mueca cejijunta
saltan los muertos en escena.)
EL JOROBETA:
Me resucito bajo la coba
de tus pedales. ¡Vaya calor!
EL REY CONSORTE:
¡Con peteneras vuelves, Torroba,
del otro mundo!
EL JOROBETA:
¡Cuestión de humor!
EL REY CONSORTE:
Esto me barre las telarañas.
Me habéis tomado por maniquí.
LA REINA:
¡Marido mío de mis entrañas,
me congratulo de verte aquí!
LUCERO DEL ALBA:
La luz apago con el trabuco
como en el baile de Lavapiés
y desenredo con este truco
todos los hilos del entremés.
la voz de un ciego en la plaza:
¡Extraordinario a la Gaceta con el nombramiento
del nuevo Arzobispo de Manila!
(PREGONES y campanas el alba sinfoniza,
apaga de repente sus luces el guiñol
y en el Reino de Babia de la Reina Castiza,
rueda por los tejados la pelota del sol.)