Esta novela corta inédita fue publicada de forma póstuma por el empeño de Ramón Gómez de la Serna, que se consideró discípulo de Silverio Lanza al recoger el testigo de ese cierto "nihilismo intelectual" sazonado de humor que caracterizó al autor.
Confieso que no me remordía la conciencia, y dedico esta observación a
los criminalistas. Es cierto que yo me daba cuenta de mi engaño; pero
no del perjuicio que ocasionase al prójimo, acaso porque aquellos
paletos no me pareciesen prójimos, acaso porque yo me creyese médico, o
acaso porque creyese que los médicos eran tan inútiles o más peligrosos
que yo. Además, el éxito obtenido me daba confianza; y además la mujer
de Atanasio, y el vino consumido al cura y con que el cura consumía, me
habían dado la despreocupación que engendra los grandes actos que
incubados por el ciego aplauso llevan a la fortuna, e incubados por el
ciego enojo llevan a la desgracia.
Nicéforo estaba tumbado en un mal colchón que descansaba sobre un
tablado. La casa era pobre y olía mal. Sin embargo, Nicéforo era el
medidor del pueblo, y estaba rico, según me lo dijo el cabo.
Me acerqué al enfermo; el olor del vino en digestión me produjo
náuseas; le pulsé, le ausculté, examiné las conjuntivas y las córneas;
el vientre lleno de mugre y los pies llenos de porquería; me volví a la
mujer del enfermo y la pregunté:
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Publicado el 11 de enero de 2022 por Edu Robsy.
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