Y LA DUEÑA DOÑA ALDONZA
Fecho es de burlas.
Dueñas, déselas Dios a quien las desee:
mirando estoy dónde las echaré.
Quevedo, Visita de los chistes.
Meterte a sacomano me atreviera;
mas ante Elvira aféitate la cara,
y tal tu dura enjundia me prepara,
que en ti abra cala un espetón siquiera.
Desperdicios de un soneto.
Horas de vísperas eran cuando en largo de la cal de Sant Romant, de Toledo, paso a paso divagaba un escudero en continente reposado, ansí como pavón atildándose en la sombra. Sus calzas de entray atacadas a rico jubón colorado, capa palmilla revuelta al brazo, e gorra aceituni con sendas plumas blancas e negras, bien demostraba que aquel gentil hombre presumía de caballero, bien que el no calzar borceguíes bermejos, tachonados con sendas espuelas, aina decía no haber alcanzado tanta honra.
En cambio requería a menudo la luenga espada que pendía del talabarte, autorizando así la minúscula persona, que no semejaba más que cusibel allegado a senda pértiga.
A poco trecho de casa donde el paseante enclavaba afincadamente los ojos, se abrieron los lienzos de la encumbrada fenestra, e una mano gentil que no cristiana arrojó una letra que el paseante, a guisa de can, que con boca abierta atiende coger la mariposa que pasa, pensó atrapar antesacando el pecho y abriendo los brazos en aspa de Sant Andrés; pero el papel avieso, como fecho de materia liviana, hizo cortes y ruedas, y ruedas y vueltas por el aire, pasando y repasando por entre los dedos del penitente para luego revolar e posarse en lo más alto del dintel de la puerta.
Don Egas, que tal fué su nombre de este hidalgo, para conquistar aquel joyel apellidó en su ayuda los ingenios de guerra que están en uso para asaltar los torreones de las cercas y muros; pero al postre, acopiando sendos guijos lisos y escuetos de la corriente, trepando por ellos con su luengo acero, pescó el billete, que, desdoblándole de sus tres dobleces y aplicándolo como ensalmo a los ojos, sobre el calletre y por bajo de la higadilla (salvos sea la parte), leyó, después de la cruz negra del comienzo con capirotes encarnados, las siguientes razones:
"A vos, el magnífico escudero, salteador de mi albedrío: Magüer la entereza de mi honestidad afincóse en resistir la delectación de vuestros requebrados amores, tan de antuvión entrástedes por el rastrillo de trasparamento de mi corazón, que sin más estar en mí, me siento astreñida en rendir el mi homenage, y me juro en deliquios de imaginaciones vuestras. Otrosí, el vuestro talante que pasea de continuo frontero a mis fenestras, magüer encogido e diminuto, halló medra en mi aspereza, e sepades (e en tal punto se me enrova bermejo el rostro), que campeará en el mi alvedrío in sæcula sæculorum. E como el mi linage es de enjundia e añejo, inquirí que sedes de los buenos e viejos, sin ser retejado (Dios vos libre), ni conocer la Atora ni el sábado, ni mirades a furto el lardo; e otrosí supe, y vala por todo, que sedes de Solares de Carriedo, todo para gloria de esta mi persona ataviada hoy día en fecha con saboyana carmesí y verdugado de seda, y la toca con volante blanco pinjado con pinjantes ricos, visión en forma que si queredes reverenciar, acudir habedes a media noche por filo por el arcaduz del jardín. Subid por el tapial, y de allí por el abedul tomad tierra: catad de non caer, e si caedes catad de lastimaros razonablemente e nada más."
Tres veces se le agolparon lágrimas de gozo a los ojos de aquel menguado lector, compañero tuyo en aquel trance de lición, ¡oh, benévolo leyente!, e tres veces suspiró e desahagóse el pecho. El aina rebozóse en la capa, e asomando el rostro como cauto ballestero por saetir, repasó la calle, ojeando la fenestra de suso nombrada, e trasflor de verdes vidrios de Venecia, atisbó la figura de la enjaulada, que ni punto más ni punto menos semejaba a don Satanás enfaldado, e faciendo gentil mesura, volvió el cantón de la vecina calle enderezando a su casa para atender la escura noche.
