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—Sí, señora.
—Entonces voy á ver si cierro los ojos.
—Pero, ¿por qué no se acuesta V. en la cama?
—No; aquí descansaré un poco; es sólo cerrar los ojos, me duelen mucho.
—Bajaré la luz.
—Entonces no podrá V. leer.
—La volveré a avivar cuando esté V. dormida.
—Siendo así consiento.
—Ea, descanse V. ¿Quiere V. una almohada?
—No, señor. Estoy bien así.
Conchita echó su cabeza en el brazo del mueble, yo bajé la luz del quinqué, encendí un cigarro, y me puse á pensar.
Aquel sueño del conde no me tenia satisfecho. La opinión del doctor valía mucho para mi, y yo ya sabia lo que el doctor opinaba. Pero no debía alarmar á la condesa; la pobre señora necesitaba descanso. También yo lo necesitaba. Sentí que mis párpados se unían con demasiada frecuencia, tratando de darse un largo abrazo de todas las noches. Pero yo debía velar, y procuré distraerme. Recordé algunas escenas de la novela que estaba leyendo. Aquella mezcolanza de cuentos verdes y de nombres técnicos. Una señora que está enferma y cuyo marido está enfermo, y tienen un hijo enfermo, y luégo... Me picaban los ojos de una manera insoportable. El calor de la chimenea abrasaba mi lado derecho; en cambio tenía helado el costado opuesto. Por otra parte aun estaba haciendo la digestión de la comida. ¡Qué bien sirven en el Inglés! Por cierto que Mariano ya no come allí Dicen que...
16 págs. / 28 minutos.
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Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.
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