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El yerno dijo: «Esta vez se acabó; no llegará a la noche.» La campesina continuó: «Desde este mediodía está gorgoteando así.» Luego se callaron. El padre tenía los ojos cerrados, la cara terrosa, y tan seca que parecía de madera. Su boca entreabierta dejaba escapar su aliento agitado y duro; y el paño de tela gris se levantaba sobre su pecho con cada aspiración.
Después de un largo silencio, el yerno dijo: «No hay más que dejarlo morir. No podemos hacer nada. De todas maneras, es inoportuno por la colza, pues el tiempo es bueno y hay que trasplantarla mañana.»
Su mujer pareció inquietarse al oírlo. Reflexionó durante unos instantes y luego declaró: «Se va a morir, pero no lo enterraremos antes del sábado; por lo tanto dispondrás del día de mañana para la colza.»
El campesino meditaba, y dijo: «Sí, pero mañana tendré que invitar para el entierro, y necesitaré cinco o seis horas para ir de Tourville a Manetot a casa de todos.»
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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.
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