Eran las doce muy corridas e la rua estaba negra como malos pecados, cuando dos gentiles hombres así fablaban en puridad andando su camino:
—Paréceme, amigo Egas, que no andades tan suelto por la calle sonando la queda como a sol tendido.
—Oh, don Malicioso, ¿e non sabedes que el jaco de malla, e la cota, e el broquel, e el montante, e otros arrequives de tal guisa, algún tanto empescen e perturban los miembros? Más aosadas que el ánimo, más despejado va que nunca, e resuelto a todo. Más dígame, dómine Tomillas, ¿traedes el discante y la letra para cantar?
—Sí traigo.
—Mas hemos llegado al lugar: vos faredes la escucha, buen Tomillas, mientras yo guindo mi persona por el tapial, ansí como me hagan la seña. Rasgad empero el instrumento, e apuntadme la letra.
Entonces el enamorado Egas, con voz entonada y ronquilla, cantó de tal manera con ayuda de vecino:
Cuando contemplo en tal hora
el blanco envés de tu espalda,
y que recoges tu falda
para subir tan sonora;
don Cupido, o don Demonio,
entra a rebato en mi pecho,
y grito, un sátiro hecho,
yo requiero matrimonio.
.................................................
Así cantaba Egas cuando se oyó caer una falleba, e otrosí, se oyó una voz que ceceaba desde rejas no muy altas, e luego dijo: "Ah del gentil hombre."
Allegóse el amador, dándole órdenes antes a su atalaya, e ansí fablaba a su señora:
—Tan mal parado no parástedes cuando paréme a parar los parabienes que para...
—Alto, alto, e non parareadme más, don apareador de lindezas; liso y llano e non tan alto de punto, non semejedes a saltador y surtidor de jardín que lanza agua alto, alto y se resuelve en nada. Empero esto aparte, dadme mercedes ya que os evité saltear murallas, e a riesgo de voltear os tengo aquí ni con tanto trabajo vuestro ni tanto apartamiento mío. Recogí las llaves de este zaquizamí, e vedme aquí sola e sin mancilla, que las fembras de pro no temen trasgos ni fantasmas.
—Ya que por vuestro mandato he de parlar canto llano, vos diré, señora, que esta merced que de vos recibo la acojo con más gratitud de vuestra pudicicia, cuanto hasta ahora no vos merecí que crueldades y sofrenadas.
—Así es la verdad, caballero; mas parad mientes que las doncellas treintenas, como yo, han de esquivarse con más ansia que los arrapiezos de quince a veinte: materia feble e quebradiza e que vos enloquecen a vosotros los amadores.
—No así a este vuestro servidor, que donde no ve persona entera o correosa, no ve al de provecho; además que non nací para endotrinar fija de vecino.
—Mi fe que habláis como el Conde Lucanor, e que esa discreción me captiva. También vos diré que ora miro en vos perficiones que antes no reparé en ellas. Ejempli gracia: ese vuestro naso corvo y parvo, e arremangado un tantico como quien va a la frente, me ponía un miedo cerval como a doncella asustadiza: parecíame jeme de gigante sayón desplegado por la mitad de vuestra cara, e las carnes me bullían viendo los anchos lunares como de almagre que le paraban. Empero ahora no miro en él que miembro apuesto que vos autoriza cumplidamente: e miro más, e veo a ese don Cupido de quien cantabais que cabalga en ellas, fablo narices, e que con sus viras batiéndoos a guisa de acicates, os llama la sangre en aquel lugar.
—Non me sonrojéis con los vuestros loores, mi señora...
—¿Dejástedes quien vos ficiese espaldas? Pues creí escuchar algún rumor.
—Fieme en el buen Tomillas, tañedor de laúd e dulzaina, e él dará rebato en toda aventura... mas hele, hele por do viene.
