Caracteres Morales

Teofrasto


Filosofía, tratado



Proemio

En muchas ocasiones antes de ahora he considerado con admiración, y es verosímil que nunca deje de tenerla, cuál será la causa de que hallándose la Grecia situada bajo un mismo clima ó cielo, y criándose todos los Griegos con una misma educación, resulte que son entre nosotros diferentes las costumbres. En fuerza de esto, oh Policles, habiendo examinado de mucho tiempo á esta parte la naturaleza humana, en el largo espacio de noventa y nueve años que he vivido, y tratado además de esto con muchas y muy diversas gentes, y observado con suma diligencia los hombres, así de buenas como de malas costumbres, tomé la resolución de describir el modo con que unos y otros proceden en la conducta de su vida. Te expondré en consecuencia con especificación todas las costumbres ó modales que hay en ellos, y de qué forma se manejan en su trato ó gobierno doméstico. En efecto, estoy persuadido, oh Policles, de que serán mejores nuestros hijos siempre que les dejemos estos documentos; pues, teniéndolos presentes como modelos, elegirán los de mejor conducta ó más bien caracterizados para tratar y conversar con ellos, de suerte que no les queden inferiores. Mas ya es tiempo de principiar á tratar la materia, quedando a tu cuidado combinar y examinar si digo mal ó bien. Comenzaré ante todas cosas por los que ponen su conato en proceder con falsía ó falsedad; y omitiendo proemios, y el tratar con mucha extensión la materia, la definiré, y describiré á consecuencia el falso, sus cualidades y en qué aspecto se transforma. Después de esto procuraré, como dejo dicho, exponer clara y específicamente otros afectos o pasiones.

I. De la falsedad o simulación

Definiendo, pues, por mayor la falsedad, parece ser: simulación de acciones y palabras con mal designio. El falso, pues, ó simulado, procede de este modo: va á buscar sus enemigos, queriendo hablarles como si no les aborreciera. Alaba en su presencia los mismos que persigue ocultamente, y se compadece con ellos cuando han salido mal en cualquier negocio. Aparenta conformidad y condescendencia con los mismos que hablan mal de él. Responde con mansedumbre á los que le han injuriado de palabra, así como á los que ha injuriado él mismo y están indignados y quejosos. Ordena á los que desean ansiosamente hablarle que vuelvan en otra ocasión. No confesará nada de lo que hace, sino dice que deliberará. Finge que acaba de llegar, ó que llegó muy tarde, ó que está cansado ó indispuesto del camino. A los que piden prestado á premio, ó para socorrer voluntariamente á alguno que ha quebrado, responde que nada vende, y cuando no vende, asegura que sí. Oyendo alguna cosa, da á entender que no está en ello; viendo, dice que nada ha visto, y si ha convenido en algún trato con toda solemnidad, dice que no se acuerda. De unas cosas asegura que pensará en ellas; de otras, que nada sabe; de esotras, que se admira, y de aquéllas que ya antes había él discurrido lo mismo, En general, le es muy común usar en sus discursos de estas expresiones: No lo creo; no me lo persuado; pasmado estoy, y dice que se ha mudado ó hecho otro. Además: No fué esto lo que me expuso. Para mí es esto una paradoja; cuéntaselo á otro. No sé cómo salir, si he de dejar de creerte, ó si he de condenar la veracidad del otro. Mira, pues, no creas de ligero estas voces engañosas y ambiguas: no hay cosa peor que ellas, y es sin duda más conveniente guardarse de estas costumbres dobles y solapadas, que del veneno de las víboras.

II. De la adulación

Podría alguno verosímilmente entender que es la adulación: indecente conducta ó comunicación de que se vale el adulador para su utilidad; y que el adulador es tal, que pascándose con otro le dice: Repara cómo todos clavan en tí la vista: no sucede otro tanto á ninguno de cuantos hay en la ciudad sino á tí. Con mucha gloria se hizo ayer conversación de tí en el pórtico. Más de treinta hombres estábamos allá sentados, y viniendo á parar la conversación en averiguar quién era el ciudadano más perfecto, todos comenzaron por tí, y todos convinieron en el mismo nombre. Otras cosas semejantes habla. Quitará un pelito del vestido de aquel á quien adula; y si el viento ha hecho caer alguna paja sobre el pelo, se la quitará con gran cuidado, añadiendo con cara placentera y mucha risa: ¿Ves? por no haberte venido á ver en dos días, tienes las barbas mezcladas de canas. Mas esto es chanza, que tú, como el que más, tienes para tu edad bien negros los cabellos. Cuando habla el adulado alguna cosa, manda que callen los demás; le elogia cuando le oye; y haciendo mil demostraciones, exclama cuando el adulado acaba de hablar: ¡Bravo! excelentemente ha dicho. Si aquél ha satirizado fríamente á alguno, lo celebra á carcajadas; y llevándose la ropa á la boca, da á entender que no puede contener la risa. Si encuentran á algunos, les avisa que se detengan un poco hasta que pase su merced. Compra camuesas y peras y las lleva y da á los hijos en presencia de su padre, y besándoles añade: ¡Hijitos de tan bello padre! Si éste compra sandalias, dice, que el pie está mucho más bien formado que el calzado. Si va á visitar á algún amigo, se adelanta el adulador y avisa: Su merced viene á visitarte; y retrocediendo, dice á éste: Ya he dado recado. También se esmera en servir todos los ministerios de las mujeres, mostrando que se afana. Entre todos los convidados es el primero que alaba el vino; y siempre al lado de su merced, le dice: ¡Con qué delicadeza comes! y tomando alguna cosa de la mesa: ¡Qué cosa tan exquisita! Le pregunta si tiene frio; si quiere que le añadan más ropa, y sin aguardar más, lo abriga. Al decirle estas cosas, se le arrima al oído hablándole entre dientes. Si conversa con los demás, es sin apartar los ojos del adulado. Cuando van al teatro, quita al criado las almohadas, y él mismo se las mulle y coloca. Le pondera el gusto y excelencia con que su casa está fabricada y su campo bien plantado; y si le retratan, afirma que la pintura le es perfectamente parecida. En conclusión, es de ver cómo el adulador lo dice y hace todo según cree que complacerá á otros.

