¡Peste de Vida!

Silverio Lanza


Cuento


Yendo en el coche que lleva de la Porte Saint-Martín á Grenelle, note la primera impresión: en la avenida de La Motte Piquet me convencí de lo que ocurría, y, al apearme en el Campo de Marte, entre en mi casa decidido á volverme á España. Charo se moría.

Esto es lo que ustedes llaman presentimientos. Y dicen ustedes: «!Que casualidad! Acababa de acordarme de Fulano, y en seguida me halle con el.» Pero ninguno estudia el por qué Fulano ejerce esa avocación. Creen ustedes que les censuro? No tal. Charo y yo fuimos muy infelices; conque sigan ustedes en su dulce ignorancia.

No me negaran ustedes que la atención es la mayor servidumbre del espíritu. Abandonar todas las ideas propias, las adquiridas por comunicación y las creadas por raciocinio, y entregar el animo á otro hombre para que nos produzca impresiones, juicios, diserciones y deseos, es la mayor de las servidumbres humanas; y esto se logra produciendo una impresión sensoria superior á las preexistentes. Claro es que, cuanto menor sea el numero de los sentidos que se haya de impresionar, más fácil será la impresión. Por eso la elocuencia de la palabra, debe acompañarse de la elocuencia del ademán, para que en el auditorio se compadezca la impresión de la visión con la impresión de la audición. Por eso en los espectáculos mímicos, procuran los artistas que ningún ruido extraño al asunto dramático impresione el oído de los espectadores, ó bien, se acompaña la acción con una música apropiada. Y por eso, cuando se quiere impresionar por medio dela música, se procura que los músicos no sean visibles por el público, que una débil luz impida que la vista se distraiga, ó que una acción teatral impresione la vista en consonancia con las impresiones producidas por la música.

Lo dicho les parecerá á ustedes monótono, porque no logro hacerme atender; y á la verdad que la elocuencia del escrito es la más difícil. Pero pongan ustedes un poquito de su parte (esto se llama autosugestión) y sigan atendiéndome, que muy pronto llegaremos á una narración más amena.

Cuando la atención es grande, se origina la presunción, ó sea presumimos lo que aún no hemos oído: el final de un párrafo en un discurso, una contestación en un dialogo, ó la conclusión de una frase, ó la repetición del motivo ó del tema en una obra musical.

Muchas veces nos ocurre que nuestras presunciones son engañosas, y no acertamos al presumir; y si entonces, en vez de distraernos, aumentamos nuestra atención, y nos entregamos á la acción sugestiva, sentiremos como siente el orador ó como sintió el músico; tras la comunidad de sensaciones, vendrá la comunión de raciocinios y la comunión de deseos; y cuando esto ocurra, si el orador se interrumpe bruscamente, adivinaremos con exactitud lo que el orador iba á decir y no lo dijo. He aquí la transmisión del pensamiento á distancia, el telégrafo sin conductores; un insecto partido en dos pedazos, á un lado la cabeza, que no puede moverse porque le falta el motor dinámico; y, al otro lado, el cuerpo (donde está dicho motor), moviéndose según se lo ordena la cabeza.

Esta sugestión, que permite la transmisión del pensamiento sin el uso de ningún lenguaje, puede verificarse en un individuo ó en varios; puede ser mutua; fugaz como en el caso que hemos descrito; pasajera si se produce en el estado patalógico que se llama hipnotismo, y permanente si es consecuencia de una relación constante.

Todo esto les parecerá á ustedes muy bonito. Pues se engañan ustedes.

Charo y yo llegamos á la sugestión mutua; nos adivinábamos, pero no nos obedecíamos. Esto es muy triste.

Yo se que la humanidad (que muy pronto ha de sustituir su actual escritura con la escritura fonográfica) llegara á transmitirse el pensamiento sin necesidad de lenguaje. Pero entonces la humanidad será perfecta y sus pensamientos serán purísimos. Si ahora, al reunirse los legisladores en las Cámaras; los obreros, en el taller; los soldados, en las maniobras; los devotos, en los templos; y las familias, en los hogares, todos adivinasen con exactitud los pensamientos ajenos, ¡adiós sociedad, donde es tan dulce la vida de los hipócritas y de los tontos!

Y por eso nos separamos Charo y yo; porque no podíamos engañarnos, y nos aburríamos. Convinimos en no necesitar el uno del otro, y en no pedirnos nada, y en no acercarnos á menos de cien leguas; y ella en la provincia de Cádiz, y yo en París, nos enviábamos nuestros pensamientos, pero no nos poníamos á averiguarlos.

¡Lo que nos hizo sufrir nuestra separación!

Una vez me envió la idea de que estaba harta del marqués de X, que era un político viejo é impolítico; pero tuve valor, y la transmití el pensamiento de que me divertía mucho con mis investigaciones acerca del limite entre las fermentaciones orgánicas y las combustiones inorgánicas.

¡Pobre Charo! Ya les he dicho á ustedes lo que me ocurrió en París aquella mañana; pues bien, cuando llegue al pueblo donde Charo pasaba el invierno, estaba enterrada.

Y muerta, seguía transmitiéndome su pensamiento y dicien... ¿Ustedes creerán que en cuanto un individuo se queda quieto y frío ya está muerto? Pues no es verdad. Acaba la vida muscular, pero continua la vida nerviosa. Si le dejáis abiertos los ojos, vera lo que este situado en la dirección de los ejes ópticos; notara vuestros besos y el calor de vuestras lágrimas, y se enterara del trato que hagáis con el enterrador.

Chanto seguía llamándome desde su sepultura; yo convencí materialmente al guarda del cementerio; y la muerta, estirada dentro de la abierta caja, estuvo al alcance de mis manos.

Olía mal.

Ella adivino mi pensamiento.

—Tampoco tu eres muy limpio.

—Es cierto.

—Pero no te he llamado para discutir. ¿Te extraña que este resignada? Estoy contenta; ¡peste de vida! ¿Qué será muy grave lo que voy á decirte? Lo es para mi. Me dieron la gran jaqueca para amortajarme. Y me rompieron el vestido: eso es lo de menos. Y luego la Dolores me corto el pelo para dártelo. ¿Dices que lo tienes ahí? ¿Que lo conservaras eternamente? Gracias. ¡Peste de vida! ¡Ya te enteraras! Pues te he llamado porque á la Dolores se le cayeron las tijeras aquí, á mi lado derecho, y no se atrevió á cogerlas y se han quedado abiertas, y esto es de muy mala sombra. ¿Te extraña que piense así? Pues ¿y tú? ¿Que te de un consejo para...?

El sepulturero se me acerco, y me dijo:

—No vaya usted á enfermar.

—Adiós—me decía la muerta.

—¿Qué es lo que tiene usted ahí?

—Unas tijeras que había en la caja.

—Roñosas están, pero yo las pasare por la piedra; los metales tienen eso, que siempre aprovechan.

—¡Peste de vida!

Esto se lo dije yo al enterrador al mismo tiempo que la muerta me lo transmitía.

No atiendan ustedes mas, si es que han atendido hasta aquí.


Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.
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