A mis amigos
Juan Constantini y Juan Carlos Guido Spano
afectuosamente
Introducción
¿Cómo he conocido un centro de estudios de ocultismo? Lo recuerdo. Entre los múltiples momentos críticos que he pasado, el más amargo fue encontrarme a los 16 años sin hogar.
Había motivado tal aventura la influencia literaria de Baudelaire y Verlaine, Carrere y Murger. Principalmente Baudelaire, las poesías y bibliografía de aquel gran doloroso poeta me habían alucinado al punto que, puedo decir, era mi padre espiritual, mi socrático demonio, que recitaba continuamente a mis oídos, las desoladoras estrofas de sus Flores del mal.
Y receptivo a la áspera tristeza de aquel período que llamaría leopardiano, me dije: vámonos. Encontremos como De Quincey la piadosa y joven vagabunda, que estreche contra su seno impuro, nuestra extraviada cabeza, seamos los místicos caballeros de la gran Flor Azul de Novalis.
Abreviemos. Describir los pasajes de un intervalo harto penoso y desilusionador no pertenece a la índole de este tema, mas sí puedo decir que, descorazonado, hambriento y desencantado, sin saber a quién recurrir por que mi joven orgullo me lo impedía, llené la plaza de vendedor, en casa de un comerciante en libros viejos. Pues bien, una mañana que reflexionaba tristemente en el dudoso avenir, penetró en aquel antro, en busca de una Historia de las Matemáticas, un joven, de extraña presencia. Palidísimo, casi mate, los ojos hundidos en las órbitas, todo de una contextura delicada y profunda, rodeado, por decirlo así, de un aura tan vasta y espiritual que inmediatamente me inspiró simpatía su criolla belleza.
Tratamos de encontrar tal obra, y en el curso de nuestras investigaciones por los polvorientos estantes, trabamos conversación.
Le observaba. Al hablar lo hacia con especial cuidado, modulando las palabras con sugestiva auritmia, que prestaba a sus pensamientos precisas tonalidades, que me subyugaban con su timbre sonoro y convincente.
Volvimos a encontrarnos otras veces en aquel lugar, y no sé si inconscientemente o de un modo premeditado por él, nuestros diálogos versaron acerca del ocultismos y teosofía.
De estas ciencias poseía vastos conocimientos, a los cuales su fe les dotaba de tan severa apariencia, que no se podía menos de creerle y respetarle.
Cuando desenvolvía esas tesis extrañas y obscuras, descubría, en el fulgor de sus negras pupilas, no sé que misteriosos arcanos seductores.
Me ofreció su casa y le visité. Me hizo conocer su biblioteca compuesta de libros de magia, alquimia, teosofía, etc., relatándome en el curso de esas entrevistas, maravillas alucinantes, que me conducían hacia el ayer, desdoblando sucesivamente la atracción de los misterios ocultos a los ojos profanos en los hipogeos brahmánicos, explicándome la función del espíritu y de los cuerpos astrales que rodean al igual de un imán su fluido, nuestro cuerpo.
Era sabio y yo le escuchaba tembloroso de admiración. Su terminología a veces me era incomprensible por un gran empleo de expresiones sanscritas, mas luego me explicaba la función de, ese tecnicismo, que a su ver, encerraba sonidos de psíquicos efectos.
A veces, en la soledad de los parques, este Villiers de L’Isle Adam, relatábame el poder infinito de que disponen los faquires y yoguis, la milenaria existencia de algunos «saunyasis» que habitan en las selvas que limitan el Bramaputra, y las vastas Logias Blancas y lamerías que moran en las cumbres del Tibet, y que están en perpetua lucha con los Magos Negros «los Señores de la faz tenebrosa», vampiros voluntarios del principio del Mal.
Luego me descubría que por el poder de los Sutras de Patanjah, de los Hatha y Raja Yoga, se favorecen los desarrollos de nuestras más inefables cualidades, sensibilizándose los órganos, etéreos, cuyas formas de flores de loto, destruyen nuestro egoísmo o sensualidad.
Por medio de esos poderes se ere clarividente al igual de Swedenborg, se escuchaban las misteriosas voces de los pianos, de los caos más distantes, como Hermes Trimegistus, o Isaías, se descorría el velo de Isis, se desenmascaraba la Esfinge y se penetraba en la Suprema Razón, en el espacio de las N dimensiones.
Se era casi un teurgo, a semejanza de Simón el Mago, Jamblico o Apolonio de Tyana.
A voluntad se podía trasladarse por los espacios en el Kamarupa y visitar las lejanas regiones astrales. Y lo que me relató, después lo encontré duplicado en las obras de Blavatski, Bessant, Leadbater, Sinett, Olcott, etc.
Sin embargo en el curso de nuestras relaciones, era triste, circunspecto y pensativo.
No creo que influyera en él su situación presente de marqués arruinado, mas su estado humilde exageraba el aspecto de hiperestésico extenuado que ofrecía, como si sobre él pesaran agobiadores atavismos que se me contagiaron insensiblemente.
Un misántropo que hubiera meditado un sobla al margen de Kempis, o de I. Sepolcri, de Pascoli, no se espiritualizará como ese idealista de la Shodana.
Sufría momentos de dolorosa perplejidad, de indecisiones que interrogaban en las desencajadas flores de sus pupilas, que repercutían desesperadamente en todo lo que nos rodeaba, para después de unos prolongados silencios tácitos, apartarnos sintiendo que nos alejaba al espíritu de Abaris.
Yo creía, pero él debió intuir que el discípulo sería infiel al maestro.
Periodo de las alucinaciones
Decían los Bestiarios de la Edad Media: Cuando una serpiente devora a otra serpiente, se convierte en dragón. Similar es el caso de un sensitivo, en quien actúan fantásticas influencias exteriores.
Las funciones psíquicas se alteran, un nuevo elemento se integra al conjunto armónico de los otros, y acaba por absorberlos, por imponer su individualidad y carácter, a ese delicado engranamiento de impresiones y experiencias.
Diríase que el sujeto pierde su centro de gravedad, y así taciturno, palpando la presencia de una inmensidad que le acorrala y abruma, acaba por perder la medida a que subordinaba sus actos anteriores.
