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Cuento.
5 págs. / 10 minutos / 153 KB.
12 de diciembre de 2020.
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Con muchas y siniestras carcajadas celebran en el campamento las razones de los Reyes Magos.
—Por fuerza sois—dice un príncipe grave y taciturno que acompaña al general—unos dementes o unos grandísimos socarrones cuando venís hogaño en disfraz de ingenuos y candorosos peregrinos, con aires de beatitud y de leyenda, a este mundo senil despedazado por el hierro y por el fuego. La culta, la cristiana Europa, maestra de cobardes hipocresías; la que destruye a sus propios hijos en nombre de la civilización, del derecho y de la libertad; la que puso una cruz en sus banderas y otra en el puño de sus espadas, hoy, ultrajando a Dios, se entrega a una furiosa bacanal de sangre. Ved las antorchas, las músicas y los cantos con que celebra la Navidad de Cristo: ciudades que arden, cañones que retumban, soldados que corren a la muerte lanzando gritos de odio. La paz del Señor sólo reina ya en los sepulcros. Los niños que aprendieron el nombre de Jesús, abandonan sus antiguos juegos y tienden las manos delicadas pidiendo el fusil, un fusil de veras que acierte a dar en un corazón. Ya todos saben que los Reyes de Oriente no han de venir, que aquellos Magos misteriosos y benévolos que en otras Pascuas apacibles colmaban de ofrendas los zapatitos del balcón, están ahora en las trincheras y reductos, temblorosos de frío y de nostalgia, deseando matar o morir. El acre incienso de la pólvora embriaga a los hombres, a las mujeres, a los niños; el oro se convierte en plomo, y la mirra en mortífero gas… Caminantes: si lo sois de buena fe, idos a vuestras montañas y desiertos, a los bosques de palmeras, al Nilo Azul, allá donde aun recitan al amor de la lumbre los cuentos de las Mil y una noches; huid a vuestras tierras bárbaras y remotas, y si es que allí, como creo, entraron también las Furias de la discordia y de la muerte, id a otras tierras todavía más salvajes, más escondidas y felices, donde jamás se oiga la palabra civilización, donde, a lo menos, se maten los hombres francamente, con el sano y desnudo valor de su barbarie, sin decir que se matan por la justicia y el derecho.