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Siempre he creído que el fuego es lo que menos calienta en la estación del hielo. Prueba al canto.
Conozco a un solterón, hombre ya de cincuenta navidades, rico como Rothschild, egoísta como Diógenes y sibarita como Lord Palbroke. Es rico; tiene una casa soberbia; diez carruajes perfectamente confortables; una servidumbre espléndida y una mesa que haría honor a Lúculo. Nadie al verle recostado en los muelles almohadones de su cómoda berlina, tirada por two miles americanos, cubierto por una hopalanda contra la que nada podría el hielo mismo de Siberia; nadie, digo, podría pensar que aquel hombre es desgraciado, perfectamente desgraciado; que aquel soberbio Creso padece de una enfermedad terrible: ¡el frío!
Nada más cierto, sin embargo; nuestro hombre, nuestro banquero, nuestro millonario, tiene frío. Y es lo peor que ni la chimenea noruega, ni las pieles asiáticas que tiene en su palacio, son bastantes a combatir aquella nieve eterna. Se encierra en su casa; busca el suave calor de las estufas; abriga sus entumecidos miembros con las pieles traídas por él de San Petersburgo: impide con la espesa portière y el luengo cortinaje que algunas ráfagas de viento penetren sans façon por las junturas; se cree ya salvo, se hunde en los almohadones de un canapé de invierno; pero está solo, enteramente solo; los placeres le hastían, los amigos lo explotan; no hay un solo corazón que lata con el suyo; no hay una sola mano que enjugue sus lágrimas, si llora; si muere, nadie vendrá a consolarle en su agonía, nadie irá a rezar en su sepulcro: ¿la juventud? ¡ya ha pasado! ¿el amor? ¡imposible! ¿las riquezas? ¡qué valen! ¿el recuerdo? ¡es el remordimiento! ¿la muerte? ¡hela que llega…! Los leños de la chimenea crujen como si también llorasen; tiemblan los cristales; las salas están desiertas y sombrías… ¡qué soledad! ¡qué tristeza! ¡qué horrible frío!
5 págs. / 9 minutos.
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Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
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