Continuación de la novela de Cervantes Don Quijote de la Mancha
La obra tiene un extenso prólogo, que lleva por título El buscapié, y refiere nuevas aventuras de Don Quijote de la Mancha. Se diferencia notablemente de otras continuaciones del Quijote en que la acción se inicia a partir de un momento indeterminado de la obra cervantina, en el contexto de la tercera salida, y se interrumpe dejando a Don Quijote con vida, aunque después de haber redactado un testamento en verso octosilábico.
El texto contiene numerosas referencias a los libros de caballerías, evidentemente tomadas de las notas de Diego Clemencín a su edición del Quijote, y hace también alusión a una serie de personajes de la política ecuatoriana de su tiempo, en particular el presidente Ignacio de Veintemilla, de quien Montalvo era furibundo adversario, y al que presenta en la figura de un ladrón ajusticiado, cuyo cadáver hallan Don Quijote y Sancho. Otra característica de la obra es su notorio anticlericalismo, expresado en reiteradas burlas y censuras a la Iglesia católica y la conducta y actitudes del clero.
Según la crítica, esta obra de Montalvo es la mejor aproximación al personaje cervantino, en términos novelísticos, pues logra reproducir en gran medida su esencia.
Fragmento de «Capítulos que se le Olvidaron a Cervantes»
El caso fue que un tiranuelo de esos que no pueden vivir en donde hay
un hombre y llaman enemigos del orden a los campeones de la libertad,
nos tomó un día y nos echó a un desierto. No tantos años como Juan
Crisóstomo en el Pitio, pero allí vivimos algunos sin trato social, sin
distracciones, sin libros; ¡sin libros, señores, sin libros! Si tenéis
entrañas, derretíos en lágrimas. Por rehuir el fastidio, o quizá los
malos pensamientos, tomamos la pluma y pusimos por escrito en tono
cervantino una escena que acababa de ofrecernos el cura del lugar,
ignorantón medio loco y aquijotado; y fue que un día recogió los
clérigos de esos contornos y las parroquias vecinas, y todos juntos se
remontaron a la cresta oriental de los Andes, a horcajadas en sus mulas y
machos, en busca de una Purísima que había nacido entre las marañas de
la sierra. A la Virgen halláronla en un cepejón, con cara, ojos, boca
tan patentes, que allí luego dieron orden de que se erigiese una
capilla; y en tanto que llegaban los romeros con la romería, vistiéronse
ellos de salvajes con musgos, líquenes, hojas, y en horrendas figuras
comparecieron en la plaza del pueblo, todos ellos con máscaras
extravagantes, gritando que la Virgen había nacido en el monte. Un
matasiete que a la sazón se hallaba en el pueblo con una brigada de
soldados, tomando a burla las charreteras de lechuga de aquellos
fantasmas, monta a caballo lanza en ristre, y sin averiguación ninguna
los arremete de tan buena gana, que los que no se encomiendan a los pies
caen mal feridos. Nosotros moríamos de risa en nuestra ventana,
sintiendo sí que no hubiesen venido a tierra cuatro monigotes más a los
golpes de ese invencible caballero. La cosa no era para echada al
olvido: y como hubiésemos anteriormente dado a la estampa un escritillo
titulado «Capítulo que se le olvidó a Cervantes», el cual fue acogido
con aplauso en la América del Sur, quizá porque era un venablo contra el
susodicho tiranuelo que harto tenía de Quijote, buscándonos el diablo,
describimos la escena; y por aprovecharnos de ciertos estudios que
teníamos hechos de la lengua castellana y del ingenioso hidalgo, pasamos
adelante, hasta cuando a la vuelta de seis meses los capítulos hechos y
derechos eran sesenta; ¡sí, señores, sesenta! De estos, los cincuenta
serán escoria: como se nos cuajen los diez, y rueden en el crisol en
forma de granos y pepitas relucientes, felices nos estimaremos y ricos
además con tan humildes preseas.
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Publicado el 8 de mayo de 2023 por Edu Robsy.
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