III. De la locuacidad

La locuacidad es profusión de largos é inconsiderados discursos. El locuaz, pues, ó hablador, es de este modo: sentándose junto á otro á quien no conoce, y muy arrimado á él, lo primero que hace es un largo elogio de su propia mujer; después le expone el sueño que ha tenido aquella noche. Sucesivamente le encaja uno por uno los platos que le sirvieron en la cena; y cebado ya en la conversación, añadirá que los hombres de estos tiempos son mucho peores que los antiguos; el precio que tiene el trigo en el mercado, y cómo la ciudad se va llenando de extranjeros. Cuenta que el mar está navegable desde las fiestas bacanales; que si Dios enviase lluvia, irían muy bien los campos y cosechas; que para el año siguiente ha de labrar por si mismo sus tierras; que cuesta mucho trabajo mantenerse; que Damipo fué el que puso la mayor antorcha en los misterios ó fiestas religiosas. Le relatará también cuántas son las columnas del Odeo ó teatro de música. El día de ayer, dirá, tuve vómitos. ¿Y qué día es hoy? Si alguno le pudiere aguantar, no haya miedo que él lo deje. Contará que los misterios se celebran en el mes Boedromión (julio); las fiestas Apaturias en el Pianepsio (septiembre); y en el Posideón las Dionisias (noviembre) en honor de Baco por los campos. El que esté sentado junto á hombres semejantes debe desprenderse y escapar, si quiere no contraer calentura; porque es mucha obra sufrir personas que no distinguen ni el tiempo de vagar, ni el ocupado.

IV. De la rusticidad

La rusticidad parece ser: ignorancia ó falta de instrucción de lo que es indecente en las acciones. El rústico, pues, es tal, que toma una purga, y va, no obstante, á la junta ó cabildo. Dice que el olor del bálsamo seguramente no es tan suave como el del tomillo. Lleva el zapato más ancho ó mayor que el pie; habla á gritos; desconfía de sus amigos y de sus domésticos, pero comunica con sus criados las cosas de mayor importancia, y cuenta á los peones que trabajan en su campo cuanto se ha tratado en el cabildo. Si se sienta, tiene alzada la ropa hasta por cima de la rodilla, de suerte que se le ven los muslos. De nada se admira ni nada le da golpe de cuanto encuentra en el camino ó calle; mas si ve un buey, un borrico ó un macho cabrio, se para á contemplarlo. Cuando él mismo saca algo de la despensa, llena la boca de un búen bocado y echa un trago del mejor vino, guardándose de que lo sepa la despensera ó ama de llaves; con la que al mismo tiempo cuenta y reparte las raciones de todos sus domésticos y la suya. Estando á la mesa, se levanta para echar un pienso á las bestias, y si tocan á la puerta, él mismo sale á saber quién. Llamando á su perro y tomándole el hocico, dice: Este guarda la heredad, la casa y los que estamos dentro. Cuando recibe dinero de alguno, lo desecha, diciendo que es muy ligero ó de poco peso, y pide que lo cambie por otro. Si estando acostado, sin poder coger el sueño, se acuerda de que prestó un arado ó un capacho, una hoz ó un costal, lo envía á pedir á deshoras de la noche. Cuando viene á la ciudad, pregunta al primero que encuentra á cómo van las pieles y escabeches, y sí el presente día trae la luna nueva, añadiendo que inmediatamente que se apee quiere quitarse las barbas. Cuando se baña, echa á cantar, y acostumbra asegurar las suelas del zapato con clavos. En fin, el que, por ser el mismo camino, compra del figonero Arquías, y lleva por sí mismo la cecina ó salón que ha de comer.

V. De la lisonja

La lisonja, definida en propios términos, es conversación ó trato que procura complacer sin el correspondiente decoro. El lisonjero, pues, sin duda es tal: saluda á otro desde lejos, y diciéndole que es hombre de suma importancia, le admira siempre; le toma ambas manos para que no se vaya, y acompañándole un poco, le pregunta cuándo volverá á verle; lo alaba, y se despide. Elegido por árbitro, no sólo quiere complacer á la parte á quien asiste, sino también á la contraria, aspirando á pasar por amigo común de ambas. Dice que los forasteros hablan más justamente que los ciudadanos. Convidado á un festín, ruega al dueño, cuando ya está comiendo, que llame á sus hijos, y luego que los ve llegar asegura que no se parece un huevo á otro como los niños á su padre; se acerca á ellos, los besa, los sienta á su lado, y haciendo del niño con ellos, dice: ¡Ay qué botella! ¡qué cuchilla! Si quieren dormir, los deja recostar en su seno, aunque se moleste mucho. Acostumbra rasurarse con gran frecuencia, tener los dientes muy blancos, mudar de ropas que aun todavía podrían servir, y usar de bálsamos ú olores. En la plaza se ha de meter junto á las mesas ó lugar más distinguido. Frecuenta los juegos á donde concurre y se ejercita la juventud, y cuando hay espectáculos, se sienta en el teatro cerca de los que le presiden. Vaguea por la plaza sin comprar nada para sí; pero sí compra encargos que enviar á sus huéspedes de Bizancio; perros de Laconia para los de Cicico, y miel del monte Himeto para Rodas. Todo esto que hace tiene cuidado de contarlo á sus paisanos. Cuida además de criar ó mantener alguna mona en su casa, de comprar un sátiro ó mico, palomas de Sicilia, cabras con manchas de varios colores, redomas esféricas de Turia, báculos corvos de Lacedemonia, y tapices matizados á la persiana. Tiene también un patio cubierto de arena para que sirva de palestra, y un juego de pelota; y si encuentra á algunos filósofos, ó sofistas, ó esgrimidores, ó músicos, siempre les ofrece el juego para que se sirvan de él, y entretanto que se ejercitan, vuelve y se presenta con el fin de que un espectador diga á otro: Mira, éste es el amo del juego.

