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Este texto forma parte del libro «El Libro de las Tierras Vírgenes».
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No tenía conciencia de su propia fuerza. En la selva conocía muy bien su debilidad, si se comparaba con las fieras; pero la gente de la aldea decía que era fuerte como un toro.
Tampoco tenía Mowgli la menor idea de las diferencias que establecen entre los hombres las castas. Cuando el borriquillo del alfarero se hundía en el lodazal, él lo asía de la cola y lo sacaba fuera, y luego ayudaba a amontonar los cacharros para que los llevara al mercado de Khanhiwar. Esto, obviamente, eran cosas muy ofensivas para las buenas costumbres, porque el alfarero es de casta inferior, y el borriquillo más aún.
Cuando el sacerdote le llamó la atención y lo reprendió por esas cosas, Mowgli lo amenazó diciéndole que lo pondría a él también sobre el borrico; esto decidió al sacerdote a decirle al marido de Messua que pusiera a trabajar cuanto antes a aquel muchacho. El que fungía como jefe en la aldea le ordenó a Mowgli que al día siguiente se fuera a apacentar los búfalos. Para el muchacho nada podía ser tan agradable como esto, y, al considerarse ya realmente como encargado de uno de los servicios de la aldea, se dirigió aquella misma noche a una reunión que tenía lugar todos los días, desde el oscurecer, en una plataforma de ladrillos a la sombra de una gran higuera. Era este lugar algo así como el casino de la aldea y allí se reunían y fumaban el jefe, el vigilante, el barbero (enterado de todos los chismes locales) y el viejo Buldeo, cazador del lugar y que poseía un viejo mosquete. Los monos, en las ramas superiores de la higuera, sentábanse también y charlaban. Debajo de la plataforma vivía en un agujero una serpiente cobra, y, como la tenían como sagrada, recibía cada noche un cuenco de leche.
24 págs. / 43 minutos.
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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
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