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Montenegro proseguía siempre en su tema, aun cuando, conociendo la importunidad de proseguir hablando del asunto con quien de tal modo le contrariaba, se despedía urbanamente, porque jamás faltaba a las conveniencias con nadie, y más imbuido que nunca en sus locas ideas se iba a dar un buen atracón de derecho civil.
Fácil será comprender que no había quien no se riese descaradamente de aquélla manía del buen Montenegro, que, solo y pobre, quería luchar contra la riqueza y el poder; pero, a pesar de esto, era recibido en casa de las principales familias del pueblo, que no ignoraban que corría sangre noble por sus venas. Él era, por otra parte, uno de esos pobres cuyo orgullo y dignidad, acaso excesiva, les impide molestar a nadie con el relato lastimoso de sus miserias.
Tampoco hablaba de su pleito si no se le provocaba a ello, descubriéndose en todo su porte un corazón noble y sencillo y una extremada delicadeza de sentimientos que rayaba en fatuidad, según decían las malas lenguas.
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Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.
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