Este ebook gratuito del libro de Rubén Darío «Cuento de Pascua» en formato ePub se enviará de forma inalámbrica a un dispositivo Pocketbook. El libro estará disponible automáticamente tras la sincronización del dispositivo.
Este texto está etiquetado como Cuento.
Cuento.
9 págs. / 16 minutos / 145 KB.
25 de diciembre de 2020.
¿Cuánto tiempo duró aquel misterioso espectáculo? No lo sabría decir, puesto que ello fué bajo el imperio desconocido en que la ciencia anda a tientas; el tiempo en que el ensueño no existe, y mil años, según observaciones experimentales, pueden pasar en un segundo. Todo aquello había desaparecido, y, dándome cuenta del lugar en donde me encontraba, avancé siempre hacia el lado de las Tullerías. Avancé y me vi entre el jardín, y no dejé de pensar rapidísimamente cómo era que las puertas estaban aun abiertas. Siempre bajo la bruma pálida de aquellas nocturnas horas, seguí adelante. Saldré, me dije, por la primera puerta del lado de la calle Rivoli, que quizás esté también abierta... ¿Cómo no ha de estar abierta?... ¿Pero era o no era aquel jardín el de las Tullerías? Arboles, árboles de obscuros ramajes en medio del invierno... Tropecé al dar un paso con algo semejante a una piedra, y me llené, en medio de mi casi inconsciencia, de una sorpresa pavorosa, cuando escuché un ¡ay! semejante a una queja, parecido a una palabra entrecortada y ahogada; una voz que salía de aquello que mi pie había herido, y que era, no una piedra, sino una cabeza. Y alzando hacia el cielo la mirada vi la faz de la luna en el lugar en que antes la espada formidable, y allí estaban las cabezas de la estampa de Lycosthenes. Y aquel jardín, que se extendía vasto cual una selva, me llenó del encanto grave que había en su recinto de prodigio. Y a través de velos de ahumado oro refulgía tristemente en lo alto la cabeza de la luna. Después me sentí como en una certeza de poema y de libro santo, y, como por un motivo incoherente, resonaban en la caja de mi cerebro las palabras: «¡Ultima hora! ¡Trípoli! ¡La toma de Pekín!» leídas en los diarios del día, Conforme con mis anhelos de lo divino, experimentando una inexpresable angustia, pensé: «¡Oh, Dios! ¡Oh, Señor! ¡Padre nuestro...!»