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— Huyamos, pues –le dijo Rolando—, pero antes quítale la varita mágica; de otra manera no podremos salvarnos, si nos persigue.
La joven volvió en busca de la varita mágica; luego, tomando la cabeza de la muerta, derramó tres gotas de sangre en el suelo: una, delante de la cama; otra, en la cocina, y otra, en la escalera. Hecho esto, volvió a toda prisa a la casa de su amado.
Al amanecer, la vieja bruja se levantó y fue a llamar a su hija para darle el delantal; pero ella no acudió a sus voces. Gritó entonces:
— ¿Dónde estás?
— Aquí en la escalera, barriendo —respondió una de las gotas de sangre.
Salió la vieja, pero, al no ver a nadie en la escalera, volvió a gritar:
— ¿Dónde estás?
— En la cocina, calentándome —contestó la segunda gota de sangre.
Fue la bruja a la cocina, pero no había nadie, por lo que preguntó nuevamente en voz alta:
— ¿Dónde estás?
—¡Ay!, en mi cama, durmiendo —dijo la tercera gota.
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Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.
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