Libro gratis: Féder o el Marido Adinerado
de Stendhal

—Le doy mi palabra de honor, amigo mío —contestó Féder con entonación sencilla y expresión ingenua— de que, si quiere hacerse con una obra en la que haya cuanto pueda proporcionar ahora mismo el arte de la pintura, tiene que pedírselo a la señora de Mirbel.

El señor Delangle puso el grito en el cielo y le hizo a nuestro héroe unos cuantos elogios quizá demasiado enérgicos, pero que tenían la rara virtud de ser completamente sinceros.

—Bien veo, mi querido Delangle, que hay que luchar contra su obstinación; pero, si la dama de la que habla es tan hermosa como dice, tengo un personal empeño de que tenga usted un retrato de ella que la represente de verdad y no con una cara convencional, amasada con azucenas y rosas y sin más expresión que un aspecto de voluptuosidad ñoña.

El señor Delangle volvió a poner el grito en el cielo.

—Bien está, mi querido amigo, para convencerlo vamos a coger la obra mía que más le guste de los retratos que tengo en mi estuche y vamos a ir a ver juntos uno de los retratos más hermosos de los que ha expuesto este año la señora de Mirbel; el dueño, que es amante de las artes, tiene la bondad de permitirme que vaya a veces a estudiar a su galería. Allí, comparando ambas obras, haré que ponga el dedo y el ojo, aunque la pintura no sea su ocupación habitual, en el hecho de que es a esa gran artista que le digo a quien tiene que ir a ver.