Unid el hambre con el sueño y se verificará una combinación química que dará por resultado un compuesto que se tiene por simple: el derecho á la existencia.
Publícola al sentirse falto de vida comprendió por primera vez que tenía derecho á vivir. Pero la hora no era oportuna para despertar al Presidente del Consejo ó del Supremo y exponerle estas teorías. Por otra parte, la propaganda de ciertas ideas siguen el mismo movimiento que el humo de la pólvora: sale de abajo y llega arriba.
Publícola empezó su campaña en una buñolería. Convenció al dueño de que no era burgués, supuestas las diferencias que existen entre las explotaciones de las dos masas blancas: la masa humana y la de los buñuelos. Llamó Santo Jonás al señorito de la casa, calificativo que oyó con inocente satisfacción la abultada buñolera.
Después habló con los bohemios de la asquerosa simonía de nuestros gobernantes; con los aguadores del sudor de su frente; con los carboneros del negro pan del trabajo; con las criadas del amor libre, y con los soldados del ensangrentado látigo de los déspotas y los cabos.
Resultado práctico: tomó siete buñuelos, dos churros y cinco copas de aguardiente.
A las nueve opinaba mi amigo que se puede vivir á costa del país teniendo el sistema de servir al que paga.
De modo, que á las cuatro de aquella mañana, el Presidente no pensaba como Publícola, y á las nueve pensaba Publícola como el Presidente.
Pero á las nueve y media el alcohol había exagerado la secreción de jugos, y los buñuelos estaban disueltos, descompuestos y repartidos con una asimilación insignificante.
A las diez las opiniones de Publícola discrepaban algo de las del señor Presidente, á las once volvió á acordarse del derecho á la vida.
De todas las historias de razas desgraciadas y pueblos desventurados, no conozco ninguna tan triste como la de los pobres del siglo XIX.
En los poblados el pobre no tiene derecho á nada ni aun á pedir. Si pide va al asilo donde se explotan ó se niegan sus aptitudes.
En los campos busca sombra, flores, frutos y leña, y siempre que busca algo sólo encuentra un guarda jurado ó un guardia civil.
«Huye á las entrañas dé las sierras ó los bosques, y allí los tres reinos le rinden servidumbre. Es el dueño de lo que nadie quiere. Pero esto no se le consiente; se le arranca de allí y por vagabundo y sospechoso queda á disposición de la autoridad. Hártase esta de mantenerle en la cárcel y le deja en la plaza publica espiado, infamado y sin ningún derecho.
El robo es un delito. Yo lo creo así, porque me lo ha dicho un pobre; los ricos no entienden de estas cosas.
Y el pobre que me lo dijo fué Publícola, que á las doce de aquella mañana cometió su primer robo.
Cuando no se encuentra un taller se busca una ruleta. Cuando se pierde la confianza en los hombrease pone la esperanza en Dios.
Publícola fué á la Iglesia. Á la puerta del templó paró un carruaje de aquellos que son una escala zoológica, con el caballo delante, el cochero á seguida y á la postre el señor. Del coche bajó una dama. Esta palabra es un galicismo precioso, porque nos evita llamar señora á quien no lo merece.
La dama al pasar por el pórtico dió dos pesetas para los pobres establecidos en aquel sitio.
La limosna, pensó mi amigo, es el latigazo con que los ricos se deshacen de los necesitados... Latigazo más ó menos... Comamos.
Y Publícola fuése tras la aristócrata, acercóse á ella y la dijo: «Señora: tengo mucha hambre; ¿me da V. una limosna?»
Se quedó sin respuesta. La mujer ni le miró siquiera.
El primer paso estaba dado. Publícola se decidió á mendigar, y salió á la puerta para aprender el oficio.
Enseguida comprendió que aquellos pobres estaban organizados. Una anciana tullida dirigía la táctica.
—Señor Paco, la vieja de V.
Y Paco se ponía en actitud, y la vieja pasaba y dejaba una limosna en la mano de Paco.
