Campos de Castilla es un libro de poesía de Antonio Machado, cuya primera edición apareció en 1912. El Machado del París simbolista y el Madrid bohemio reflejados en sus anteriores poemarios dio paso en la descarnada realidad soriana a un hombre diferente: "...cinco años en Soria —escribiría luego en 1917— orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano...—y añade— Ya era, además, muy otra mi ideología". Es la voz del Machado noventayochista. En lo literario, así quedó reflejado en Campos de Castilla; en lo profesional, inició su vida de profesor de instituto; en lo sentimental, descubrió a Leonor, el gran amor de su vida.
El Machado "misterioso y silencioso" (en palabras del modernista Rubén Darío), tímido, lírico y quizá indiferente a todo lo que no fuesen sus ensoñaciones simbolistas, mutó, en su choque con la Castilla profunda, hacia un poeta nuevo que no teme a expresar con contundencia sus juicios. Se manifiesta al fin sin adornos, el Machado ético, regeneracionista formado en la Institución Libre de Enseñanza y patriótico.
Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.
Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor.
a la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, caminando un cazador.
XIV. El tren
Yo, para todo viaje
—siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera—,
voy ligero de equipaje.
Si es de noche, porque no
acostumbro a dormir yo,
y de día, por mirar
los arbolitos pasar,
yo nunca duermo en el tren,
y, sin embargo, voy bien.
¡Este placer de alejarse!
Londres, Madrid, Ponferrada,
tan lindos… para marcharse.
Lo molesto es la llegada.
Luego, el tren, al caminar,
siempre nos hace soñar;
y casi, casi olvidamos
el jamelgo que montamos.
¡Oh el pollino
que sabe bien el camino!
¿Dónde estamos?
¿Dónde todos nos bajamos?
¡Frente a mí va una monjita
tan bonita!
Tiene esa expresión serena
que a la pena
da una esperanza infinita.
Y yo pienso: Tú eres buena;
porque diste tus amores
a Jesús; porque no quieres
ser madre de pecadores.
Mas tú eres
maternal,
bendita entre las mujeres,
madrecita virginal.
Algo en tu rostro es divino
bajo tus cofias de lino.
Tus mejillas
—esas rosas amarillas—
fueron rosadas, y, luego,
ardió en tus entrañas fuego;
y hoy, esposa de la Cruz,
ya eres luz, y sólo luz…
¡Todas las mujeres bellas
fueran, como tú, doncellas
en un convento a encerrarse!…
Y la niña que yo quiero,
¡ay!, preferirá casarse
con un mocito barbero!
El tren camina y camina,
y la máquina resuella,
y tose con tos ferina.
¡Vamos en una centella!
72 págs. / 2 horas, 6 minutos.
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Publicado el 3 de enero de 2020 por Edu Robsy.
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