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Este texto forma parte del libro «El Corazón de la Mujer».
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Enviar a Pocketbook «Margarita»
—Margarita —dijo en voz baja el joven—, usted me prometió dar una hora de tregua a sus penas; cúmplamelo, y déjeme ver en sus ojos aquella luz tranquila que es mi único consuelo; ¡oh! —añadió—, ¡si me fuera posible verla un momento alegre, festiva como antes!
—Estoy contenta, ahora, Eugenio —contestó ella sonriendo al fijar involuntariamente su mirada en la del joven, que la contemplaba con aire de súplica; pero un momento después apartó sus ojos para ocultar las lágrimas que subieron a ellos.
En eso los gritos de la indiecilla se hicieron tan agudos dentro de la choza, que todo el grupo se levantó para buscar con la vista la causa de semejantes alaridos.
—¡Qué gritos son éstos! —exclamó una voz fuerte, y vieron llegar a un viejo inválido, quien al ver lo que pasaba levantó el bordón, y como Neptuno en el primer canto de la Eneida calmó la tempestad. «Hizo huir la nube sombría, restableció la claridad.»
Quitándole a la vieja (que sin duda hacía el papel de Juno) el palo de escoba, puso en libertad a la Venus indígena. La vieja se retiró refunfuñando y la muchacha huyó, despavorida a desahogar sus penas detrás de la casa, seguida por una guardia de honor compuesta de cerdos, perros y gallinas, los cuales enseñados a recibir de sus manos el alimento diario la acompañaban a todas partes.
22 págs. / 39 minutos.
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Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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