VI. Del abandono ó la indolencia

El abandono es tolerancia de acciones y palabras feas. Abandonado, pues, ó indolente es el que jura con facilidad y tiene el ánimo dispuesto á oir mal y ser vituperado. Es por costumbre un hablador de plaza, es un obsceno, un petulante, es capaz de todo. No haya miedo que se excuse de ponerse á bailar el cordax, aunque no esté embriagado, ni de tomar una máscara en el coro ó canto de la comedia, ni de cobrar la moneda en los espectáculos de juegos de manos, presentándose á todos, uno por uno. Andará á puñadas con los que traen boletines y quieren ver sin pagar. Capaz también de ser tabernero, de ser rufián y ser chalán, no se abstendrá de ningún ejercicio torpe, mas será pregonero, será cocinero, será fullero; no dará alimentos á su madre; será arrastrado al tribunal reo de latrocinio, y vivirá más tiempo en la cárcel que en su casa. Él mismo imita tan bien los charlatanes, que junta alrededor de sí gran muchedumbre, y llama á los que pasan, hablándoles é insultándoles con alta y licenciosa voz. Entretanto, algunos de los que pasan se le acercan; otros se retiran antes de oirle una palabra; mas á unos dice el principio, á otros una silaba, á otros una parte de su asunto, pretendiendo que se atienda su insolencia con no menor cuidado que cuando se celebra una solemne junta. Es también muy ordinario que ande huyendo de los pleitos que le ponen, y que él los ponga y persiga á otros: á unos se excusa de asistir con juramento; á otros concurre, llevando en su seno un portabreves, y en las manos un legajo de autos. Tampoco se desdeña de hacerse cabeza del gran número de rábulas ó pillos de plaza; les da sin detenerse dinero prestado, y ajusta ó pide por premio de una dracma óbolo y medio al día. Recorre las carnicerías, la pescadería y bodegones, echándose en la boca las monedas que recoge de las logrerías ó ganancias que saca. Estos son malos de tratar; tienen la lengua muy suelta para la maledicencia, y atruenan con tan grandes voces, que hacen retumbar con ellas la plaza y tiendas donde entran.

VII. De la charlatanería

Si alguno quisiese definir la charlatanería, podrá decir que es intemperancia ó desenfreno de palabras. El charlatán es tal: dice al que le cuenta alguna cosa, sea la que fuere, que nada de ello es. Que él lo sabe todo muy bien, y que si quiere saberlo, le escuche. Después, interrumpiendo al que le responde: Oyes tú, le dice, mira no te olvides de lo que tenías que decir. Y prosigue: Muy bien has hecho en traérmelo á la memoria; y ¡qué útiles son estas conversaciones! ¿se me ha olvidado algo? Prontamente te impusiste en el hecho. Ya ha rato que aguardaba si tu coincidías conmigo en lo mismo. De estas y otras semejantes fórmulas se vale, de suerte que no deja respirar al que coge. Y después que así ha degollado á los particulares, es capaz de entremeterse con los que estén juntos en cabildo deliberando sobre asuntos de importancia, hasta ahuyentarlos todos. Entrándose en las aulas ó en las palestras, estorba que los jóvenes aprendan, y se pone á conversar con los directores y maestros. A los que dicen se quieren retirar, les acompaña, sin apartarse de ellos hasta dejarles en su casa. Oyendo lo ocurrido en el Senado, lo anuncia á otros. Comenzará á exponer latamente la batalla que se dió en tiempo de Aristofonte el Retor, y la de los Lacedemonios mandados por Lisandro, y ensalzando las oraciones que él mismo dijo al pueblo en otro tiempo, inserta en su discurso vituperios contra la multitud, de suerte que los oyentes, ó no retienen lo que dice, ó se duermen, ó escapan dejándole en su discurso. Asociado con otro para juzgar, le estorbará que juzgue; para ver, que vea, y en un convite le estorbará que coma; diciendo que es difícil al hablador callar; que la lengua está en sitio húmedo ó resbaladizo; y por no callar parecerá más parlero que las mismas golondrinas. Satirizado por esto, lo tolera aun de sus mismos hijos, cuando queriendo éstos dormir, le llaman, y cuéntanos, le dicen, algo para que nos venga el sueño.

VIII. De la novelería

La novelería es un tejido de palabras y acciones falsas forjadas por el capricho del novelero. Novelero ó patrañero es el que, encontrándose con un amigo, toma de improviso otro continente, y sonriéndose le pregunta: ¿De dónde vienes? ¿qué me dices? ¿tienes algo de nuevo que contarme sobre los negocios del tiempo? Y añadiendo preguntas: ¿Ninguna cosa, continúa, se dice de nuevo? Las que corren son por cierto noticias muy favorables. Y sin dejarte responder, prosigue: ¿Qué dices? ¿nada has oído? paréceme que he de ser yo el que te dé abundante banquete de noticias frescas. Y tiene á la mano un soldado, ó el hijo de Astio el flautista, ó Licos el asentista, que acaba de llegar de la batalla, de quien dice haberlo oído. En consecuencia, sus relaciones son tales, que ninguno puede verificarlas ni redargüirlas. Expone, pues, que éstos dicen haber ganado Polisperco y el Rey de Persia una batalla, y que Casandro cayó vivo en sus manos, Si alguno le pregunta: ¿Crees tú eso? dirá que el suceso corre por toda la ciudad, que toma más y más cuerpo la noticia, y que todas las circunstancias son congruentes. Que esto es lo que se cuenta de la batalla, y que fué muy sangrienta, ó grande la mortandad. Que para él es indicio cierto de la verdad el aspecto de los que mandan en la república, pues los ve á todos demudados. Añade que también lo ha oído de ciertas personas que tienen oculto en su casa á uno que cinco días antes ha llegado de Macedonia, quien se halló presente á todo el suceso. Y expuesto todo el hecho: ¿Cómo pensaréis que fué? pregunta. Y aparentando grande lástima, añade: ¡oh desventurado Casandro! ¡Oh varón afligidísimo! Considerad las vueltas de la fortuna. Cierto es, no obstante, que había llegado al colmo del poder. Pero mira que importa que tú solo sepas esto; y él va á decir lo mismo á todos los ciudadanos que procura encontrar. Me he admirado de tal especie de hombres y de cuál sea su designio forjando estas patrañas, porque no sólo engañan, sino que se distraen con perjuicio de sus negocios, puesto que congregando algunos de éstos grande auditorio en los baños, les han hurtado en muchas ocasiones sus ropas; otros, venciendo en la plaza ó pórtico una batalla de tierra ó un combate naval, pagan la multa por no haber concurrido á la notificación de la justicia. Hay también muchísimos de éstos que haciendo conquistas con gran valor de palabras, se quedan sin cenar. Es sin duda infeliz en extremo su conducta y vida; porque ¿qué pórtico hay, qué oficina, qué parte del foro en que no pasen el día fastidiando y mortificando con sus embustes á los que les oyen?