Bulwer Lytton en Zanoni y Nodier en Smarra, nos pintan con más o menos precisión el estado y característicamente el segundo, de un individuo que se ha sometido a esas prácticas que la antigüedad denominó infernales, esas prácticas en que eran sabios los titanes según Creuzer, y que perfectamente dominadas, nos harán poderosos como dioses, en el futuro, según Goethe.
Alberto Samain da el ritmo de esa caliginosa noche de Walpurgis:
¡El negro cabrón cruza entre la sombra obscura!
Es noche roja y triste.
Si la repetida lectura de esas fantasmagorías impregnadas de suspiros, la visión de las impúdicas sacerdotisas de la Misa Negra, invocando a Satán, con esta oración maldita de Agrippa: «Dies Mies Jesehet Bonoedeesef Douvema Enitemaus», la inconsciente elaboración de aquel Oriente de quimera, abrió en mi cerebro una grieta, a través de la cual vi todas las hipnóticas monstruosidades, ante las cuales hubiera sido impotente el perfume de la flor de eleboro.
Con Rubén Darío, pudiera exclamar:
De Pascal miré el abismo
y vi lo que pudo ver
cuando sintió Baudelaire
«El ala del idiotismo».
Ignoro cómo se verificó aquel singular proceso, mas de pronto, una ruda mano descorrió los pesados cortinajes del Tiempo y el Espacio, y «vi».
Una noche, tendido en mi lecho, pensaba, como de costumbre, en el modo de «apresurar» mi evolución espiritual para poder adquirir poderes maravillosos, cuando de pronto, cual si un viento formidable hubiese arrancado las tinieblas de mi estancia, vi una gris soledad infinita, áspera y terrible.
Alelado, esperaba instintivamente, privo de pensamientos.
Y esa llanura de escarchas opacas se pobló instantáneamente de pigmeos espantosos, de simios blancuzcos, obscenos y corcovados, que esquivos de mis miradas, se ocultaban vertiginosos en sus lívidas jibas, que clavaban en los hielos azulados, haciéndome gestos repugnantes y fantásticos.
Hormigueaban todos los vientres glutinosos y obscenos, todas las bestiales expresiones.
Luego se desmenuzaban en atmósferas pálidas donde flotaban, y en su lugar contemplaba desnudos cuerpos de mujeres magníficas, cuya cabeza había desaparecido pero cuyos senos gloriosos e impúberes, remataban en oblicuas pupilas mongólicas, que me aterrorizaban con los implacables destellos de sus crueldades viciosas en tanto que un viento profundamente sonoro, soplaba hacia lejanos horizontes, donde despertaba vociferantes tempestades.
Así fue por largo tiempo, ya en la noche ya en el día. Donde mi vista se posaba, apenas la atención se distraía, sobre las paredes iluminadas por el sol, percibía rostros confusos de seres desconocidos, restos de ladrillos con estelas indescifrables, cual las del desfiladero de Euyuch, ánforas grabadas donde resplandedan en esmaltes fosforecentes, geométricas imágenes de bandidos como Khefren el egipcio, o Timúr-lenk el mogol.
Durante la noche, despertaba viajando por el espacio de esa espantosa y misteriosa región. Baladros que me erizaban la piel dejándome sudoroso de espanto, perros con cabezas de esfinges, más terribles que la esfinge Tebana, satanes que me sonreían sardónicos, con su escarlata rostro arrugado, ciudades entre cuyas cúpulas de oro vivo existía una música ondulosa, dulcificada y embellecida en sus combas policromas, por la curva que imprimían a sus ritmos esas redondas cúpulas de oro, lejanas… distantes…
Me había desplomado entre las zarpas de Smarra. Poseído por una inquietud perpetua e indominable, los susurros del viento me crispaban los nervios hasta desesperarme, y el sol, al iluminar los árboles, me angustiaba con su siniestro resplandor hasta hacerme sollozar.
Repetía constantemente este versículo de Gorki:
Sus ardientes ojos, me miran y me desean
Sus ojos taciturnos como el sol,
cual si la música de este desesperado epitafio me diera la clave
del monstruo, que la Dama del Mar siente cernerse sobre ella «con sus
alas negras y silenciosas»
La Logia Teosófica
Fuí presentado a la logia Vi-Dharma.
Imaginaba, desconociéndola con religiosa unción, la austeridad, lo hierático de aquel ambiente, mi espíritu ansioso de una superior idealidad que lo elevara por sobre las terrenas miserias, se complacía en sentirse conducido como los antiguos iniciados, por un hierofante, que dándole el ósculo de la paz, le lavara de toda mancha, para que se sintiera digno de sentarse junto a los inmortales.
Suponía hombres purificados y sabios, buenos y humildes hasta donde la mansedumbre no es indignidad, creyendo que en sus palabras vibraría no sé qué divina premisa de vida mejor.
Me conducirían hacia Palas Tritogenia por el sendero de la eternidad, por el camino de la gnosis, de la eterna sabiduría, la muy buscada, la muy querida.
Y enternecido por mis propias reflexiones decíame: «soy el hermano menor», contemplando en ese período de expectación para mí inolvidable, pleno de una mística emoción, la ternura que palpitaba en los racimos de la vida.
Había desaparecido ese desequilibrio, suplantado por una paulatina serenidad que soplaba sobre mi frente todos los religiocismos despreciados, todas las emociones de un gran Evangelio humano, en cuyas páginas brotaran gloriosas como los fioretti de San Francisco de Asís, los sueños de una raza, cuya savia fuera la que nutre de tintas a las rosas.
Fue rudo mi desengaño. En lugar de todo lo que había soñado, idealizado, descubrí lo bajo y lo triste, lo vulgar y lo mezquino.
Ya en mis vagancias había tenido ocasión de conocer muchas vilezas; conocía el hastío y la maledicencia que rumía en las reuniones de los periodiquines de parroquia, donde el decir de Lorrain, se presencia la «ignominia de los queridos compañeros», mas encontrar fundidos todos los defectos en el ambiente de una logia, de un centro de Ciencia Divina, eso me desconcertó.
Perdí la recuperada pureza, y entonces libre de todo prejuicio, afecto, o interés, consideré fríamente esa colectividad extraña.
