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La esposa de Payo de Diamonde, la alegre Mafalda, dama portuguesa de las márgenes del Miño, se consumía de tedio entre estas cuatro paredes. Vestida de la grosera lana que hilaban y urdían sus siervas; alimentada con pan de maíz, leche y carne asada; reducida, por toda distracción, a escuchar los cuentos de dos o tres viejas sabidoras que concurrían a las veladas de la cocina señorial; con el marido casi siempre ausente, divertido en la caza o en escaramuzas fronterizas, y cansado y rendido de fatiga al volver, la portuguesita, amiga de jarana y fiesta, iba perdiendo los colores de su tez trigueña y el brillo de sus ojos color de castaña madura. En aquel tiempo, como ahora, la mujer que se aburre está predispuesta a emprenderlo todo, con tal de espantar la mosca tenaz, negruzca y zumbadora del fastidio.
Un domingo por la tarde, Payo Diamonde anunció a su mujer que salía a talar ciertos campos y a quemar dos o tres casas de portugueses, y que entre ambas ocupaciones no dejaría de cazar lo que saltase. Hasta el sábado por la tarde, Mafalda quedaba sola. Suspiró, recogió sus haldas y bajó del castillo a la primera explanada de tierra, a ver alejarse la hueste de su señor. Cuando la última lanza despareció detrás de la fraga espesa, la castellana, resignadamente, iba a volverse al hogar, donde se entregaría al bostezo; pero en el ángulo de la calzada pedregosa (¿ve usted?: ahí mismo), he aquí que le sale al encuentro un hombre, una especie de vagabundo, con un pesado fardo a las espaldas. Era joven, alto, ágil, nervudo, y su hendida barba roja y sus labios sensuales, rientes, daban a su rostro una expresión provocativa y cruel. Con palabras suplicantes pidió albergue aquella noche no más en la torre de Diamonde, y ofreció enseñar su mercancía —telas, pieles, collares, amuletos, aguas y botes de olor—. Tranquilizada, Mafalda batió palmas ante el anuncio. ¡Qué de tentaciones gustosas!
4 págs. / 8 minutos.
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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
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