Enviar a Kindle «Luz y Sombra», de Soledad Acosta de Samper

—¿Fernando —dije—, es usted?

—Tiene usted razón de admirarse, Aureliana: no debía hallarme aquí —dijo; y tomándome la mano, que instintivamente le alargaba, imprimió sus labios en ella.

—¿Para qué luchar más? —añadió sentándose a mi lado—; ¿para qué fingir despego cuando no puedo menos que adorarla?

No sé si el corazón de todas las mujeres es igual al mío; pero en vez de sentirme dichosa con mi antes anhelada conquista, mi corazón permaneció tranquilo e indiferente. La desilusión más profunda se apoderó de mí al comprender que no era capaz de amar al único hombre que tanto había admirado; y en lugar de contestarle como hubiera hecho a otro cualquiera, bajé la cabeza en silencio y con amargura pensaba que todos los hombres son iguales puesto que basta lisonjear su vanidad para verlos rendidos.