Reconocí que un pseudo espiritualismo, no excluía de esos que se consideraban superiores, el desprecio, el orgullo y la hipocresía.
Recordé la Santa Sabiduría y la Santa Pureza de la Bizancio de Lombard, y díjeme: Hablemos a los «verdes», al pueblo que sueña y busca la verdad, de esos cenáculos de aristócratas del espíritu.
Me pregunté ¿dónde se practican esos principios bases de la logia, la fraternidad, la sinceridad, la tolerancia de creencia y el sentimiento de humanidad sin distinción de raza o de sexo? Entonces un teósofo, díjome, aludiéndose a mi asombro: Usted es muy niño. Tenía razón.
Y pude comprobar en el trascurso de dos años, que reinaba allí, como en toda reunión de individuos que se unen tácitamente para un mismo fin, una armonía que sólo puede ser sometida por un medio: infranqueabilidad a todo lo que se juzga nuevo e innovador, sentándose para ello dogmas irrisorios, prevenciones absurdas, o asumiendo actitudes dignas de todo desprecio.
Quien tratara de discutir un postulado de ciencias ocultas sería mal visto, porque existe una manifiesta hostilidad a lo que se considera un desacuerdo con las ideas dominantes de la logia, que es: respeto por todo lo emanado de los libros que la dirección central escribe de acuerdo con un fanático entendimiento de teosofía, magia, etc., etcétera.
Después la vanidad adunada a la pedantería, los intereses comunes subordinados a las pasiones particulares, la sabiduría de los astrólogos logreros, y la dudosa honradez de ciertas mujeres equívocas.
Esto no exento de groseras burlas para los espiritualistas panteístas, existiendo un desprecio absoluto por la ciencia, poniéndose en solfa a Comte, tratándose de degenerado a Nietzsche, y saboreándose el negativo idealismo de Schopenhauer.
Sólo en un sahendrín de la Edad Media pudiérase encontrar en tal obcecación e hipocresía.
En efecto, siendo la base de la S.T. la Doctrina Secreta de la Sra. Blavatski, producto de la revelación de los mahatmas a la autora, según se atestigua, por haber alcanzado el grado de chela en ulteriores encarnaciones hay que admitir si no se discute lo enunciado en su obra, que todo lo establecido es una verdad divina.
Ahora bien, como Papus prueba que hay contradicciones fundamentales, aceptar sin distinción de ningún género sus conclusiones, es caer irremisiblemente en la locura o en la inconciencia.
Si se discuten ciertos principios, se discute su infalibilidad de clarividente y en ese caso el sistema se desquicia o se produce un cisma.
Mas como estos dos extremos son hábilmente salvados ya con interpretaciones que no tienen más valor por su carácter que el que se puede conceder a una interpretación, o por un premeditado silencio en tomo de ella, caemos siempre inevitablemente en la simulación de parte de los inteligentes e ignorancia en lo que toca a los neófitos.
Otro de los aspectos de esa corrupción interna, es la inmoralidad que merece los reproches más duros y acerbos, porque ella destruye toda finalidad de perfección que pueda animar a uno de sus miembros.
En efecto, de acuerdo con los estatutos la entrada de mujeres ya como socias ya como oyentes no es prohibida.
Lógico es suponer a lo que una promiscuidad de esa índole ha de conducir, porque haciéndose sociabilidad, la galantería suplanta la gravedad, y luego la galantería degenera.
Fraudes y la doctrina secreta
Antes de pasar a examinar someramente esta obra digamos algunas palabras acerca de la autora y fundadora de la S.T. en el año 1875 señora Elena Petrona Blavatski.
Nacida en 1831 en Rusia y nieta de la princesa Dolgouriski, contrajo a la edad de 17 años matrimonio con el general Blavatski, al cual hirió la misma noche de bodas con un candelabro, fugando luego a caballo.
Después de aventuras que no nos pertenecen examinar, dedicóse a propagar la nueva de que era enviada a predicar la existencia de una hermandad oculta en el Tibet, y de la cual había recibido mágicos poderes.
En efecto, comenzó a llevar a la práctica y a explotar tales revelaciones por medio de aparentes maravillas, que el doctor Coleman, miembro de la Sociedad Oriental Americana y de la Sociedad Real Asiática de Londres, denunció al Mind And Matter, presentando luego al Congreso de Chicago en el año 1893, las pruebas de dichos trucos, que fueron dos en New York, cuatro en Filadelfia y uno en el Cairo.
Mas no acaban aquí sus supercherías. Después del fracaso con el matrimonio Coulomb que publica las cartas y farsas de que se valía para realizar sus pretendidos milagros, la sociedad Psíquica de Londres comisionó al doctor Richart Hogdson, quien después de un año de investigaciones, informó lo sucedido en la casa de Adyar, lo que dio por consecuencia la siguiente declaración:
«Que la señora Blavatski era una impostora, culpable durante mucho tiempo de una combinación continuada con otras personas, a fin de producir por medios ordinarios, una serie de aparentes maravillas, que redundaran en apoyo del movimiento teosófico».
Después de dichas declaraciones que nos hacen dudar acerca de la moralidad de la señora Blavatski, examinemos su obra capital la Doctrina Secreta de la cual afirma Papus, uno de los más eminentes estudiosos en estas cuestiones.
«La Doctrina Secreta carece de método, componiéndose de una multitud espantosa de afirmaciones que en nada se apoyan, hallándose en ellas contradicciones múltiples y fundamentales», lo cual hemos podido comprobar después de una repetida lectura, siendo la confusión que en ella se encuentra, producto en nuestro concepto de una premeditada labor, cuyo destino es ser obscura y atrayente por su misterio.
Escribía Blavatski al literato Solovieff; «que los teósofos sean rodeados de tal misterio, que el propio diablo sea incapaz de ver cualquier cosa», deseo muy poco recomendable en los labios de una iniciada. Feliz me consideraré si puedo dar una leve idea de esta maravilla de exegesis arcaica y absurda.
