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Cuento.
12 págs. / 21 minutos / 203 KB.
31 de octubre de 2023.
—¡Juventud! ¡Juventud! —dijo sonriéndose el narrador, tras una pausa. Y añadió luego: —No creas que te cuento todo esto por senil regodeo amoroso, ni para que sepas que tampoco yo fui un santo en mis años mozos. Sólo quiero hacerte observar que mi ánimo no podía estar más ligado al barro vil de la tierra, menos dispuesto a recibir la visita de las almas del otro mundo, que cuando me quedé dormido, todo tembloroso de carnales anhelos... Y sin embargo, no sé cuánto tiempo habría pasado cuando me despertó violentamente un grito desgarrador, que se me metió hasta el alma. —¿Qué es? ¿Qué pasa? —preguntéme aturdidamente, sentándome en la cama. Un resplandor rojo y ondulante, como de las llamas de un incendio, que salía de la puerta del comedor, llenaba la sala próxima a mi cuarto. Muerto de espanto, oí una enloquecedora confusión de voces, gritos de cólera, carcajadas, gemidos, entrechocar de cubiertos, vasos y platos, como si veinte o treinta energúmenos estuvieran allí cenando. Y sobre el ensordecedor bureo, alzábase, de momento en momento, aquel clamor espeluznante que me había helado la sangre. Yo estaba como clavado en la cama, sin poder respirar siquiera, sacudido del miedo como la hoja del árbol por el viento, bañado en un sudor de hielo, sintiendo los latidos de mi corazón en todas mis venas. No soñaba, no; estaba, como ahora, despierto. Entre los mezclados clamores, adivinaba palabras horrendas: —Clávala... clávala en la cruz... que no se escape... Esa mano izquierda... esa mano izquierda... La lanza por el costado... debajo del pecho...— Y una voz, más bronca que todas, bramaba: —¡Sangre!... ¡sangre!... ¡el cáliz lleno!...