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Edición física «La Muerte de Séneca»
Séneca respondió que “Natal había venido a quejarse de parte de Pisón porque no le permitía visitarle; él se había excusado por su estado de salud y por el deseo que tenía de descansar; no tenía motivos para anteponer la salvación de un simple particular a la suya propia, tampoco tenía carácter inclinado a las adulaciones y esto mejor que nadie lo sabía Nerón, pues más veces había experimentado la libertad de Séneca que su servilismo”. Cuando el tribuno refirió esto a Nerón, en presencia de Popea y de Tigelino, consejeros íntimos de las crueldades del príncipe, éste preguntó si Séneca se preparaba a morir voluntariamente. Entonces el tribuno respondió que no había observado en él ningún signo de temor, ninguna señal de tristeza aparecía en sus palabras ni en su semblante. Nerón mandó volver al tribuno y comunicar a Séneca su sentencia de muerte. Cuenta Fabio Rústico que no volvió por el camino por donde había venido, sino que dio un rodeo y pasó por casa del prefecto Fenio, a quien preguntó, después de dar a conocer la obra del emperador, si debía obedecer. Fenio, con la funesta cobardía de todos, le respondió que debía cumplir la voluntad del príncipe. El tribuno Silvano era también uno de los conjurados y acrecentaba el número de los crímenes en cuya venganza había consentido. Sin embargo, tuvo el pudor de no dirigirse directamente a Séneca y de no contemplar su muerte. Mandó entrar a un centurión para que le notificase que debía morir. Sin dejarse turbar, pide séneca su testamente y, ante la negativa del centurión, se vuelve hacia sus amigos, diciendo que, “puesto que se le prohibía agradecer sus servicios, les deja al menos el único bien que le restaba, pero el más hermoso de todos: la imagen de su vida. Si guardaban su recuerdo hallarían en el renombre de la virtud la recompensa de su constante amistad”. Y como llorasen, Séneca les habló primero con sencillez; después, con tono más severo, les reprendió y aconsejó firmeza. Les preguntaba “qué había venido a ser sus lecciones de prudencia, dónde estaban los principios que habían meditado durante tantos años contra la fatalidad. Porque, en fin, ¿quién no conocía la crueldad de Nerón? Al martirio de su madre y de su hermano no le restaba más que ordenar también la muerte del hombre que le había educado e instruido”.
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Publicado el 27 de octubre de 2017 por Edu Robsy.
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