Reunid el Avesta, los Vedas y los Eddas, refundid los comentarios del Talmud y la Thora, las interpretaciones de los cabalistas desde Simón Ben Jochay hasta Kunrat, las divagaciones y prodigios de los teurgos, la ciencia de Pitágoras y Hermes, la ética de los budistas y neoplatónicos, la sabiduría de la gnosis, Basílides y Valentin, los libros sagrados de Henoch que fue arrebatado al cielo y de San Juan que anunció el Anticristo, las especulaciones sobre los ángeles, querubines y potestades, no olvidando a los rabinos; a San Agustín y Santo Tomás, hasta el Rosacruz Max Heimdall que los considera como primordiales factores de evolución.
Allí bebéis las aguas de Cmosina. El asombro os detiene.
El mito de los Satanes, de los Elo-hin, del Adán Kadmon y del Adán Edénico, la salvaje y justa rebelión de los titanes hermafroditas de los Trabajos y los Días, y del Popol-Vhu se confunden, y así progresando, alternando sin interrupción ya los sacrificios de Veleda, ya los encantamientos de Merlin o Loreley partís del informe Lemur, inerte masa de materia que se balanceaba amorfa en continentes desaparecidos ha milenios hasta el Pitecoides, pudiéndose condensar el sinuoso derrotero de esa cósmica evolución, en esta hermosa cuarteta de Estrada:
Éste es el simio antiguo que cabalgó el onagro
hizo el hacha, amó el totem y alzó el cubil lustral
cinco mil siglos tristes obraron el milagro
de hacerle bestia y hombre, ángel bestia inmortal
para después desplomarse en una avalancha de estupendos fulgores, en el seno de un arque destinado a crear nuevos tipos de raza.
El plan es maravilloso, contradictorio, gigantesco e hipotético, cual si fuera el poema de un Dante discípulo de Gebert.
Se imaginan jerarquías de seres celestes, grados de iniciaciones, planos que son siete, y que ya divinos o espantosos nos recuerdan las epopeyas del Ramayana y Bagabat Gihta, planos devachánicos, kamalokas y donde las monstruosas sombras vigiladas por el «Guardián del Umbral», se arrastran pesadamente mordidas por la reminiscencia de terrenos deseos.
Y luego antítesis lógica, brillazones en estallidos de auroras boreales, hilos de oro uniendo las espirituales esferas, los dobles estelares, en donde se deslizan las conciencias perpetuas y hermosas, que condensan en el enigma grandioso de su esplendor, el esperma de mundos futuros.
¡Oh! Nadie ha ingeniado más enorme locura con el disperso caudal de los tiempos.
Creéis escuchar el clamor que precede a los mambantaras y pralayas de los ciclos brahamánicos, seguís la inhibición de la gran entidad macrocósmica en su inconmensurable huevo de oro, cual si por medio de un inefable monosílabo, tuviéseis el poder de retroceder con vuestro espíritu hasta aquella indescifrable hora en que el espíritu de Dios flotaba sobre las aguas.
Los oráculos de los solitarios que arrastran sus tremendas visiones desde Benares hasta la Tebaida, los libros de los inanunciados, de los presentidos, las revelaciones de Ohannes el hombre pez y la profetisa Wolusspa, los gritos de la sibila Cumas, las imprecaciones del camellero Mahoma se suceden ya amenazadoras y lívidas ya dispensadoras de auroras que tienen un vasto reflejo sangriento.
Si según Eupolomeno Babilonia fue construida por titanes que se salvaron del diluvio, podemos también decir que esta Babilonia esotérica ha sido construida con todas las preposiciones heréticas que se salvaron de la hoguera.
Reviven en ella los gibborin, los telchines, los elfos y las peris, las divinas venganzas de los dioses arbitrarios, los crueles castigos como el de Ixión, Prometeo, y Fenris, las bárbaras emboscadas como la de Marte y Adonis, las equívocas personalidades de Juno y Ganimedes, los cultos fálicos, los obscenos misterios de Baco o de Flora, y los secretos indescifrables como el 333 del Gran Oriente.
Y luego, sombras que espantan con sus deformes cataduras, toda la fantástica bestialidad politeísta, los egipanos dragones e ipsilas, las quimeras, los basisliscos y vestiglos, los camellos voladores, los caballos dodecapedos como el de Huschensch el héroe, o de ocho cascos como el Steipler de Odin.
Lo olvidado, lo casi indescifrable en los polvorientos palimpsestos tiene cabida, se extiende, se retuerce, renace y florece como el árbol del bien y del mal, la magia teúrgica y goética desde Simón el Mago hasta el normando Trithemo, de Comelio Agrippa hasta el abate Constant, prorrumpe en sortilegios que diríase escapan del antro de Trofonio entre las acres humaredas del trípode de Delfos.
Dijérase que la espelunca de Maebet está separada de cueva de Zaratrusta por un dogma, tanto que se puede escuchar el roncear del cabrio de Méndez en tomo de grimorios, pentaclos, abracadabras y gematrias, donde sonríe la sombría expresión del cornudo Satán.
Este ilógico sueño tiene al igual del árbol Igdrasil sus raíces en los tres estanques del infierno, mientras que su cúpula desequilibra los cielos.
Recopilad las quimeras de Herodoto, los disparatados descubrimientos de Olao Magno, las charlatanerías del fraile Oderico que descubrió en Tartaria un árbol de cuyos frutos nacían corderos, la fantasía de Ferdussi, el Homero persa, y tendréis la Doctrina Secreta.
Refiere el titán Hugo que esculpió con bronce esta leyenda en una montaña, que cuando el siniestro Waiferos hubo llegado a la última profundidad, escuchó una tonante y amenazadora voz que le decía:
«Waiferos no caves más, porque encontrarías al infierno».
Análogamente se podría decir al que quisiera descubrir la verdad en ese caos: No caves más porque encontrarías la Locura.
Bases de las ciencias ocultas
Éstas son tres.
Primero. Las leyendas y doctrinas arcaicas, así como mitos, bajo cuyas formas simbólicas y esotéricas, se encubre una verdad sólo al alcance de los iniciados.
Segundo. Las tradiciones antiquísimas de la magia. Tercero. Los modernos fenómenos del hipnotismo, magnetismo, espiritismo y radioactividad.
En las páginas que siguen, creo haber hecho notar de acuerdo con las teorías de algunos eminentes estudiosos, la resurrección semiespiritualista de las ciencias en general.
