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Este texto forma parte del libro «Yuyos».
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Era vieja doña Carmelina, muy vieja. Era alta, flaca y rígida. La edad y las penas la habían extendido, suprimiendo las curvas en que nuestra concepción estática cifra la belleza de un cuerpo femenino; ella era larga y lisa como el tronco de un álamo.
¿Cuántos años tenía?... ¡Quién sabe! Muchos, sin duda. Y casi todos ellos, años pesados, feos, fríos, sucios, con mucha lluvia, con poco sol; las primaveras echadas á perder por las ventiscas; los veranos convertidos en tormento por la canícula; los otoños encharcados... y luego, los inviernos, con sus tintas grises, con sus heladas, con sus lluvias, con sus crueldades sin término.
Tenía una cabeza pequeña, que parecía más pequeña aún con el peinado apretadísimo y con la largura de la cara magra, oscura, surcada en todas direcciones por millares de arrugas. Tenía unos ojos de pupila negra, de córnea turbia, profundamente hundidos en los huecos orbitarios, donde, de largo tiempo atrás, habían desaparecido, quemados en el horno de la vida, los cojinetes adiposos, Tenía una nariz fuerte, alta, larga, acuchillada y curva como un alfanje, y tenía por boca un ancho tajo, una larga línea negra, fina, recta, rígida, formada por las dos tiras de pergamino—que un tiempo fueron labios—sólidamente aplicadas sobre las encías desguarnecidas.
3 págs. / 6 minutos.
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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
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