Descargar ePub «Viva mi Dueño», de Ramón María del Valle-Inclán

Novela


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  Novela.
291 págs. / 8 horas, 30 minutos / 568 KB.
30 de abril de 2017.


Fragmento de Viva mi Dueño

¡Verdes escampadas de lluvia y ventisca, luces de tarde, paseo y melancolía de los emigrados españoles por la orilla húmeda de la carretera entre Irún y Hendaya! En la frontera vasco-francesa, los emigrados engañaban sus atribuladas privaciones con las bengalas de los manifiestos revolucionarios. Aquellos ilusos patriotas del credo progresista soportaban honestamente en sus tabucos muchas gazuzas de pan y tabaco: Formaban un bolo de famélicos iluminados: Alguno profesaba la guitarra por cifra y solfeo, otros se habían puesto a rapabarbas, sin que faltase el carambolista de cartel ni el maestro de baile y castellano: Ejercían sus vagos y amenos oficios con un aire distraído de poetas en busca de consonante: Conspiraban en el humo de los cafés y botillerías con verdes billares. Las tardes de la primavera vasca, cuando hacía claro, salían a pasear por las mojadas carreteras, y la revolución con bufanda, paraguas, chanclos de goma, se asomaba sobre la frontera de España. Por las noches, los que podían dispensar algunos cobres se juntaban a jugar el tute en la botillería de Madame Collette. Entre los ronquidos de la vieja francesa y el remangue de los arrastres se leía el inflamado programa de La Discusión. Fuera, la lluvia azotaba los cristales. Y en el sereno de estrellas, cuando volvían a sus tabucos aprovechando la escampada, se transmitían órdenes secretas llegadas de los círculos revolucionarios, los acuerdos entre los grandes emigrados de Londres, de Bruselas, de París: Se contaban los apuros para bandearse, se hacían pequeños empréstitos de cobres y tabacos, cambiaban noticias sobre el zapatero remendón y el sastre taumaturgo, que volvía la juventud a los gabanes: Murmuraban de la hospitalidad francesa, de la petulancia de los hombres, del poco recato de las casadas, y, con resquemor patriótico, discutían que se hablase en gringo a un paso de la frontera, sólo por hacer de menos al fuero del castellano. Entonces se conmovían y renovaba su juramento Pancho López, Teniente de Cazadores:


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