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El cáliz amargo de la ingratitud apurado a largos tragos, dio muerte al gran Bolívar, Sucre, Córdoba, Dorrego, Salaverry, cayeron asesinados o sentenciados por sus antiguos hermanos de armas; La Mar, Arenales, Gorriti habían muerto en el destierro; y en el momento que tenían lugar los sucesos que vamos a referir, los paladines de Pichincha y Ayacucho, y los de Salta y Tucumán, separados por una doble línea de fortificaciones, enviábanse mortales saludos, anhelando, impacientes, la hora de llegar a las manos.
¿Qué motivaba aquella contienda entre bolivianos y argentinos? Un trozo de tierra que juntos arrancaran en otro tiempo al enemigo. Dueños de inmensas y fértiles regiones, abandonadas a las fieras, dispútanse a sangre y fuego un rincón semisalvaje, aislado por las moles inaccesibles de los Andes.
Dos campeones de la guerra sagrada mandaban ahora los ejércitos beligerantes Felipe Braun y Alejandro Heredia.
El uno, teniente del protector de la conferencia perú-boliviana, seide, el otro, del feroz dictador de la confederación argentina, cada uno de ellos hacía la guerra al uso del poder que servían. Éste lanceaba a sus prisioneros; aquel los enviaba al interior de Bolivia, de donde los hacían marchar al Perú para ser enrolados al ejército; y atravesada la frontera, Braun procuraba mantenerse en la prudente reserva prescrita en su plan de campaña; Heredia, al contrario, aplaudía, celebrando con fiestas y ascensos al temerario vandalismo a que se abandonaban con frecuencia los jefes de su vanguardia, que seguidos de algunos soldados, y extraviando caminos, ayudados de la noche, burlaban la vigilancia del enemigo y se introducían en el territorio boliviano, arrasándolo, con furiosos malones, como llamaban ellos al pillaje que en tales ocasiones ejercían sobre personas y bienes, regresando cargados de botín a su campamento, donde eran recibidos con gritos de alegría.
63 págs. / 1 hora, 51 minutos.
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Publicado el 20 de mayo de 2020 por Edu Robsy.
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