En mitología ha acontecido algo muy semejante. Después de una desaplicada exégesis mitológica de Larcher, Clavier, Bailly, David, etc., unos netamente evhemeristas y otros simbolistas, aparecen resumiendo lo substancial de estas dos tendencias en Alemania el simbolista Creuzer, y en Francia el evhemerista Moreu de Jonnes. Dice éste:
«Un estudio comparado, de las leyendas que se refieren a la infancia de los pueblos, nos ha comunicado esta doble convicción: 1º Que las cosmogonías, teogonfas, etc., proceden de un fondo común. 2º Que el Génesis, el Avesta, las teogonías de Sanchoniaton y de Hesiodo, indican los períodos sucesivos de una misma historia, que ha tenido una idéntica región por teatro», añadiendo más adelante, al referirse a los misterios Dionysios, Panateneos y Cabirios:
«Eran objeto de universal veneración, en los que quisieron iniciarse los hombres más ilustres, sin duda porque bajo el velo religioso hallaban el conocimiento de los sucesos que interesaban a la existencia primitiva de las naciones que según Diodoro habían sido descoyuntadas en la Universalidad de su unión por una catástrofe. Antes de ese desastre Urano, Saturno, Neptuno, Osiris y Ohannes eran los grandes pastores de hombres en esa única edad de Oro». Idénticas suposiciones que hace Creuzer, quien al entrar a examinar los maravillosos elementos de la mitología, impregnado de un fabuloso misticistmo, escribe al referirse a las razas de aquellas épocas, cuya sabiduría supone, les había sido comunicada por una hermandad sacerdotal, bajo la forma de símbolos que recibían directamente por inspiraciones del Teos:
«Parece que no se trata de hombres como nosotros, sino de espíritus elementales dotados de una maravillosa vista de la naturaleza de las cosas, del poder de sentirlo todo, y comprenderlo de cierto modo magnético».
¿Qué realidad hay bajo estas afirmaciones?
No podemos menos que reconocer una filiación histórica, etnológica, filológica y mitológica de las razas con Creuzer y Moreau; y si avanzamos aun más podemos admitir con el abate Brasseur de Bourbourg, que la cuna de la civilización humana, fue un continente intermedio entre la América Central y el Asia.
¿Qué valor se puede conceder a tal aseveración?
Un estudio elemental de la mitología no dejará de inclinarnos favorablemente a tal hipótesis. Así, encontramos al Wodan de las tradiciones escandinavas y germanas, en los mitos tzendales y en el país de Oxaca, figurando también al frente del calendario michoacano Odón, que guarda estrecha analogía con Odin, rey escita, llamado también Wodan. Ofnir (serpiente), es el sobrenombre de esta divinidad nórdica, que como el Vodan mexicano, es descendiente de la raza de serpientes (chan) siendo hijo de Imox, como Odin de Imir, ambos progenitores primeros sobre la tierra.
Otra divinidad escandinava, Thor jefe de los ases, nos interesa por su similitud con el Hathor egipcio y el as-Thor mexicano.
Respecto a los idiomas, vemos que el alfabeto fonético de la nación Maya, es semejante al egipcio, en tanto que el lenguaje según Le Plongeon, es en dos terceras partes confundible con el griego.
¿Los hombres americanos cruzaron alguna vez el continente europeo por esa fabulosa isla La Atlántida (nombre de origen americano) que según el manuscrito Troano desapareció hace 18 000 años?
No podemos menos de recordar que los Eddas, así como el Kalevala mencionan a los Jotun, hombres negros. ¿Serían éstos los mexicanos?
Creemos el problema solucionable, pero concordamos con la opinión de Grote, que en su Historia de Grecia, recuerda que es imprudente buscar en los mitos un sentido alegórico.
Sin embargo… vemos aquí un triple nudo establecido entre la historia, la religión, y la metafísica, cuya consolidación, teniendo por bases los modernos experimentos del psiquismo, es el neoocultismo actual, cuyas raíces se nutren con la memoria de la primitiva magia. Así Aaron convirtiendo su báculo en serpiente, Saúl invocando por intermedio de la pitonisa de Endor la sombra de Samuel, Ulises instruido por Cirse interrogando a Tiresias el hermafrodita, Periandro consultando a su esposa que ha asesinado, nos demuestra que la antigüedad conoció esas prácticas que Isaías aconsejaba no usar, y que la ley romana castigaba con la pena capital.
La Edad Media conoce a Rases, Flamel, Avicena, Alberto el Grande, Villena, siendo después sus sucesores Gilbert, Van Helmont, Flud, Hell, Paracelso, Swedenborg, Saint Germain, Pascali, Mesmer, cuyos experimentos resucitados por Cagliostro, originan las científicas investigaciones de Du Potet, Bertrand, Braid, Meunier, Richet, Charcot, Liegois, Luys, Oehorowicz, Crookes, Delanne, Fichte, Lombroso, Oheininger, Weber, etcétera, etcétera.
Ahora bien, la base de estas creencias, que en un principio eran hipótesis, reposa sobre la teoría de los fluidos y de un cuerpo etéreo, compenetrando nuestro organismo, argumentándose que la existencia de una materia completamente sutil no está en pugna con las últimas concepciones de la atomística.
Ya en mil ochocientos cuarenta y nueve, el químico Reichenbach publicó una memoria que sintetizándose se reduce a lo siguiente:
Ciertos neurópatas, sensitivos en extremo, perciben en la obscuridad rojizos vapores luminosos, que se desprenden del cuerpo humano y que denominó fluido ódico, cuya acción dinámica fue probada por medio del odómetro o el biómetro.
Mas estas radiaciones no sólo tienen su origen en nuestro organismo, sino también en las materias inorgánicas, como tuvo ocasión de demostrarlo antes el célebre químico Berzelius.
Más adelante el doctor Baraduc, miembro de la Academia, da acerca de estas corrientes magnéticas la siguiente ley:
«En el hombre hay dos naturalezas: la del hombre animal, y la del hombre pensante. Cada uno de estas naturaleza tiene sus vibraciones características, que registra el biómetro y que impresionan las placas fotográficas».
