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Pero el moro, antes que padre, era musulmán y rey, y se creía obligado á castigar la audacia de su hija.
Porque compadecer á los cautivos cristianos y pedir su libertad, era un crimen que el Profeta mandaba castigar con la muerte.
Por eso ocultó la complacencia de su alma, y dijo á Casilda con airado semblante y voz amenazadora:
—¡Aparta, falsa creyente, aparta! ¡Tu lengua será cortada y tu cuerpo arrojado á las llamas, que tal pena merece quien aboga por los nazarenos!
É iba á llamar á sus verdugos para entregarles su hija.
Pero Casilda cayó de nuevo á sus pies, demandándole perdón en memoria de su madre.
El pobre moro sintió sus ojos arrasados en lágrimas, y estrechó á su hija contra su corazón, y la perdonó, diciendo:
—Guárdate, hija mía, de pedir otra vez por los cristianos, y aún de compadecerlos, porque entonces no habrá misericordia para ti; que el santo Profeta ha escrito: «Exterminado será el creyente que no extermine á los infieles.»
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Publicado el 9 de abril de 2020 por Edu Robsy.
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