Flaubert reescribe desde su sensibilidad estética los eventos que conducen hasta la muerte de San Juan el Bautista con una penetración psicológica admirable en una obra corta. Herodías y cómo controla a su marido, Herodes Antipas, consciente de ello, pero indolente, protagonizan esta magnífica historia sobre el poder.
Según el Tetrarca, no había motivo para precipitarse. "Iaokanann peligroso! ¡Vamos!", y aparentaba tomarlo a risa.
—Cállate!—. Entonces ella volvió a referir su humillación el día en
que se halló en el camino de Galaad, cuando la cosecha del bálsamo—.
Había, a orillas del río, muchas personas que volvían a ponerse sus
vestidos, y al lado, sobre un montículo, un hombre les hablaba. Llevaba
alrededor de los riñones una piel de camello, y su cabeza parecía la de
un león. En cuanto me vió escupió sobre mí todas las maldiciones de los
profetas. Sus pupilas llameaban; su voz, rugía; levantaba los brazos
como para arrancar el trueno. ¡Imposible huir! Las ruedas de mi carro se
habían hundido en la arena hasta los ejes, y tuve que alejarme
lentamente, recogiéndome en mi manto, helada por aquellas injurias que
caían sobre mí como lluvia de tempestad.
Iaokanann no la dejaba vivir. Cuando le prendieron, atándole con
ligaduras, los soldados tenían orden de coserle a puñaladas si se
resistía; pero él se mostró dócil. Habían introducido serpientes en su
prisión; pero las serpientes aparecieron muertas.
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Publicado el 28 de enero de 2025 por Edu Robsy.
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