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Teatro, Tragedia.
44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 460 KB.
9 de junio de 2016.
EDIPO, el séquito, el Coro, el Pueblo reunido
Edipo (Al Coro.):
Invocáis a los dioses; pero lo que les pedís, socorro, alivio para
vuestros dolores, lo obtendréis si queréis escucharme, obedecerme y
someteros a lo que exigen nuestros males. Voy a hablar como extraño a lo
que el oráculo acaba de hacernos saber, como extraño al crimen
cometido, del que no puedo descubrir las huellas si no se me
proporcionan los medios. Ciudadano hace poco tiempo de Tebas, sólo me es
dable socorreros con la orden que voy a publicar. Cualquiera de
vosotros que sepa a qué manos pereció Layo Labdácida, le invito a
desenmascararle. Si el que fué el asesino teme ser denunciado, que se
anticipe y se acuse; no tiene nada enojoso que temer; el destierro será
su único suplicio. Si el asesino es extranjero, que quien le conozca lo
declare y me apresuraré a recompensarle y le guardaré eterno
reconocimiento. Pero si os obstináis en callar; si, temiendo por un
amigo o por vosotros mismos, desacatáis mi orden, escuchad lo que voy a
ordenar contra el culpable. Quiero, sea del rango que sea, que nadie en
esta tierra sometida a mi imperio le reciba, le hable, le admita en las
plegarias, los sacrificios y las libaciones consagrados a los dioses;
que todos los habitantes le echen de sus hogares, como la causa impura
del azote que nos aflige; pues así el oráculo de Delfos me lo ha hecho
entender claramente; y quiero, haciendo uso del poder de que estoy
revestido, servir al mismo tiempo al dios y al rey que ya no existe.
¡Quiera el cielo que mis imprecaciones contra el culpable ignorado, ya
haya sido solo, ya haya tenido cómplices, le entreguen a la infamia y a
todas las privaciones de una vida desgraciada! ¡Quiera el cielo que, aun
en el caso de que, sin yo saberlo, sea de mi familia, experimente todos
los males con que mis maldiciones le han amenazado! Pero a vosotros,
tebanos, os encargo de la ejecución de mis deseos, por mi propio
interés, por el de Apolo, por el de la patria, que agoniza en la
esterilidad y el abandono de los dioses. ¡Y aunque los dioses no
hubieran suscitado contra vosotros ese azote terrible! ¿estaría bien,
luego de la muerte de un rey tan bueno, dejar su asesinato sin expiación
y no buscar a los autores? Yo soy soberano del mismo imperio donde él
reinaba; poseo su lecho, su esposa; he tenido hijos de ella; y si él los
hubiera tenido lo serían míos. Por tantas razones, pues su infortunio
ha sido tanto, pretendo vengarle, como vengaría a mi padre, y poner todo
mi cuidado en descubrir, en detener al asesino de ese labdácida que,
por Polidoro y Cadmo, desciende del antiguo Agenor. A aquellos de
vosotros, tebanos, que no obedezcan lo que acabo de mandar, pido a los
dioses que la tierra no les dé cosecha ni posteridad sus mujeres, y que
perezcan luego víctimas del azote que nos persigue o de un destino aún
más deplorable; pero a los que secunden mis designios, quiera el cielo
que la justicia que combate en nuestro favor y todos los dioses les sean
siempre favorables.