—Ahí viene doña Paula.
Que era un presenten armas.
—¡El coche de la marquesa!
Espectación general
—¡Dios se lo pague á vuecencia!
—¡Vuecencia lo encuentre en salud!
—¡Santa Lucía bendita conserve la vista á vuecencia! etc., etc.
¡Vuecencia! ¡Vuecencia! —se dijo Publícola—. Antes olvidé esta palabra y perdí una limosna... Tiene vuecencia... Usa el vuecencia... Se le da vuecencia... Es un vuecencia... ¿Qué es esto que se tiene y se da y se usa?... ¿Qué es esto que sirve de ostentación á los ricos buenos ó malos y que oculta el pobre que lo tiene?... Un vuecencia sin dinero es una onza con hoja; todo el mundo la rechaza... ¡Vuecencia!... ¡Vuecencia!... Yo no llamo vuecencia á ningún rico... No reconozco derechos fútiles á quien no reconoce mis derechos naturales...
Y como en aquel momento entrase en la iglesa una joven aparejada como corresponde á cocineras de altas pretensiones, fuése Publícola a su lado, y dijo con acento humilde:
—¿Me da vuecencia una limosna?
La joven sacó su portamonedas, miró á mi amiga y siguió andando.
El mendigo improvisado siguió á la muchacha, pero ésta dejó sobre un banco la cesta que traía al brazo, y arrodillándose comenzó á rezar.
Publícola, chasqueado y confuso, sentóse tras ella./
Indudablemente aquella joven había tenido intención de socorrerle. ¿Por qué no lo había hecho?... Misterios de la voluntad».
Publícola siguió filosofando y contemplando el inmenso Cristo cuyos pies besaban de continuo las devotas que ocupaban el templo.
Después se decidió á probar suerte, y empezó a rezar con devoción.
Y la oración hubiera continuado largo rato si Publícola no diera en mirar hacia la cesta de su vecina que despedía un olor gratísimo para el olfato del hambriento devoto.
El rezo se interrumpió; caviló el filósofo cuanto cavila un ladrón. Acercóse al objeto, motivo del hurto, apoderóse de él y fuése á la puerta de la iglesia.. Allí encontró una pareja de Orden público, y no quiso padecer persecución por la justicia aun á riesgo de no lograr el reino de los cielos.
* * *
Cuando llegó al Campo del Moro sudaba copiosamente. Su paso ligero y el peso de la cesta le hablan fatigado.
Por fin, se dijo, estoy en salvo. ¿Qué habrá aquí dentro? Veamos.
¡Ave María Purísima! Una, dos, tres... diez. ¡Qué atrocidad! Lo menos hay noventa ostras. ¿Y esto? Nada. Ostras, manzanas y una botella de aguardiente. Es una comida rara, pero es una comida.
¡La ostra! La ostra es un burgués metidito en su casa, ó un paria de los mares encerrado alevosamente.
¡La ostra! ¡El ostracismo! ¡Votar con conchas! ¡Cuántas ideas!
De todos modos la libertad se impone. Lo mismo hacen los altos poderes con los proletarios. Nos dan libertad cuando nos necesitan.
Pues señor, á falta de limón comeremos las ostras con manzanas. Encuentro el plato delicioso. ¡Qué bien se cuidan los ricos! Y hacen perfectamente. Sería ridículo que yo hubiera de compartir estos mariscos con ningún compañero. El que lo quiera que se lo gane. El que no tenga capital que trabaje como yo Vea V., estas ostras son realmente capital acumulado, V. sin embargo, yo no soy burgués, porque no exploto.
Estos animalitos están deliciosos. Necesitaba vino, pero mejor será aguardiente. ¡Alza pa arriba! Prrrr... ¡Buen anisado!... ¡Valiente festín!... No cabe duda; la aspiración del hombre es la buena mesa. ¡Vivan los principios conservadores! ¡Nada de libertad y mucha carne!