—Mala landre me mate si no somos acometidos. Tres campanarios armados entran por la calle, de cada paso llevándose media plaza de andadura, y en las manos menean por mazas sendos robles o palos de navío.
—El miedo vos face abultar las cosas, buen Tomillas.
—Decidme, gentil hombre, ¿sedes poeta? Que según faciedes uso de hipérbole, o yo no me apellido Aldonza, o podéis bien facer un poema: andad a vuestro puesto, don Babieca, que eso que vos semejan campañarios habían de ser los mozos gabachos del comendador Núñez, que facen burlas e escarnios ruando por el barrio, como que hoy es martes de antuejo. Idos, idos, e non conturbéis nuestros coloquios.
—Ansí será, e la peña de Francia no me desampare en este oficio de atalaya de amores...
Y fuese el escucha y prosiguió don Egas:
—¡Oh, doña Aldonza!, círculo de mis ruedas, blanco de mi cuidado, e cuento de mis vueltas e revueltas, dejadme, amparadme de vuestra diestra.
—No me retocéis la mano por entre las rejas de la fenestra, travieso mancebo, que tengo ante los ojos aquello de lo barato dado, caro llorado. Atended al tiempo y no quered perder el rocín y las manzanas.
—El que tiempo tiene y tiempo atiende, tiempo viene que se arrepiente; perdonad algo a la fuerza de mi amor.
—Todo home face tales añascos y marañas para burlar a nos las doncellas, e después de burladas, el duelo ajeno del pelo cuelga.
—Mal alfajeme remoje las mis barbas si mi promesa...; pero al pobre Tomillas lo rematan... ¡Santo Dios, qué vapuleo!
Y era así, que los mozos gabachos del comendador, que todo el día anduvieron guantando con blanco a los vagantes, y sujetando jirones y añaceas al manto de las dueñas, encontrando de estantigua al buen Tomillas, por la media noche le arremetieron con algazara, e le atapaban la boca con poleadas de yeso, cual a chico mamón, e el cuitado gritaba:
"Que me rematan a coces y cucharadas."
Dejando la turba alegre a Tomillas mal parado, embistieron con el amante, que en buen paladín en medio de la calle blandía la espada para reñir como bueno, animado por las voces del marimacho enrejado, que le acuciaba a reventar de fuerte, o semejándole en lo bravo a Leonidas e a otros perillanes de la antigüedad.
Pero el atónito escudero, ya porque remembrase la paciencia cristiana, o bien porque la disforme catadura de los desenvueltos mancebos que venían de carantoña y botarga le turbase los sentidos, ello es cierto que tomó una retirada sin más compás que los espaldarazos y cintarazos de aquellos tarascas o garduños, e ainda llevando el agua va de los vecinos.
El molido se recogió en su morada, e la dueña, dando ventanazo, se refugió en su recámara, matando las alimañas e correderas que encontraba al paso en el desván, no cansándose de maldecir por hombre que tan mal defendió el paso, e revolviendo en su mente la traza de vengarse de amante tan amilanado.
Don Egas fincaba en su lecho, repasando en la mañana los azares infaustos de su correría nocturna, cuando ante él apareció un muchacho vivo e agraciado que le entregó una epístola con nema negra, e le preguntó:
—¿Niño, sois paje?
—¡Oh que no, señor estafermo, digo enfermo! Soy el monaguillo del barrio, cual lo vedes por la hopa que visto; e llevo, e traigo, e torno, e pido.
—Pues toma—dijo el del lecho—esos tomines, e la Magdalena vos guíe.
Allí rompió la nema y leyó esto que sigue:
"Al follón, al ruin, al asendereado e más molido de todos los escuderos.
"Vos vide fuir al cantar el gallo, e entendí el son del bataneo que vos ficieron en los lomos; abollados se os mantengan.
"Non mantuvisteis el campo como ardido, ni vos salvastes con cautela, mas sin cerrar vez siquiera, tomástedes calzas de Villadiego e corristeis a puto el postre.
