Hipólito (Ἱππόλυτος) es una tragedia clásica griega de Eurípides basada en el mito de Hipólito, hijo de Teseo. Fue estrenada en las Dionisias de Atenas en el año 428 a. C., y ganó el primer premio como parte de una trilogía.
Solo en cuatro ocasiones ganó un primer premio Eurípides, y una de ellas fue por esta obra, que fue representada en el cuarto año de la 87.ª olimpiada.
El tema está muy poco tratado con anterioridad a Eurípides. Se sabe que había un culto a Hipólito en la ciudad de Trecén, lugar donde transcurre la acción de la tragedia y en el que se practicaban ritos y había templos en su honor. En esa ciudad, antes de casarse, las muchachas debían ofrecer un mechón de cabello a Hipólito.
El mito de Hipólito va unido al de Fedra, hermana de Ariadna y esposa de Teseo. Las tumbas de Fedra e Hipólito están en Trecén, muy cerca una de otra.
Eurípides hizo dos tragedias sobre Hipólito. La primera de ellas fue rechazada por el público, porque en ella Fedra, de manera indecorosa, quería a toda costa poseer al casto Hipólito, y empleaba todas las artes. Aristófanes, en su obra Las ranas, calificó a Fedra de prostituta. Cuando Fedra declara sus impúdicas intenciones al casto Hipólito, éste se cubre el rostro con un velo, de ahí que se conozca esta obra como Hipólito el velado (Ιππόλυτος Καλυπτόμενος).
La trama bebe de la continuación de otro mito: Teseo, hijo de Poseidón, venció al Minotauro en Creta; y Ariadna, hija del rey Minos, se fugó con él, pero Teseo la abandonó en la isla de Naxos, donde Dioniso la encontró y se enamoró de ella, y se la llevó al Olimpo. Teseo se casó con Fedra, que era hermana de Ariadna.
Epodo. — Solo en las mujeres se ven juntas la frivolidad
natural a su sexo y cierta propensión a la melancolía, tan perjudicial
como molesta, ya por temor a los dolores del parto, ya por su innata
demencia. Por mis entrañas discurrió alguna vez este aura, e invoqué a
la diosa que nos ayuda en tan apurado trance, a Artemisa, diestra en
disparar sus saetas, y siempre propicios los dioses, me favoreció mucho
en mis trabajos. Pero he aquí a la vieja nodriza que la saca del
palacio: triste nube se mece en torno de sus cejas. Quisiera saber la
causa funesta que ha alterado la salud de la reina. (Las esclavas traen a Fedra recostada en un lecho portátil).
LA NODRIZA:
¡Oh males humanos y tristes dolencias! ¿Qué haré por ti? ¿Qué no haré?
Mira la clara luz que te alumbra, mira el aire. Fuera del palacio está
ya el lecho en que descansas de tus dolores. Solo hablabas de venir
aquí; pero no tardarás en volver a tu nupcial aposento. Pronto varías de
parecer, y nada te divierte; no te agrada lo que posees, y anhelas lo
que no tienes. (Dirigiéndose al público mientras Fedra dormita).
Más fácil es enfermar que asistir al doliente, porque lo primero es
sencillo y natural, y en lo segundo se junta la aflicción del alma al
sufrimiento del cuerpo. Llena de tormentos está la vida humana, y no hay
descanso en nuestras penalidades; y si tan dulce es vivir, a lo mejor
nos envuelven las tinieblas de la muerte. Perdidamente nos enamoramos de
esta luz, que brilla alguna vez en la tierra, sin saber lo que pasa en
la otra vida, ni conocer nada de lo que sucede debajo de nosotros;
temerarias son las ilusiones que nos arrastran.
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Publicado el 15 de marzo de 2018 por Edu Robsy.
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