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— ¡Qué aseado y limpio queda ahora!
A mediodía llegó Federico.
— Bien, mujercita, ¿qué me has preparado?
— ¡Ay, Federiquito! — respondió ella — quise freírte una salchicha, pero mientras bajé por cerveza, el perro me la robó de la sartén, y cuando salí detrás de él, la cerveza se vertió, y al querer secar la cerveza con harina, volqué la jarra. Pero no te preocupes, que la bodega está bien seca.
Replicó Federico:
— ¡Catalinita, no debiste hacer eso! ¡Dejas que te roben la salchicha, que la cerveza se pierda, y aun echas a perder nuestra harina!
— ¡Tienes razón, Federiquito, pero yo no lo sabía! Debiste avisármelo.
Pensó el hombre: «Con una mujer así, habrá que ser más previsor». Tenía ahorrada una bonita suma de ducados; los cambió en oro y dijo a Catalinita:
— Mira, eso son chapitas amarillas; las meteré en una olla y las enterraré en el establo, bajo el pesebre de las vacas. Guárdate muy bien de tocarlas, pues, de lo contrario, lo vas a pasar mal.
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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.
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