—Serrana, ponte el pañuelo,
que está la espiga de trigo
envidiosa de tu pelo.
—Miente, miente, pa jaserte de querer.
Si hubiera el mentir condena,
ya estaría en un presidio
el gachó que me camela.
—La jonjana pa el campo y jaz mutis, que te saco las cinco cuerdas.
—Pues si tu no cantas ni miquis; como no cante la agüela.
—Agüela, saque osté argo, asín que sean los posos.
—¡Ay, hijo, ni pa acompañar al grillo!
—Pues venga un pasito.
—Jamugas que me pusieran en la borrica y no levantaba yo los pies del suelo.
—Canta tú, pelmaso.
—Le voy á despavilar el insómnico á tu madre.
—Si no me duermo.
—Don Insónico lo ha mentao.
—Don Insónico es un bruto, mejorándote á ti.
—Vaya unos términos que te traes.
—Yo he dicho insómnico.
—¡Ay! si paese que te da hipo.
—¿Quién?
—Ese.
—Lo que tu buscas son dos gofetás.
—El Cid matando mujeres.
El Cid con tanto valor.
Pero ¿acompañas ó no acompañas?
—Si paeces un reuma que tan pronto da en un lao como en otro.
—Pues ya ves que salgo por jaleo.
—Pa la jorca debías de salir.
—No me quites la mirada.
—Y ahora por solea.
—Pues sígueme, hombre, que detrás del coche van los perros.
—Adiós, carretela.
—No me quites la mirada,
mira que me estás poniendo
como una cueva cerrada.
—Agüela, tápese usted la visión pa que no vea usted lo que va á pasar.
—¡Bah! La intensión no ha perdió á ninguna mujer.
—Pues por la intensión se condena.
—Por la intensión se condena,
yo me condeno al quererte,
porque mi intensión no es güena.
—La mía como er agua bendita.
—Porque mi intensión no es güena.
me han condenan á no verte,
dime tú si hay mayor pena.
—No quiera Dios que yo la pase.
—Guayabón.
—O que me la conminen por la de caena perpetua.
—Eso quisieras tú.
—Y la otra.
—Miá que yo... Si me caso es por haserte una caridá.
—Dios te lo pague.
—Y tú.
—A nueve meses vista.
—Huele á tocino.
—Te acordaras de algún marrano.
—Si yo sólo me acuerdo de ti.
—Pa jalearme.
—Calla y canta.
—Si eres tú quien me provoca.
—Ni tal, porque antes de pasar angustias prefiero echarte por otro lao.
—¡Agüela!
—¿Qué?
—Deme usté dos gofetás que yo se las daré á esta.
—Dáselas, y yo te las queo á deber.
—Achanta.
—No seas bruto, que me vas á aplastar la rosa.
—¿Pa que la quieres?
—Pa comérmela á besos.
—¿Y á quien te la ha dao?
—Suéltate el pelo.
—¿Por qué?
—Porque no te sienta el ponerte monos.
—Hay quien lo gasta postizo, y presume.
—No será la que lleve mis botas.
—Me parece.
—Lo que yo llevo postizo es el rondaor.
—Y lo otro.
—¡Miá tú que el moño!
—Déjame que tire de un pelo.
—Lo que tu chanelas es afanarme los nardos.
—¡Los nardos! Pues no me había enterao, ni mucho menos.
—¡Cómo eres corto de vista!
—Y de to.
—Habrá que estirarte como una prima.
—Hasta que de el mi.
—Tú darás bellotas.
—No hables de eso, que te engorda.
—Patoso.
—¿Qué decías de los nardos?
—Yo, no. ¿Y tú?
—Fuera de cuidiao.
—Pero, ¿acompañas ó no?
—¿Quien ta comprao los nardos?
—Dos cuartos me han costao, con que asín, te daré otros dos, y templa.
—Conque dos cuartos. ¿Delanteros ó traseros?
—De luna.
—¿Con cuernos y to?
—Con una cara y una cruz. Y pa quien son los nardos los he pagao caros.
—No serán pa tí.
—Ni pa mí. ¿Acompañas ó no?
—Dame los nardos.
—Son de mal agüero.
—Que no quieres.
—Como si lo viera.
—Se ha acabao la música, y el mundo, y tó.
—Recordando tu desprecio
me puse á considerar,
que desgraciada es la jembra
cuando no tiene que dar.
—El hombre dice la copla.
—El que no tie que dar siempre anda con penas.
—Pues á ti no te falta.
—Penitas.
—Y con que hacer un favor.
—Como no quieras los nardos.
—Eso no, porque es de mal agüero pedirlos tres veces.
—Si aún no los has pedido.
—Te pondré un memorial.
—Ponme lo que quieras con tal que se quite,
—Con agua to sale.
—Si yo te he de dar mi nombre
procura honrarlo de novios,
porque de casados te honre.
—¿Has sentío de donde viene el viento?
—Me paece, agüela, se me ha puesto carne de gallina.
—Anda, que ya te entrara en calor.
—La carne todo lo olvida,
tu boca mordió mi cuerpo,
y la señal que me hicistes
en el alma la conservo.
Pero, ¿acompañas ó te duermes?
—¿Me das los nardos?
—¿Cuantas veces los has pedido?
—Esta es la tercera.
—Pues habrá que despeinarse para darle la contenta á este ladrón.
—Yo te quitare las horquillas.
—A mi no me quitas na como no sea el sueño.
—La fe me salve.
Sonó en la puerta un golpe dado con los nudillos de una mano que debía de ser bronce. Corrió la abuela, abrió el postigo, y asomo la cabeza el tío Mojama.
—¿Esta ese?
—aquí estoy.
—Salte pa juera.
—Allá va.
—Pero, padre, ¿no cenamos?
—Aluego.
Por aquellos barrancos, que parecían calles, salieron los dos hombres extramuros del pueblo.
El cielo y la tierra no eran visibles.
—Aquí está el macho con ocho arrobas claras. Arrea con él, que te aguanta. Yo les llamó la atención hacia la Cruz de Hierro, y tu te enhebras por la Virgen de las Azucenas; descargas y te vuelves como si na.
—Ya está hecho.
Marchóse el viejo hacia la carretera, y el mozo hacia las eras del pueblo.
Y á sentía el macho el olor de su pesebre cuando salió una voz de las tinieblas y dijo:
—¿Quien va?
El mozo castigó al animal y siguió corriendo.
—¿Quién va?
Sin respuesta.
—¿Quién va?, y es la tercera.
La caballería seguía trotando.
Iluminóse súbitamente la callejuela, sonó una detonación y el macho salió al galope hacia la cuadra, dejando en el arroyo, y con el vientre atravesado por un balazo, al futuro yerno del tío Mojama.
Cuando se llegaron á auxiliarle, sólo pudo decir:
—A la cuenta, le pedí las flores más de tres veces.
* * *
Aun queda el recuerdo de la hermosa serrana que andaba de
rodillas por las calles de Granada y robaba nardos en los carmenes para
llevarlos diariamente al cementerio.
Un día quedó muerta sobre el sepulcro de su amante, allí la vi fría y blanca: el nardo más hermoso de toda la provincia: la loca que cantaba de noche sentada en las gradas de la Cartuja:
Camino er nicho
va la mita é mi alma
esotra mita se queó en mi cuerpo
pa poer llorarla.