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En el ancho vestíbulo, medio tinajón, que servia de lavadero, dos cantareras viejas y sucias; el carretoncillo para el último vástago del telegrafista, una mecedora desvencijada y dos sillas rotas, que fueron de anea. En las negras paredes, anuncios de comercio y una estampa de San José, alumbrada por una grotesca lamparilla de aceite.
Tras el vestíbulo un patio, á la derecha de aquel puertas á la cocina y á la cuadra; á la izquierda puertas á los dormitorios y á la oficina. En esta habitación recibió al general y á sus hijos la señora de Martínez (née López), esposa del telegrafista, y telegrafista también ella; bellísima condición que decidió á Martínez á casarse con aquel mamarracho, que le hacia todas las guardias, y todo el servicio, mientras el jugaba, bebía, comerciaba y olvidaba el Morse.
Anita era rechoncha, pequeña, chata, con las manos gordinflonas, que exhibía con orgullo, y llevaba amenudo sobre el abultado seno, que también la enorgullecía. Se presentó despeinada y sin lavar, pero con una bata de larga cola, prenda que se puso precipitadamente al ver por detrás de los cristales á los señores forasteros que buscaban la Administración.
7 págs. / 12 minutos.
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Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.
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