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Y allí se estuvo piensa que te piensa, hasta que de pronto le pareció que alguien le daba un beso en la boca y en los ojos. Se durmió, pero no estaba dormido; era como si la anciana lavandera lo mirara con sus dulces ojos y le dijera:
—Sería un gran pecado que mañana no supieses tus lecciones. Me has ayudado, ahora te ayudaré yo, y Dios Nuestro Señor lo hará en todo momento.
Y de pronto el libro empezó a moverse y a agitarse debajo de la almohada de nuestro pequeño Tuk.
—¡Quiquiriquí! ¡Put, put! —Era una gallina que venía de Kjöge.
—¡Soy una gallina de Kjöge! —gritó, y luego se puso a contar del número de habitantes que allí había, y de la batalla que en la ciudad se había librado, añadiendo empero que en realidad no valía la pena mencionarla.
Otro meneo y zarandeo y ¡bum!, algo que se cae: un ave de madera, el papagayo del tiro al pájaro de Prastö. Dijo que en aquella ciudad vivían tantos habitantes como clavos tenía él en el cuerpo, y estaba no poco orgulloso de ello.
4 págs. / 8 minutos.
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Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.
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