Al fin y al cabo el amor á la libertad sirve solamente para ocultar la falta de dinero. Hay quien dice: «Para mí no hay tabaco como el del estanco.» Mentira; es que no tiene cuartos para comprarlo habano. «Donde mejor se oye la ópera es en el paraíso.» Mentira. Que no hay cuerda para ir á butaca. Pues así es todo. «¡Viva la libertad!» Déle V. cinco duros y se acabó un liberal.
Carambita, carambita. Ya me he tragado docena y media de estos bichejos. ¡Pobres séres, encerrados en vuestra concha como los apuntadores!
¿Qué habrá dicho la cocinera al verse sin su cesta? ¿Me habrán seguido la pista? ¡Bah! Total: pata. En este país todos los caminos van á la cárcel. Conque...
La infeliz fregona llorará, pateará, pero luégo hará dos mimos á la señora ó al señorito y punto concluido. ¡Ah! Bien lo ví esta mañana en los pobres de la iglesia; la lisonja es el lazo de unión entre el poderoso y el humilde. Y ¡qué diantre! si los ricos dan limosna es con su cuenta, razón. ¿Qué es La caridad del millonario sino una restitución voluntaria que pretende eludir una devolución forzosa? Si no dan, luego viene la gorda, la colorada, tal.
Pues señor, creo que este aguardiente se evapora. Y las ostras van cayendo, las manzanas lo mismo. Pero tengo mucha sed. Luégo beberé agua de hierro en la Casa de Campo. Es una agua muy saludable para los ricos. Para los ricos solamente, porque los pobres no padecen de anemia, padecen de hambre. Después de todo, porque quieren. Hay que brujulear y amoldarse como yo á pedir una limosna. Lo que decía aquél:
—Por donde voy á Loja.
—Por este camino.
—¿Y si el camino se tuerce?
—Pues tuérzase V. con él.
Pero esos obreros quieren vivir sin trabajar. Véase el trabajo que á mi me ha costado afanar estas ostras; pues cuántos trabajos no habrán pasado los que tienen millones. Pero, decididamente, los pobres no nos comprenden. Pero hacen daño con sus gritos. Y de nada sirve zurrarles. Son como esas aves que llevan en el pico un grano. Mata V. el ave, y el grano cae á tierra y se hace una planta.
Esto se va. Las ostras se acaban y el aguardiente se ha concluido.
Démonos prisa por si nos buscan. Después beberemos agua, porque tengo el estómago ardiendo... Pero la cabeza firme. ¡Siempre firme! La cabeza hace falta siempre porque hay que discurrir mucho. Como que esta vida no es un valle de lágrimas, sino un pantano de ideas en el que caemos de cabeza.
Ea, listos. Ahí quedan la cesta, las conchas y la botella vacía. Soy generoso. Mis restos para la plebe. Ahora, a beber.
* * *
Sucedió lo que era lógico.
Una indigestión.
Al anochecer Publícola fué trasladado de la Casa de socorro al Hospital general, y no cesaba de decir entre desgarradores gritos:
—¡Si hubiese sido un rico!
El practicante le interrogaba en vano, pero el enfermo no daba ninguna explicación de su malestar.
¿Qué hacer con un hombre que no está ébrio y no se explica?
«Dios me castiga por haber robado» se decía el infeliz, y luego añadió en voz alta:
—¡Si hubiese sido un rico!
—¿Qué, hombre, qué? —dijo el enfermero.
—No le hubiera pasado nada, porque estaría hecho á ello, Pero yo... es la primera vez que como estas cosas.
El comité obrero de la sociedad Los Tumbones correspondiente al barrio de Las Injurias, envió una comisión de su seno para recojer el último suspiro de Publícola. Y así fué.
Este, antes de morir, se incorporó en el lecho, extendió sus manos, y dijo:
—«Creedme, compañeros; la cuestión social es sólo cuestión de estómago. Hé dicho.»