No mucho después los profesores Blondiot y Charpentier, descubren las proyecciones autorradicas visibles por medio de una pantalla cubierta de sulfuro de calcio, a semejanza de Goodspeed que observa que éstas impresionan directamente una placa sensibilizada.
¿Y cuál es la fuente principal de estas luminosidades obscuras?
Charpentier da como zonas radioactivas esenciales, los nervios y los músculos, agregando más adelante. «Tengo razones para creer que el pensamiento no expresado, la atención, el dolor, el espanto, el esfuerzo mental dan lugar a una emisión de rayos, que obran sobre la fosforescencia.»
De acuerdo entonces, creo que no repugnará a nuestra razón admitir el tan discutido doble etéreo, porque la periferia del conjunto de radiaciones fisiológicas constituye un segundo cuerpo, reproducible en caso de extrema actividad por la cámara obscura, como se puede ver en las sesiones espiritistas.
Ahora bien ¿qué son éstas tan citadas radiaciones, que descubiertas por Roentgen fueron estudiados por Rutherford, Debierne, Lodgue, Lorenz, Crooques, Saignac, Bemont, Henry, Niewenglowski, Troot, etc.?
Dice Le Bon, que las precisa exactamente:
«La radioactividad como ha dado en llamársela, es un fenómeno común, es la doctrina de la disociación universal.»
En definitiva, si se reflexiona sobre este postulado se reconocerá lo que constituía el argumento esencial del equivocado espiritualismo, a ser:
La existencia de un doble, fotografiable que perdura, después de nuestra muerte, se convierte en la negación de dicha afirmación, porque ese mal llamado doble, radiación de un carácter poco conocido, es la prueba más evidente de la paulatina desintegración de nuestro organismo, dado que la materia, como específica Molinari, es una forma estable de la energía, nada más.
Cerraré este capítulo, con aquellas palabras del famoso esteta inglés Ruskin, que no debe olvidar todo estudioso, que se dedica a las investigaciones de lo abstracto.
La substancia de las cosas lejanas, no resiste al tacto.
Concepción teosófica del cosmos
Tárrida del Mármol al enunciar «las sustancias que constituyen nuestro universo constan de dos partes, éter y electrones, cuyas combinaciones forman los distintos cuerpos» da el logaritmo expresión de las últimas irrefutables hipótesis científicas.
En efecto si partimos de lo infinitamente pequeño, el átomo que Lodge y Thomson clasifican como un mundo sideral, determinando su masa y velocidad, hasta el profesor Fournier que da la ley de que «los átomos del universo son a los soles, lo que los electrones a un planeta» y si continuando, llegamos hasta Jules Félix que nos muestra el mineral como una entidad orgánica que nace, crece y muere, y que Bosse en la Facultad de Calcuta, ha alcanzado a dar los diagramas de su sensibilidad, quedamos perplejos.
La inmediata idea de una espiritualidad inaccesible, se presenta a nuestra conciencia y dudamos. La concatenación es terriblemente hermosa. Veamos, sino:
El profesor Martín Kuchuck sienta la teoría de que el macrocosmos es un inmenso océano de materias, cuyas formas son modalidades de un centro energético, idéntica conclusión a que llegan los profesores Rosny y Félix en sus estudios de plasmogenia; así Kuchuck entra a considerar el sol como un generador de corrientes magnéticas, que nutren al mundo; y tal hipótesis, aventurada si se quiere, casi deja de serlo, ante las declaraciones del astrónomo yankee Eddvin Naulty, que estableciendo que el sol no es luminoso ni emite calor, lo juzga como un inmenso depósito de radio, cuyas emanaciones cruzando a pasmosa velocidad los espacios interplanetarios, en su choque con la atmósfera se transforman en calor, luz, electricidad y magnetismo. ¿Cuál es el objeto de esta síntesis? Dar una leve idea de la infinita gradación de inmensidades, que comenzando en el microorganismo no acaban su evolución en los astros, para hacer así resaltar aun con más dureza, la concepción teosófica del cosmos.
¿Hasta dónde hemos descendido? Helo aquí expuesto en un diagrama que copio de la Genealogía del Hombre de Annie Bessant, y que es la constitución divina y espiritual, dirigente de nuestro sistema solar.
Ridícula e inadmisible, sólo hubiera podido tener acogida bajo el reinado de los Faraones o Ptolomeos, pero hoy si no se estuviera seguro de la seriedad de la autora, se creería que es el entretenimiento de algún desocupado sofista.
Así se suplanta a Kepler por el heptas, la ley por el genio, lo incognoscible por el Abracax, el deber por Kaulakau.
De acuerdo con este plano sinóptico, los dioses directores que impulsan nuestra actual evolución son los Pitris, los Señores Lunares que hace 18 millones de años descendieron a la tierra, separando de su cuerpo etéreo un germen de vida con la interna potencialidad de forma humana.
Se me objetará que el hombre es descendiente del simio, mas según Annie Bessant los monos antropoides son hijos de dioses lunares rebeldes, y de mujeres de la tierra, como en el falso libro de Henoch, los titanes han sido engendrados por ángeles.
Un ligero examen de esta teogonía y cosmogonía nos permitirá comprender la concepción teosófica.
Como todas las mitologías, sienta por base del universo, el Logos trino, idéntico a la trimurti, Brahma, Vichnu y Siva, a la trinidad escandinava, Odin, Thor y Freya.
De este supremo Emepht emanan los 7 espíritus solares, que los indios denominan Aditi, los persas Amshaspendas, los judíos Sephiroth y los musulmanes Arcángeles.
Este plan de creación es similar al de la Mercaba, donde del Adán Kadmon (prototipo del hombre divino) emanación prístina del Verbo, surgen, en concéntricas esferas los mundos espirituales al principio, pero que se materializan a medida que se alejan del seno Divino.
Así hallamos, Asilut vivienda de los pasuphin (espíritus celestes), Briah morada de los malachin (querubines y serafines) y de los béni-eloim (espíritus subordinados), Jhesirah, poblada por los klippoth (espíritus elementales), y por último Asiah, residencia del hombre.
Estas divisiones idénticas a las de la mitología india, nos conducen a través de una intrincada evolución al núcleo del Universo, al regazo de la divinidad.
