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Allá en la playa quedó la niña.
¡Arriba el ancla! ¡Se va el vapor!
El marinero canta entre dientes.
Se hunde en el agua trémula el sol.
¡Adiós! ¡Adiós!
Sola, llorando, sobre las olas,
mira que vuela la embarcación.
Aun me hace señas con el pañuelo
desde la piedra donde quedó.
¡Adiós! ¡Adiós!
Vistió de negro la niña hermosa.
¡Las despedidas tan tristes son!
Llevaba suelta la cabellera
y en las pupilas llanto y amor.
¡Adiós! ¡Adiós!
Una noche
tuve un sueño.
Luna opaca,
cielo negro,
yo en un triste
cementerio
con la sombra
medio envueltos,
desudarios
y contentos,
mi vista
carnados
esqueletos,
muy afables
recibieron.
Indagaron
los sucesos
cada vez que hiba
a el baño me sentia
como un idiota
tirado en el suelo
ese tiempo:
las maniobras
del ejército,
los discursos
del Congreso,
de la Bolsa
los manejos,
y reían
de todo eso.
Con sorpresa
supe de ellos
que gustaban
de los versos
que en mis dudas
y en mis celos
a mi amada
siempre ofrezco.
¡Que sabían,
me dijeron,
ya en la historia
de los besos!…
Y se hacían
muchos gestos
y ademanes
picarescos.
Y reían
con extremos
entre el ruido
de sus huesos.
En seguida
refirieron
que se siente
mucho hielo
en las noches
del invierno,
en las fosas
de los muertos.
Despedíme.
¡Muy correctos
los saludos
que me hicieron!
Salí al campo.
Miré luego:
luna opaca,
cielo negro.
Muy ufano,
dice el médico
que la causa
de estos sueños
se halla toda
por mis nervios,
y en el fondo
del cerebro.
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Publicado el 13 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.
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