—Y las pilinguis ensuciamos la postal. ¡Lo pillo, Sweety, lo pillo!
—¡Exacto! ¡Nos barrerán del panorama! El asunto pinta magro, dulzura
—predijo, angustiada.
Bunny era de naturaleza optimista.
—¡Oh, unas puertas cierran y otras abren, limoncito mío! —expresó
vivaz.
La compañera, a diferencia, tendía al escepticismo.
—Abren una vez que dispones de llave, chata... —adujo con un leve
susurro.
—¿Perdona?
—¡Ejem, ejem! (mano a la garganta). Carraspeo —soslayó.
—¡Ah, olvidaba la tercera! La pelirroja. ¿Cómo...?
A Sweetheart le sobrevino un repelús pese a la certeza de que tarde o
temprano preguntaría al respecto.
—Mandy —le contestó, entretanto meditaba: «En fin, vamos allá...».
—¡Mandy, ajá! ¿Aún sigue enferma?
—Hubo serias complicaciones, cariño.
—¿Complicaciones? ¿Qué clase de...?
—De las que impiden salir adelante, ya sabes. —No, Bunny no sabía—.
¡La jeringuilla, que la fulminó, leñe!
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