Ahora bien, en torno de estos 7, en una órbita más lejana del centro se hallan las 12 jerarquías creadoras, de quienes dependen los Fuegos Divinos, el Fuego y el Éter, el Fuego, Éter y Agua, las Mónadas, los Demonios, los Dioses solares y Lunares.
Literatura teosófica
Cuando Paul Bourget murmura pensativo «quien sabe si algunas energías del misticismo casi abolidas no despertarán… si nuestra humanidad no verá de nuevo un período análogo al de los Alejandrinos y los gnósticos y más exactamente de los Brahmines», puede decirse que anuncia el advenimiento de una dolorosa realidad, manifestada en los centros de ocultismo, magia y rosacrucismo.
En efecto, podemos observar que en el teatro, la novela y la poesía se produce un surgimiento místico decadente, saturado de psiquismos, de nuevos estados de espíritu y extrañas situaciones amorales, triunfando las perversas fantasías y lúgubres, dichas malsanas, cuyas garras despedazan carnes de espíritus gozosos de voluptuosidad.
Es el espasmo de todas las febricencias cerebrales, el dulce espanto de los abismos voraginosos y opacos.
Así vemos en Swinburne, Oscar Wilde, del Valle Inclán, Hánnon, D’Annunzio, Ibsen, Maeterlinck, Verlaine, Tagore, Nervo, Schuré, Jules Bois y Morice, la florescencia triste de los siglos lujosamente crapulosos y melancólicos la pasividad inerte, sensual y adormecedora como aquerontía, la ansiedad infinita, las virilidades exhaustas y nunca sacias, famélicas, hambrientas de un Dios que invocan con plañideras letanías, de alucinadas gatas fosforescentes.
Y este reflejo, sombríamente morboso, más que nunca en todo su apogeo, pleno, despojado de crudas realidades y saturado de vaporosas y trémulas bestialidades espirituales, lo hallamos en su más completa expresión, en la reciente literatura ocultista.
Destinada por su sentido a propagar las ideas, dogmas de estos círculos, la orientación en que está encaminada, es por el sendero de las maravillas del folklore, y por las de un ascetismo religioso, búdico, comprendiéndose en estas dos tendencias un efecto común y que es:
La influencia sugestiva (casi inmediata de tales lecturas) en los neófitos, preparando así su espíritu, para captar en el más alto grado, lo que se enuncian por verdades superiores, evitando así todo género de discrepancias con el núcleo directivo.
Tales obras que no dejo de admirar, por la singular belleza de que están impregnadas, no me impiden reconocer lo nocivo de su finalidad que es el predominio de lo abstracto, de lo incognoscible sobre lo concreto, lo práctico y lo sano. Pronuncio la palabra «sano» porque el espiritualismo pesimista que predomina en esos círculos del cual Schopenhauer es su más admirado y genuino representante, le opongo el epicureísmo nietzscheano o el positivismo, de Stuart Mill, y si se me replica que el Arte es libre en sus manifestaciones, recordaré con Guyau que este Arte debe ser eminentemente colectivo y democrático. Bien lo ha hecho notar Bergson, cuando analizando nuestro estado, llega a reprochar el predominio que hemos dado al intelecto sobre el instinto, pudiéndose decir que deberíamos animalizar nuestras tendencias tomando por maestro a Walt Whitman.
Cuando el fisiólogo Dubois, en su teoría de la anticinesis rotatoria, crea la ley de que los seres tienden a reaccionar en dirección contraria al movimiento que los arrastra, demuestra con claridad, el fenómeno de que hoy somos testigos, ya en filosofía, literatura o metafísica.
Hay una tendencia general a retornar al nebuloso y pasado ayer, se siente la nostalgia de los milagros, de las maravillas agoreras y de las obscuridades tumultuosas que también parecen satisfacer las indefinidas ansiedades de nuestras organizaciones, excesivamente nerviosas y desgastadas de hijos de la ciudad, a quienes la exageración del naturalismo ha guiado hacia el misticismo, como lo indica Gómez Carrillo.
Y cuales son los efectos de estas narraciones, trasunto de Poe o del persa Attar.
Dice Max Nordau en un postulado aplicable a nuestra tesis: «Las obras sexuales psicopáticas excitan en los seres la perversión análoga dormida e inconsciente, y les procuran vivos sentimientos de placer, que ellos consideran de buena fe estéticos o intelectuales, cuando en realidad son sexuales», más asíntotas a estas armoniosas fugas de sentimientos mórbidos, casi oleosos son, el despertar de un nuevo estado complejo y gris, en la que el doliente se pierde en las encrucijadas de una nueva Ciudad que flota en él y junto a él, sobre y bajo él: La alucinación, que espantado oculta el que la padece porque quizá recuerda estas simbólicas palabras de Poe: Hay secretos que no quieren ser dichos.
El señor Leopoldo Lugones, que ha estudiado excesivamente la Doctrina Secreta para no poder evitarnos de recordar ciertas partes de ella en su hermosa obra Las fuerzas extrañas, plantea magistralmente un hecho impresionante, el caso de un ocultista que ha perdido la conciencia común de las cosas, y que a causa de ello está sumido en una espantosa desesperación, y es la del hombre que percibe su doble inmóvil, que continuamente le mira con dos espantosos ojos de simio…
Demos fin; he visto en manos de niñas de 8 a 15 años de edad, cuyos padres imprudentes las conducían a la logia, libros de la índole ya citada, cuyo efecto en esas tiernas mentes infantiles tan propensas a la sugestión, no se hará esperar.
¿Qué decir de este continuo sostenido de curiosidades mágicas o misterios arcaicos, cuyas impresiones subsisten la mayor de las veces a través de la edad, como nos lo pinta el doctor Descurets en su Medicina de las pasiones?
Es doloroso y la realidad lo será aun más, si la colectividad no trata de poner un freno o una ley a estas agrupaciones, donde germina una futura y delicada degeneración.
Orientación política
Entramos aquí a examinar dos tendencias: Política y Religiosa que si bien en apariencia pueden ser contradictorias, se consolidan en el siguiente enunciado:
El objeto de la S.T. sin prescindir de sus miras de ocultismo, es asegurar por medio de un intercambio intelectual, las relaciones de Oriente con Occidente, permitiendo a éste extender su dominio en el anterior, por medio de un neobudismo adaptado a las circunstancias.
