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—¡Gracias, madona!… ¡Gracias!
—¿Te has enojado?… ¡Qué chiquillo eres! Si lo hago por la ilusión que me produce el verte así. ¡Todas las pruebas de que te gusto me parecen pocas!
Y graciosa y desenvuelta corrió a los brazos del galán.
—Caballero, béseme usted para que le perdone.
Quiso el Príncipe obedecerla, y ella, huyendo velozmente la cabeza, exclamó:
—Ha de ser tres veces: la primera en la frente, la segunda en la boca, y la tercera de libre elección.
—Todas de libre elección.
La voz del poeta tenía ese trémolo enronquecido, donde, aun las mujeres más castas adivinan el pecado fecundo, hermoso como un dios. Breves momentos permanecieron silenciosos los dos amantes: Augusta, viendo las pupilas del Príncipe que se abrían sobre las suyas, tuvo un apasionado despertar:
—¡Qué ojos tan bonitos tienes! A veces parecen negros, y son dorados, muy dorados. ¡Cuánto me gusta mirarme en ellos!
18 págs. / 32 minutos.
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Publicado el 1 de mayo de 2017 por Edu Robsy.
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