(En el manicomio)
Su majestad el Rey ha tenido visita por la mañana. A la hora de la comida asegura á sus compañeros que le han visitado la familia real y el presidente del Consejo.
—Volveré pronto á palacio.
—¿Por qué no? se dice uno.
—Cosas de este pobre hombre, opinan los restantes.
Su majestad llega á la huerta y enciende un cigarro puro. Los locos le rodean.
—¡Qué aire tan distinguido tiene usted!
El rey no contesta.
—¡Qué buen tabaco fuma vuecencia!
El rey sigue impasible.
—Señor: Si V. M. se fatiga, yo chuparé.
—Después: cuando me queme los dedos.
Y todos los locos piensan en lo que harán para conseguir la colilla.
El rey está en un banco elevado á trono, y sus vasallos le rodean. Hay algo extraordinariamente majestuoso en la apostura de aquel fumador y en el humo que rodea su cabeza.
Y después, cuando ya se quema los dedos, apaga el puro restregándolo contra el trono, enseña la colilla á sus cortesanos, y dice:
—Para picarla mañana.
Y se la guarda en un bolsillo.
Los locos se esparcen por la huerta.
—¿Y el rey?—pregunta un demente que acaba de llegar.
—Ya no lo es.
—¿Por qué?
—Porque apura la colilla.