Se me objetará que tal conclusión es ridícula y aventurada, mas he aquí las palabras del Cónsul Argentino, en la India, señor F’Basaldúa, en el prólogo de su interesantísima tesis sobre el origen del idioma y de la raza baska.
«En Benarés tuve ocasión de conocer a la eminente teosofista Annie Bessant, joven inglesa patriota, que ante y sobre todo, trata de formar en los jóvenes Hindúes sentimientos de adhesión y lealtad hacia el gobierno inglés; ésa es su misión».
Esta declaración de cuyo significado se podría dudar, y que encierra toda una proyección para el porvenir, déjanos satisfechos cuando recapacitamos en las declaraciones de la señora Bessant, actual Presidenta de la S.T., quien califica con una ligereza imperdonable, la emancipación de los Estados Unidos del Norte de la tutela de Inglaterra, como un disparate incalificable. Más adelante en la misma obra, entrando a juzgar próximos acontecimientos sociales que a nuestro entender domina imperfectamente, la señora Bessant oscilando entre las hipótesis sociológicas de Novicow y Bakounine, plantea con mucha seguridad una futura Federación de Estados, bajo la hegemonía de Inglaterra.
Esto último es desde un punto de vista teosófico una declaración semioficial incitando a comulgar con tal Idea, que en las logias se juzga inspirada por entidades superiores, o como un producto de su clarividencia, lo que nos demuestra que la presidenta de la S.T. se ha equivocado o que las entidades que la inspiran son falibles, porque como vemos no es Inglaterra la llamada a ser guía de las naciones, sino Estados Unidos del Norte, o Rusia, leaders ambas, de dos tendencias eminentemente sociocráticas.
Orientación religiosa
«Nuestra misión es restaurar el budismo y barrer el cristianismo de la tierra» decía Blavatski al espiritualista Alexander olvidando estas palabras, que pronunció ha siglos el Rey hindú Asoka:
«En toda forma de religión se hallan buenas enseñanzas que practicar».
Ya lo hace notar Guillé, que ambas religiones se asemejan por su espíritu de aceptismo y dulzura, que impregna la moral evangélica aunque el budismo, como opina Fouillee a pesar de su grandeza, es demasiado místico y contemplativo en su moral, donde la idea de derecho no existe en ella, a la inversa del cristianismo, cuyo «dad al César lo que es del César», dijérase que es la base inspiradora de Justiniano, siendo como lo dice Eucken no una religión salvadora de carácter metafísico, sino ético, esto es, su finalidad principal no está en conducirnos de un mundo de la apariencia a un ser esencial como las religiones Indias, sino que coloca la realidad entre lo bueno y lo malo y reclama un nuevo mundo fundado en la vida personal, y el amor eterno.
Mas la contundente afirmación de Blavatski no deja de llamarnos la atención.
Se suplanta una religión por otra, cuando los elementos constitutivos y morales son obstáculos para la marcha de la sociedad, pero dentro del actual orden de acontecimientos, la organización eclesiástica, no perjudica de ningún modo la orientación de la colectividad, porque se es libre de creer o no, y ateo o espiritualista las creencias no nutren materialmente a nadie.
Ahora bien, si la fundadora de la S.T. combate la Sede Pontificial, no podemos menos de reflexionar que toda agrupación de individuos cuyas ideas armonizan, organizan un núcleo director de sus intereses materiales o espirituales, y que en este mismo caso se encuentra el cristianismo cuya residencia es Roma, a inversa de la teosofía cuya presidencia reside desde la fundación de dicha sociedad en la sagrada ciudad de Benarés.
Examinemos ahora los principios fundamentales del budismo acerca del cual no han podido menos de reflexionar negativamente Muller, Quinet, Renán, Pompeyo Gener, etc., etc. y helos aquí enunciados. Dice Buda sometido a las tentaciones de las demoníacas hijas de Mara.
«Yo quiero el cuerpo sucio e impuro… Los deseos son semejantes a las espadas, a los dardos y a las picas».
Su pesimismo espanta, ennegrece al Sol.
«Ved religiosos —dice— las cuatro venerables verdades».
«El dolor, el origen del dolor, el impedimento del dolor, el camino que conduce al dolor. ¿Cuál es el impedimento del dolor?».
«Es el apaciguamiento sin que nada quede, y el impedimento de este deseo que se renueva sin cesar». Impedir el deseo, aniquilarse, he ahí el ideal de este trágico príncipe demasiado humano, que ha renunciado a todo, «porque todo es ilusión, no hay creación, no hay vida ni nada».
Después de lo transcrito nos parece inútil todo comentario.
Suprimamos el deseo en la vida y habremos acabado con ella.
Pero demos fin a esta ardua tarea, en la cual nos hemos propuesto poner de relieve los defectos de una institución, que por su carácter anormal trata de evocar períodos de taumaturgia, de establecer todo lo que ha sido desechado por la sensatez, tratando de propagar una religión cuyo efecto hemos conocido en el pueblo Indo, y que nos merece una última crítica en dos sentidos.
Primero: Por sus afirmaciones que la razón no puede admitir, y que aceptadas por la fe, conducen por sucesivas gradaciones a la locura, como bien lo ha dicho el señor Ingenieros, refiriéndose a la obra de la señora Blavatski.
Segundo: Por su organización.
Esto ya nos muestra su carácter arbitrario y oscilante. Los presidentes y miembros directores de tal institución se nos presentan como entidades superiores e infalibles. Han vivido muchas vidas, han sido directores de humanidades en éste o en otro planeta, conocen los arcanos, sus miradas han escrutado en los designios de Dios y han recibido las inspiraciones del Pleroma, como los gnósticos.
¿Qué sería de la humanidad en tal estado, de acuerdo con su deseo? No puedo menos de recordar «La Ciudad de los Locos», de Soiza Reilly.
Me dirijo a todos los estudiantes de ocultismo. Nuestro siglo y los venideros, más que vanas especulaciones metafísicas, más que inútiles conocimientos del «más allá», nuestro siglo, necesita hombres exponentes de una evolución cuyo fin debe consistir, como ha dicho Saint Simon, «en la perfección del orden social».