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Terminada la filosofía, trasladóse Lucas a Madrid e ingresó en la Universidad. Los instintos de rebeldía, que él llamaba independencia, iniciados en Coteruco, le dieron ya carácter en el colegio; hízose allí afectado pensador, y entró en Madrid hecho un pedante. No se le caían en la boca la patria esclava y la razón con cadenas. Utilizó los desenfrenos de su padre para afirmar que él era hijo de un mártir de sus ideas libres y regeneradoras y anatematizó en don Lope al esclavo de todas las preocupaciones de derecho divino, y al tirano de su familia.
De los innúmeros disgustos que dio a su tío en todo este tiempo y el pasado en la ciudad, y del dinero que despilfarró, no hay para qué hablar. Sólo diré que al segundo año de Universidad, vivía a expensas de su hermana y de don Lope.
Dos viajes había hecho a Coteruco durante su residencia en Madrid, a pasar las vacaciones de verano; y el tercero hacía, fuera de toda sazón, cuando le hemos visto llegar. La causa la conoce el lector a medias. La verdad es que en aquellos días de sobresaltos y de tirantez, al reunirse con otros camaradas en el café, hablaron más de lo conveniente sobre determinadas cosas y señaladas personas, que a la sazón eran género de contrabando a los oídos de la policía; que a ésta no le pareció bien que la misma algarada se repitiera tres veces por los mismos sujetos en la propia mesa del mismo café, y que no creyéndolos pájaros de bastante cuenta para enviarlos a Filipinas, a Fernando Póo... o a presidio, los encaminó a sus respectivos hogares, sometidos a la vigilancia de la autoridad.
281 págs. / 8 horas, 12 minutos.
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Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.
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