El Mayor Enemigo de los Reyes Magos

Silverio Lanza


Cuento


La casa, numero , de la calle de San Simón no está construida atendiendo á las diferencias de clase. Un solo portal sirve para los inquilinos de los principales exteriores, de las buhardillas y de los bajos. Y el desorden es tan grande que los reyes de la casa viven en el patio, en el cuarto numero 3. son reyes por delegación como todas las autoridades. El propietario es desconocido. El conocido es el administrador; el señor Don Rufino, un gallego bajito, delgado y que no revela en su semblante ni su edad, ni su origen, ni sus aficiones; es ya propietario, y se ignora como adquirió las fincas que posee.

Don Rufino es el coco de los vecinos del numero 96 de la calle de San Simón, porque estos han de pagar sus mensualidades el día 8, bajo pena de verse citados á juicio de desahucio el día 9. Solo hay una manera de obtener concesiones, y se reduce á tener contenta á S. M. la reina doña Martina, la que vive en el 3 del patio, casada con Celedonio, ordenanza del Gobierno Civil.

La amistad entre el administrador y Martina provino de que al mudarse ésta á la calle de San Simón se enterase aquel de que eran paisanos, de la misma parroquia y de la misma aldea. Así averiguo D. Rufino que no le necesitaban sus parientes ricos ni le recordaban sus parientes pobres. Celedonio pago puntualmente y no pidió reparaciones en su cuarto, que parecía una cuadra dedicada á carbonería; y D. Rufino no creyó peligrosa su amistad con un sujeto tan sensato. Se habituó, cuando iba á cobrar, á pasar un ratito en el cuarto de Martina, que acostumbraba á su niña de cuatro años á sacudir las botas y los pantalones de Don Rufino, y dar á este agua fresca en el verano y caldo sustancioso en el invierno. Observaron después los vecinos que la niña salia cuando Don Rufino entraba, y empezaron las murmuraciones. Arreglóse el cuarto de Celedonio hasta el extremo de empapelar la sala y estucar la alcoba; y entonces crecieron las murmuraciones, y las murmuradoras se organizaron bajo el mando de doña Juanita, una jamona viuda que tenía en su compañía una sobrina pizpireta.

—¡Hola, vecina!

—¿Hay novedades?

—Que S. M. le busca la lengua á la del 2.

—¿Por qué?

—Por cosas de la chica. La del 2 tiene un muchacho de cinco años y su majestad tiene una niña, y por ahí ha empezado la cosa.

El tío Paelcaso, que vive en una escondida habitación interior, que todo lo aprovecha y come de lo que le producen un salón de limpia-botas y un puesto de agua donde trabajan otros, oye la conversación de las vecinas, y dice á su mujer:

—Miá tú, que si yo no tuviera más dinidad que esas purpurinas falsas...

—Anda, que la seña Martina tiene majestad,

—Si se la dan cuando este en las últimas. Y pa el caso, á mi la aristocracia y el pueblo, pues, pata.

Cuando Roque entro en el 2 del patio, hallóse con que su mujer tenía encerrado al chico, y supo que este había amenazado á Manolita después que ésta había dado dos cachetes á Felipín. Roque oyó el relato que le hizo su esposa, sentóse á comer, y dijo:

—Mañana es Reyes y estoy libre; con que buscaremos cuarto, y tu haces punto y aparte, porque las mujeres con vergüenza y los chicos bien educados no tienen cuestiones; y yo no le pongo la mano á Celedonio encima de la cabeza porque no quiero pincharme; ese para Frascuelo.

A las doce de la noche había cesado el ruido en el 96 de la calle de San Simón; ya estaban recogidas ó tiradas en el arroyo las latas que habían sido arrastradas por la escalera y después por la calle. Los viciosos pasarían la noche fuera de su casa, y los frugales ya estaban acostados. Faltaban Roque y Celedonio, el primero porque estaba sustituyendo á un amigo en la imprenta de un periódico de la mañana, y Celedonio porque no quería acostarse hasta convencerse de que Roque estaba durmiendo y no le buscaba cuestión.

A las tres entro el cajista, encendió una cerilla, se acerco á la reja de su cuarto y vió los zapatos viejos de su chiquillo puestos al sereno. Saco del bolsillo de la chaqueta unos zapatos nuevos, los colocó en el aféizar de la ventana y tiro los viejos en medio del patio.

Un cuarto de hora después llego Celedonio, entro en su cuarto, abrió la ventana donde estaban los zapatos de Manolita, los retiro, entróse con ellos en la habitación, y al poco rato los volvió á colocar en el mismo sitio, llenos de dulces y con una peseta en cada uno.

Al amanecer entro Paelcaso despejado de su quinta borrachera de aquella noche, vió los zapatos viejos en medio del patio, se acerco para recogerlos, y observo el calzado que habla en las dos ventanas. Echóse en los bolsillos los dulces, el dinero y los zapatos nuevos, dejo los viejos donde estaban los de Manolita, y estos en la ventana del cuarto de Roque.

Una hora después el cajista y Celedonio, con sus respectivas mujeres, se llenaban de insultos y amenazas; y Paelcaso, en su habitación, tentaba las dos pesetas, y decía á su mujer que devoraba los dulces:

—Miá tú cómo riñen la aristocracia y el pueblo.


Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.
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