Un Cuento, y Más, de Burros

Silverio Lanza


Cuento


Remigia se había declarado viuda.

Siendo muy niña se quedó sin madre, porque esta, huyendo de las miserias de su hogar, se fugo con un corredor de ganados. Remigia busco trabajo para mantener á su padre; y, como el trabajo lo dan los hombres, no se lo dieron á Remigia sin haberla prostituido. Pero el abuelo murió, su nieto llego á los diez años, y la infeliz huérfana y madre renuncio al vergonzoso amparo de los hombres: con su hijo le bastaba:

Desde que Remigia se negó, fué más apetecible; y como no se la podía conquistar por la dádiva, se trato de conquistarla por el terror; se la culpaba de todos los hurtos y de todos los siniestros; las mujeres la escupían, y los hombres la pegaban. Y Remigia ganaba, comía y ahorraba, porque nadie como ella y su hijo hacía tan económicamente y tan bien las faenas del campo.

Al terminar el agosto, tenía Remigia escondidas en la chimenea 70 pesetas.

—¿Sabes lo que te digo?

—Usted dirá, madre.

—Que con ese dinero nos vamos á la ciudad á comprar un borrico.

—¿Pa ponerlo en lugar del que han robado en la iglesia?

—¿Robar? Que lo habrá vendido el señor cura. Dicen que era lo mejor del paso del Domingo de Ramos. Nada, hijo; que no hay gente menos ladrona que los pobres: ¡como no nos quitemos los bostezos!

—Pues usted tiene catorce duros.

—Y que son para un borrico, porque este invierno nos servirá para llevar la ropa al arroyo, y estaremos lavando el lunes y el martes; y lo demás de la semana, tu y yo á traer lena, y hierba para los conejos...

—Los echaremos.

—Y para quien los tenga. Ahí está pared por medio el corral del boticario, que bien de conejos tiene; pues ese no ha de ir por la hierba; y si la quiere, nos la pagara.

—Tie usted razón.

—Y tendremos una compañía: los tres trabajaremos para los tres.

Cuando Remigia y su hijo regresaban de la ciudad, trayendo el asno, descansaron un rato en una umbría, se durmieron, y el asno desapareció.

A la mañana siguiente abrió el sacristán la iglesia, y se hallo con un pollino de rodillas ante el presbiterio. La noticia del milagro cundió en seguida; la bestia tenía los mismos colores que la escultura robada; se prohibió acercarse al borrico; se celebro una función solemne, y se instalo á la caballería en una lujosa cuadra, donde solo entraban el cura y el sacristán. Por una ventana abierta sobre el pesebre echaba el piadoso vecindario cebada y dinero.


—Trepa sin miedo—le decía Remigia á su hijo.—Ahora duerme todo el mundo; y aunque te viera el boticario no sospecharía de nosotros, porque sabe que, al llevarle la hierba, podríamos cogerle los conejos que quisiéramos. En cuanto saltes la tapia, busca las bolas que hay en el suelo para enveuar á los gatos.


Y, al amanecer, echo Remigia las bolitas por la ventana del santo pesebre, diciendo sentenciosamente: Eres mío, y no eres para mí; pues revienta.


Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.
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