IX. De la ruindad impudente

La definición de la ruindad es menosprecio de su propia estimación por lograr algunas ventajas indecentes. Ruin impudente es el que se presenta y pide en empréstito al mismo que tiene defraudado. Es también el que, sacrificando á los dioses, sala y guarda la carne de sus víctimas y se va á comer con otro; el que, llamando á su esclavo, le da carnes y pan que toma de la mesa, diciéndole en presencia de todos: Engulle bien, honrado. El que comprando la vianda recuerda al carnicero el beneficio que acaso le haya hecho, y arrimándose al peso, añade á la balanza en primer lugar carne, y si no puede, aunque sea un hueso. Si lo puede pillar, queda ufanísimo; si acaso no, arrebatando de la mesa aun una tripa, escapa al mismo tiempo dando carcajadas. Si alquila ó toma á nombre de forasteros, sus huéspedes, asientos en el teatro, no paga su parte, y entra á ver, y aun conduce el día siguiente sus hijos y su ayo. Si alguno lleva comprada barato alguna cosa especial ó sobresaliente, pedirá que le dé parte; y entrando en casa de otros, tomará cebada prestada, y alguna vez hasta paja, precisando á los que se la prestan que se la lleven á su casa. Es tan molesto, que acercándose á los calderos que hay en los baños, meterá en ellos su bacía, la sacará llena, por más que clame el bañero, se rociará á sí mismo con el agua, y retirándose dice: Ya me he lavado, y al bañero añade: Nada tengo que agradecerte.

X. De la miseria

La miseria es el hábito por el que se priva el hombre más de lo conveniente del gasto necesario. Miserable es el que pide en el mes aun medio óbolo correspondiente ó caido del alquiler de una casa. El que comiendo á escote con otros, cuenta los vasos que se bebe cada uno. El que separa en obsequio de Diana la menor presa entre todos los convidados. El que, comprándole otro cualquiera cosa muy barata, dice que todo está carísimo. El que si su criado quiebra una olla ó plato, se lo descontará de la ración que le da; y si pierde su mujer una moneda que no llega á cinco maravedís, remudará todos los trastos, los colchones, las arcas, y desdoblará (con inquietud) los tapices. Si vende alguna cosa, la da tan cara que no puede dejar utilidad al que la compra. No permitirá que ninguno coma un higo de su huerto, ni pase por su campo, ni que aun tome una aceituna ni una palma de las que están caídas en el suelo. Irá todos los días á registrar los mojones de sus tierras por ver si están en el sitio en que estaban. Es capaz de pedir las ganancias de un día que haya de más del término hasta que prestó, y aun la ganancia de la ganancia. Convidando á sus compatriotas á un convite, les arrimará la carne trinchada en pedazos muy menudos. Saldrá de su casa con designio de comprar que comer, y volverá sin haberse atrevido á comprar nada. Encargará mucho á su mujer que no preste sal, ni el candil, ni cominos, ni orégano, ni cebada, ni las coronas, ni las navetas ó inciensos para los sacrificios; antes por el contrario le dice: Esto poco, al cabo de un año es mucho. En suma, es cosa de ver las bolsas de estos tacaños mugrientas, y sus llaves tomadas de orín, y cómo llevan las ropas mucho más cortas que lo que viene á su cuerpo, cuán pequeñas son las redomitas de ungüento con que se ungen, cómo se rapan hasta la carne viva, cómo se descalzan á media tarde, y molestan con sus instancias á los lavanderos para que den á su ropa mucho jabón ó greda, y no sea necesario lavarla tan presto.

XI. De la insolencia

No es dificultoso definir la insolencia, que es burla ó insulto manifiesto é injurioso á los demás. Insolente es el que encontrando á mujeres decentes hace demostraciones obscenas; el que da palmadas en el teatro cuando los otros se están muy sosegados, y silba á los actores á quienes escuchan con gusto los demás. El que cuando el teatro está en silencio se espereza y eructa tan alto que hace volver la cara á cuantos están sentados. Cuando la plaza está llena, se acerca á los puestos de nueces, manzanas y otras frutas, y deteniéndose, allí mismo las parte y come, hablando al mismo tiempo con el que las vende. No tendrá reparo en llamar por su nombre á cualquiera de los que pasan, aunque no le trate; y si ve á alguno que va de prisa, le mandará que se detenga. Si encuentra á alguno que viene del tribunal, donde ha perdido un pleito de grande importancia, se le acerca y da el parabién. Si da un convite, si lleva flautistas á su casa, muestra á todos cuantos encuentra la despensa que ha comprado, y los convida. Parado á la tienda de un barbero ó boticario, les dice que después ha de beber hasta emborracharse. Si vende vino, dará al mayor de sus amigos el más corrompido ó adulterado. Y si es alguna vez de obligación ir al teatro, no envía á sus hijos hasta que los cobradores permiten entrar de balde. Destinado por embajador con otros, deja en su casa las dietas que la ciudad le asigna para gastos del camino, y toma prestado de los compañeros de su embajada. Pone al criado que le acompaña mayor carga que la que puede llevar, pero le da menos alimentos de los que necesita. Pide la parte del regalo dado por los que reciben la embajada, y la vende luego que la toma. Lavándose en el baño, dice al muchachuelo ó sirviente: Rancio y podrido está este aceite que compraste, y se unge con el de otros. Si sus criados se hallan en la calle algunos maravedises, es capaz de pedirles parte, diciendo que Mercurio es común, ó que el dinero es para todos. También es modo de proceder suyo medir él mismo con la medida común, pero que tenga el fondo sumido adentro, así como bajar el rasero con sumo cuidado cuando reparte el mantenimiento que corresponde á sus criados. Si toma alguna prenda de casa de un amigo, la vende. Si paga sus deudas, y debe entregar treinta minas, las pagará sin duda dando cuatro dracmas menos. Si da un festín á los de su gremio ó cofradía, pedirá del fondo común el gasto de la comida de sus mismos criados, y notará con particular atención los rábanos á medio comer que hayan sobrado de la mesa, para que no se los lleven los criados que la sirven.