"E ansí, magüer fagáis en mi desagravio diez torneos e dos pasos honrosos, e quebredes trescientas lanzas vos fago siempre la mamola: chicos e grandes vos escarnecen e dicen que a hombres de Castilla nunca el mesmo diablo puso miedo, cuanto más los antifaces e mojigangas; e otros dicen, ¡Santa María, qué horror!, dicen que la fuída vos soltó los pies, e vos corrió la vicaría, e que de acullá vino que sonástedes por bajo la dulzaina, e non era dulzaina, e que oliades non a estoraques ni algalias, sino peor que azufre. ¡Puf!, ¡qué blasfemia!
"Id en mal hora; e jardinero os recoja para sus eras, que non limpia e aseada dueña doña Aldonza."
Tres días de sol a sol, el pesaroso Egas quedó sin catar pan ni tragar agua, llorando con los ojos y cacheteándose con los puños por su flojera de nervios; al cuarto día tomó descanso, al quinto anaranjeó un gallo e jugó a las tablas, e de allí a otro día reía a la desesperada, e cuando le tocaban la retaguardia sólo respondía:
"Más vale vergoña en cara que cuchillada."
Saludable consejo que de marras aquí muchos prosiguen e obedecen.
E otrosí: oteando en su magín el buen don Egas, reparó que si a interrogación se debe respuesta, con mayor fuerza de derecho toda epístola traída en recaudo pide letra y carta en papel; y por tal resolvió no darse por muerto, antes bien escribir su senda foja, y diciendo y haciendo ansí trazaba letras como signos de nigromancia, y dijo:
"A la por ahora mitrada en tocas y rabuda en haldas.
"Tal espinan y escuecen las razones de vuestra epístola, que no semejan sino escritas con el bello de vuestros belfos y quijadas, que no son más ásperos los ortigales de la montaña.
"Si me catástedes repararme y retirar (que fugir non, ¡pese a Mahoma!), fué porque con cuatro no hay garabato, y que a mi hijo lozano no me lo cerquen cuatro; y más vale salto de mata que ruego de bueno, y antes tuerto que ciego, y huído que no manco ni lisiado.
"Y no pensedes que soy hijo de paloma blanca o Juan de buen alma que me tomo las barbas con jayán de tres estados y me barajaré con diez gigantes.
"Y en cuanto a lo del punto por bajo, miente la bellaca, que soy bien trabado de miembros y muy astreñido de natura que nunca por jamás me permitió hacer tal desaguisado, y por tal todas mis coyunturas y entrecijos huelen a estoraques y canela y estoy a prueba y pago la estrena. Non curo que vos podáis sofrir semejante espulgo si no es que don Lucifer fuese el husmeador.
"Vos os habéis dicho en puridad: 'Más valen coces de monje que halagos de escudero'; mas pronto vos veré como la pimienta negra, rugada, tostada y en pos molida. Si os ofendéis de mis razones, sabed que a quien me hace mal con la boca, le muerdo con la cola; y que habló la boca por do pagó la coca.
"Tened por cierto que los mis amores no me entraron por vuestros ojos bellidos, sino atendiendo a que por falta de chapín metí mis pies en un celemín, o que por deseo de zuecos metílos en cántaro. No al sino que si Satanás no os empuña, los grajos vos saboreen. Don Egas, dos minutos después de mi redención."
La carta fué y afufóse la tórtola, e ansí quedaron en flor e ciernes los amores de Egas e de Aldonza, fincando burlados los curiosos de ver que fruto e injerto hubiera salido de cruzar dos cartas tan eminentes por su huero magín. E magüer la perfición de esta mercancía reservó natura por altos fines a tiempos más cercanos a nosotros, non embargante casándose separadamente Egas e doña Aldonza difundieron prolíficamente su simiente necia e sandia hasta nuestros días, en que sus nietos andan en servicio de estos reinos por mar e por tierra. Es linaje eterno.
Tuvo cabo esta historia en la Era de César de 1342, e la escribió maese Cándamo.