Crónica de las atrocidades cometidas contra los pueblos indígenas de América
Bartolomé de las Casas llegó a las Antillas durante los primeros años de la colonización española. Habiendo sido encomendero, a los pocos años decidió tomar los hábitos dominicos y paradójicamente se convirtió en uno de los más acérrimos defensores de los derechos de los amerindios. El padre De las Casas había sido testigo —y participante también— de la catástrofe demográfica que condujo a la desaparición de los taínos, los guanahatabeyes y los caribes.
Fue dedicada al príncipe Felipe —quien fue posteriormente el rey Felipe II de España—, encargado por el rey Carlos V, su padre, de los asuntos de Indias por aquel tiempo. Con su obra, las Casas quiso que el futuro rey de España conociera las injusticias que cometían los españoles en América.
Hacia 1540, De las Casas comenzó en México la redacción de la Destrucción de las Indias. En 1542, estando en España, acabó una primera redacción. Un resumen de la obra parece ser que le fue leído al rey Carlos I y nuevamente, durante las Cortes de Castilla de abril-mayo de 1542 en Valladolid, ante una comisión nombrada por el rey para oír al padre Las Casas y estudiar el problema de las Indias, dando lugar a la redacción de las Leyes Nuevas para reformar el Derecho indiano. En 1546, tras el fracaso de dichas leyes, añadió algún comentario más.
Después, en 1547 la aumentó con algunos párrafos e intentó imprimir una versión muy retocada usando el seudónimo: Istoria sumaria y relación brevísima y verdadera de lo que vio y escribió el reverendo padre fray Bartolomé de la Peña. En 1552, imprimió en Sevilla, en la imprenta de Sebastián Trugillo y sin pasarla por censura previa la versión primera, de nuevo ampliada con información reciente.
Fragmento de «Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias»
Este cacique y señor anduvo siempre
huyendo de los cristianos desque llegaron a aquella isla de Cuba, como quien los
conoscía, e defendíase cuando los topaba, y al fin lo prendieron. Y sólo porque
huía de gente tan inicua e cruel y se defendía de quien lo quería matar e
oprimir hasta la muerte a sí e toda su gente y generación, lo hubieron vivo de
quemar. Atado a un palo decíale un religioso de San Francisco, sancto varón que
allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fee, (el cual nunca las había
jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los verdugos le
daban, y que si quería creer aquello que le decía iría al cielo, donde había
gloria y eterno descanso, e si no, que había de ir al infierno a padecer
perpetuos tormentos y penas. Él, pensando un poco, preguntó al religioso si iban
cristianos al cielo. El religioso le respondió que sí, pero que iban los que
eran buenos. Dijo luego el cacique, sin más pensar, que no quería él ir allá,
sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente.
Esta es la fama y honra que Dios e nuestra fee ha ganado con los cristianos que
han ido a las Indias.
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Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.
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