XII. De la impertinencia

Es, pues, la impertinencia conducta fastidiosa y molesta á los que trata el impertinente. Éste procede así: Va á comunicar sus negocios con personas que están muy ocupadas, y á tener un convite y rato de broma en casa de su amiga cuando ésta tiene calentura. Presentándose al que acaba de ser condenado á pagar la deuda de que quedó fiador, le pide que lo fíe. El que se presenta á declarar como testigo cuando ya está dada la sentencia. El que convidado á una boda, declama contra todas las mujeres. El que convida á pasearse á los que acaban de llegar de un camino largo. El que es tan molesto que presenta un comprador que dé más por la alhaja cuando ya está vendida. El que levantándose en medio de un concurso, explica desde el principio algún suceso que todos han oído y saben bien. El que se ofrece muy pronto á encargarse y cuidar de las cosas que otro no quiere que se hagan, pero le da vergüenza de negarse. El que acercándose á los que han hecho sacrificios y están en el convite, les pide la ganancia del dinero que les tiene prestado. El que si se castiga á algún criado en su presencia, dice que un criado suyo á quien castigó del mismo modo se ahorcó. El que escogido por árbitro para resolver un pleito, embrolla más las dos parte que le eligieron. El que bailando toma á su compañero de la mano, como para que no se caiga, sin que esté el otro embriagado.

XIII. Del obsequio intempestivo

El obsequio intempestivo parece ser anticipación de obras y palabras con apariencias de buena voluntad. Intempestivo en sus obsequios es el que presentándose promete lo que no podrá cumplir. El que, constando que lo hecho es justo, insiste en alguna circunstancia, probando que no se puede reprender. El que precisa al sirviente á que eche en los vasos más vino que el que pueden beber los presentes. El que incita más á los que riñen. El que se hace guía de una senda de que no tiene noticia, se pierde y no puede encontrar por donde salir. El que yendo á buscar al general, le pregunta cuándo ha de formar el ejército en batalla, y qué ha de mandar al día siguiente. El que presentándose á su padre, le dice que ya la madre está durmiendo en la alcoba. El que dejando mandado el médico que no se dé vino al enfermo, dice que lo beba por experimentar, y le sostiene para que lo tome. El que habiendo muerto su mujer, pone en su epitafio quién era su marido, quién su padre, su madre, el nombre de la misma mujer, y de dónde era, y añade: Todos éstos eran honrados. El que obligado á jurar, se vuelve á los circunstantes y les dice: Ya yo he jurado otras muchas veces antes de ahora.

XIV. De la estupidez

Definiendo la estupidez, no es otra cosa que pesadez del alma en las palabras y las obras. El estúpido es tal, que haciendo sus cuentas con tantos, y sacando la suma, pregunta después al que le acompaña qué resulta. El que por evitar la sentencia de los jueces, sabiendo que se acerca el día de ella, se hace olvidadizo y se va al campo. El que concurriendo á ver en el teatro, se duerme y se halla solo, por haberse ido todos los demás. El que cenando con exceso, y levantándose de noche para ponerse en el servicio (ó ir al corral), le muerde el perro de su vecino. El que tomando y guardando alguna cosa, la busca después y no la puede hallar. El que recibiendo el aviso que vienen á darle de haber muerto alguno de sus amigos, afligiéndose y llorando, dice: Sea para bien. Es tan necio, que llama testigos para recibir el dinero que le vienen á pagar. Castiga á su criado porque en la fuerza del invierno no le ha comprado en la plaza pepinos ó melones. Estrecha á sus hijos, aún pequeños, á que luchen y corran hasta que se fatiguen demasiado. El que cociendo lentejas en su campo para los trabajadores, les echa sal dos veces, de suerte que no pueden comerlas. El que cuando llueve: Bellamente, dice; mira (y digan otros lo que quieran), esta es la pez del cielo. Si alguno le pregunta si sabe cuántos cadáveres han sacado á enterrar por la puerta del osario: Ojalá, responde, que tú y yo tuviésemos otros tantos.

XV. De la aspereza

La aspereza es dureza en el trato y conversación com los demás. El áspero, pues, es de este modo: Preguntado dónde está alguno, dice: Déjame, no me molestes mi des quehacer. Si alguno le saluda, no le corresponde. Si vende alguna cosa, no responde á los compradores á qué precio; antes pregunta él mismo al comprador: ¿Pues qué tiene de malo? A las personas que le manifiestan estimación y le envían dones en sus días festivos, dice que ojalá no se los hubiesen enviado. Es incapaz de perdonar al que involuntariamente le da un encontrón, ó de pisa, ó le empuja. Cuando algún amigo le ruega que concurra con alguna parte de dinero para aliviarle en su miseria ó quiebra, responde que no quiere darlo; después va y se lo lleva por sí mismo, y añade que ya cuenta este dinero por perdido. El que tropezando en la calle, ¿e irrita y maldice la piedra. Si aguarda á alguno, seguramente no le aguardará por mucho tiempo; ni jamás tendrá con otros la condescendencia de cantar, ni de recitar, ni de bailar; y en fin, es tal, que ni aun cuida de recurrir con sus oraciones á los dioses.

