Tradiciones peruanas es el título con el que se conoce el conjunto de textos escritos por el peruano Ricardo Palma, que fue publicando a lo largo de varios años en periódicos y revistas.
Se trata de relatos cortos de ficción histórica que narran, de forma entretenida y con el lenguaje propio de la época, sucesos basados en hechos históricos de mayor o menor importancia, propios de la vida de las diferentes etapas que pasó la historia del Perú, sea como leyenda o explicando costumbres existentes. Aunque su valor como fuente histórica es limitado y no confiable, su valor literario es enorme.
Las Tradiciones peruanas surgieron en el ambiente periodístico donde se movió su autor. Las primeras se publicaron como artículos en diarios o revistas de la época. La forma, en un inicio, no estaba ni pensada ni definida. La idea de narrar un suceso llevaba al autor a ponerle nombres como «articulito», «reminiscencia fiel», «cuento», etc.
En agosto de 1690 hizo su entrada en Lima el excelentísimo señor don
Melchor Portocarrero Lazo de la Vega, conde de la Monclova, comendador
de Zarza en la Orden de Alcántara y vigésimo tercio virrey del Perú por
su majestad don Carlos II. Además de su hija doña Josefa, y de su
familia y servidumbre, acompañábanlo desde México, de cuyo gobierno fué
trasladado a estos reinos, algunos soldados españoles. Distinguíase
entre ellos, por su bizarro y marcial aspecto, don Fernando de Vergara,
hijodalgo extremeño, capitán de gentileshombres lanzas; y contábase de
él que entre las bellezas mexicanas no había dejado la reputación
austera de monje benedictino. Pendenciero, jugador y amante de dar
guerra a las mujeres, era más que difícil hacerlo sentar la cabeza; y el
virrey, que le profesaba paternal afecto, se propuso en Lima casarlo de
su mano, por ver si resultaba verdad aquello de estado muda
costumbres.
Evangelina Zamora, amén de su juventud y belleza, tenía prendas que la
hacían el partido más codiciable de la ciudad de los Reyes. Su bisabuelo
había sido, después de Jerónimo de Aliaga, del alcalde Ribera, de Martín
de Alcántara y de Diego Maldonado el Rico, uno de los conquistadores más
favorecidos por Pizarro con repartimientos en el valle del Rimac. El
emperador le acordó el uso del Don, y algunos años después los
valiosos presentes que enviaba a la corona le alcanzaron la merced de un
hábito de Santiago. Con un siglo a cuestas, rico y ennoblecido, pensó
nuestro conquistador que no tenía ya misión sobre este valle de
lágrimas, y en 1604 lió el petate, legando al mayorazgo, en propiedades
rústicas y urbanas, un caudal que se estimó entonces en un quinto de
millón.
148 págs. / 4 horas, 20 minutos.
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Publicado el 1 de mayo de 2016 por Edu Robsy.
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