Cui autem minus dimittitur, mi nus diligit.
San Lucas.
Piden dinero casi todos los amigos, dicho sea para elogio de los
extraños; y á mis lectores les habrán dado más sablazos que pelos tengan
en la cabeza, aún advirtiendo que no haya ningún calvo entre mis
lectores.
El que pide promete pagar, aunque no tenga tal propósito ni facilidad para cumplirlo; y pide más que necesita, porque sabe que le han de dar menos de lo que pide; y de aquí proviene que todos los primos tengan fama de tacaños.
Admitida la existencia de esa costumbre peligrosa que se llama dar sablazos, se deduce cuan interesantes son todos los sistemas que llevan á lo que pudiéramos llamar la higiene del bolsillo. Y adviértase, desde luego, que á esto pueda aplicarse la máxima de un avicultor, que dice: «Es más fácil conservar sana á una gallina que curarla si está enferma.» ó sea, que es más fácil no prestar, que recuperar lo prestado.
Los inocentes, en su grado máximo, prestan, y los cautos, en su grado mínimo, responden: No tengo. también estoy esperando. Lo siento mucho, pero... conque vienen las gentes á suponerles pobres, y el que parece pobre, llega á serlo.
Otros, menos tontos, contestan: Para fin de mes; y como, al llegar aquella fecha, no cumplen lo que prometieron, adquieren fama de personas informales.
Quien es grosero porque envía enhoramala al sablista, y quien es impertinente porque da más consejos que moneda.
Yo conozco un método que defiende el bolsillo, evita que el prestatario pueda justificar sus calumnias, y produce un documento que atestigua las bellas condiciones del sablista y del presunto primo y la buena amistad que les une.
Supongamos que alguien ignorase mi voto de pobreza, y me pidiese dinero.
—Los conservadores no pueden durar en el poder, porque cesantías injustificadas como la mía...
Esto es saludar para ponerse en guardia.
—Yo he podido robar, y no he querido; y crea usted que me pesa.
—Eso, nunca.
—Sí, señor; se llega á una situación...
En guardia.
—Y gracias á que tengo amigos.
—¿Y su familia de usted?
Esto es medir las distancias.
—Sí, sí; la familia...
—Pues esa es quien tiene la obligación...
O sea llamada y paso atrás.
—Mas espero de usted que de todos ellos.
Fingimiento ó acometimiento para señalar la estocada.
—Pues mire usted que yo...
Atajo.
—Por ahora bien poco necesito.
—(Silencio.)
Esto es volver á la guardia.
—El caso es que el lunes cobro la renta de la esposa
Otro acometimiento.
—Pues hasta el lunes poco falta.
Expulsión por tercera.
—Si usted pudiese hasta entonces...
Estocada de quinta.
—¿Qué hora es?
Arresto.
—Mas de las doce.
—Pues no puedo entretenerme porque Fernán-Núñez y Veragua me esperan para almorzar.
—Pero...
—Nada, Rodríguez. Yo salgo de casa con los billetes que necesito. Recuérdemelo usted: escríbame usted: eso... una carta. Y, adiós.
Rodríguez saluda con el respeto que merece quien habla de duques y de billetes.
Al volver yo á casa, deja la portera el lavado y me entrega una carta que dice así:
«Sr. D. Silverio Lanza.—Mi respetable amigo aunque indicno que lo soy sullo: Porque usted me lo advirtió esta mañana paso á saludarle y a pedirle suma de quinientas pesetas en suma que debolbere á usted e lunes que cojeré lo de mi mujer.
»Fabor que sepera de una amistad de tantos años su afmo. q. ss. pp. b. Manuel de Rodríguez.
»Posdatta.—Volberé por la contestación á las 8 á esta.».
Y, cuando vuelve, deja la portera el planchado y le entrega un sobre que contiene estas dos cartas:
«Amigo Rodríguez: Mucho le agradezco su petición, porque me prueba que usted no olvida nuestra buena amistad, y sabe que mientras yo goce de la desahogada posición en que me encuentro, puede usted contar conmigo incondicionalmente.
«Adjunto un billete de quinientas pesetas que me devolverá usted cuando quiera, aunque ya conozco su exquisita delicadeza de usted, y se que me lo devolverá el próximo lunes, según me lo promete.
Póngame á los pies (q. b.) de su esposa y mande á su afectísimo amigo y servidor q. b. s. m., Silverio Lanza.—Martes 3 de Diciembre de 1892.»
De Rodríguez busca el billete y no lo encuentra. Por fin se decide á leer la otra carta.
«Amigo Rodríguez: Es usted lo más pundonoroso que se conoce, y digo esto, porque no eran las doce de hoy lunes y me había usted devuelto las quinientas pesetas que le preste el martes.
»No tiene usted que darme gracias, porque yo soy el agradecido á estos mutuos servicios que conservan nuestra buena amistad.—Suyo afmo. amigo, q. b. s. m., Silverio Lanza.—Lunes 9 Diciembre 1892.»
Rodríguez se desmaya en la portería.
Esta es la esgrima de Lanza contra sable. Muy bonita; pero lo mejor es no batirse.