XVI. De la superstición

La superstición parece sin duda ser miedo de los genios ó númenes subalternos. El supersticioso, pues, es tal: Lavándose las manos, y rociado todo con agua lustral ó bendita, sale del templo llevando en la boca unas hojas de laurel, y todo el día se pasea sin dejarlas. Si ve que una comadreja atraviesa el camino que él lleva, no lo pasará hasta que otro pase primero, ó tire tres piedras sobre el camino. Si ve en su casa una culebra, levantará allí mismo una capilla. Arrimándose á las piedras ungidas ó benditas que están en las encrucijadas, derrama sobre ellas aceite que lleva en redomitas, y para retirarse ha de hincarse de rodillas y adorarlas. Si un ratón casualmente roe el costal donde tiene la harina, va á ver al agorero ó adivino, y le pregunta qué es lo que debe hacer. Si acaso le responde que lo dé al costalero para que lo remiende, no se conforma con esto, sino que, mirándolo con aversión, se deshace de él. Purifica su casa con frecuencia; no se acerca á los sepulcros; no concurre á entierros; no visita paridas. Cuando tiene algún sueño, va de casa en casa de los que los interpretan, de los adivinos y de los agoreros, á preguntarles á qué dios ó á qué diosa debe hacer sus votos y oraciones. El que ansioso de ser ordenado en los misterios, va á visitar todos los meses á los sacerdotes de Orfeo con su mujer, y si ésta no está desocupada, va con el ama y con sus niños. Para salir de una encrucijada se lava la cabeza, y llamando á las sacerdotisas, les pide lo purifiquen aplicándole, ó una cebolla albarrana, ó un cachorrillo. Si ve un loco ó epiléptico, se espeluza de miedo y se escupe en el seno.

XVII. Del resentimiento injusto

El resentimiento injusto ó intempestivo es acriminación hecha á alguno sin oportunidad ó sin motivo. El resentido es tal, que si le envía un amigo parte ó plato de un convite, dice al que lo trae: Me ha excluido de su sopa y de su vino, no llamándome al convite. Acariciado y aun besado por su amiga: Maravilla será, dice, que tú me quieras de corazón. Se indigna aun con el mismo Júpiter, no porque llueve, sino porque llueve tarde. Si se halla en la calle un bolsillo: Seguro está, dice, que nunca me encontré un tesoro. Si compra un esclavo que merece bien el precio, y esto después de haber importunado con instancias al vendedor: Mucho extraño, dice, haberlo comprado en este precio y que él sea bueno. Al que le da la noticia de haberle nacido un hijo, dice: Si añades que he perdido la mitad del caudal, dices la verdad. Si gana completamente el pleito con todos los votos, se encoleriza no obstante con el que hizo el pedimento ó alegato por haber omitido parte de sus razones. Si formándole fondo ó caudal sus amigos, le dice alguno de ellos: Vamos, alegrarse y tener ánimo.—¿ Cómo puedo alegrarme? responde. Pues qué, ¿no tengo que pagar este dinero á cada uno? Y además de esto, ¿no he de estarles agradecido según el beneficio que me han hecho?

XVIII. De la desconfianza

Es, en efecto, la desconfianza, sospecha de la injusticia de todos los demás. El desconfiado es tal: enviando su criado á comprar el mantenimiento ó despensa, destina otro á averiguar en cuánto la ha comprado. Cuando lleva consigo algún dinero, cuenta á cada cien pasos cuánto es, ó si está cabal. Estando ya acostado, pregunta á su mujer si cerró bien la despensa; si echó bien la llave al arca, ó si el pestillo está bien pasado en la puerta de la sala. Y aunque la mujer le responda que sí, nada menos dejará de levantarse de la cama, desnudo y descalzo, y encendiendo un candil, lo recorre y registra todo, y con todo esto apenas puede coger el sueño. Va con testigos á pedir los réditos á los que le deben, para que no se los puedan negar. Si da á lavar su ropa, no será al que la lave más bien, sino al lavandero que tenga fiador más abonado. Si alguno llega á pedirle vasos prestados, es su mayor empeño no prestarlos. Manda al criado que le ya siguiendo que no vaya detrás, sino delante, para precaver que no se le escape en el camino. Si los que toman ó compran alguna cosa de él le dicen: Asienta en cuánto. Paga ahora, responde, pues no tengo lugar de enviar por ello.

XIX. De la asquerosidad

La asquerosidad es molesto desaliño del cuerpo que induce á enfado. El asqueroso es el que teniendo lepra, herpes y las uñas muy largas, trata y anda entre todos: dice que estas enfermedades son propias de su familia, y que su padre y su abuelo las tuvieron. Molesto á todos, no pone cuidado con las úlceras que tiene en las piernas, ni con los gruesos nudos de sus dedos; y por no aplicarles medicamento, da lugar á que se hagan incurables. Mantiene los sobacos tan ferinos y ásperos con el pelo, que llega éste hasta la mitad de los costados, y los dientes tan negros y carcomidos que es fastidioso é intolerable. También es propiedad suya sonarse las narices al mismo tiempo que come; y hablando cuando tiene la comida en la boca, arroja con la voz algunas partículas del bocado. Eructa al mismo tiempo que bebe. En el baño usa de aceite rancio para ungirse. Concurre al cabildo ó junta del pueblo con el vestido lleno de manchas. Si su madre va á consultar el arúspice, inutiliza los agüeros con sus blasfemias. Si cuando se está en los votos y sacrificio se le cae ó derrama la copa en que está la libación, da una carcajada como si hubiese hecho alguna cosa admirable. Oyendo tocar la flauta, aplaude con palmas solo entre todos los demás, y cantisquea acompañando al instrumento, y aun reprenderá también á la flautista si no deja de tocar de improviso. En fin, queriendo escupir cuando está á la mesa, echa la saliva sobre el que sirve la copa.

