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Carlomagno ha devastado España; tomó sus castillos y violó sus ciudades. Él mismo dice que toca a su fin la guerra. Hacia Francia, la dulce, cabalga el emperador. El conde Rolando ata el gonfalón a su lanza; desde una altura, la eleva hacia el firmamento: a esta señal, los francos establecen sus campamentos por toda la región. Mientras tanto, a través de los anchos valles, cabalgan los infieles, cubiertos con sus cotas, atado el yelmo, con el escudo al cuello y la espada ceñida, y con las lanzas enristradas. Al llegar a la cima de unos montes, hacen alto en una espesura. Son cuatrocientos mil, esperando el alba. ¡Dios! ¡Qué dolor que no lo sepan los franceses!
Huye el día, la noche se ha hecho oscura. Carlos, el poderoso emperador, reposa. Ha tenido un sueño: hallábase en los más grandes puertos de Cize; sostenían sus manos su lanza de fresno. El conde Ganelón se la arrebataba y tan violentamente la blandía que hasta el cielo volaban las astillas.
100 págs. / 2 horas, 55 minutos.
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Publicado el 8 de enero de 2018 por Edu Robsy.
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