Teodoro Baró, que fue el gran traductor de los cuentos de Charles Perrault al castellano, escribió también esta amplísima colección de cuentos infantiles propios, afines a su propia tradición y con una gran sensibilidad.
Cuentos más cortos y con una belleza peculiar que atrae tanto a los niños como a los adultos.
Todo marchaba a pedir de boca. A los pocos días me sacaron de la
jaula y me permitieron correr por la casa. No digo volar porque me
cortaron las alas. Esto me disgustó mucho, pero mi contrariedad
subió de punto cuando a uno de los niños se le ocurrió recortar un
pedazo de grana, dándole la forma de cresta y luego me la pegó a la
cabeza con engrudo o no sé qué cosa; y héteme convertido en gallo.
Ellos reían, pero a mí me hacía muy poca gracia su alegría. Traté
de quitarme la cresta, pero convencime de que todos mis esfuerzos
resultarían inútiles, pues en cuanto lograba desprenderme de ella,
me la volvían a poner.
Revestime de paciencia y formé mi plan, que consistía en
evadirme. Cuando los niños no me veían probaba la fuerza de mis
alas, y cuando creí que las plumas habían vuelto a crecer lo
bastante para sostenerme, eché a volar, salí por la abierta ventana
y me detuve en el repecho de otra para quitarme la cresta,
restregando la cabeza contra un rosal que había en un tiesto. No
logré mi propósito, pero en cambio la grana quedó clavada en una
espina del rosal y yo me encontré aprisionado, pues a cada esfuerzo
por librarme, la sujeta cresta tiraba de las plumas de mi cabeza,
siendo tanto el dolor que era irresistible. Comencé a chillar como
chillan los gorriones; y en esto se abrió la ventana, me cogieron y
una voz dijo con dulzura:
93 págs. / 2 horas, 43 minutos.
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Publicado el 4 de enero de 2019 por Edu Robsy.
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