XX. De la molestia o pesadez

La molestia ó pesadez, definiéndola en propios términos, es trato ó comunicación fastidiosa, pero que no causa daño. El pesado ó molesto es tal, que entrará y despertará al que acaba de dormirse, sólo con el fin de hablar. El que se presenta á los que ya están á punto de hacerse á la vela y, deteniéndoles, les pide se aguarden hasta dar algunos paseos. El que toma sin consideración el niño que está mamando al pecho de la ama, y le da alimento mascado con su boca, lo halaga y dice cariños. El que estando comiendo referirá que tomó una bebida de heléboro, y se purgó por arriba y por abajo, y que la cólera que salió era más negra que el caldo que tiene puesto delante. Preguntará á su madre en presencia de los vecinos ó conocidos: ¿En qué día me parió usted? También dice que el agua que hay en su cisterna es fría; que hay en su huerto muchas y suaves hortalizas, y que su casa es una posada general de huéspedes. Cuando hospeda á algunos, presenta su bufón para que vean cuál es, y le anima en el convite ó mesa para que divierta á los presentes.

XXI. De la ambición fútil

La ambición fútil parece ser ansia baja y ruin de honores. Ambicioso fútil es el que, convidado á un festín, pone grande empeño en sentarse al lado del que le ha convidado. El que envía su hijo á Delfos para que le corten el cabello. El que pone gran cuidado en que sea etíope el esclavo que le siga. El que pagando una mina de plata, tiene empeño en darla nueva. El que sacrificando un buey, clavará el testuz enfrente de la calle que conduce á su casa, adornándolo con grandes guirnaldas, para que vean los que pasan que ha sacrificado un buey. El que saliendo con los caballeros en la pompa ó alarde, entregará al criado todos los demás arreos para que los lleve á su casa, mas alzándose la falda de la túnica va á pasearse en la plaza. El que si se muere algún perrillo, le levanta un sepulcro, y colocando una columna pequeña, escribe este epitafio: Cachorro de Malta. Si da á Esculapio un anillo ó diadema de acero, lo desgasta de tantas coronas ó guirnaldas como le pone. Todos los días se ha de ungir, y empeñado en tomar parte en el gobierno, anuncia al pueblo, en nombre de los jueces del Pritanio, las fiestas que deben celebrarse; y adornándose con una rozagante vestidura, coronada la cabeza con una guirnalda, se presenta al pueblo, y dice: Los magistrados del Pritanio, oh Atenienses, hemos hecho dignos y lucidos sacrificios á la madre de los Dioses: vosotros, en consecuencia, esperad grandes prosperidades. Anunciado esto, se retira á su casa y cuenta á su mujer que ha tenido un día tan feliz que es superior á toda ponderación.

XXII. De la mezquindad

La mezquindad es abundancia de haberes y ahorro de los gastos precisos, con abandono de la propia estimación. El mezquino es tal: logrando el premio en el certamen de la tragedia, dedica al dios Baco una corona de palo, y escribe en ella su nombre. El que exigiéndose contribuciones se levanta en la junta de entre la multitud del pueblo, y calla (en señal de que las niega), ó se escabulle por medio de todos. El que dando su hija en matrimonio, vende la carne de las victimas, á excepción de lo que ha sacrificado. El que ajusta los criados que han de servir en sus bodas, con la condición de que no han de comer en ellas, sino en sus propias casas. El que capitaneando una galera, alfombra la cámara con los tapices del piloto, y él retira y guarda los suyos. El que saliendo del cabildo, ó junta del pueblo, compra su provisión y lleva las carnes y verduras arrimadas al seno (en un canto de su palio ó capa). El que se mantiene sin salir de casa en tanto que tiene dado á lavar su vestido. El que cuando su amigo echa un guante para recoger un socorro, luego que lo sabe, huye por no encontrarle, tomando otro camino ó calle, y se retira á su casa. El que no compra esclavas, sino las alquila para que acompañen á su mujer cuando salga. El que levantándose de mañana barre su casa y sacude las camas; y, en fin, el que para sentarse vuelve el palio ó capa que lleva puesta.

XXIII. De la vanidad ó jactancia

Puédese definir la vanidad ó jactancia: ostentación de bienes que no hay. El vano ó jactancioso es tal: estando en los mostradores del Pireo, cuenta á los forasteros las muchas riquezas que tiene por el mar. Discurre largamente del dinero que tiene dado á premio, en cuánta cantidad, y cuántos réditos ha percibido. El que si yendo de camino se junta con otro, le cuenta que militó con Alejandro, y cuántas copas de piedras preciosas trajo, y defenderá contra todos que los artífices del Asia son mucho mejores que los europeos. Añadirá que le han venido cartas de Antipatro, en que le dice llegó tres días antes á Macedonia. Que habiéndosele concedido á él la exportación de géneros sin pagar derechos, no se ha valido de ella, porque ninguno tuviese que vituperarle. Que en la carestía y hambre de la ciudad gastó más de cinco talentos, por haberlos repartido entre los ciudadanos más indigentes. Y hallándose entre personas que no le conocen, les dice que vayan poniendo tantos; y llegando estos á seiscientos hace la suma, impone á cada partida nombres adecuados, y saca haber repartido diez talentos. Añade que todo esto lo invirtió en limosnas: y que no cuenta, dice, los gastos del tiempo que mandó la escuadra, ni tantos empleos públicos como ha servido. Se acerca á los que tienen de venta caballos generosos, y aparenta que quiere comprarlos. Allégase á los mostradores de los mercaderes, y pide le saquen un vestido de valor de dos talentos; mas castiga al esclavo ó criado porque le viene acompañando sin traer dineros. Habitando en casa alquilada, dice al que no lo sabe que es heredada de sus padres, pero que tiene que venderla; por ser muy pequeña para aposentar huéspedes.

XXIV. De la soberbia

La soberbia es vilipendio ó desprecio de todos, á excepción de sí mismo. El soberbio, pues, es tal: El que ordena al que le busca de priesa, que después de comer le podrá hablar en el paseo. Si hace bien á otros, les dice aun en la calle que lo tengan presente, y les obliga á que se le acerquen, sin que jamás quiera acercarse él primero á nadie. Es capaz de mandar á los que le compran ó tienen que pagarle alguna cosa, que vuelvan otro día al amanecer. Yendo por la calle, no saluda á los que encuentra, y á lo más les inclina la cabeza. Si alguna vez le parece dar un convite á sus amigos, no come con ellos; sino encarga á alguno de sus criados que los cuide. Si va á ver á alguno, envía antes quien le diga como viene á visitarle. No permite que entren á verle cuando se unge ó cuando come. Cuida también, si ajusta cuentas con alguno, de que un criado las haga, reste, saque las sumas, y las ponga en el libro de asiento. Si escribe cartas, no haya miedo que diga: Me harás el favor; sino: Quiero que hagas; y también: He enviado persona que tome de tí; y: No se haga de otro modo; y: Cuanto antes.

