Barajo mis días marcados con impoluta decencia, lo que solo quiere decir que no tengo mañana, ni hoy ni nunca. Ayer, solo un filo por el que dejé derramar mi cáliz, esa miel tan secreta que encanta a las gentes sin sonido. Los ojos de una vida que nada tiene que decir jamás y a veces, como ahora, simplemente no puedo decir la verdad.
Mi espada es una flor cuyo perfume
solo perciben mis enemigos. Los que se mueven por los rincones acechando el
desencanto, los invisibles a la vida, los que no tienen nombre en la lengua
finita de las cosas. Es así como son mis soles muchos y mis sombras se
entrecruzan formando un abanico destrozado. Así es que infinitos caben en unos
marchando bajo el puente de un encanto cuyo presente es un punto fijo desde el
cual las estrellas son solo ilusión.
Nadie me
esperará si yo vuelvo
Y sé que
donde voy nadie espera.
Este templo en ruinas que repite esas voces que mi vida calla. Esta
es mi propia voz, el silencio de mis órganos uniéndose a la tierra. Un proceso
lamentable e inocente. Solo tu sangre prueba que esta escena continúa, y si
estás demasiado cerca, hay un latido que sopla entre las piedras. Nada sino es
lo que fuera. Amor, bendito sepulcro que mi fantasma visita todas las noches de
arena que el mundo tarda un siglo en contar.
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Publicado el 25 de octubre de 2018 por Ludivan.
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