Obra de denuncia contra los peligros de la penetración imperialista en el Perú que se realiza por intermedio de las grandes transnacionales mineras, las cuales son apoyadas por la oligarquía local, así como por otros oportunistas, cuyo único interés es el mayor lucro posible, para lo cual no tienen escrúpulos en expropiar a precio irrisorio las tierras de los nativos, pagar a los obreros salarios ínfimos y cometer una serie de crímenes, abusos y tropelías contra la población local, todo a nombre de la «modernidad» y el «progreso». Sin embargo, para el autor, una luz de esperanza se ilumina a través de idealistas que se proponen luchar por la justicia social.
Los sucesos relatados en la novela ocurren en la década de 1910. La empresa norteamericana Mining Society se adueña de las minas de tungsteno de Quivilca, situada hipotéticamente en el departamento del Cuzco.4Desde Nueva York, ante el inminente ingreso de los Estados Unidos a la primera guerra mundial, la gerencia dispone agilizar la extracción del mineral. Así empieza el reclutamiento de peones y empleados indios para las labores mineras. El primer grupo de estos parten de Colca (capital de Quivilca), junto con algunos altos mandos de la empresa, y se asientan en un desolado paraje, en torno a las cabañas de los soras, indígenas que se habían mantenido hasta entonces alejados de la modernidad.
Benites, poco después, sorprendía a un sora robándole un fajo de billetes de
su caja. Se lanzaba sobre el bribón, persiguiéndole, impulsado no tanto por la
suma que le llevaba, cuanto por la cínica risa con que el indio se burlaba de
Benites, montado sobre el lomo de un caimán, en medio de un gran río.
Benites llegó a la misma orilla del río, y ya iba a penetrar en la corriente,
cuando se sintió de pronto entorpecido y privado de todo movimiento
voluntario. Jesús, aureolado esta vez de un halo fulgurante, apareció ante
Benites. El río se dilató de golpe, abrazando todo el espacio visible, hasta los
más remotos confines. Una inmensa multitud rodeaba al Señor, atenta a sus
designios, y un aire de tremenda encrucijada llenó el horizonte. A Benites le
poseyó un pavor repentino, dándose cuenta, de modo oscuro, pero cierto, de
que asistía a la hora del juicio final.
Benites intentó entonces hacer un examen de conciencia, que le permitiera
entrever cuál sería el lugar de su eterno destino. Trató de recordar sus buenas y
malas acciones de la tierra. Recordó, en primer lugar, sus buenos actos. Los
recogió ávidamente y los colocó en sitio preferente y visible de su
pensamiento, por riguroso orden de importancia: abajo, los relativos a
procederes de bondad más o menos discutible o insignificante, y arriba, a la
mano, sobre todos, los relativos a grandes rasgos de virtud, cuyo mérito se
denunciaba a la distancia, sin dejar duda de su autenticidad y trascendencia.
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Publicado el 11 de abril de 2020 por Edu Robsy.
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