XXV. Del miedo ó timidez

Parece por cierto que el miedo es tímido abatimiento del ánimo; y el medroso tal: Yendo embarcado, dice que los promontorios son embarcaciones enemigas. Si se inquietan las olas, investiga si alguno de los navegantes no está purificado. Si el piloto acorta vela ó interrumpe la navegación, le pregunta si irá ya la mitad del camino, y qué pronostica del divino mar. Dice al que está próximo á él, que tiene miedo por ciertas cosas que ha soñado: se desnuda y da hasta la camisa al criado: ruega que lo acerquen á la tierra. Cuando milita en campaña y se convoca á todos contra el enemigo ya formado, aparenta primero especularlo, y añade que no es fácil discernir si es el ejército contrario. Pero cuando oye ya la vocería y ve caer algunos, dice á los inmediatos que se le olvidó, por la mucha prisa, tomar la espada; y escapando á su tienda, destina su criado para que vaya á descubrir dónde están los combatientes; y escondiendo la espada bajo la almohada, gasta, aparentando que la busca, mucho tiempo. Si ve desde la tienda que los camaradas llevan algún compañero herido, se adelanta á recibirlo, le exhorta á que tenga valor y confianza, le cuida ó cura:, le limpia con una esponja las heridas, le osca las moscas, y por todo pasará más bien que combatir con los enemigos. El trompeta tocará para inflamar los ánimos á pelear, pero él, muy sentado en su tienda: Vete enhoramala, dice; no dejas que este hombre coja el sueño por tocar tú con tanta frecuencia. Lleno de sangre, pero de las heridas de otro, se entremete con los que vuelven de la batalla, y les cuenta cómo él, exponiéndose al peligro, salvó uno de los camaradas; é introduciendo algunos á que vean el herido, inquiere de qué tribu es y de qué pueblo, y cuenta en particular á cada uno cómo él mismo lo condujo á la tienda en sus brazos.

XXVI. De la oligarquía ó ansia de sobresalir

Parece ser la oligarquía, ó ansia de sobresalir, cierto prurito de mandar, con el designio de sobresalir en autoridad, sin que lo excite la codicia. El oligarca ó magnate es tal: Deliberando el pueblo qué persona ha de asociar al arconte ó jefe de la república, para que cuiden de la pompa ó fiesta religiosa, se presenta para ello. De todos los versos de Homero, sólo repite aquel: No es bien que muchos tengan el imperio; uno solo sea el rey. Nada sabe de todos los demás. Es también costumbre suya explicarse con estas voces: Es menester que nosotros nos juntemos á deliberar; que nos separemos de la turba y cabildo general, y excluyamos la multitud de que tenga mano en el gobierno. Si algunos le satirizan ó injurian, dice: Es imposible que ellos y yo vivamos en la ciudad. Saliendo de su casa en la mitad del día, rasurado de moda y acicalado hasta en las uñas con grande esmero, repite imperiosamente estas ó semejantes palabras: Es imposible vivir en esta ciudad. Añade que es indecible lo que tiene que padecer en el tribunal con los pleiteantes; que se abochorna de concurrir á la junta cuando se le sienta á su lado algún desaseado y mal vestido; que es aborrecible todo el gremio de los oradores, y que Teseo (legislador de Atenas) fué la primera causa de que la ciudad padeciese tales desórdenes. Estos y otros semejantes discursos tiene con los forasteros y con los ciudadanos que son de costumbres semejantes á las suyas.

XXVII. De la instrucción tardía

La instrucción tardía parece ser diligente aplicación á instruirse pasada la edad correspondiente. El que se instruye tarde es tal: Cumplidos sesenta años, aprende relaciones (de oradores y poetas), y al recitarlas ó cantarlas en el convite se le olvidan. Aprende de su mismo hijo á dar media vuelta hacia la espada ó hacia el escudo (esto es, á la derecha ó izquierda). Yendo al campo montado en caballo ajeno, y procurando al mismo tiempo saludar á alguno, cae del caballo y se rompe la cabeza. Suele también ejercitarse como niño en tirar al blanco ó estafermo. Dispara en competencia de su criado dardos y saetas; y aprendiendo al mismo tiempo de él, da á entender que el otro no está instruido. Ejercitándose en la palestra, ó estando en el baño, menea frecuentemente y con indecencia los muslos.

XXVIII. De la maledicencia

La maledicencia es inclinación del ánimo del que conversando lo echa todo á lo peor. El maldiciente es tal: Preguntando quién es Fulano, comenzará á responder ante todas cosas como los genealogistas, desde su origen. Su padre, dice, se llamaba primeramente Sosias; pasando después á militar, se llamó Sosistrato; últimamente logró empadronarse en la clase de vecino. Su madre por cierto es noble de Tracia; porque dicen que estas tales son nobles en su país. Este, como hijo de tales padres, es un perverso y azotado esclavo. Y añadiendo infamias, dice: Ellas son de aquellas mujeres que tiran á los hombres de la capa cuando pasan por la calle. Si otros están hablando mal, él también quiere entrar á la parte, y dice: Ese hombre es puntualmente el que yo aborrezco más de todos; y en efecto, es aborrecible por su cara; su maldad no tiene semejante; y prueba de ello es que da á su propia mujer seis óbolos para la comida, y la precisa á que se bañe en agua fría en el mes de Posideón, ó en la fuerza del invierno. Si alguno del concurso se levanta para irse, murmura de él. Habla mil perversidades de sus amigos y de sus domésticos, y aun vitupera los mismos muertos.


Publicado el 13 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.
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